Skip to content

Rafael Poch

Entrevista con el filósofo camerunés Achille Mbembe

En el Día de la Esclavitud

Filósofo e historiador del postcolonialismo, el camerunés Achille Mbembe (1957) dedicó su primer libro a la figura de Ruben Um Nyobe, un héroe de la independencia de su país que fue asesinado en 1958. Formado académicamente en París, residente desde hace quince años en Sudáfrica y con experiencia docente en Estados Unidos, Mbembe se ha dedicado también a la comprensión del fenómeno religioso. A partir del año 2000 comenzó a centrarse en la crítica del poder postcolonial y en la comprensión de la dinámica de raza con su libro Crítica de la razón negra, que Gedisa acaba de publicar en castellano. Su último libro Politiques de l´inimitié se está presentando ahora en París (La Découverte). La entrevista, gracias a un aviso del corresponsal de La Vanguardia Xavier Aldekoa, coincide con la jornada, que Francia estableció en 2006, de conmemoración de la abolición de la esclavitud.

 

Dice usted que “Francia descolonizó sin autodescolonizarse”.

Quiere decir que Francia otorgó la independencia formal y jurídica a sus colonias pero que mantuvo, en su manera de actuar y de percibir el mundo externo, la estructura cultural heredera de su pasado colonial. Hizo como si la relación colonial fuera algo que concernía a los colonizados entre ellos, ignorando que ella era parte integrante de esa relación…

¿Cómo una enfermedad que deja cicatrices en el propio cuerpo del colonizador?

Exacto, es una enfermedad que ataca a los dos sujetos. Por eso no se puede descolonizar sin someterse uno mismo a un proceso de cura. Le daré un ejemplo: en la guerra de liberación de Argelia la tortura era una institución generalizada, con gente dedicada a ella. A fuerza de torturar esa gente brutalizaba en casa su relación con la mujer y los hijos. Esa transformación violenta respecto a sus propios familiares merecía ser tratada por un psiquiatra. Es una realidad que encontramos, por ejemplo, en los textos de Franz Fanon y que puede extenderse a los cambios jurídicos, simbólicos y culturales de un Estado.

… consecuencias degradantes para la democracia…

Sí. Colonizar a alguien es un peligro para la democracia del colonizador. En Francia hubo que evitar que los generales que hacían la guerra sucia en Argelia tomaran el poder en la metrópoli. Tocqueville ya dijo que había que evitar que la gente que hace ese tipo de cosas en las colonias se pongan al frente de la nación, porque traerían toda esa suciedad a casa. El problema es que establecer ese cordón sanitario es imposible. Lo vemos con esas guerras de ocupación en Oriente Medio, sus bombardeos y sus Guantánamos…

Usted dice también: “Creo que los africanos que buscan reinventar su futuro ganarían si olvidaran a Francia”.

Lo creo porque Francia ya no parece estar en posición de inventar nuevas ideas que permitan al mundo, y a África en concreto, cambiar a mejor, como fue el caso en el pasado…

¿Ya no hay ninguna referencia ejemplar a extraer de Francia?

Hay una memoria intelectual que forma parte de la memoria universal del mundo y que es útil preservar, pero en términos de futuro no veo gran cosa…

Como dice con sorna Shlomo Sand (La fin de l’intellectuel français?); “de Zola a Houellebecq…”

Exacto, ¿qué quiere que haga con Houellebecq, Zemmour, Finkielkraut, Marine Le Pen o Sarkozy? ¿Para qué le sirven a un africano? Una inmersión narcisista en la que el país se muerde su propia cola…

¿Cómo ve usted esa crítica agresiva al Islam que hay en Francia hoy?

La crítica de la religión es necesaria, forma parte de nuestra tradición crítica surgida de la Ilustración. La cosa se complica cuando no se trata de una crítica de la religión sino de una forma encubierta de estigmatización de un segmento, desfavorecido y surgido de la colonización, de la población francesa.

¿Cómo separar esa crítica necesaria de lo religioso de los elementos racistas que se cuelan en nombre del laicismo republicano?

Ahí está la dificultad. Los elemento, digamos, sucios, que encontramos incluso en la crítica feminista del Islam, es decir; posturas que en su origen estaban enfocadas a la liberación y en las que el arma de la emancipación se transforma en instrumento de sumisión y estigmatización…

¿Qué hacer?

No lo sé. Los tiempos son bastante oscuros. En cualquier caso, el racismo no conduce a la emancipación.

¿Cómo interpreta usted el intento del gobierno socialista francés de retirar la nacionalidad a binacionales convictos de terrorismo, es decir a hijos de emigrantes, que pretendía introducir una diferenciación legal entre categorías y calidades de franceses…?

Cayeron en la trampa. Es sorprendente que una administración socialista se metiera en eso. No se si la derecha se habría atrevido… Estamos entrando en un ambiente de apostasía y herejías, un poco como en la guerra de religiones.

En ese ambiente se puede hablar de terrorismo haciendo constantes referencias al Islam, pero no a la política exterior belicista que ha eliminado a más de un millón de personas y destruido sociedades enteras en la región de la que parte ese terrorismo, ni de la alianza histórica de las grandes potencias occidentales con los regímenes más integristas y oscurantistas de la región…

Se sabe que no se puede brutalizar continuamente a la población en el exterior sin que en un momento dado todo eso se vuelva contra ti, sin que ello signifique justificar nada. En el fondo estamos ante dos modos de nihilismo; uno técnico digital que actúa con drones y alta tecnología militar, y otro que procede por decapitación y armas primitivas.

Cincuenta años después de las independencias africanas, casi todo lo que era actual entonces, lo sigue siendo ahora ¿Cuál sería la responsabilidad de las élites africanas en este balance?

Enorme. La mayor parte de esas elites es de origen colonial. Lo que ocurrió desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando comienzan a aparecer las demandas de independencia. Las élites coloniales se reprodujeron al mismo día siguiente de la descolonización y a partir de los años setenta y ochenta lograron transnacionalizarse, es decir que sus intereses hoy ya no están limitados a sus respectivos países. Sus capitales están colocados en bancos extranjeros, cuando quieren tratarse acuden a hospitales suizos, franceses o americanos y sus hijos son educados en universidades extranjeras. Sus alianzas más sólidas, en materia militar o de servicios de información, son con potencias extranjeras. Esa es la transnacionalización de las elites de origen colonial que se reproducen y perpetúan en el poder. Tratan a sus países como si estuvieran ocupados por potencias extranjeras. Todo está organizado de tal forma que su relación sea como la del soberano con sus súbditos. Eso es lo que les permite acumular poder y riqueza y les da estatus simbólico.

¿Qué papel juega la Françafrique en este contexto?

Es como la escuela que educa a las elites africanas para que actúen de la forma que acabo de describir. Es la estructura de convivencialidad que permite a esas elites, socializarse, conocerse, tejer la red de sus intereses y garantizar que el sistema puesto en marcha después de la independencia se mantenga como está, con el comercio, las relaciones militares —muchos miembros de esas elites tienen pasaporte francés—. Una estructura de complicidad mutua.

Hasta veteranos del antiimperialismo como Samir Amin han expresado cierta comprensión con la intervención militar francesa en Mali…

Es natural. Si África dispusiera de su propia capacidad militar de intervenir allí donde la paz está amenazada y las vidas en peligro, no habría cuestión. Lo ideal sería que África dispusiera de su propia fuerza. Mientras no disponga de ella, estas cosas continuarán; Francia intervendrá, Estados Unidos, etc, y la alternativa será siempre entre mal y peor. Hace poco hubo un ataque terrorista en Costa de Marfil, en la playa, como no había medios se llamó a las tropas francesas para impedir una repetición…

Usted vive en África del Sur, tiene una formación intelectual francófona y una sólida experiencia docente en universidades americanas, ¿Dónde es peor la situación de racismo, en Europa o en Estados Unidos?

Si se lo pregunta a alguien como [el escritor afroamericano] Na-Tehisi-Coates (The Beautiful Struggle) le dirá que es peor en Estados Unidos. Hay una cierta intelligentsia afro-americana que piensa que es peor en Estados Unidos y que Francia ha sido un país de acogida para los negros americanos. Creo que en el fondo es un mito que se ha inflado. Para una parte de los negros franceses que descubren América, es mejor ser negro en Estados Unidos en el plano de la movilidad, el reconocimiento profesional, etc. En el sentido de que muchos negros universitarios franceses que no encuentran trabajo en Francia, lo encuentran en Estados Unidos. Creo que hay algo real pero también que hay algo de mito. Porque las políticas son distintas; en Estados Unidos se reconoce el hecho del racismo y la necesidad de actuar contra él, mientras que aquí, apenas se reconoce. Se funciona a partir de un principio republicano, que es más un proyecto declarativo que una realidad, que es ciego a la diferencia y las discriminaciones en la vida cotidiana a las que están sometidos aquellos que no son reconocidos por completo como nuestros semejantes. Desde ese punto de vista hay un enorme problema que lleva a muchos negros a preferir los Estados Unidos, donde la situación es compleja. Allí no hay una semana sin que un policía dispare contra un negro sin que eso comporte ningún castigo. Hay una impunidad general: ningún policía que haya asesinado a un negro ha sido juzgado. La pena de muerte es administrada por la policía directamente sin pasar por la justicia. El 40% de la población carcelaria es negra, cuando los negros representan entre el 10% y el 12% de la población total. ¡Un 40% que ha pasado de la plantación a la cárcel, siendo la prisión un espacio, privatizado, de explotación económica! Hay un sistema demoniaco que tiene por objetivo a un grupo de la población minoritario y fragilizado al que se excluye en nombre de su raza. Hasta ahora eso era impensable en Francia. Respecto al futuro es difícil hacer previsiones porque se está importando y produciendo toda esta legislación de excepción por el terrorismo que ya veremos adonde nos lleva…

¿Qué le ha aportado intelectualmente su contacto con el medio afroamericano de Estados Unidos?

Mucho. En el Camerún en el que crecí las cuestiones de raza no pintaban nada. Era un país negro independiente con algunos blancos… Nadie se preocupaba de eso. En Francia, igualmente, a principios de los ochenta, el racismo no era algo de lo que se hablara mucho. Es verdad que a mediados de la década comenzó el movimiento “Touche pas à mon pote”, pero era bastante lúdico. En Estados Unidos, cuando llego a mediados de los noventa, es donde encuentro la problemática del racismo y donde descubro una enorme parte de la historia del mundo de la que no era consciente. Hay algo extraordinario en la historia de los afroamericanos: millones de personas durante cuatro siglos, no uno, cuatro, fueron sometidos a condiciones de la máxima expropiación. Su mundo es arrasado, la memoria no existe, la familia destruida, los niños y las mujeres son vendidos al por mayor, un trabajo infernal no remunerado, ningún acceso a la educación, segregación total… Cuatrocientos años. Y al mismo tiempo, una comunidad que por la resistencia consigue mantenerse, reconstruir una cultura y unos gestos a partir de la nada que se hacen universales; todo el mundo conoce el jazz, la cultura urbana juvenil viene determinada por la música afroamericana, toda una serie de deportes globales, una producción literaria absolutamente fantástica… así que yo descubrí todo eso y me di cuenta de que hay algo extraordinario en la cultura de los afroamericanos. Aprendí mucho de eso, de sus personalidades e intelectuales, de sus mujeres, todo eso me da mucha energía.

Una de las claves de las buenas relaciones que había, por ejemplo en el Uzbekistán soviético entre la población europea y los nativos del Asia Central, era la escasa distancia existente entre la condición del campesino ruso y el uzbeco. No había espacio para esa mirada altiva y distante del francés pied noir, aunque fuera pobre, y el argelino, o el británico y el indio…

Sí, esa distancia es fundamental. Se puede decir algo parecido sobre el colonialismo portugués, un colonialismo antiguo del XVI y XVII que comenzó bien antes de la del XIX de Francia e Inglaterra y que tenía una dimensión de convivencialidad que facilitó el mestizaje porque la distancia entre el colonizador portugués y el colonizado era reducida. Mozambique está lleno de regresados; hay 4.000 en Maputo y en los últimos años, al calor de las dificultades económicas en Europa a Angola han llegado 18.000 portugueses… Hay una relación más convivencial que no puede menospreciarse y que produce efectos diferentes. En el comienzo del racismo, a finales del XVII y principios del XVIII, en Estados Unidos no había distancia entre los negros y los blancos pobres, los “pequeños blancos”. Vivían juntos, se casaban… Hubo que producir esa distancia y la manera fue hacer comprender al “pequeño blanco” que era peligroso mezclarse con las otras clases subalternas. El gran miedo de los hacendados era que los pequeños blancos y los negros se unieran en una revuelta de pobres. Así que la legislación, el sistema de castigos y privilegios, se comenzó a aplicar con criterios raciales.

¿Hay algo alternativo y beneficioso para África en la llegada de nuevos actores inversores, chinos, indios, que en su historia conocieron el colonialismo de forma muy cruda? 

Es asunto de África el crear las condiciones para que esa llegada no sea simplemente la repetición de lo que conoció con Europa. Podría ser beneficioso si a nivel continental África se dotara de los medios para que así lo fuera. Que no aproveche como una nueva fuente de rentas y depredación a esas elites de las que hemos hablado. Para ello el objetivo debería ser que África se transformara en un amplio espacio de circulación sin fronteras internas. Mientras Europa levanta muros, nosotros deberíamos abrirnos, incluso a la implantación de poblaciones foráneas.

En ese contexto, cómo valora la eliminación de Gadafi, con sus ideas panafricanistas?

Ha creado un desorden terrible en África. La estabilidad del Estado libio ha saltado por los aires. Hoy es un país de milicias que propicia la propagación de todo tipo de violencias incontroladas. Desde el punto de vista de los intereses occidentales no ha sido positivo. El segundo aspecto es que con la eliminación de Gadafi comenzaron los pogroms de negros en Libia, algo de lo que nadie habla: ha habido masacres de negros, incluidos negros libios. Tercer aspecto: la destrucción de Libia ha potenciado la circulación de armas libias en beneficio del terrorismo en toda la región, Mali, saheliano y especialmente en Nigeria. En los últimos años, Boko Haram ha matado a decenas de miles de personas. No decenas, sino decenas de miles. Boko Haram ya existía antes pero la destrucción de Libia ha contribuido a intensificar ese y otros terrorismos. Así que desde todos los puntos de vista no veo en qué esa intervención exterior pudiera ser estabilizadora. Al lado de eso hay la siguiente cuestión: la Unión Europea, preocupada por los éxodos migratorios, subvenciona a los estados magrebíes con millones de euros para que hagan de guardafronteras e impidan la circulación, mediante detenciones, torturas y encarcelaciones… toda una serie de cosas horribles que generalizan la violencia y que son pagadas por Europa. Ese dinero dedicado a subvencionar el trabajo sucio podría ser empleado en otras cosas mucho más positivas, por ejemplo en los lugares de origen de ese éxodo, en inversiones agrícolas en el valle del Senegal.

¿Cómo valora la figura de Thomas Sankara?

En la línea de Lumumba, Mandela y tantos otros. En la juventud africana hay una demanda de radicalismo que forma parte del fenómeno que vemos un poco en todas partes, no solo en África y América Latina, sino también en Europa con Podemos y aquí con la Nuit Debout. La reivindicación de Sankara forma parte de ese fenómeno: la búsqueda de figuras que en el pasado encarnaron el sueño de un cambio radical.

Hace quince años que vive usted en África del Sur. ¿Por qué decidió instalarse allí?

Quería tener una perspectiva africana y a la vez abierta al mundo y Sudáfrica es el país más propicio para esa triangulación, África del Sur, Estados Unidos, Europa, que huya del pensamiento provinciano.

¿Qué autores le han inspirado intelectualmente, aparte de Fanon?

Hay muchos pero mi inspiración básica fueron dos cosas; las historias ancestrales de cuentos africanos que escuchaba de niño alrededor del fuego del hogar, todo ese mundo misterioso de la noche africana, porque en la época en la que yo crecía aún teníamos eso: la gente se reunía después de cenar para hablar y escuchar a los mayores explicar la mitología antigua… y también las interpretaciones que mi abuela hacia del Nuevo Testamento. Era cristiana, no sabía leer y me hacía sentar para que le leyera la Biblia en su lengua. Con nueve o diez años descubrías todo un imaginario. Esas son las influencias “fundacionales”, podríamos decir. Luego en la escuela leía mucho sobre la Grecia clásica. Esos son los tres pilares fundamentales y mitológicos que son como mi subsuelo. Más tarde me introduje en la literatura africana, con gente como Senghor, Aimé Césaire, Edouard Glissant… pero entre los teóricos mi influencia es bastante ecléctica; Foucault, particularmente, cuyo último curso en el College de France seguí, Castoriadis… Y conocía a Michel Certau y Paul Ricoeur. Ese sería mi paisaje.

 

[Fuente: Diario de París, La Vanguardia]

16 /

5 /

2016

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

+