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Albert Recio Andreu

Romper los techos de cristal, despegarse de los suelos pegajosos

I

Las economistas y sociólogas feministas han elaborado dos potentes metáforas para explicar la situación laboral de las mujeres. La del techo de cristal explica la dificultad que experimentan muchas mujeres para acceder a los niveles profesionales más altos, la bajísima presencia de mujeres en los puestos de poder, la falta de reconocimiento de la obra de muchas profesionales, etc. Un techo de cristal porque no está inscrito en normas formales, pero que opera con fuerza y se manifiesta en sus efectos. El suelo pegajoso, por el contrario, se refiere a la gran masa de mujeres condenada a ocupar los últimos escalafones de la pirámide ocupacional: empleos temporales, a tiempo parcial, de bajos salarios, considerados “no cualificados”, etc. Un suelo del que no pueden escapar en toda su vida laboral y que casi siempre se hereda de madres a hijas.

Ambas situaciones son una manifestación palpable de la persistencia del patriarcado y de su articulación con el capitalismo moderno. Un sistema, el capitalismo, generador de desigualdades y que ha encontrado en el patriarcado uno de los medios de legitimarlas. La impugnación que han hecho las teóricas del feminismo ha sido poderosa, y ha permitido el surgimiento movimientos de protesta y proposición que, de nuevo, están generando una nueva fase de luchas y reivindicaciones. Aunque no siempre se hace el mismo énfasis en una y otra cuestión, y aunque no siempre resulta claro que pueda ser compatible un ideal igualitario con el de una sociedad basada en una permanente carrera meritocrática, es evidente que se ha producido un notable avance en el reconocimiento de los problemas, así como en repensar la relación de éstos en la confluencia entre patriarcado y capitalismo.

No es el objetivo de esta nota entrar en el debate feminista. Se trata, por el contrario, de tratar de aplicar sus reflexiones a otros campos. Ya se está haciendo en el análisis económico, en el que los avances de la economía feminista están posibilitando (en sectores aún minoritarios) una nueva visión sobre la producción, la reproducción económica y el funcionamiento de las economías reales. En concreto y de forma muy modesta, creo que las dos metáforas son útiles para entender la situación política de la izquierda y sus dificultades para cambiar la realidad.

II

La política actual en España está encajonada en un marco que hace difícil y poco creíble el discurso de la izquierda. Un marco en el que confluyen aspectos globales y de tipo local.

Los locales son los que ocupan actualmente el centro de la vida política, y tienen que ver con la cuestión nacional, particularmente la catalana. Un debate que en los últimos meses se ha enconado no sólo por el impacto de los acontecimientos del pasado octubre, sino también porque el espacio nacional se ha convertido en el eje de la pelea por la hegemonía tanto en la derecha española como en el independentismo catalán. Y esta pelea por la hegemonía en ambos lados produce y reproduce tal cantidad de mensajes y mantras que hacen difícil introducir reflexión crítica o temas diferentes. En Catalunya, lo que mejor conozco, el movimiento en torno a la ANC ha generado un nivel de opinión y convencimiento en una parte del electorado (una mezcla de sentimientos encontrados: de rebeldía, de milenarismo, de xenofobia, de victimismo…) que va más allá de la táctica de los partidos. Más bien, dificulta la rectificación de sus políticas, una vez ha resultado evidente la fuerza del Estado central y la ausencia de apoyos internacionales para declarar la independencia. Y posibilita la continuidad de un procés que sigue cabalgando tras su derrota.

En el otro lado, el españolismo excluyente se ha convertido en el centro de la batalla por el control de la derecha entre PP y Ciudadanos (sin descontar el papel del ala más derechista del PSOE, interesada en mantener el poder en sus feudos tradicionales), lo que exacerba el conflicto hasta límites insospechados. La polémica sobre el catalán garantiza un conflicto abierto permanentemente. Ya lo he comentado muchas veces, el catalán resulta insoportable porque en Catalunya es la lengua dominante entre las clases medias cultas urbanas. Y aunque la Barcelona metropolitana es un mundo donde el bilingüismo opera con toda naturalidad, el uso del catalán en el entorno urbano es visto como una agresión por la cultura españolista. Lo que debería ser natural (que cualquiera que vaya a ejercer un cargo público en Catalunya entendiera la lengua de aquí) se convierte en discriminatorio o agresivo para las personas educadas en una visión monolingüe del estado. E impide desarrollar un proyecto federalista que, posiblemente, es el único que podría generar una nueva configuración del Estado.

Encerrados en el doble bucle nacionalista, con sus altavoces y sus redes de difusión, es difícil que un discurso alternativo, que a menudo tiende a escorarse a uno o a otro lado, en función de los vaivenes de la coyuntura, y provocando desconcierto en parte de sus seguidores, goce de relevancia.

El otro “techo” es más estructural; tiene que ver con la falta de credibilidad de los proyectos emancipatorios, tanto por el omnipresente discurso neoliberal como por el impacto de las regulaciones supranacionales, así como por el descrédito de la mayoría de los proyectos que se han autoproclamado anticapitalistas. Es un problema, como he dicho, más estructural, no específico del país. Y de difícil solución a corto plazo. Y es, también, donde necesariamente hay que buscar soluciones de compromiso que bloqueen las peores manifestaciones del capitalismo neoliberal, que hagan retroceder sus aspectos más depredadores. Es necesario generar nuevas iniciativas y experiencias de gestión alternativa, y abrir nuevas posibilidades de transformación social. Hay campos donde ya existen experiencias y propuestas al respecto, como se muestra en la gestión local, pero hace falta una elaboración más sólida (que siempre será contradictoria) que permita romper el mantra de que la izquierda alternativa no tiene un proyecto real de gestión económica.

III

Si el techo de cristal se encuentra en las alternativas y los proyectos, el suelo de chapapote está en la base social. El neoliberalismo (no sólo por sus políticas económicas, sino en gran medida por el cambio cultural propiciado desde los medios, los desarrollos tecnológico-culturales y, también, por un sistema educativo promotor de la individualidad competitiva) ha minado las bases sociales de organización alternativa. Y lo ha hecho por diversas vías. Aunque uno tiende a pensar que lo de organizar a la gente siempre ha sido tarea difícil, y que hay una cierta ingenuidad en pensar un pasado con masas permanentemente organizadas.

El problema más de fondo es el de la organización de la gente que padece más la explotación. No sólo porque sus condiciones materiales lo dificultan, sino también porque han sido sometidos a un proceso de marginación cultural que ha reforzado su dependencia. Hoy, cualquier debate político exige entrar en un debate técnico, pelear con el lenguaje, dominar capacidades organizativas que están ausentes en amplios sectores de gente que ha tenido una experiencia educativa insatisfactoria y que es sometida al bombardeo constante de las mil y una formas de marketing social. No todos se rinden, como ejemplifican los colectivos que han parado desahucios, las mujeres que han creado la red de las kellys, o los que se han rebelado en Murcia por el soterramiento de las vías. Gente capaz de articular solidaridad y protesta, pero que tiene dificultades para mantener una dinámica social de cambio. No todos los jóvenes de extracción obrera fracasan en el sistema educativo, pero a menudo el éxito conlleva el desclasamiento, pues entrar en una carrera profesional absorbente dificulta la generación de organización social. No es casualidad que sean jubilados con un buen nivel de salud, gente de la tercera edad, los que proliferen como activistas en muchas organizaciones sociales: tienen tiempo, algunos experiencia (por ejemplo, sindical), y no están sujetos a las presiones de la carrera competitiva que experimenta la gente de mediana edad.

En el otro extremo encontramos a la gente con niveles medios y altos de educación; existe a menudo mucho activista con buena formación en algún campo, con buenas intenciones sociales, pero donde a menudo el impacto de la cultura individualista se traduce en desconocimiento de la realidad social, en una cierta ignorancia de la complejidad de los temas (al fin y al cabo, el aprendizaje académico propende al saber especializado), en un cierto elitismo basado en el conocimiento y en un exceso de egos poco preparados para el tipo de transacciones que exige cualquier construcción colectiva. No es una crítica a nadie, todos somos producto de nuestra historia. Y la sociedad actual tiene muchos mecanismos que propician la fragmentación, el individualismo y la estratificación social. El problema es político: ¿Cómo construir un nuevo movimiento social igualitario en una sociedad marcada por la diferenciación social? Alberto Garzón lo planteaba en un artículo, que reprodujimos el mes pasado, en otros términos, en la necesidad de la izquierda de “ser pueblo”. Para mí, el problema es que hoy “el pueblo” está dividido en diversos estratos, sometido a dinámicas que generan extrañamiento entre sus partes, que dificultan una consolidación organizativa; no sólo en el plano político, también en los movimientos sociales que deben ser la base social de un movimiento de transformación. Éste es el núcleo de la cuestión organizativa, y lo que consolida el suelo pegajoso de las clases subalternas.

En el pasado, este problema se resolvió a través de la figura del Partido. Un partido donde algunas personas de las élites sociales ayudaban a la organización de la gente corriente. Algo que también se produjo en nuestro país por parte de la izquierda cristiana, de los curas de barrio reconvertidos en líderes sociales. En definitiva, en la “importación” de “intelectuales” a la clase obrera. Hoy este esquema es inválido, pues no existe el mesianismo y la confianza que existía cuando se pensaba que el capitalismo tenía los días contados. (Aunque se constató que cuando el sistema político se abrió y crecieron las oportunidades de progreso profesional no sólo hubo una descapitalización importante de intelectuales, sino que muchos líderes obreros pasaron a “mejor vida”. De nuevo, no es una crítica; el trabajo en la fábrica y la vida en algunos barrios es muy dura, y cuando el cambio no es inmediato escasean los aspirantes a mártir). Es inválido, también, porque la realidad es más compleja, y la simpleza de los viejos esquemas exige repensar las formas de organización.

En todo caso, creo que ésta es una cuestión crucial que debe plantearse en serio la nueva izquierda de Unidos Podemos y de los “Ayuntamientos del cambio”. Cómo generar densidad de organización social partiendo de las circunstancias reales. Cómo dar músculo a las organizaciones de base, de la gente pegada al chapapote. Hay algunas experiencias interesantes, como la cooperación de equipos técnicos con entidades de barrio, la generación de centros culturales en barrios obreros, o la promoción de escuelas de cuadros sindicales, pero es un terreno donde queda mucho por hacer y donde la izquierda transformadora tiene mucho que reflexionar y experimentar.

IV

Volviendo a la coyuntura. Romper la dinámica del “enfrentamiento nacional” no va a ser fácil, pero no es imposible. Si Ada Colau consiguió ganar las elecciones en Barcelona fue, precisamente, porque su discurso y el de Barcelona en Comú cambiaron el eje del debate municipal, y pusieron las cuestiones de clase y modelo social en primer término. Y, por mucho que la dinámica de las banderas intente tapar el debate, tenemos ante nosotros una serie de sismos sociales de enorme amplitud y relevancia social. Solo a título de recordatorio:

–       La crisis del sistema de pensiones

–       La nueva crisis de la vivienda en las grandes ciudades

–       La precariedad del empleo y la pobreza

–       El deterioro de los servicios sociales

–       La violencia y las desigualdades de género

(me gustaría incluir la cuestión medioambiental, pero hay que reconocer que excepto en algunos conflictos locales, se trata de un tema que por desgracia no genera la percepción social que merece, lo que no debe ser óbice para seguir trabajando el tema).

Situaciones que ya están generando respuestas sociales interesantes y a las que cabe dar fuerza y alternativas. No lo hará la izquierda alternativa sola, pero puede ser de ayuda en la búsqueda de respuestas tanto técnicas como políticas. La izquierda debe ofrecer alternativas allí donde la única respuesta de la derecha es más o menos la que dio Rodrigo Rato cuando fue interpelado en el Congreso de los Diputados. En estos campos, o al menos en alguno de ellos, es urgente empezar a decir cosas con sentido, a promover alternativas, a explicarle a la gente que cambiarlas exige muchos esfuerzos, en denunciar los intereses generales y particulares que se esconden, en ayudar a organizar la respuesta social. Quizás a corto plazo ni romperemos el techo ni despegaremos del fondo. Pero es la única vía posible para volver a cambiar el clima social.

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2018

La lucha de clases, que no puede escapársele de vista a un historiador educado en Marx, es una lucha por las cosas ásperas y materiales sin las que no existan las finas y espirituales. A pesar de ello, estas últimas están presentes en la lucha de clases de otra manera a como nos representaríamos un botín que le cabe en suerte al vencedor. Están vivas en ella como confianza, como coraje, como humor, como astucia, como denuedo, y actúan retroactivamente en la lejanía de los tiempos.

Walter Benjamin
Tesis sobre la filosofía de la historia (1940)

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