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Georgette Elgey y Jean-Philippe Derenne

Un crimen contra la memoria de la humanidad

La victoria de la coalición angloamericana sobre el régimen de Sadam Hussein ha ido acompañada de actos simbólicos: hospitales asaltados y saqueados, el museo y la biblioteca de Bagdad asaltados y quemados

Así pues, esta agresión que algunos, a riesgo de blasfemia, han presentado como amparada bajo el nombre de Dios, queda señalada por el abandono de enfermos y heridos, por la destrucción y el robo de ejemplares únicos, testimonios y memoria de toda la humanidad.

Privar a un ser humano o a una nación de su pasado es cometer un asesinato de consecuencias imprevisibles. Imaginemos que, dentro de algunos siglos, un agresor decidiera borrar todas las huellas de la contribución de los americanos en las dos primeras guerras mundiales, en la destrucción del nazismo y de la liberación de los pueblos. En la memoria de los hombres, los EEUU quedarían reducidos a un país fundado en un doble crimen contra la humanidad: la masacre planificada de los indios y la esclavitud.

Ante el desencadenamiento de la violencia social anárquica y ciega que han creado, los angloamericanos sólo han protegido un edificio, el del ministerio del petróleo. Es todo un símbolo de una invasión, condenada no sólo por la mayoría de pueblos y gobiernos, sino también por el papa, por los representantes de todas las iglesias cristianas importantes, por la mayoría de religiosos musulmanes; la ley de la violencia ha sustituido al derecho internacional.

Es el reino de la fuerza el que decreta qué tirano es malo y qué dictador es bueno, qué política, qué lengua y qué cultura son las apropiadas. Se humillan las tradiciones históricas. Los organizadores de esta agresión lo disponen todo de manera que todo el mundo se someta a su visión mercantil, con el pretexto de que son los únicos defensores de la democracia. El gobierno de un país se arroga el derecho de decretar lo que es bueno para todos los pueblos y de imponérselo mediante la violencia.

La «liberación» de Irak por la coalición angloamericana está condenada al fracaso. El presidente Bush parece tener la ambición de alcanzar el desgraciado límite de cuantos conquistadores, desde la Antigüedad, soñaron con el imperio y sembraron el caos. Esa coalición prescinde de la historia, de la demografía, de la imposibilidad de reducir millones de hombres a la suerte que se ha decidido en su nombre. Los grandes perdedores de esta loca aventura será Estados Unidos y también Israel, cuya supervivencia a largo plazo exige la concordia con los pueblos vecinos.

La cuarta guerra mundial, querida por determinados halcones que se han adueñado del poder en Washington, ha sido anunciada: no será la guerra de la libertad contra la tiranía, sino un baño de sangre en el cual el terrorismo ciego de unos incitará a la violencia arrogante y bárbara de los otros. ¿Resultan molestas la historia y la memoria? Modifiquémoslas. ¿Qué importancia puede tener la verdad histórica, el testimonio de la evolución de la humanidad? Sólo han de servir para justificar las intenciones de los amos. Cuanto moleste, cuanto sea diferente, puede ser destruido o robado, del mismo modo que ocurrió con las estatuas de Buda, destruidas por los talibanes. El museo de Kabul ha sido arrasado como lo fueran las civilizaciones precolombinas, la ciudad prohibida y el palacio de verano en Pequín, o la biblioteca de Alejandría.

¿Qué francés o inglés podría perdonar a un invasor que destruyera el Louvre, el museo Británico, la Biblioteca Nacional o la British Library? Tales actos sólo pueden suscitar odio y violencia. Acreditan la barbarie de quienes los han provocado y permitido.

En esta Semana Santa, en época de la Pascua en que el mensaje de Cristo ­amaos los unos a los otros, responded a la guerra con la paz, a la violencia con el amor­ debería orientar a los pueblos amantes de la libertad, es otro el lenguaje que nos invade: el del odio, el del desprecio, el de la violencia ciega y bárbara. Ha llegado el tiempo del crimen contra la memoria de la humanidad que silencia el mensaje del amor y de la paz.

[Fuente: Le Monde, Trad. María Rosa Borrás]

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2003

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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