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Antonio Giménez Merino

Pasolini, entre nosotros

En el 40 aniversario de la muerte del poeta

 

Hemos perdido sobre todo a un poeta, y no hay muchos poetas en el mundo

Alberto Moravia en los funerales de Pasolini (1975)

Estoy convencido que hasta los enemigos de Pasolini por fin empezarán a entender que su mensaje, lo que ha querido decir, nos será de gran ayuda

Eduardo de Filippo, sobre la muerte de Pasolini (1975)

Pasolini se buscó sus problemas él solito

Giulio Andreotti (1986)

 

Del estigma a la santificación

El 40 aniversario de la muerte de Pier Paolo Pasolini (1922-1975) está dando lugar a numerosos actos conmemorativos por todos lados. Sólo en España, se registran traducciones de sus poemas, novelas y ensayos, exposiciones, recitales, seminarios y cine-fórums, en localidades como Barcelona, Madrid, Murcia, Granada, Orense o Barcelona. Lo cual habla por sí solo de la actualidad de este autor.

La figura de Pasolini concita hoy un gran respeto, incluso desde medios en otro tiempo tan hostiles como el benemérito diario monárquico de la mañana (“Pasolini, el poeta comunista que amaba a Dios”, ABC, 2.03.2015, Cultura, p. 62). La operación de llevar a Pasolini a la propia vera es común desde hace tiempo. Pero pocos recuerdan la persecución a la que el poeta fue sometido en vida: la de su propio partido al conocer su homosexualidad; la de la derecha católica, que siempre lo consideró un autor sacrílego (y sobre todo comunista); la del estado, que le atosigó ininterrumpidamente mediante 33 procesos (1960-1975); y añadiría que la del “hombre medio”, el anónimo personaje conformista al cual dirigió muchas veces Pasolini su afilada pluma. La magistratura italiana dio curso a denuncias infundadas (para luego dictar sentencias de absolución) como forma de robar la dignidad de un hombre que resultaba molesto a muchísima gente. No creo, en este sentido, que quepa dar más vueltas sobre la autoría de su asesinato, tras el reciente archivo de la reapertura del caso que tuvo lugar en 2010: como ha señalado certeramente Martín López-Vega (traductor del poemario La religión de mi tiempo), “a Pasolini lo mató Fuenteovejuna”.

Pasolini conoció, por tanto, la soledad de la persona que ha de enfrentarse a un enorme aparato de control social, tan bien retratado por Kafka en El Proceso. Un aparato que no reparó en medios: de la denuncia, a la censura, al asesinato —sobre el que el Estado siempre se ha negado a investigar en serio—.

Entonces, ¿por qué el proceso de santificación de Pasolini de los últimos años? ¿Qué fue capaz de ver que sus coetáneos no vieron?

La herencia de Pasolini

El lector me permitirá referirme una experiencia propia para ilustrar lo universal de la obra de Pasolini. No hace mucho, un documentalista me propuso proyectar una película de Pasolini en un centro de cultura afrobrasileña de Belém do Parà, al norte de Brasil. Belém es la representación perfecta del mundo de las desigualdades, donde la población india, masivamente discriminada, es el penúltimo escalón social. El último es la sociedad de origen africano.

Escogí Uccellacci e uccellini (Pajarracos y pajaritos) principalmente por ser una de las metáforas más bellas e intemporales de la producción pasoliniana. Su enorme fuerza expresiva, poética, lo es también comunicativa, al traer a nuestra consciencia el problema de toda la cultura que el desarrollo sin freno ha barrido de la historia (también en el Brasil reciente). Me preguntaba, mientras duró la proyección, qué pensarían los asistentes a ella, descendientes de esclavos que mantienen vivas sus tradiciones africanas ante cuyos ojos pasaban escenas como la del fraile franciscano tratando de hablar con los pájaros, Totò y Ninetto devorando al cuervo ideológico, o los históricos funerales de Togliatti. Mi sorpresa, al encenderse las luces, fue ver sus rostros sonrientes y llenos de lágrimas. Habían contemplado una fábula que, a su decir, en muchos sentidos les recordaba a la suya propia…

La originalidad de Pasolini reside en haber articulado una crítica del desarrollo a través de ese diálogo entre pasado y presente, entre el tiempo cíclico del campo y tiempo lineal de la ciudad. Su contacto físico e ideal con las gentes de la periferia (la italiana y la del llamado “tercer mundo”), los apestados de su tiempo, le proporcionó la sensibilidad de la que carecía la mayor parte de intelectuales de su entorno para alertar a voz en grito sobre los costes de la mal llamada “modernización”.

Pasolini volcó su “desesperada vitalidad” en comprender un tiempo histórico en plena metamorfosis, mediante numerosos medios expresivos capaces de conectar con un público amplio. Y sin el freno de la doble verdad, con su marxismo abierto, atisbó cosas como el final a que estaba abocada la política de los grandes partidos, a la que asistimos atónitos en los años 90. Ese impulso por conocer es lo que le separa de la nostalgia decadentista que sus críticos le han atribuido y (aún más importante) lo que nos permite acercarnos a su obra en diálogo con nuestro propio tiempo histórico.

Esto es lo que explica que Pasolini sea uno de los grandes del siglo XX. Tal como testimonia la constante bibliografía sobre su obra, su relectura siempre ofrece una idea o una arista nueva, por lo que su legado intelectual está lejos de agotarse. Pero el palo que sujeta el almiar de su polifacética obra y sobre el cual se extiende su influencia 40 años después es su crítica (negativa pero también propositiva) al tiempo del progreso. Una crítica que hoy cobra relevancia en la idea de situar limitaciones al desarrollo mediante la protección de los bienes comunes (que atraviesa, por ejemplo, la reciente conferencia mundial “La noción de progreso en la diversidad de culturas”, N. York, 31.05.22015). Veámosla más de cerca.

Contra el desarrollo

La crítica pasoliniana del ideal del progreso condicionado al desarrollo material resulta anticipadora y repleta de sentido histórico. Aborda el asunto desde tres lados complementarios:

El primero, el de las transformaciones cualitativas que produjo el capitalismo evolucionado también apreciadas por Lukács a mediados de los años sesenta, que Pasolini exploró desde los problemas de la escisión entre ciencias técnicas y humanas (Empirismo Eretico), el consumismo, y la absorción de los intelectuales por la industria cultural (obra corsaria). Y que hoy se manifiestan en la dificultad de las personas para dar sentido a nuestras vidas, en la marginación de las ciencias humanas en la enseñanza, en la ruptura de las condiciones para la reproducción, en estrato superior de ésta, de seres que piensen por sí mismos, o en la mercantilización general de la cultura.

En nuestro tiempo de resistencia obligada ante la crisis global de la política, la ecología y la economía, pero también de la cultura, el consumismo (“el Nuevo Poder” pasoliniano, escrito con mayúsculas) y el miedo (a las consecuencias del daño producido al planeta, al terror, al paro, a la deuda, a lo que ingerimos, …) emergen como instituciones imaginarias fuertes. Pasolini nos ofrece buenos apoyos para reflexionar sobre ello a través de su crítica al desarrollo material sin progreso moral. Lo cual nos permite entender por qué dos países con una industrialización tan disímil como el nuestro e Italia hayan acabado convergiendo, descaracterizados, en la deriva de un mismo campo de representaciones completamente desenraizadas de sus respectivas historias nacionales (la falsa consciencia de un bienestar duradero, la creencia en la movilidad social ascendente, el endeudamiento y el consumo como motores de la economía, la corrupción general consentida, la supeditación sine die de los problemas ecológicos, el falso progresismo de la conciencia culta, etc., problemas todos ellos característicos de la ensayística pasoliniana).

El segundo lado consistió en colocar en un primer plano dentro de su obra artística las figuras de la exclusión, en contraposición consciente a la nueva imagen del bienestar. El lumpen romano, los campesinos pobres y los personajes del tercer mundo omnipresentes en sus obras disgustaban, justamente porque contradecían la imagen del hedonismo expandida por la televisión. Estas figuras tienen hoy su continuidad en nuestros nuevos indigentes, en el desclasado, en el parado, en el anciano empobrecido, en el refugiado, o en la mujer con burka. Alí, el de los ojos azules llega a Europa en una barcaza en busca de ese bienestar, en una imagen que nos trae a la cabeza de inmediato las que cotidianamente contemplamos impotentes en la televisión [“Alí el de los ojos azules, / uno de tantos hijos de hijos, / llegará desde Argelia, sobre una nave / de vela y remos. Con él vendrán / miles y miles de hombres / escuálidos, de ojos tristes, […] / Desembarcarán en Crotona o en Palmi, / millones de ellos, vestidos con harapos / asiáticos y camisas americanas”: Profecía (1964), en Alí el de los ojos azules].

El tercero de estos lados anticipadores es el pronóstico acerca del fin de la era de los derechos en la medida en que éstos han simbolizado durante mucho tiempo la lógica de la prosperidad económica. La famosa polémica de Pasolini contra la falsa tolerancia (la que hoy ha normalizado la homosexualidad pero sigue viendo anómalo que dos homosexuales formen familia) o su reivindicación de la caridad popular como ayuda desinteresada (que hoy se expresa por ejemplo en el debate interno al mundo católico sobre la legitimidad de la economía de casino) apuntan en esta dirección. Por ser ésta la vertiente menos atendida de la crítica pasoliniana al progreso, vale la pena detenerse en ella.

El fin del tiempo de los derechos y el horizonte de la autolimitación

Ver una película o leer una novela de Pasolini es sentirse interpelado por personajes que ya no forman parte de nuestro mundo, a los que el huracán del desarrollo material ha dejado atrás sin miramientos. Hoy resulta más fácil que en el tiempo que vivió el autor preguntarse si las necesidades de esas personas coincidían con las reivindicadas históricamente a través de las luchas por los derechos civiles y políticos.

El joven Pasolini percibió el problema en los años cuarenta, al contemplar cómo los campesinos de su Friuli natal cedían voluntariamente parte de su alimentación básica a los prisioneros nazis en espera de deportación. Una ayuda desinteresada, propia de la tradición popular, que habla de un sentimiento interiorizado de obligación moral respecto a las necesidades básicas de los demás.

No es esta la lógica de los derechos, al menos en la medida en que son entendidos como vehículos para una mejora de las condiciones de vida individuales bajo un modelo de escala ampliada de necesidades. En los años sesenta, la libertad por la que el pueblo italiano había luchado estaba abandonando su naturaleza comunitaria y siendo penetrada por una dimensión personal, y la alteridad representada por el PCI de las grandes luchas antifascistas estaba siendo arrinconada por una economía en crecimiento acelerado y con altas dosis de redistribución.

El derecho puede ocuparse de los grupos vulnerables, pero no reconocer la legitimidad de las personas o los actos que expresan una alteridad real. Por eso a Pasolini le parecían adorables las personas ignorantes de sus derechos y las que, pese a saber que los tienen, no los ejercen o incluso renuncian a ellos. Y despreciaba, en cambio, a aquellas otras que empujaban a las primeras a reivindicarlos y a las segundas a no renunciar a ellos (intelectuales de Palacio, que muestran que hay que aspirar a unas expectativas idénticas a las de quienes pueden gozar plenamente de sus derechos), así como a quien ejerce sus derechos sin tener consciencia de su repercusión en los demás (el “hombre medio”) [“Intervención en el congreso del Partido Radical” (1975), Cartas luteranas].

Bajo esta medición pasoliniana del grado de simpatía que le merecen las personas hay una anticipación importante. Actualmente, es posible distinguir, por lo menos, dos grupos de personas en situación de extrema vulnerabilidad: aquellas que carecen de todo, incluso de esperanza (el refugiado, el africano o el sirio que tratan de alcanzar Europa), para quienes la relación con el derecho es inexistente, siquiera en el plano simbólico; y aquellas que, aun careciendo de lo esencial, tienen consciencia de tener derechos. El problema de fondo, apuntado por Pasolini, es que antes del tiempo del consumo las personas que vivían en los márgenes no sentían ningún complejo de inferioridad por el hecho de no pertenecer a la clase que ha dado en llamarse “privilegiada”. Tenían un sentimiento de injusticia respecto a la pobreza, pero no envidia del rico, del pudiente, a quien consideraban un ser incapaz de comulgar con su filosofía. Mientras que hoy las gentes humildes —sobre todo los jóvenes y las personas desclasadas— sufren ese complejo de inferioridad. Lo que busca la población que ha crecido creyendo tener sus derechos asegurados no es hacerse valer por lo que es, sino mimetizarse con los modelos sociales que expresan itinerarios de triunfo individual.

Esta reflexión abre las puertas a una manera alternativa de pensar nuestras relaciones más basada en la renuncia que en la reivindicación, en la disminución de las propias pretensiones que en su afirmación, en reducir el propio poder para permitir que el otro exista que en proclamar derechos en realidad indisponibles para la mayoría. Poner la atención en el cumplimiento del propio deber hacia quienes te rodean es propio de alguien que busca la coexistencia con los demás a través de la asunción de la responsabilidad, y no mediante derechos subjetivos delimitadores del radio de acción de cada cual.

En Pasolini hallamos reflexiones en torno a la destructividad del desarrollo sobre el entorno y sobre la cultura que apuntan hacia una necesidad de autolimitación que el paso del tiempo no ha hecho más que acentuar Su artículo sobre la desaparición de las luciérnagas (Escritos Corsarios) o su documental dirigido a la UNESCO sobre la necesidad de preservar el patrimonio cultural del Yemen (Le mura di Sana’a) que hoy está siendo demolido por las bombas árabo-saudíes son dos muestras de esa preocupación de tremenda actualidad. Lo mismo que todas sus advertencias sobre los signos de depresión que empezaba a evidenciar la juventud secularizada de la nueva Italia consumista: ¿con qué van a recuperar la dignidad perdida las personas que más han sufrido la pérdida de derechos básicos con la crisis?

Cinco propuestas para una reforma radical de nuestros modos de vida

Ya en un plano propositivo, Pasolini nos invita también a pensar en cómo debería ser un proyecto de cambio radical de nuestros modos de vida, apuntando en varias direcciones:

Una podría ser expresada como la necesidad de frenar el tiempo, en el sentido de humanizar nuestra existencia reapropiándonos de su dimensión temporal. Frenar la vorágine a que nos vemos sometidos en nuestra vida cotidiana y que nos impide medir cada fenómeno en su justa escala podría decirse que constituye una prioridad vital.

Desde este enfoque, es posible unificar tanto el estilo como la estética de Pasolini. El primero se enfrenta a los tiempos acelerados, sea a través del cine de poesía que a través del teatro de la palabra (como él definió a sus piezas dramáticas en oposición al “teatro del grito”), o mediante el uso de la metáfora y la alegoría característico de la escritura pasoliniana. En cuanto a la estética de Pasolini, su gusto por las culturas no profanadas por el consumismo, lejos de ser retrógrado, nos muestra que sin consciencia sobre lo que la aceleración del tiempo se lleva por delante en términos de destrucción de la experiencia y de formas genuinas de sociabilidad no es posible un proyecto emancipador que encarne una verdadera alteridad. Su representación de formas de vida del tiempo cíclico produce así una conmoción en quien las contempla, impelido a dialogar con sus antepasados (recordemos la lección magistral sobre el lenguaje de las cosas en “Genariello”, el tratadito pedagógico que abre las Cartas Luteranas).

En segundo lugar, como sintetiza el título Pasión e ideología de sus ensayos reunidos en 1961, Pasolini era consciente de que un cambio radical de nuestros modos de vida exige combatir el veneno paralizante del descreimiento. Pasolini, que tenía sólidamente enraizada la historia de la desigualdad entre clases sociales desde su novela de 1940 El sueño de una cosa, y que sentía una empatía real hacia los marginados, tenía claro que sin el obrar colectivo y sin esa precondición subjetiva, ambos amenazados por el consumismo, es imposible oponer resistencia real a éste. De ahí la metáfora del Palacio y la necesidad de transformarnos y seguir adelante desde fuera de sus muros (v. el capítulo que J. R. Capella ha dedicado a Pasolini en Entrada en la barbarie, 2007).

Trasladado a nuestros días, esto sirve para ver la diferencia cualitativa entre la crítica pasoliniana al consumismo y la realizada más recientemente por los críticos posmodernos (Lash, Baudrillard, Latouche…). O la que hay entre los estudios llamados “poscoloniales”, llamados a renovar la ciencia social desde la perspectiva interna de las culturas sepultadas por el progreso, y los relativistas y onfalocéntricos estudios multiculturales e identitarios que han colonizado, desde occidente, el imaginario social humanista del mundo “globalizado”. O también para criticar la indeterminación del punto de vista plasmado en sus obras por el grueso de “autores” de la actual industria cultural.

En tercer lugar, Pasolini también nos mostró la importancia de desnudar el sentido de los tópicos o (aquellos términos o ideas con los que se argumenta pero sobre los que nunca se argumenta), las “palabras-ameba” que trajo consigo la “modernización”. En sus ensayos prestó mucha atención a neologismos procedentes de la técnica y osmotizados en el leguaje común a través de los audiovisuales (“infraestructuras”, “comunicación”, …). Hoy, con la factoría neoliberal de ideas a pleno rendimiento, la producción de estos nuevos términos semánticamente expresivos del “lenguaje de la empresa” se ha multiplicado al infinito (“globalización”, “flexibilidad”, “reforma”, “libre comercio”, “emigración ilegal”, “seguridad”, “emprendeduría”, …), por lo que precisar su semántica se convierte, más que nunca, en una labor política.

En cuarto lugar, la profundización global de la brecha entre ricos y pobres y la confrontación civilizatoria entre occidente y oriente nos obliga a continuar con el esfuerzo que el propio Pasolini dedicó a entender y expresar los modos de vida del tercer mundo fagocitados por el nuestro. De modo que sigue estando presente la necesidad de dialogar con el sur sobre la base de cosas como la importancia de la cultura de los deberes en el seno de una comunidad, el bien que supone poder custodiar la propia imagen frente a la compulsión social a exhibirla, el clamor por una mayor distribución del poder entre las personas expresada en ambos lados, la dimensión comunitaria de las principales religiones, o el sentido que se da al término “libertad” en culturas no individualistas como la nuestra.

Por fin, la crítica pasoliniana al desarrollo expresada en su propuesta luterana de “abolir la televisión” conecta con el debate actual sobre el decrecimiento y la necesidad de poner frenos a la producción de bienes superfluos. Como ha señalado J. Torrell, lo que mantuvo a los indignados del tiempo de Pasolini vivos y resistentes, según nos mostró en su obra, fue “la lucha comunista por los bienes necesarios” [“Apunte para una poesía en rústico” (1974), mientras tanto nº 25, 1985, p. 116]. Más allá de las luchas por los derechos presentes en la Italia del desarrollismo, estaban aquellas otras por la preservación de su patrimonio histórico-artístico, de una cultura rica al alcance de todos (“en este mundo que no posee / ni siquiera la consciencia de la miseria, / alegre, duro, sin siquiera fe / yo era rico, poseía”: “La riqueza”, en La religión de mi tiempo, 1961). Lo cual se vuelve una necesidad crucial en la situación actual de mercantilización de toda la cultura.

En suma, en condiciones de resistencia obligada como las actuales, de constatación de la irrealizabilidad de la falsa promesa de bienestar infinito, Pasolini nos muestra que hay una masa enorme de personas a las que seguir dirigiéndose, pero teniendo en cuenta su voz. Y seguir así reivindicando el sueño de una cosa justamente en un tiempo en que se nos dice una y otra vez que no hay alternativas a un modelo societario a todas luces inhumano.

* * *

Pasolini ha sido un autor recurrente en las páginas de mientras tanto. Tanto a través de traducciones de su obra como a través de ensayos, reseñas y noticias. El lector puede explorar este pequeño corpus a través del buscador web de la propia revista.

Es sabido que el mejor homenaje a un autor desaparecido es revisitarlo. De ahí que, entre la masa de escritos pasolinianos disponible en castellano, sólo recomendemos algunos de los más recientes:

Pasolini ha sido un autor recurrente en las páginas de mientras tanto. Tanto a través de traducciones de su obra como a través de ensayos, reseñas y noticias. El lector puede explorar este pequeño corpus a través del buscador web de la propia revista.

Es sabido que el mejor homenaje a un autor desaparecido es revisitarlo. De ahí que, entre la masa de escritos pasolinianos disponible en castellano, sólo recomendemos algunos de los más recientes:

De Pasolini

La religión de mi tiempo, Nørdica, 2015

Nebulosa, Gallo Nero, 2015

Chavales del arroyo, Nørdica, 2015

Sobre el deporte, Contra, 2015

Demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas, Errata Naturae, 2014

El olor de la India, Península, 2013

Cartas luteranas, Trotta, Madrid, 20102

Escritos Corsarios, Ediciones de Oriente y el Mediterráneo, 2009

Las cenizas de Gramsci, Visor, 2009

 Sobre Pasolini

García López, J. M., Pasolini o la noche de las luciérnagas, Nocturna, 2015.

Pasolini en mientras tanto y en mientrastanto.e

Capella, J.R. (sel. y trad.) “Unas cartas de P. P. Pasolini”, mientras tanto, nº 39, 1989-1990, pp. 113-118.

Capella, J.R y Giménez Merino, A. (trads.): P.P. Pasolini, y S. Citti, Porno-teo-kolossal, mientras tanto, nº 53, 1993, pp. 81-124.

Capella, J.R., «Los significados de “intelectual”, “marxista”, “pedagogo” y “cuerpo” en Pier Paolo Pasolini y para nosotros», mientras tanto, nº 79, 2001, pp. 69-88.

Giménez Merino, A. y Laporta, F., “Pier Paolo Pasolini entre pasado y presente”, mientras tanto, nº 99, 2006, pp. 99-107.

Giménez Merino, A., “Jóvenes infelices”, mientrastanto.e, nº 104, julio 2102.

Juncosa, X., “Para comprender a un ausente”, mientrastanto.e, nº 130, diciembre 2014.

Torrell, J., “Viva la lucha por los bienes necesarios. Breve antología póstuma a los diez años del asesinato de Pier Paolo Pasolini”, mientras tanto, nº 25, 1985, pp, 11-129.

Torrell, J. “¡Viva la lucha por los bienes necesarios! Breve antología póstuma a los cuarenta años del asesinato de Pier Paolo Pasolini”, mientras tanto, nº 122-123, 2014, pp. 241-245.

Torrell, J., “Pasolini sin herederos”, mientrastanto.e, nº 128, octubre de 2014.

Torrell, J., “El legado de Pasolini”, mientrastanto.e, nº 129, noviembre de 2014.

Torrell, J., “Sobre Ucellacci e uccellini”, mientrastanto.e, nº 130, diciembre de 2014.

Torrell, J., “Pasolini: la cancelación de la poesía y el cine no consumible, mientrastanto.e, nº 132, febrero de 2015.

24 /

10 /

2015

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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