La lucha de clases, que no puede escapársele de vista a un historiador educado en Marx, es una lucha por las cosas ásperas y materiales sin las que no existan las finas y espirituales. A pesar de ello, estas últimas están presentes en la lucha de clases de otra manera a como nos representaríamos un botín que le cabe en suerte al vencedor. Están vivas en ella como confianza, como coraje, como humor, como astucia, como denuedo, y actúan retroactivamente en la lejanía de los tiempos.
Albert Recio Andreu
28 de abril: más luces que sombras
I
Las elecciones del pasado domingo las ha vuelto a ganar la izquierda. El voto de izquierdas es casi siempre mayoritario en España, excepto cuando se produce una desmovilización de votantes y baja la participación. He repasado la serie histórica y puede observarse que la izquierda solo baja del 40% de votos cuando se ha producido un gran desánimo. Ocurrió en el 2000 ―tras el golpe palaciego que apartó a Borrell del liderazgo del PSOE y Anguita entró en la UCI― y volvió a ocurrir en 2011 en plena crisis. En la mayoría de elecciones, la izquierda ha superado a la derecha. Y si a ello sumamos el voto de los nacionalistas periféricos, la derecha españolista es siempre minoritaria.
Hay también otra constante observable. Excepto en el Frente Popular (donde acudían juntas no sólo todas las izquierdas sino también ERC), la izquierda siempre se ha presentado divida, y su resultado electoral expresa un movimiento de vasos comunicantes. Ahora ha vuelto a ocurrir; el PSOE ha subido en parte a cuenta de Unidas Podemos, aunque en este caso la situación es bastante más equilibrada que la que se produjo en 1982 o en 2004.
El balance sintético de estas elecciones es bastante simple. Ha escampado la tormenta que amenazaba con un bienio negro. En España existe, al menos en potencia, una posibilidad de articular una política progresista con una estructura que reconozca la complejidad nacional. Que exista una posibilidad no garantiza que se llegue a buen puerto. Requiere que los nacionalistas periféricos giren hacia una propuesta federalista y que la fuerza hegemónica, el PSOE, tenga el coraje y la voluntad de llevarla a cabo. Si los primeros tensan la cuerda y el último se enroca, volverán las tensiones y la derecha tendrá de nuevo opciones de volver a meter cuña. La segunda conclusión es que la división de la derecha en tres proyectos ha ayudado a su debacle (aunque en conjunto solo los votos sumados de PSOE y UP superan a la suma de PP, Cs y Vox). Es cierto que la división les ha restado escaños, pero también que la amenaza de un tripartito ultra ha espantado a muchos votantes moderados que han migrado hacia el PSOE. El caso de Ciudadanos en Catalunya es especialmente significativo: de primera fuerza en las autonómicas de 2017 a cuarta en las actuales. Y además hay cambios menores significativos, especialmente en Catalunya, donde ERC ha conseguido la hegemonía en el espacio independentista y la vieja CiU queda ahora (como Junts per Catalunya) como un partido cuya implantación se concentra en la Catalunya semirrural (su mapa de implantación es cada vez más parecido al del carlismo del XIX). Por eso, en conjunto, podemos darnos por satisfechos. Se ha evitado el mal mayor y se abre, al menos, alguna ventana a que la situación mejore.
También es constatable que, a pesar de que las clases sociales parecen difuminadas, persisten. Y el voto de la izquierda se concentra en los barrios más humildes, donde predomina la población de bajos ingresos y limitado poder social. Basta con consultar los mapas de voto por distritos en las grandes ciudades para saber que el eje izquierda-derecha sigue siendo un eje de clase.
II
Queda un largo trecho hasta la formación del Gobierno. Pero de momento parece claro que la opción favorita del PSOE es la de volver a gobernar en solitario. En esto no hay novedad, pues forma parte de una larga tradición de un partido que sigue pensándose como hegemónico y no quiere contaminarse con pactos. Tiene varias opciones alternativas.
Una es, en teoría, el pacto con Ciudadanos, el teóricamente preferido por las grandes empresas. Aunque me parece que esto no es tan evidente, por dos razones. En primer lugar, porque lo que ha puesto en evidencia el resultado electoral es que hay una necesidad de recomponer el espacio de la derecha, y no está claro que el PP esté en condiciones de liderarlo. Tiene todo el lastre de la corrupción, que va a seguir deparando muchos momentos de gloria en forma de procesos y revelaciones. Además, en el contexto actual, es posible que Vox se consolide como una fuerza autónoma, fuera del alcance de la derecha tradicional. En este caso, Ciudadanos tiene una “chance” de recomponer la derecha, y un pacto actual con el PSOE podría impedirlo. Rivera ha cometido muchos errores y vaivenes, pero aún tiene una oportunidad, y seguramente preferirá intentarlo. Y en segundo lugar, porque el PSOE no espanta realmente al gran capital. Saben que como mucho llevará a cabo alguna reforma, pero que en el fondo no va a tomar ninguna iniciativa demasiado atrevida o costosa para sus intereses.
La segunda alternativa es el pacto con Unidas Podemos (y con el posible apoyo de alguna fuerza nacionalista o autonómica). Es seguramente el Gobierno que mejor representaría el resultado de las urnas. Pero UP, por más moderado que aparezca, sí que espanta a los poderes fácticos. Y sus demandas pueden ser consideradas demasiado costosas, tanto en el plano de las políticas económicas y sociales como en el del encaje territorial. El PSOE prefiere tener las manos libres para ganar visibilidad y poder maniobrar sin ataduras. Otra cosa es que pueda. Y ahí posiblemente lo que ocurra en las elecciones de mayo puede ser crucial: si arrebata alcaldías a los Ayuntamientos del cambio (o éstos simplemente las pierden), tendrá más posibilidades de desarrollar su política autónoma que si las cosas van por otro derrotero. Por esto el 26 de mayo puede decantar la situación.
III
Unidas Podemos ha experimentado una caída significativa, pero sin llegar a la debacle de experiencias anteriores. Y, quizás, remontando un poco en la fase final donde Pablo Iglesias supo lanzar un mensaje entendible. La caída no es solo una consecuencia del vaivén de votos en el seno de la izquierda. Es también un efecto de todos los errores anteriores, de los enfrentamientos internos (tanto en Podemos como en Izquierda Unida), de los personalismos excesivos, de las deserciones de líderes insensatos (Nuet, Errejón, Llamazares…). Habiéndolo hecho tan mal el resultado es hasta bueno.
No estamos sin embargo eximidos de sustos. La opción de UP de entrar en el Gobierno y forzar un giro a la izquierda es lógica a la luz de la situación. Otra cosa es que esta demanda acabe por dominar todo el debate y ensombrezca cuestiones cruciales y desestime otras alternativas. Los políticos tienden, a menudo, a hacer de la necesidad virtud, lo que acaba por confundir a la parroquia y hacer ininteligible el proyecto propio. Hay que hacer una reflexión seria de dónde se está y adónde se quiere ir. Y a qué precio hay que entrar en el Gobierno y en qué condiciones hay que optar por otra alternativa.
Los resultados de Unidas Podemos muestran otro aspecto destacable. La caída ha sido bastante menor que las que históricamente había experimentado IU (por ejemplo, en 1982 o en 2004). La suma de las dos fuerzas ha aportado un caudal de votos y representación social de suma positiva. En parte, porque la crisis de la socialdemocracia ha dado más espacio. Pero en parte también porque Podemos ha movilizado a un electorado y una militancia diferente de la izquierda tradicional. Lo puede advertir cualquiera que participe en alguna actividad donde se juntan ambas formaciones.
La cuestión ahora no pasa solo por digerir los resultados y no enloquecer con la formación de Gobierno. Pasa también por reflexionar sobre qué modelo organizativo puede desarrollarse para que la pareja de hecho se estabilice. En términos electorales (la experiencia de Podemos y Compromís en las generales de Valencia es elocuente) y en términos de capacidad de movilización e incidencia, la unidad es una necesidad palpable. Pero su consolidación exige generar un espacio de encaje, de lealtad y proyecto compartido que hoy no existe. Un espacio que permita, más allá de las fuerzas actuales, generar una nueva dinámica de organización social que permita una capacidad de penetración reticular. Hasta donde conozco de Barcelona, donde estas redes sociales existen (incluso ajenas a UP) y tienen tradición y continuidad, es donde se han alcanzado los mejores resultados. Crear estas redes es esencial para la autoorganización social, para la densidad de un proyecto de cambio. Y para facilitar su desarrollo es preciso que el espacio político no sea conflictivo, ni compita con su base social, ni se comporte como un zombi. Según como sean los resultados de mayo, las relaciones en UP pueden agriarse o endulzarse. Pero en cualquiera de las circunstancias, la necesidad de repensar a la vez la organización interna y su encaje en su entorno natural debería ser inaplazable.
IV
Hemos salvado el primer asalto. Los votantes han abierto la posibilidad de una vía transitable. Pero quedan muchos escollos y muchos factores de fricción. Por eso, lo que necesitamos es que las personas que lideran estos procesos sean capaces de entender los dilemas y actuar con inteligencia, lealtad y sensibilidad. No siempre es fácil cuando están enfrascadas en un día a día complicado. Y por eso toda la gente de buena fe, que se ha movilizado, que ha colaborado para que las cosas salieran de forma aceptable, debe también involucrarse en transformar una oportunidad en un logro.
Mañana, primero de mayo, podemos celebrarlo no solo en la manifestación, sino en iniciar esta reflexión colectiva.
30 /
4 /
2019