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Alejandro Gaita

Un tren sale de Vladivostok en dirección al abismo...

El tren de largo recorrido avanza hacia el abismo, y cada día que pasa la vía es un poco más cuesta abajo. Por eso cada día que pasa vamos un poco más deprisa. Las vistas, por otro lado, son espectaculares, y el tren es extremadamente confortable. Así que todos estamos encantados: maquinistas, revisores, el personal del bar y los pasajeros. Cada cual desde su lugar contribuye a que el viaje siga como hasta ahora. Eso sí, cada día que pasa va quedando menos combustible. Y menos comida, nos comentan desde el vagón-restaurante.

Hace una semana, un revisor advirtió de que, por este camino, la pendiente sigue aumentando. Hoy ha pasado por los pasillos insistiendo, un poco pesado: en algún momento tenemos que empezar a frenar, y, luego, dar la vuelta. La verdad es que el viaje panorámico ha sido increíble, la experiencia de nuestras vidas, pero empezamos a estar de acuerdo en que seguir alejándonos de la ciudad no es buena idea. Sin embargo, está claro en que con la velocidad que llevamos, frenar de golpe supondría muchas incomodidades. Y luego no está nada claro que sea posible tender vía nueva para dar media vuelta. La idea de ir marcha atrás nos parece ridícula, desde luego.

La velocidad se empieza a hacer incómoda: a algunos pasajeros les ha caído equipaje encima al pasar por un tramo de vía mal mantenida. Nos proponemos nombrar a unos cuantos portavoces de entre los vagones de primera y segunda clase, y discutirlo para buscar una solución razonable dentro de una semana. Los maquinistas están preocupados, dicen que si seguimos cogiendo velocidad va a ser muy difícil frenar. Algunos pasajeros defienden lo contrario: dicen nosequé de una mano invisible y que, cuando de verdad sea necesario, a los maquinistas se les ocurrirá cómo ponerle alas al tren para volar de regreso a la ciudad. No tenemos claro si son de una secta o algo, pero su mensaje es bastante más tranquilizador que el de los propios maquinistas, que parecen unos agoreros.

Ha pasado otra semana, y desde el vagón-restaurante han hecho inventario y nos dicen que, aunque frenásemos ya, la comida no alcanzará para volver. Me parece una actitud muy irresponsable: un mensaje así de alarmista podría causar un pánico, especialmente entre los pasajeros de tercera, que son más simplones. Por otro lado, y dejando de lado la lata de darle la vuelta a los asientos para no marearnos al ir marcha atrás, lo cierto es que a estas alturas frenar de golpe sería una temeridad, a la velocidad a la que vamos y con la pendiente que han alcanzado las vías.

Por fin hemos quedado en que a partir de la semana que viene vamos a empezar a frenar. Tampoco quedaba combustible para seguir acelerando mucho más, en realidad. Los de primera al principio no querían saber nada de racionar la comida, pero luego les hemos explicado que la parte peor se la llevarán los de tercera. Alguno señalaba que, ya que hay que frenar, nos saldría más a cuenta comernos a los de tercera y así por lo menos no pasamos tantas penalidades en el camino de vuelta.

 

[Fuente: La Marea]

30 /

11 /

2015

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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