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Albert Recio Andreu

Lo viejo y lo nuevo

I

La izquierda real siempre parece estar jugando a la oca y cayendo una y otra vez en la casilla de la muerte, que nos devuelve al punto de partida. Hace un año, las elecciones del 20D parecían abrir la puerta a una posibilidad de cambio. No solo éste no se ha producido, sino que entramos en el nuevo año en un clima mucho peor. La victoria de Trump y el ascenso de la extrema derecha europea apuntan a una línea de catástrofe en la esfera internacional, en campos tan diversos como los derechos humanos, el militarismo, el medio ambiente e incluso en la esfera económica internacional. En España, la derecha no sólo ha conseguido salir airosa del largo proceso electoral, sino cuenta con un marco político general muy favorable. Especialmente tras el golpe de estado en el PSOE, que asegura que, a corto plazo, no va a existir una posibilidad de coalición alternativa. Y para postre, el espectáculo navideño lo monta Podemos con una batalla en la que el ruido impide percibir cuál es el problema de fondo. Y es un ruido que recuerda el de otras pesadillas. Mala noticia para lo único bueno que parecía haber dejado el último ciclo político: la posible consolidación de un amplio espacio a la izquierda del PSOE, capaz de conectar y reforzar los movimientos e iniciativas sociales que se oponen de muchas formas a los desastrosos efectos del neoliberalismo tardío.

II

Vista desde fuera la batalla de Podemos recuerda otras del pasado. Lo único nuevo parece ser el lugar donde se desarrolla el conflicto. Pero por lo visto hasta ahora, el uso de los nuevos canales de comunicación no supone nada nuevo en términos de contenidos ni de contención. Como no estoy en el ajo, solo me puedo orientar por lo poco que trasciende. Y esto dice poco y malo de esta “nueva izquierda” (lo que no significa que la anterior fuera mejor). 

Hay tres temas entrelazados que complican la situación y en los que las organizaciones alternativas tropiezan una y otra vez: el de los liderazgos, el de la articulación organizativa, y el del proyecto.

Tal y como se desarrolla la batalla en Podemos, hay una polarización entre dos figuras ―Pablo Iglesias y Íñigo Errejón―, lo que a menudo convierte el enfrentamiento en una pelea entre clubs de fans. El problema de los liderazgos es atávico. Pero es particularmente sangrante en la sociedad de los medios de comunicación de masas en los que la capacidad de transmitir emociones por parte de los líderes se acentúa. Y es evidente que gran parte del tirón electoral de esta nueva izquierda a nivel nacional o local se ha basado en nuevas figuras que han conseguido atraer a sus propuestas a miles y miles de seguidores. Este es su mérito, pero también puede ser un límite. Los liderazgos fuertes a menudo tienden a personalizar los debates, y muchos de sus seguidores tienden a actuar más como club de fans que como activistas reflexivos, lo que aumenta los riesgos de polarización de los debates. El uso patológico de un arma de respuesta rápida como twitter aumenta las probabilidades de convertir cualquier roce en una espiral de tensiones que impide la búsqueda de buenas selecciones.

El segundo gran tema es el de los procedimientos. Esta cuestión ya se planteó en la primera asamblea de Podemos, y ahora está en el centro del debate. De hecho, es el único que ha trascendido y parece ser el campo de batalla principal entre errejonistas y pablistas. Las formas de deliberación y las reglas del juego no son nunca una cuestión menor.

La calidad de la participación, el respeto entre las partes o la capacidad de integrar a la gente de cualquier movimiento se refleja no sólo en sus reglas, sino también en la forma de gestionar la vida cotidiana. A menudo, es uno de los terrenos en los que las formaciones alternativas han fracasado. El modelo marxista–leninista del centralismo democrático tendía siempre a impedir cualquier disidencia y fue, posiblemente, una de las mejores vías para fosilizar el pensamiento y acción de muchas organizaciones de izquierdas. La opción de aceptar la organización de corrientes internas es mejor en cuanto permite la convivencia de gentes diversas en una casa común, pero a menudo se acaba traduciendo en un simple terreno de lucha por el poder entre los líderes de las diversas fracciones.

No hay soluciones organizativas perfectas, aunque intuyo (basándome en mi experiencia) que las mejores opciones están allí donde la gente tiene libertad de expresión e incluso de formación de corrientes en temas concretos (a menudo gente que discrepa en un tema está de acuerdo en otro) y donde las reglas garantizan respeto, reconocimiento del opositor y normas claras de elección y votación. Para que las reglas funcionen hace falta en el funcionamiento cotidiano predomine la confianza, la cooperación, el aceptar las limitaciones de cada uno. Algo que ponen en cuestión tanto las direcciones excesivamente autoritarias como los grupos de “conspiradores profesionales” que pululan en cualquier organización de un cierto tamaño (gente habitualmente inútil en el trabajo cotidiano, que centra toda su actividad en batallas internas por el poder, en crear conflictos reales o figurados). No hay modelos que solucionen estos problemas de una vez. Pero sí hay prácticas organizativas que pueden ayudar a hacerles frente.

Podemos nació con una cierta ingenuidad política. El modelo de las plazas, el del 15-M, es a todas luces un modelo inviable para una acción a largo plazo. El uso sistemático del referéndum telemático suele estar enfrentado tanto a la democracia deliberativa como a la promoción de una militancia verdaderamente cooperativa. Hace tiempo que se conoce que la participación masiva tiende a ser espasmódica, o cíclica. Y que cualquier proyecto estable requiere de personas que realicen una actividad permanente, que tengan un mayor grado de vinculación y que a menudo exigirán un nivel de corresponsabilidad mayor en la toma de decisiones. Y que deben ser tratados con respeto democrático. Por eso me pareció que el modelo del todo plebiscitario era poco sensato y que los procesos de listas plancha eran más que discutibles. Y me sigue pareciendo discutible que la elección de la dirección y el debate sobre el proyecto político deban hacerse a la par.

Seguramente me faltan datos para entender cuán radical es el debate en Podemos, pero me parece que banalizar las cuestiones de método es un grave error. Demasiados desmanes, cismas y torpezas se han producido en la izquierda por no tomar en consideración estas cuestiones. Construir un modelo alternativo al capitalismo pasa, entre otras cosas por aplicar métodos respetuosos con las gentes. Incluso con aquellos que nos pueden merecer poco respeto. 

III

Menos evidente para los que estamos fuera es la cuestión (sobre el proyecto político) de qué opción tomar. Si me oriento con lo que se ha publicado, parece que en Podemos coexisten tres corrientes: la anticapitalista, otra más rupturista (la que se supone que propugna Pablo Iglesias y seguramente está más próxima a lo que ha sido Izquierda Unida) y otra más reformista y moderada (por poner etiquetas la errejonista). A mi entender esta variedad de corrientes deberían tener cabida lógica en cualquier gran proyecto de izquierdas. Es más, posiblemente sería lógico que incluyeran otras corrientes (aunque pueden ser transversales a las ya existentes) polarizadas en torno al feminismo y al ecologismo. Pretender que unas corrientes son auténticas y las otras simplemente un submarino del poder, como ya se ha sugerido, me parece, al mismo tiempo, maniqueo y erróneo. Parte de una lectura que en el pasado ya dio lo que dio de sí (la de las dos orillas) y que ahora parece que se aplicaría a parte de la propia organización. Que es maniqueo es obvio; siempre que se aplican calificaciones en bloque se simplifica y se generan estereotipos (que demasiadas veces acaban por generar dinámicas difíciles de reconvertir).

Trataré de explicar porque lo considero erróneo. Hay un punto bastante común de partida entre toda la gente que se mueve en este espacio a la izquierda del PSOE: el rechazo a todas o algunas de los efectos de la gestión capitalista de la sociedad y, también, al funcionamiento del sistema político emanado de la transición. Es bastante posible que todas estas personas apoyaran un cambio institucional que diera lugar a un nuevo orden político, social y económico más democrático, igualitario y justo. Pero entre estas personas existen grandes diferencias en campos diversos. Su nivel de crítica a la situación actual es diverso, y también lo es su comprensión de los cambios estructurales que deberían hacerse para mejorar la situación. Es más fácil sensibilizarse con un fallo del sistema que tener una comprensión de su funcionamiento global, o una idea clara de qué hay que cambiar (sobre todo si la izquierda política e intelectual no es tampoco capaz de sugerir, más allá de esbozos muy vagos y alguna propuesta concreta, como podría ser una sociedad alternativa).

Si analizamos los movimientos sociales que mayor empuje han tenido en años recientes (más allá del 15-M, que fue más una expresión del descontento que un movimiento con una propuesta articulada), las diversas mareas, puede observarse que parte crucial de sus demandas eran sobre todo de reformas de lo ya existente (o simplemente hacían frente a recortes de lo que ya se tenía). Y es sobre este magma de sensibilidades distintas sobre los que hay que desarrollar un proyecto de largo recorrido. Para los más impacientes (o los que creen tener todas las claves intelectuales de la transformación social) hay el convencimiento de que existen autopistas directas para derribar el sistema o hundir el régimen del ‘77. Pero hasta ahora ninguna de estas propuestas políticas se ha mostrado capaz de vertebrar ningún vendaval real de cambio. Y cualquiera que milite en un movimiento social de base constata a diario el salto en el vacío que existe entre los discursos que somos capaces de construir y la subjetividad de muchas personas que participan en luchas o las tenemos en nuestra proximidad.

No reconocer esto conduce también a no poder desarrollar una buena política alternativa cuando se llega a las instituciones. Hasta ahora, ha sido en los Ayuntamientos, especialmente el de algunas grandes ciudades, donde se ha conseguido una mayor cuota de poder. Y creo que es ahí donde podemos medir lo que realmente es posible hacer, lo que se puede hacer bien y lo que nos puede hundir. Mi observatorio es Barcelona. Creo que es suficientemente bueno como para extraer conclusiones provisionales. Se trata de un grupo que cuenta con un liderazgo fuerte y carismático. Que con todos los titubeos propios de la novedad ha emprendido iniciativas con bastante decisión en campos tan diversos como el control del cáncer turístico, la lucha contra los desahucios, la lucha contra la contaminación apostando por el transporte público, la municipalización del servicio de agua, etc. No pretendo argumentar que todo se ha hecho bien, sino indicar que al menos se están intentando batallas que nadie antes se había planteado.

Y el balance de estas batallas es de una parte esperable: la brutal resistencia que están organizado los grupos tradicionales de poder y las trabas de todo tipo de la derecha política. También la debilidad institucional de la acción municipal frente al complejísimo entramado institucional que emana de la propia Comunidad Autónoma, del Estado central y de la Unión Europea. Pero también, y con esto no contaba un planteamiento político algo ingenuo, la ausencia, salvo en casos puntuales, de movimientos sociales suficientemente fuertes y estructurados para generar presión política y crear hegemonía social. Además, uno de los campos donde más dificultades encuentran es en la esfera de la gestión económica, como elaborar una propuesta que se enfrente a las presiones especulativas tradicionales, que genere diversificación, empleo y bienestar. En este caso el reto intelectual espera alguna respuesta.

La lección es que cualquier izquierda que llegue al poder se enfrentará a presiones y procesos sociales fuera de su control y a sus propias debilidades técnicas y políticas. Y creo que lo mejor que puede hacer es tanto explotar al máximo las posibilidades reformistas, como trabajar para la construcción de una nueva hegemonía social y encontrar respuestas satisfactorias a los problemas donde la vieja izquierda fracasó. Por ello, me parece necesario que en lugar de generar fracciones que separan, es necesario un buen sistema de conexión fluida entre las diferentes alas y sensibilidades. Entre los realistas que destacan las dificultades y los voluntaristas que quieren acortar tiempos. Y que nos haríamos entre todos un flaco favor si anteponemos las diferencias y somos incapaces de desarrollar un proyecto común, que sin duda tendrá tensiones y momentos críticos, pero que hay que saber superar con inteligencia y generosidad de miras.

No conozco ningún movimiento social, ninguna organización, ningún proyecto vital a largo plazo exento de contradicciones y tensiones, pero es evidente que sólo triunfan aquellos que son capaces de actuar con una tenaz apuesta por la cooperación y el buen trato. Demasiadas veces tengo la sensación de que hay gente que por dogmatismo, egocentrismo o simple miopía prefiere la conspiración o el sectarismo a intentar en serio la transformación social. Y no parece que, por desgracia, en este sentido lo nuevo sea tan distinto de lo viejo.

IV

Se podría acusar de que este comentario es una mera reprimenda moral de alguien que mira los toros desde la barrera. Nada más lejos. Si me preocupa la deriva de Podemos, como me ha preocupado antes la de Izquierda Unida, es porque estoy implicado en la construcción de un espacio de izquierdas sólido, durable, eficaz. El que se intenta construir en Catalunya como confluencia de diversas realidades (Podemos, Iniciativa per Catalunya, Esquerra Unida i Alternativa, els Comuns…). Se ha empezado a plantear el debate en clave ideológica y aquí, en términos generales, no va a haber problemas. Donde va a estar el meollo del proyecto va a estar en el diseño organizativo y en el programa de acción política. Donde deberemos saber construir un proyecto que no se comporte ni como un club de amigos, ni un espacio de pelea entre grupos que tratan de imponer sus tesis y su control organizativo. O que, por el contrario sea una creación realmente nueva de un marco organizativo donde las distintas sensibilidades generen sinergias, y que sea un marco útil para el fortalecimiento de un tejido social alternativo. De un verdadero bloque histórico transformador.

29 /

12 /

2016

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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