La lucha de clases, que no puede escapársele de vista a un historiador educado en Marx, es una lucha por las cosas ásperas y materiales sin las que no existan las finas y espirituales. A pesar de ello, estas últimas están presentes en la lucha de clases de otra manera a como nos representaríamos un botín que le cabe en suerte al vencedor. Están vivas en ella como confianza, como coraje, como humor, como astucia, como denuedo, y actúan retroactivamente en la lejanía de los tiempos.
Albert Recio Andreu
Varados en ninguna parte
I
En todos los países, el neoliberalismo y sus crisis han trastocado el panorama político. Pero en cada uno de ellos a su manera. En España parecemos vivir abocados a una interminable repetición de elecciones. Una situación provocada por el casi imposible encaje de los tres bloques políticos fundamentales (izquierda, derecha y nacionalistas periféricos), por las tácticas de cada fuerza política y por las interferencias de los poderes reales.
En gran medida estos bloques están presentes a lo largo de toda la historia democrática del país. Su persistencia en el tiempo indica la existencia de un factor estructural o, cuando menos, de la enorme capacidad de persistencia de las culturas políticas entre la población.
Lo comenté en una nota anterior. Los resultados electorales muestran una notable persistencia en el tiempo, con oscilaciones dependientes de la coyuntura. El bloque de la derecha es minoritario, sólo consigue ganar cuando se produce la desmovilización de los votantes de izquierdas, algo posible porque está bien contrastado que la movilización es siempre más alta entre la gente de altos ingresos y cultura conservadora. Ha tenido además a su favor tanto el diseño del sistema electoral (ley d’Hondt y reparto de escaños por provincias) como la existencia, durante largo tiempo, de un único partido ocupando este espacio. El bloque de la izquierda sólo gana con una elevada participación, lo que se produce en momentos en que se plantea una coyuntura activadora de sus bases (éste es también un componente estructural de la situación presente). Es lo que ocurrió en las elecciones de abril: la gente fue a votar en masa para impedir el acceso del tripartito derechista. O lo que ocurrió hace cuatro años con los ayuntamientos del cambio, que con su llamada a la utopía consiguieron que votara mucha gente desencantada. En mayo, esta movilización no se produjo y los resultados cambiaron (por esto la izquierda ha vuelto a perder Madrid y los Comunes no ganaron en Barcelona, aunque en este caso fuera una derrota dulce). Por su parte, el nacionalismo, en sus distintas variantes, muestra una notable persistencia que obedece a percepciones sociales, de sociedad organizada, muy consolidadas en Catalunya y Euskadi.
Esto es siempre una mala noticia para afrontar los cambios políticos y sociales necesarios. Al hecho de que las fuerzas de la reacción y el inmovilismo estén muy consolidadas, se suma el que todos los avances dependan de una movilización social y electoral que se muestra variable, sin persistencia.
II
Sobre este tejido de fondo, la coyuntura actual genera nuevos interrogantes.
El bloque de la derecha ha resistido mejor. Que aquí no se haya producido el “cordón sanitario” en torno a Vox resulta lógico si se atiene a la composición y la historia del país, en relación a Europa. En Alemania o Francia la derecha política se reconstruyó tras la derrota del nazismo. Estaba obligada a refundarse como una derecha democrática para hacer olvidar su enorme responsabilidad en el holocausto y los crímenes nazis. Y esta refundación ha tenido una persistencia política a través del tiempo, a lo que sin duda hay que sumar que el proyecto antieuropeista de los ultras se contradice con la orientación liberal de las élites económicas. En España, las cosas son distintas por el simple hecho que la derecha política no tuvo el mismo tipo de derrota y pudo refundarse en la transición sin tener que incorporar una ruptura tan radical con el pasado. Las acciones de ETA constituyeron una contribución impagable a esta recomposición sin ruptura, puesto que esa derecha pudo presentarse a sí misma como víctima de una violencia asesina. En un país donde no se ha producido un juicio general contra el franquismo, los puntos de conexión entre los diferentes sectores de la derecha son mucho más fluidos que en otras partes (de hecho, Vox ha sido una mera fracción del PP hasta hace unos meses).
Ciudadanos a su vez es un partido que ya nació lastrado por una cuestión fundamental: su casi única línea de delimitación fue el anticatalanismo activo y la defensa de un Estado unitario. Y sobre este punto ha descansado buena parte de su crecimiento electoral. Un posicionamiento que le conduce a poder interactuar con el PP y con Vox con bastante naturalidad. Vista la experiencia, no es descartable una reunificación de esta derecha a medio plazo, una vez se haya dilucidado el liderazgo. El PP cuenta con su consolidado arraigo territorial, pero puede verse afectado por la sucesión de procesos judiciales en los que sigue inmerso. Rivera tiene en esto su mejor baza, pero su apuesta puede verse afectada por muchas vías de agua: votantes que encuentren su propuesta demasiado radical, grupos económicos descontentos por su radicalización frente al PSOE, etc. Lo que no hay que confiar es en que se mantenga la actual situación de “fraccionamiento” de la derecha. Los espacios entre ellos son fluidos y su cultura del poder les puede ayudar a replantear su marco político.
También el campo nacionalista está fuertemente consolidado. Basta analizar los resultados de las elecciones municipales para observar que, fuera de las áreas metropolitanas, el espacio electoral está básicamente dominado por la derecha y la izquierda nacionales (PNV-Bildu en Euskadi, Junts per Catalunya-ERC en Catalunya). Un espacio en el que, como ocurre en el derecha, hay a menudo más puntos de contacto que de ruptura. Lo que cambia es el contexto y el tipo de respuestas que se están dando en uno y otro lugar. Da la sensación que el nacionalismo vasco es consciente de que ha debido reformularse tras la derrota de ETA (y en menor medida del plan Ibarretxe) y muestra un talante más abierto que el nacionalismo catalán, que aún está sumido en la ficción de la República.
La sociedad catalana, al menos la parte de ella partidaria de la independencia, experimentó un largo proceso de movilización-iniciación que ha consolidado en mucha gente esquemas mentales bastante impermeables (del tipo de los analizados por Albert Hirschman en Salida, voz y lealtad por lo que se refiere a la “lealtad”). El proceso y encarcelamiento de una parte de sus líderes, el inmenso aparato propagandístico puesto a su servicio y el colosal tejido organizativo del nacionalismo catalán contribuyen a impedir que sus bases tomen conciencia de los límites claros de su estrategia y reconozcan que la misma ha sido derrotada en primera instancia. Tampoco es tan difícil de entender viendo lo que le ha costado a una parte de la sociedad vasca entender lo inadecuado e inaceptable de la política de ETA. En Catalunya, mucha gente sigue pensando que su demanda es genuinamente democrática, que la represión viene de fuera y que el derecho internacional está totalmente a su favor. Aunque empiezan a aparecer síntomas inquietantes, como lo que se vivió en la proclamación de alcaldías el pasado 15 de Junio, especialmente en Barcelona, donde hubo algo más que insultos a Ada Colau y sus socios y a mucha de la gente que los apoyábamos en la plaza. Y lo peor no fue la gente encolerizada con gestos de odio (por desgracia estos también existen en otros muchos espacios), sino que al día siguiente Ernest Maragall los legitimara al afirmar “que de haber sido otro el resultado esta tensión no se habría producido”: una verdadera legitimación del discurso del amigo-enemigo y una amenaza de maccartismo a la catalana. Esto es lo que ya está promoviendo al ANC con la estrategia de “tomar las instituciones”, ya apoyado desde la Cambra de Comerç o en las elecciones sindicales en la función pública (Generalitat, Educación, Universidades), donde la Intersindical-CSC ha obtenido victorias movilizando a gente poco afín al sindicalismo y que a menudo no vota pero partidaria de colocar la reivindicación independista en todas partes. Una vía para conseguir extender la parálisis política al conjunto del país.
III
Mientras tanto, el campo de la izquierda está dominado por su particular “juego de la gallina”. Con un PSOE poco o nada predispuesto a un gobierno de coalición por razones muy diversas: su propia cultura de poder, poco propicia al compromiso, las presiones de los poderes fácticos temerosos de concesiones “excesivas” a la izquierda, el temor a depender de fuerzas independentistas cuya fiabilidad como socios es más que dudosa y cuyas demandas pueden ser insoportables. Y con un Unidas Podemos, donde Pablo Iglesias parece seguir obsesionado en tocar cartera ministerial a corto plazo.
Hay muchas razones para que la izquierda alternativa recele del PSOE, de sus conexiones con los poderes capitalistas, de su particular “sentido de estado” (en temas como la monarquía, la memoria histórica etc.) y quiera traducir en forma institucionalizada los acuerdos. Pero tras el último envite electoral, especialmente el de mayo, sus fuerzas han quedado mermadas (en parte gracias a los numerosos desatinos de muchos de sus líderes) y debe saber jugar con lo que hay. Algo que sí se ha hecho en Barcelona al aceptarse el voto de la gente de Valls para alcanzar la alcaldía. En política siempre hay que saber jugar con las limitaciones que determina el contexto. Siempre hay posibilidad de equivocarse, pero esto forma parte de la vida misma. Y siempre hay que pensar en un proyecto transformador a largo plazo.
Para ser más concreto: La negativa del PSOE para formar un gobierno de coalición con Unidas Podemos me parece impresentable. Muestra la existencia de líneas rojas por la izquierda, y poca justificación democrática. Pero empeñarse en esta situación de principio y bloquear cualquier salida por parte de UP puede deteriorar aún más la posición de la izquierda alternativa. Conduce no sólo al peligro de las elecciones anticipadas sino sobre todo a aparecer como los culpables de impedir un gobierno relativamente progresista frente a la amenaza del tripartito derechista. Unidas Podemos debe tener perspectiva a largo plazo, reconocer sus propias debilidades y pensar una estrategia. Ésta exige sin duda ampliar su base social, su presencia capilar en la sociedad, su capacidad para que sus propuestas sociales alcancen mayor audiencia social. Y esto no depende de estar en el gobierno, sino de un trabajo por abajo hasta ahora poco y mal realizado. Sus propuestas cuentan con el apoyo explícito de los sindicatos mayoritarios (como ocurrió en el pasado cuando CCOO y UGT apoyaron un Gobierno PSOE-IU tras la huelga del 12-D de 1988 y el posterior ciclo electoral, y el fracaso de este proyecto fue un factor de peso en el posterior giro conservador de los propios sindicatos). Pero (también como en el pasado) se trata más de un deseo que de una estrategia consolidada, resultando improbable utilizar este apoyo como elemento desatascador de la negociación.
En los próximos años seguiremos enfrentados a graves tensiones en campos muy diversos: desigualdades, crisis ecológica, altibajos económicos, problemas relacionados con las migraciones, autoritarismo institucional, la cuestión catalana… Sólo con un enorme trabajo en diferentes niveles (el institucional y el de la presencia social) podremos evitar que deriven en tragedias. Y más que un juego de la gallina, lo que nos hace falta es consolidar un espacio social que neutralice los impactos negativos y ofrezca perspectivas sociales diferentes. A tal fin, no sólo hace falta contar con ministerios y altos cargos: se precisa un tejido social diverso y, al mismo, tiempo bien articulado que lo favorezca. Como plantea la fábula de Moby Dick, obsesionarse con un solo objetivo conduce a la tragedia.
IV
La sociedad española está sujeta a unas líneas de tensión que puede acabar generando un verdadero desastre social, en términos de condiciones de vida y en términos de calidad democrática. En ambos espacios el desastre ya muestra la patita: bolsas de pobreza insoportables, deterioro ambiental, crecimiento de la extrema derecha y de su complementario, un nacionalismo periférico excluyente. Para hacerles frente, se requiere tanto de un buen gobierno como de una estrategia socio-política a largo plazo.
El juego político entre los tres bloques, y las contradicciones internas en cada uno, especialmente en el de la izquierda, lo que están provocando es un auténtico agravamiento de la situación (aunque tampoco somos tan originales: Italia puede volver a ser un referente en este sentido, como antes lo había sido para la izquierda). Algunos de los generales muestran comportamientos patológicos. Para la derecha esto no es un gran problema, el deterioro les puede llevar de nuevo al poder, su ignorancia sobre muchos problemas es insensata y su falta de empatía social psicopática. Pero para el resto es un desastre. Y por ello es momento de exigir a nuestros líderes, a nuestras organizaciones políticas y sociales, capacidad de visión y propuesta de largo alcance. Y a la gente común, dado lo que está en juego, una implicación social importante.
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6 /
2019