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José Manuel Barreal San Martín

Un maestro y un niño

Centenario de A.Camus

A las maestras y maestros de la Escuela Pública que están sufriendo a Wert

 

El 7 de noviembre fue el centenario del nacimiento de Albert Camus, en Argel. Sobre Camus se dijo: “Los españoles deberíamos hacer con los artículos que nos dedicara [Camus] un breviario de la dignidad humana… todavía la especie es capaz de engendrar de vez en cuando ‘hombres humanos’, como Albert Camus”.

Camus escribió mucho y bien. Novelas y relatos; obras teatrales y ensayos. En reconocimiento a toda su obra le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en el año 1957.

Camus fue, y es quien es, entre otras razones, gracias a un maestro que tuvo la bendita idea de convencer a su abuela y a su madre, dos mujeres decisivas en su vida, de que el joven Albert no debía dejar la escuela y ponerse a trabajar. Su madre, Catherine, descendiente de campesinos de Menorca, analfabeta y medio sorda, creía que el destino de su joven Albert era ser tonelero como lo había sido su marido o como lo era su hermano, analfabeto y mudo. Sin embargo, aquel maestro, Louis Germain, que había educado a Camus en los pocos pero decisivos años de la enseñanza primaria, convenció a aquella familia de que debía hacer un sacrificio económico y permitir que el niño Camus pudiera hacer el Liceo y el bachillerato. Así fue, como Camus se graduó como bachiller, fue a la universidad de Argel, se hizo periodista y todo gracias a su maestro que fue capaz de ver más allá del aula.

Todo esto lo cuenta Camus en su libro inacabado El primer hombre, obra que el escritor estaba elaborando cuando le llegó el fatal accidente automovilístico del 4 de enero de 1960 que acabó con su vida.

Muchos años después de aquello, el niño Albert Camus tiene ya 46 años; le escribe una carta a su querido maestro con el que no ha perdido contacto. En ella le cuenta que ha esperado a que se apagara el ruido que ha rodeado su premio Nobel, premio que, dice él, no ha buscado ni pedido; “cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto… y de confirmarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continuarán siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido. Le abrazo con todas mis fuerzas”.

Louis Germain le contesta en una larga carta que ha pasado a los anales de la pedagogía moderna. Entre otras cosas, dice en ella:

Antes de terminar, quiero decirte cuánto me hacen sufrir, como maestro laico que soy, los proyectos amenazadores que se urden contra nuestra escuela. 

Creo haber respetado, durante toda mi carrera, lo más sagrado que hay en el niño: el derecho a buscar su verdad. Os he amado a todos y creo haber hecho todo lo posible para no manifestar mis ideas y no pesar sobre vuestras jóvenes inteligencias. Cuando se trataba de Dios (está en el programa), yo decía que unos creen y otros no. Y que en la plenitud de sus derechos, cada uno hace lo que quiere. De la misma manera, en el capítulo de las religiones, me limitaba a señalar las que existen, y que profesaban todos aquellos que lo deseaban. A decir verdad, añadía que hay personas que no practican ninguna religión. Sé que esto no agrada a quienes quisieran hacer de los maestros unos viajantes de comercio de la religión y, para más precisión, de la religión católica. En la escuela primaria de Argel (instalada entonces en el parque de Galland), mi padre, como mis compañeros, estaba obligado a ir a misa y a comulgar todos los domingos. Un día, harto de esta constricción, ¡metió la hostia «consagrada» dentro de un libro de misa y lo cerró! El director de la escuela, informado del hecho, no vaciló en expulsarlo. Eso es lo que quieren los partidarios de la «Escuela libre» (libre… de pensar como ellos). Temo que, dada la composición de la actual Cámara de Diputados, esta mala jugada dé buen resultado. Le Canard Enchainé ha señalado que, en cierto departamento, unas cien clases de la escuela laica funcionan con el crucifijo colgado en la pared. Eso me parece un atentado abominable contra la conciencia de los niños. ¿Qué pasará dentro de algún tiempo? Estas reflexiones me causan una profunda tristeza.

27 /

11 /

2013

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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