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El Becario

Españaña

Todo lo cutre de la España cutre está en ese coño de eñe; de ahí la Españaña. La Españaña es la España de Vox y del PP. A sus representantes se les oye decir con absoluto aplomo, en el Congreso de los Disputados, las mayores majaderías: que si la Españaña «se rompe», o su variante, «romper Españaña», o que hay comunistas en el gobienno (¡Santa Lucía les conserve la vista!); y acusar a Podemos de estar financiado por Maduro (como si tuviera con qué financiar) o acusar al presidente del gobienno de hacer tratos «con Eta»: todo vale, aunque sea contradictoriamente: Eta perdió y se desarmó; los etarras están mayormente en la cárcel o han cumplido condena. Ser nacionalista de algo que no sea la Españaña no es ningún delito: en realidad, por lo del nacionalismo, todo ese ñaque se parece de algún modo. (Véase si no: Catañuña. Españaña.)

También está el pijerío cutre, nacional: el pijerío de ese abogado de Vox, o de la ¿portavoz? del PP. Anda: echa muchos apellidos por delante, que parece que seas más. No alcanzo a comprender cómo el PP, que vive mayormente de votos campesinos, puede tener una ¿portavoz? siempre a punto de romperse los tacones altos. Claro que soy muy duro de mollera: tampoco entiendo por qué la aniñada-cutre de la Arrimadas sigue con la misma política por la que tuvo que irse su predecesor.. (ya ni me acuerdo de cómo se llamaba).

Entre las cosas más cutres de la Españaña está —no tanto por lo que hace, dicho sea prudentemente, sino al menos por los ademanes con los que lo hace— la Legión. Ese ñoño torcer el cuello hacia arriba de los legionarios —al igual que el capitán de la selección de fútbol, Ramos, que también tuerce el cuello—, como si buscaran a los Árcángeles del Cielo, es manifestación de una religiosidad externa, de gestos hacia el Supremo Hacedor (o hacia quien hace sus veces: hacia quien vigila los gestos que se hacen, o sea, la Superioridad, y perdonen por tantas haches, que solo soy un becario); igual que tantos futbolistas españoñoles y latinoamericanos que se santiguan al pisar el césped o dan gracias al Cielo, tan pendiente de ellos, al meter un golito. Todo eso va en antítesis directa —retomando la cuestión principal— a la religiosidad del cristianismo reformado. La Españaña es Trento, Inquisición, Hogueras, Humilladeros, Rollos.

(Ya casi nadie sabe qué son los Rollos, ni que se empleaban para el amojamado de los ajusticiados, antecedente de dejar que los asesinados yazgan podridos en las cunetas —ahora tengo que pedir perdón por los participios—.)

Hablando de pellejos, otro cutrerío son los tatuajes, que en esta época de consumismo hasta tienen panegiristas y, lo que es peor, dan vidilla a una industria boyante. No tan boyante, claro está, como la manía cutre que les ha cogido a los españoñoles de hablar de comida y de cocina.

¿Y esos presentadores «maestros-cutres» de los programas-concurso de TVE? Tratan a los niños o a los aspirantes a artistas con un autoritarismo tan manifiesto que parecen Pitecanthropus de la Españaña de otros tiempos… Algo menos cutres, pero también, esos locutores y locutoras de radio que no paran de ilustrarnos con el relato en vivo de pe a pa y en directo de sus propias vidas, historietas, preferencias, gustos, amigos…, todo ese ñaque.

El cutrerío del «¿lo quiere con IVA o sin IVA?» —o el más solapado: «¿quiere usted el ticket?»— es la versión low cost de la corrupción de cuello blanco: tenemos corrupción generalizada pero no una Mafia propia, autóctona (siempre dependiendo, mecachis —aunque solo mi tío el Lobo Feroz dice ya mecachis—, de las marcas extranjeras: mafia siciliana, mafia rusa, china, ‘Ndrangheta, camorra).

Cutrerío distinto es el del exceso de sentimentalismo: aquí los catalanes indepenentistas se llevan la palma. Torra llora ante los pedruscos del Born. ¿Saben ustedes que las lágrimas sentimentales hieden? Tienen una acidez repugnante. Pues así andamos. Entre el cutrerío y el hedor, un resto de lo que, quitando esas porquerías, podría ser un país magnífico, mientras la UE, antes de obligarnos a machacar nuestra seguridad social y las jubilaciones, no se nos lleve la paella, la siesta, el sol, el aceite de oliva, la tortilla de patatas y el resto de habilidades culinarias (¡pero nadie nos quitará las no culinarias!) caseras que nos hacen únicos en esa Europa de la que la mentada UE es solo una parte, porca miseria. Siempre nos quedará la lengua.

18 /

1 /

2020

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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