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Antonio Antón

Sujetos. Una crítica a los paradigmas posmoderno y cultural

Introducción

Los movimientos sociales, viejos y nuevos, han solido compaginar la acción colectiva, redistribuidora y de reconocimiento, con cambios en la conciencia social y nuevas mentalidades, así como con la construcción, desarrollo y libertad de los sujetos individuales (Antón, 2013a). No siempre ha sido así y los conflictos en la relación entre los intereses y dinámicas colectivas y de sus élites, a veces, han estado en contraposición con las libertades y el empoderamiento de las personas activas, participantes de la protesta social o de redes y asociaciones. Precisamente, las últimas experiencias participativas y comunicativas del movimiento de indignación han supuesto un nuevo reequilibrio y combinación entre los dos aspectos de la participación en las movilizaciones sociales y el tejido asociativo: el desarrollo personal de los activistas y sus relaciones interpersonales y el fortalecimiento de un movimiento social con intereses y objetivos más generales. Los dos polos de lo individual y lo colectivo, o más bien, los dos aspectos del individuo, lo estrictamente individual y lo social (su vínculo), incluyendo la interrelación virtual o en red, han dado lugar a una nueva experiencia vital. Es conveniente una reflexión más profunda sobre este complejo fenómeno para definir el alcance y las características participativas, especialmente de jóvenes, en la protesta colectiva (Alonso, 2014).

Los procesos de individualización (o individuación) pueden ser contradictorios, así como la relación de individuo y sociedad (y Estado o mercado). Con un estatus socioeconómico acomodado y una posición social de ventaja, se puede partir de esas relaciones sociales ‘seguras’ y darlas por descontadas. Entonces el proyecto de individuación se puede realizar haciendo abstracción de ellos, solo volcándose en la autoafirmación personal. Aun así, el plano individual sigue siendo ambivalente: se puede desarrollar desde la supuesta libertad del consumismo compulsivo hasta la amplitud de las posibilidades de elecciones vitales en distintos ámbitos culturales y subjetivos. En el otro extremo, con una situación precaria respecto de los vínculos e instituciones económicas y sociales o con posiciones de fuerte subordinación y dependencia, es mucho más difícil ese proceso de individualización (incluido el consumismo) centrado en el yo; se generan sujetos frágiles o, más aún, individuos fracasados en su propia construcción personal y en sus relaciones sociales, sin poder constituirse en sujetos autónomos. En consecuencia, son desiguales las condiciones sociales en que los distintos grupos e individuos pueden avanzar en la libertad y el desarrollo personal.

En consecuencia, la construcción del yo es interdependiente y está combinada con las características del vínculo social y las relaciones sociales; se diversifica y se complementa según las necesidades materiales y culturales, las coberturas institucionales y las exigencias individuales y colectivas de igualdad. En ese sentido, podemos afirmar:

Es imposible la construcción aislada de una identidad individual, pues el individuo solo logra tomar conciencia de su individualidad por medio de la mirada del otro, esto es, el vínculo social no es externo a la persona sino que es una de sus dimensiones constitutivas y la subjetivación solo puede formarse en procesos intersubjetivos, por lo que el individuo solo es posible individualizarse, en el sentido más literal de la palabra, en sociedad (Alonso, 2014: 293).

En otra parte, se han explicado las críticas y la necesidad de superar los determinismos, económico (de influencia marxista) y político (teoría de la estructura de oportunidades políticas) (Antón, 2014). Aquí, nos centramos en la valoración de dos paradigmas: el posmoderno o individualismo extremo y el cultural. Son distintos entre sí pero tienen en común posiciones posmaterialistas que infravaloran el vínculo social del ser humano, la cuestión social y la acción colectiva transformadora, centrándose en el sujeto individual.

Insuficiencias del paradigma individualista extremo o posmoderno

Es pertinente la crítica a las ideas posmaterialistas (posmodernas o postsociales), de infravaloración de las desigualdades y las agresiones materiales, sean socioeconómicas o político-institucionales (y de seguridad personal, ambiental o internacional). Ese pensamiento ha mostrado su distanciamiento, sobre todo, con la nueva realidad derivada de la crisis socioeconómica y sus graves consecuencias, así como con la indefensión y el desamparo institucional de la mayoría de la población, cuya preocupación queda ampliamente reflejada en las encuestas de opinión. La situación actual ha cuestionado, especialmente en el Sur europeo, la idea optimista liberal de que la población vive en un mundo ‘desarrollado’, con una economía avanzada, un Estado de bienestar suficiente y una democracia auténticamente representativa por encima de los poderes oligárquicos. Desde esa visión, las sociedades tenían todas sus condiciones vitales básicas resueltas y similares oportunidades y capacidades, en el doble plano individual y grupal.

En esa situación de ‘fin’ de la problemática social, de su relevancia para la acción colectiva, la actividad de los individuos se debía centrar en su autodesarrollo personal y su progreso cultural. Su lógica era la meritocracia individual con supuesta igualdad de oportunidades. Desde esa opinión liberal o posmoderna, incluso los movimientos sociales, ya innecesarios o marginales, se caracterizaban como ‘culturales’ (en la acepción de cambio solo de la subjetividad o las mentalidades, no de las costumbres, prácticas y relaciones sociales que si se integran en ese concepto de cultural sería sinónimo de ‘social’): no existían relaciones significativas de dominación y desigualdad. Se habrían superado, supuestamente, las desigualdades específicas en que estaban enraizadas las disfunciones individuales existentes, desconsiderando las relaciones ‘sociales’ discriminatorias y su componente colectivo y dejando al sujeto (individual) en el plano de la autoafirmación personal. Se infravaloraba el componente social de la persona al que se considera ‘externo’ (o que impide el libre desarrollo propio) y se priorizaba la libertad individual. Dejaba de tener sentido la acción colectiva transformadora, los movimientos sociales o los sujetos sociopolíticos. Era suficiente el desarrollo individual (consumista o cultural). El vínculo social, la solidaridad y la participación pública quedaban en un plano secundario y ésta se expresaba a través del cauce electoral y la delegación representativa. Era la conclusión del pensamiento posmoderno, similar al individualismo liberal extremo.

La cuestión es que el vínculo social es constitutivo del ser humano y la acción por la igualdad es fundamental para el propio individuo (y la construcción de la sociedad) y necesaria también para profundizar en su libertad. Ahora, especialmente, se ha puesto en evidencia el idealismo de ese individualismo nihilista, la irrealidad de su negación de lo público y lo social.

Por un lado, hay estructuras sociales, económicas y políticas que constriñen al individuo y existen relaciones de dominación que subordinan la libertad individual bajo intereses de distintos grupos sociales o minorías oligárquicas. Por otro lado, para el desarrollo personal son imprescindibles, unos vínculos sociales y unas instituciones colectivas que le den soporte vital, con un papel necesario y positivo para su autoafirmación individual.

Por supuesto, los cambios en el plano cultural son fundamentales y el proceso de empoderamiento personal y las correspondientes condiciones de defensa y desarrollo de los derechos, libertades y capacidades individuales son claves. Lo que se discute aquí es el paradigma irreal del fin de la problemática social o ‘material’, socioeconómica, político-institucional y de seguridad y convivencia básica. Y lo que se pone de relieve es la nueva importancia y dimensión de la cuestión social, el retroceso en la igualdad, las garantías democráticas y la integración social y cultural, así como la necesidad de su superación a través de la activación de la ciudadanía y sus valores democráticos y de justicia social. Se modifica y se combina de forma distinta lo individual y lo colectivo, lo privado y lo público, lo personal y lo social (o lo político); pero ambos polos siguen teniendo vigencia, aunque más entremezclados y con zonas intermedias.

La fragmentación de la estructura social y laboral, los distintos soportes materiales, de capacidades humanas y relacionales, las diferentes necesidades personales según las condiciones diversas de la población, así como la segmentación y el debilitamiento de las instituciones protectoras y los servicios públicos, hace que la situación individual de las diferentes capas de la sociedad sea desigual. El punto de partida y las condiciones del proceso para el desarrollo personal o la autoafirmación del yo son distintos. Por tanto, para la mayoría de la sociedad disminuye la igualdad de oportunidades, según su origen, contexto y trayectoria. Aparte de las élites, las clases medias están en condiciones (materiales, culturales, relacionales…) mejores, y suficientes para asegurar sus condiciones vitales básicas. Tienen la cobertura material y vital de las instituciones sociales (o del mercado) y, a partir de ahí, pueden priorizar la propia autorrealización personal. Las capas trabajadoras, particularmente los sectores precarizados y con riesgos de pobreza, marginación o exclusión social, necesitan el apoyo y la reconstrucción de las instituciones colectivas y las redes de seguridad y reciprocidad. Tienen, por una parte, mayores necesidades, individuales y colectivas, y, por otra parte, mayor desamparo público y privado. Por tanto, su realización o su libertad personal está ligada directamente al aumento de la solidaridad colectiva, tanto a nivel inmediato (redes, amistades, familia, grupo de proximidad…) cuanto a nivel institucional y más global (Estado de bienestar completo, igualitario y solidario, movimientos y grupos sociales amplios…). La libertad individual está indisolublemente unida a la igualdad y el vínculo social. Hoy día, con la ampliación de la sociedad del ‘riesgo’, la desigualdad de los mercados y las consecuencias de la crisis, se ha fragilizado la seguridad colectiva y las trayectorias laborales y vitales son más inciertas. Afecta incluso a las capas medias, sometidas también a procesos de empobrecimiento e incertidumbre.

En consecuencia, el individualismo extremo, opuesto a lo social, no es la solución. Es una ideología (irreal) que para las personas y grupos sociales acomodados (en sus condiciones materiales, relacionales y culturales) puede serles funcional en un doble sentido. Obscurece esa posición de privilegio o ventaja (o la achaca a los méritos individuales) y, al mismo tiempo, para las personas y grupos desfavorecidos infravalora sus necesidades y demandas de mejores relaciones sociales y traslada la responsabilidad de su posición subordinada a su actuación individual, llevándoles a un callejón sin salida. Para los individuos y grupos subordinados su imprescindible afirmación personal puede constituir una motivación para relacionar su libertad con la solidaridad del (y con) ‘otro’, su participación en la construcción de ‘redes’ y vínculos sociales y la acción contra los agentes y estructuras de dominación. Por tanto, existe otro ‘individualismo’ (social, democrático o liberador), que lejos de promover un retraimiento subjetivo de la persona, puede fortalecer su subjetividad, enlazar su cultura y su comportamiento con la defensa de los derechos humanos y unas instituciones más justas y evitar un cierre grupal identitario.

La idea liberal de los derechos humanos que pone el acento en la libertad individual y el desarrollo cultural propio, es positiva y fundamental, frente a discriminaciones diversas. Es todavía más profunda si se le asocia la tarea de profundizar en las capacidades humanas. Pero hay que dar otro paso desde una perspectiva de una ciudadanía social plena: garantías de igualdad y solidaridad, no solo mínimas o básicas, sino con mecanismos, estabilidad y niveles suficientes y en el conjunto de las relaciones socioeconómicas e institucionales. Es necesario avanzar en un enfoque social, integrador e interactivo, que interrelacione los derechos humanos, civiles, sociales, económicos y políticos, en el doble plano individual y social y en los dos ámbitos, personal y colectivo, tal como desarrollo en otra parte (Antón, 2014, y 2013b). En consecuencia, para terminar este apartado, podemos destacar la idea:

La necesidad de soportes colectivos (materiales, sociales, culturales, simbólicos) para el desarrollo de la individualidad, y estos soportes pasan por el grupo, la acción colectiva y las instituciones, instancias todas ellas íntimamente vinculadas e interpenetradas (Alonso, 2014: 293).

Touraine: Unilateralidad de una mirada social desde la cultura

Un caso particular en la investigación de la problemática de la protesta social lo representa el importante sociólogo francés A. Touraine (2005, y 2009), referencia en Europa del estudio de los movimientos sociales y que en su nuevo paradigma pone el acento en el sujeto ‘personal’. Dice este autor:

El individuo en tanto que moderno escapa, pues, a los determinismos sociales, en la medida en que es un sujeto autocreador. A la inversa, el individuo social es determinado por su posición en la sociedad (2005: 114). O bien: No hay sujeto si no es rebelde, dividido entre la cólera y la esperanza… La idea de sujeto evoca para mí una lucha social como la de la conciencia de clase o la de nación, pero con un contenido diferente, privado de toda exteriorización, vuelto por entero hacia sí mismo, permaneciendo profundamente conflictivo (p. 129)… El sujeto es la convicción que anima un movimiento social y la referencia a las instituciones que protegen las libertades (p. 131).

Aquí, al compromiso público y la acción colectiva se llega desde la valoración del sujeto personal y frente a todo lo que impide su autorrealización. Su conclusión es que la vuelta sobre sí mismo, reportará al individuo transformarse en sujeto individual y de ahí combatir los aspectos que constriñen su individualidad. O dicho de otra forma, el individuo es portador de derechos fundamentales, con una relación conflictiva consigo mismo, y se forma en la medida que entra en conflicto con las fuerzas dominantes que le niegan el derecho y la posibilidad de actuar como sujeto (2005: 141).

Por tanto, este autor revaloriza el papel del ‘sujeto’ (individual) y los derechos humanos universales, como cultura fundamental para guiar la acción social y hacer frente, principalmente, al conflicto étnico, al que considera central en esta época en Francia. Incluso había llegado a plantear positivamente que los movimientos sociales son constitutivos de la sociedad misma.

No obstante, en su nuevo paradigma interpretativo considera superada la acción de los viejos y los nuevos movimientos sociales. Y, sobre todo, prioriza como eje central el desarrollo propio del individuo, en oposición a lo social que asimila a las viejas relaciones sociales y los vínculos asociativos ya obsoletos o superados de la sociedad ‘industrial’. Su nueva mirada ‘social’ parte del desarrollo de la conciencia ética de los derechos humanos, para avanzar en la propia liberación individual y desde ahí, enfrentarse a sus condicionamientos. La motivación no es la problemática del individuo con su componente social y menos la situación social de discriminación o desigualdad confrontada a una conciencia ética igualitaria y solidaria. De ahí que llegue a ese límite de que lo fundamental es un nuevo recomienzo del sujeto individual, desconsiderando su componente social [Por ejemplo: Lo fundamental hoy no son los conflictos políticos, ni siquiera las luchas sociales, es el advenimiento del sujeto humano, consciente de sus derechos universales en pleno apocalipsis (Touraine, 2009: 242).].

Pero aquí, aun partiendo de la prudente prevención de no absolutizar la acción política y social, Touraine vuelve al otro extremo, priorizar la consciencia cultural de sus derechos por el sujeto humano advirtiendo de la no subordinación del sujeto. Incluso en otra formulación más matizada se plantea que en vez del interrogante tradicional de la izquierda de

cómo hacer que renazcan los vínculos sociales destruidos… es mucho más importante definir las exigencias y las protestas a partir de las cuales se forman de nuevo actores y nuevos retos sociales, en pocas palabras, una nueva figura del sujeto (2005: 246).

Esa expresión podría valer si no se queda solo en construir el sujeto (individual), se admite que se deben abordan nuevos retos sociales y que las protestas también deben guiarse por esos desafíos transformadores, no solo por su influencia en el cambio cultural de ‘su’ sujeto personal. En ese sentido deberíamos partir de que el sujeto es individual porque es social (y viceversa) (Alonso, 2014, 257).

La cuestión, aparte de la interacción de las dos dinámicas, la participación en el conflicto sociopolítico y la construcción social y cultural del sujeto individual y colectivo, es cómo se avanza en esa consciencia sobre la importancia de los derechos humanos. Además de la educación (institucional o de otros agentes) en esos valores y la actividad divulgativa de las élites intelectuales, ese avance se consolida con la propia participación (con otras personas) en la pugna social y el trabajo asociativo solidario. No obstante, desde el punto de vista progresista, sería ingenuo darles toda la responsabilidad a las instituciones o las élites para la transformación cultural de la población. Más que facilitar su ‘liberación’ individual se podría caer en una mayor dependencia personal. Por tanto, sería necesaria la propia activación solidaria y democrática de las personas a través de su agrupamiento, sus redes y su acción colectiva. Es decir, volveríamos al nuevo comienzo de la conveniencia de la movilización social o la activación de la ciudadanía como dinámica fundamental del cambio cultural individual y colectivo (y sociopolítico).

Como señala Touraine, la construcción personal y la afirmación de sus derechos ‘sustrae al sujeto individual de las presiones del poder’. Igualmente podemos señalar otra idea similar:

La individuación se alcanza con la resistencia a las pruebas con que tropezamos en diversos ámbitos de la vida más que mediante el aislamiento o la integración en el grupo (Touraine, 2009: 133).

Está clara la vinculación entre construcción personal y resistencia frente a los factores opresores que la impiden; nunca la solución es el repliegue hacia sí mismo (aunque sí cabe mayor autorreflexión). Pero el motivo de rebeldía sigue siendo solo el interés del sujeto individual, y es insuficiente para fortalecer las relaciones interpersonales, generar la necesaria fuerza social y los cambios de mentalidades a gran escala, tener un impacto transformador y frenar colectivamente el inmenso poder de los poderosos o dominadores. No da el paso de que con el cambio cultural y la conciencia de sus derechos, el sujeto individual puede y debería pasar a conformar un sujeto colectivo transformador. Su concepción del yo es puramente individual, desconsiderando su componente social y, por tanto, los compromisos solidarios que devienen por ese vínculo social. La participación en una acción colectiva transformadora, liberadora e igualitaria, no necesariamente es externa al propio individuo o perjudicial para su proceso de individuación. Esa prevención deriva de que esa acción social la asimila como contraproducente e innecesaria, relacionada con el pasado, para él superada, o que ahogaría esa construcción del yo. Pero, con la gravedad de la cuestión social y del resto de problemáticas sociales y políticas, incluyendo la discriminación de las mujeres y las grietas de la integración social y la convivencia étnica, el futuro transformador progresista se presenta más difícil como para confiar solo en el cambio cultural individual. Por tanto, la acción social colectiva, basada en los vínculos sociales, es imprescindible para la transformación de la sociedad y de los propios individuos.

Este autor es consciente de la dimensión de los problemas de todo tipo en la sociedad, pero no ve o incluso considera problemático el impulso de (nuevos) movimientos sociales bajo tres argumentos unilaterales: 1) el progreso ‘cultural’ o moral de los individuos les lleva a la resistencia (individual) y ello es el mecanismo principal (en un Estado democrático) que garantiza la transformación de la sociedad; 2) muchos agrupamientos o movimientos colectivos tienden a ahogar la necesaria individuación (como autoafirmación) o a degenerar en dinámicas dominadoras antipluralistas y de cierre identitario; 3) el objetivo principal de un movimiento social sería “defender la libertad del sujeto individual, y por lo tanto los derechos fundamentales, al margen de la defensa de intereses o de ideas” (2009: 151).

Es decir, prioriza el componente de libertad y no considera el otro componente fundamental, el de igualdad, que también es sustancial para el sujeto individual y está relacionado con su componente social. De ahí que el movimiento social lo defina por un aspecto (importante) del individuo, su autoafirmación, dejando en un segundo plano su carácter precisamente ‘social’, de generar tejido asociativo, fuerzas sociales y capacidad transformadora… de las relaciones sociales o interpersonales. Los motivos basados en la defensa de unos intereses (por ejemplo, la liberación y la igualdad de las mujeres o la exigencia de empleo decente) o ideas (por ejemplo, los derechos sociales, ambientales y democráticos) son fundamentales en la definición de un movimiento social y en la caracterización de las demandas de las personas; no hay que contraponerlos a la libertad individual. Todo ello no es externo al individuo sino que forma parte de la responsabilidad del sujeto (individual y colectivo) por sus vínculos sociales. Esa formulación de movimiento social y de las motivaciones principales del individuo en su relación con la sociedad supone volver hacia el individualismo de la concepción posmoderna o liberal del individuo, aislado de la sociedad y definido por su autoafirmación o libertad, dejando de lado la igualdad y sus compromisos sociales (Antón, 2013b). Es un callejón sin salida que no construye movimiento social, o que lo instrumentaliza como medio (exclusivo) para la construcción del yo (que luego derivaría en rebeldía).

Por otra parte, aun considerando razonablemente y tomando precauciones sobre los riesgos reales de la degradación autoritaria y antipluralista de algunas dinámicas populistas, comunitaristas-identitarias y burocráticas, en el grueso de los movimientos sociales progresistas han prevalecido las actitudes democráticas, participativas e integradoras, en particular, en el actual ciclo de la protesta social en España. Los procesos participativos en la indignación y la protesta social han combinado, normalmente, la individuación y las relaciones interpersonales de los participantes, junto con dinámicas sociopolíticas frente al poder con un contenido liberador o democratizador e igualitario. Y estas últimas han reforzado, a su vez, su subjetividad, sus capacidades culturales y relacionales y su cultura cívica.

La afirmación de la cultura universalista de los derechos humanos y, especialmente, el desarrollo de una orientación intercultural e integradora, es fundamental para evitar las tendencias, por un lado, de xenofobia y racismo, preocupantes, en Francia, en las derechas e incluso en algunos líderes del partido socialista, y por otro lado, de cierre identitario, muy fuerte en ese país entre la población de origen inmigrante. Son muy sugerentes las aportaciones de Touraine en ese sentido, desarrollando un universalismo moderado, frente a, por una parte, la ‘asimilación’ tradicional francesa, con tonos impositivos y no respetuosa de la diversidad cultural y el pluralismo, y por otra parte, al multiculturalismo o relativismo cultural que considera legítima o no juzgable cualquier pauta cultural de un grupo étnico y niega validez a los derechos humanos universales.

Pero volviendo al hilo de los enfoques apropiados para abordar esta problemática social (y no solo cultural), vemos que, en este caso, para garantizar la interculturalidad y la integración social y cívica, también hay que apostar por transformaciones institucionales, económicas y laborales que favorezcan la igualdad en todos los campos, permitan la integración profesional y vital de los sectores de origen inmigrante, eviten las brechas sociales y su bloqueo en las escalas inferiores, así como las distancias con los de arriba (y originarios franceses) y la segmentación laboral, de servicios y prestaciones públicos y espacial. Es decir, aplicar los derechos civiles, políticos y sociales, con una perspectiva de ciudadanía social plena e integrada, supone un cambio de mentalidades y una profunda transformación sociopolítica y económica, que necesita del impulso social de un fuerte movimiento popular progresista.

En consecuencia, la mirada social que nos propone Touraine, como marco de un pensamiento distinto para el siglo XXI, es insuficiente y unilateral, sobre todo para el momento actual de una importante crisis socioeconómica y política (y medioambiental). Hace referencia a realidades parciales, infravalora lo social y sobrevalora lo cultural. Y no considera un factor clave (explicitado en la realidad francesa y europea con posterioridad a sus escritos): el impacto de la crisis sistémica y sus graves consecuencias de desigualdad y la crisis de confianza y legitimidad social en las clases políticas gobernantes, gestoras de la austeridad, con el incumplimiento de su contrato social con la mayoría ciudadana (Antón, 2013a; Piketty, 2014).

Como dice Krugman, detrás de las políticas regresivas y antisociales “hay un sesgo de clase”. El bloque de poder de las clases dominante aparece nítidamente ante la sociedad, y ésta responde desde sus intereses de frenar esa involución socioeconómica y política y su cultura democrática y de justicia social. No se trata de volver a los viejos paradigmas marxistas o economicistas, ni tampoco de priorizar la acción sindical. Sino de levantar acta de la nueva importancia de la desigualdad socioeconómica y las nuevas dinámicas y conflictos sociopolíticos y renovar un marco interpretativo que dé relevancia a la realidad social que, por otra parte, es conocida y criticada por la mayoría de la ciudadanía, para promover una respuesta ciudadana adecuada.

Así, este importante sociólogo acierta en muchas críticas hacia lo que denomina el “discurso interpretativo dominante” (en Francia), cuajado de determinismo económico, funcionalismo y estatismo acrítico. No obstante, no pone el énfasis crítico suficiente en el neoliberalismo o liberalismo económico, ideología principal del poder económico y político francés y europeo, que está definiendo las estrategias de debilitamiento de los derechos sociolaborales y el modelo social europeo y ampliando la desigualdad social y los rasgos oligárquicos y autoritarios en los estados europeos y el conjunto de la UE. Y ese pensamiento es el que tiene un mayor impacto institucional en los países periféricos como España, tanto en la derecha conservadora como en la socialdemocracia gobernante.

Las transformaciones son muchas y la sociedad industrial clásica, con sus sujetos y paradigmas, no va a volver. Pero la problemática de lo social, la acción sociopolítica (y cultural) frente a la subordinación de capas populares y la conveniencia de nuevos sujetos colectivos, con nuevas características, siguen vigentes y han cobrado un nuevo significado y gran actualidad. Ello exige, precisamente, un nuevo enfoque ‘social’ y crítico para interpretar adecuadamente la sociedad y apostar por su transformación progresista.

En un libro reciente, tras más de dos años de crisis, Touraine analiza la nueva situación pero sigue insistiendo en que el nuevo horizonte debe fundarse en el “conocimiento y en la conciencia de uno mismo. En una creatividad puesta lejos de la economía sin utilidad y sin realidad” (2011: 29); frente a la ‘catástrofe’ apuesta por una difusa ‘refundación’ de la sociedad. La cuestión es que al no romper con su enfoque individualista y cultural, su alternativa de la ‘conciencia de uno mismo’ es insuficiente para afrontar la crisis sistémica y avanzar a una sociedad más justa. Habría que volver a analizar, por un lado, las condiciones reales (económicas, políticas sociales, culturales) de desigualdad y dominación, la nueva importancia de la cuestión social y las tendencias regresivas en distintos ámbitos y relaciones sociales, y por otro lado, las dinámicas de resistencia colectiva de las capas subordinadas, la conformación de los procesos de protesta social y la constitución de actores colectivos, cuestiones candentes que sigue infravalorando. Por tanto, a su prioridad por el sujeto individual consciente de sus derechos le hace falta la dimensión social y colectiva de una acción transformadora, enraizada en las necesidades y demandas de la población subordinada.

Hoy ese paradigma del cambio cultural del sujeto individual es insuficiente; expresa una parte (significativa) de la realidad, pero sus límites quedan más en evidencia con el impacto de la crisis sistémica, la austeridad y la fuerte involución social y democrática, nuevas dinámicas de desigualdad, subordinación individual y segregación, junto con procesos de protesta social progresista. Sus textos están publicados en Francia antes de esos cambios, en los años 2005 y 2007, y parte de ellos ha quedado rápidamente envejecida. Ahora su enfoque es más unilateral para analizar la importancia de la nueva cuestión social, la conformación de sujetos y movimientos sociales y la pugna sociopolítica y cultural por los derechos económicos, sociolaborales y democráticos, y su nueva investigación no supera ese enfoque. Por tanto, junto con el cambio ‘cultural’ individual, es cada vez más perentoria la acción individual y colectiva por la transformación de sus vínculos y relaciones sociales y la participación activa en movilizaciones populares progresistas que pugnen por el cambio social y político y la defensa de los derechos humanos, al mismo tiempo que profundizan en el cambio cultural y procuran el desarrollo personal y la autoafirmación de sus participantes.

 

Bibliografía

Alonso, L. E. y Fernández, C. J. (2014): Los discursos del presente. Un análisis de los imaginarios sociales contemporáneos, Madrid, Siglo XXI.

Antón, A. (2014): Sujetos y clases sociales, Madrid, Fundación 1º de Mayo.

Antón, A. (2013a): Ciudadanía activa. Opciones sociopolíticas frente a la crisis sistémica, Madrid, Sequitur.

Antón, A. (2013b): “Igualdad y libertad: fundamentos de la justicia social”, en Revista Internacional de Educación para la justicia social, Vol. 2 (1), pp. 173-194, Madrid.

Piketty, T. (2014): Le capital au XXIe siécle, París, Seuil.

Touraine, A. (2005): Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy, Barcelona, Paidós.

Touraine, A. (2009) [2007]: La Mirada social. Un marco de pensamiento distinto para el siglo XXI, Barcelona, Paidós.

Touraine, A. (2011): Después de la crisis: por un futuro sin marginación, Barcelona, Paidós.

 

Antonio Antón es profesor honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid

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2014

La lucha de clases, que no puede escapársele de vista a un historiador educado en Marx, es una lucha por las cosas ásperas y materiales sin las que no existan las finas y espirituales. A pesar de ello, estas últimas están presentes en la lucha de clases de otra manera a como nos representaríamos un botín que le cabe en suerte al vencedor. Están vivas en ella como confianza, como coraje, como humor, como astucia, como denuedo, y actúan retroactivamente en la lejanía de los tiempos.

Walter Benjamin
Tesis sobre la filosofía de la historia (1940)

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