La lucha de clases, que no puede escapársele de vista a un historiador educado en Marx, es una lucha por las cosas ásperas y materiales sin las que no existan las finas y espirituales. A pesar de ello, estas últimas están presentes en la lucha de clases de otra manera a como nos representaríamos un botín que le cabe en suerte al vencedor. Están vivas en ella como confianza, como coraje, como humor, como astucia, como denuedo, y actúan retroactivamente en la lejanía de los tiempos.
Antonio Antón
El nuevo progresismo de izquierdas
El perfil mayoritario de la base social y electoral de las fuerzas del cambio de progreso es el siguiente: Joven, urbano, de clase trabajadora y estudios medios, con cultura política progresista, feminista, ecologista y de izquierdas. Algunos de estos rasgos rompen o matizan cierto estereotipo sobre el electorado de Unidas Podemos y sus convergencias y aliados. Tiene unas diferencias significativas con los del conjunto de la sociedad y, en particular, los del Partido Socialista, la otra formación caracterizada de izquierdas o progresista y que, conjuntamente, van a gobernar España con un proyecto compartido.
El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) realiza los estudios demoscópicos más amplios sobre la realidad social y electoral. Sus sucesivos Barómetros aportan muchas claves para conocer la sociedad española. En particular, el último Estudio 3267 (Barómetro de noviembre) ofrece un Avance de resultados según la opción electoral por variables sociodemográficas (edad, sexo y clase social) e ideología política: izquierda/derecha, o bien progresista/liberal/conservador/socialista, así como nacionalista, ecologista y feminista.
Como se sabe, los grandes bloques político-ideológicos de las derechas, las izquierdas y los nacionalismos se han mantenido con algunos ajustes respecto de los resultados electorales de abril. El aspecto principal que permite la gobernabilidad, una vez fracasada la opción de un gobierno socialista en solitario, junto con la dificultad de la operación de gran centro o la colaboración del PP con el PSOE, es la persistencia de una mayoría parlamentaria progresista, con ventaja sobre las derechas: un gobierno compartido de progreso entre Partido Socialista y Unidas Podemos (y sus aliados), con el apoyo de otros grupos políticos colaboradores (PNV…) y la necesaria abstención de ERC.
Comienza un nuevo ciclo político cuyos retos principales, vigentes ya desde hace una década y desde una óptica progresiva, son el avance en la justicia social y la igualdad, la democratización y regeneración institucional y la regulación del conflicto territorial. La pugna de fondo en el actual contexto europeo está entre las tendencias regresivas o de involución, el mero continuismo con retoques secundarios y la dinámica de cambio de progreso. Todo ello vinculado al desgaste cívico de las élites gobernantes, con el agotamiento del bipartidismo y un reequilibrio representativo en los campos progresista y conservador, con diferencias sustantivas en su interior, que abre la vía para una gestión institucional más plural y negociada y una nueva polarización de bloques.
En ese sentido, es fundamental tener en cuenta la situación real de desigualdad en la sociedad, dada la persistencia de la crisis social para la mayoría. Además de las condiciones de vida de la población por diferentes categorías hay que considerar su percepción y su actitud política e ideológica. En definitiva, se trata de conocer las corrientes sociopolíticas susceptibles de impulsar, avalar y apoyar una trayectoria de cambio progresista e investigar la dinámica de legitimación cívica del nuevo Gobierno y sus políticas públicas en la medida que acierten con sus objetivos de progreso para la mayoría social y el país.
En un amplio Informe, basado en el estudio aludido del CIS y publicado por Nueva Tribuna, hago un exhaustivo análisis: en la primera parte expongo las variables sociodemográficas de los diversos electorados —edad, sexo y clase social—; en la segunda parte analizo sus características político-ideológicas.
Así, detalla la particularidad de la base electoral de las fuerzas del cambio y la compara con la del Partido Socialista, para interpretar las bases sociales que pueden condicionar la evolución política y la gestión gubernamental y modificar las expectativas sociales y la legitimidad de ambas formaciones.
Parto del enfoque social y realista de la sociología crítica para valorar la interacción entre las condiciones materiales (nivel de ingresos y estatus sociolaboral) de la gente, su percepción y su sentido de pertenencia colectiva, así como su comportamiento político-electoral. Desde una perspectiva sociohistórica e interactiva la cuestión es explicar los procesos de identificación, normalmente múltiples y mixtos y con distintos niveles de intensidad en cada momento, y su vinculación con su actitud sociopolítica y su expresión sociocultural.
La formación sociohistórica y relacional de las bases sociales progresistas
La realidad expuesta de la ideología política dominante en el electorado del espacio del cambio es evidente. La mayoría combina dos de las características siguientes: Progresista, feminista, ecologista y socialista/socialdemócrata. Casi la totalidad se considera de izquierdas y en torno a la mitad perteneciente a las clases trabajadoras (y algo menos a las clases medias). Además, según las variables sociodemográficas analizadas en la primera parte del Informe, la base social de progreso es, sobre todo, joven, urbana, de clase trabajadora y estudios medios.
Aquí expongo algunas interpretaciones sobre la cultura sociopolítica de esta base social que apoya un cambio de progreso y su conformación en el contexto de esta década. En primer lugar, hay que señalar el reequilibrio entre cierta estabilidad a largo plazo de las dinámicas político-ideológicas básicas (liberal-conservadoras, socialistas…) con la nueva resignificación y ampliación de otras tendencias más nuevas/viejas (progresismo, feminismo y ecologismo…). En segundo lugar, persiste la generalizada percepción y auto ubicación de izquierdas, cuya dimensión se amplía, especialmente entre la gente joven; pero es compatible con otras identificaciones, dando lugar a identificaciones múltiples, con combinaciones diversas y cuya expresión depende del contexto y momento. Queda sin profundizar la trayectoria del nacionalismo, en su polarización, por un lado el periférico, particularmente del independentismo catalán, y por otro lado, el españolismo excluyente, que no estudia el CIS; ello frente a una realidad plural con componentes identitarios diversos y mixtos.
Por tanto, en esta última década de convulsiones relevantes, se han producido transformaciones y refuerzos de algunos rasgos significativos en la cultura y actitudes de la sociedad, especialmente de las generaciones jóvenes, al mismo tiempo que cambios significativos en la configuración de la clase política y su apoyo representativo. La tesis que mantengo, y he comprobado en diversas investigaciones y escrito en varios libros, es doble y afecta, sobre todo, a la reconfiguración y reequilibrio de las dos tendencias principales del campo progresista o de izquierdas, el Partido Socialista y las fuerzas del cambio de progreso (Unidas Podemos y sus aliados).
Primero, el desarrollo inicial de la desafección popular-progresista respecto de la cúpula socialista. La brecha conlleva una doble dinámica. Por un lado, se produce un desplazamiento de la cúpula gubernamental socialista hacia la derecha: su gestión neoliberal de la crisis socioeconómica con dinámicas autoritarias y regresivas (años 2010/11) y, tras su derrota y desconcierto, su posterior apoyo a la normalización institucional bajo la gobernabilidad del PP (años 2016/17). Ello conlleva un amplio distanciamiento de la mitad (cinco millones) de su base social, así como una profunda crisis estratégica y discursiva. Llega hasta el intento refundador del sanchismo, no exento de vacilaciones y ambivalencias, y la victoria del bloque progresista de la moción de censura contra el Gobierno de Rajoy. Y prosigue hasta el actual acuerdo gubernamental de progreso, tras el fracaso de la operación gran centro y de colaboración de las derechas, con la victoria electoral relativa socialista y la resiliencia de UP y sus convergencias.
Al mismo tiempo, durante el primer lustro (2010/14) se genera una reafirmación democrático-progresista en gran parte de la sociedad tras valores igualitarios y de justicia social, así como demandas democratizadoras y de progreso real. Ese proceso de formación de una corriente crítica contra el bipartidismo y las élites gobernantes culmina con su activación electoral (2015/16) hacia una nueva representación más acorde con su tradición y experiencia político-ideológica democrática. Está basada en un progresismo de izquierdas en la que muchos incluían una cultura socialista, o bien feminista y ecologista. Tiene un trasfondo de valores ilustrados y republicanos (igualitarios, solidarios y de no dominación), y conforma un nuevo conglomerado cultural progresivo.
Segundo, lo que ha cambiado no ha sido tanto la posición político-ideológica de esa base social de progreso sino la readecuación al contexto y la reafirmación de la cultura existente (democrático-igualitaria). La diferencia son sus implicaciones prácticas. Se ha convertido en actitud consistente de rechazo a la involución social, económica e institucional (recortes sociales, prepotencia, corrupción) junto con demandas progresivas (derechos sociales y laborales, protección pública, regeneración y democratización institucional…).
El llamado movimiento 15-M, con todas las protestas sociales de ese ciclo y su legitimidad ante dos tercios de la población, se inició ante el giro derechista de la gestión de la élite gobernante socialista, y se reafirmó ante la dureza regresiva del gobierno liberal-conservador frente a la crisis socioeconómica y el autoritarismo institucional. La demanda de esa tendencia cívica era (y es) mayor democracia y justicia social, con valores clásicos de igualdad y libertad actualizados. Más tarde, esa corriente sociopolítica se consolidó institucionalmente con la configuración del llamado espacio del cambio de progreso, con una actitud transformadora real. Alcanzó (2015/16) la conformación casi paritaria de las dos fuerzas progresistas, Unidas Podemos y sus aliados y convergencias y el Partido Socialista… hasta que éste ha roto esa relativa paridad y ha reforzado su prevalencia en el momento actual.
Por tanto, los cambios relevantes han sido en los dos planos: uno, la reafirmación relacional y práctica (no la radicalización) de los valores éticos y democráticos existentes, a través de la activación cívica y la participación política de esa amplia actitud popular transformadora, igualitaria-democrática; dos, la articulación sobre esa base social de progreso de una nueva representación político-institucional diferenciada de la cúpula socialista (y superadora de la de IU).
En definitiva, hay una combinación de dos procesos: por un lado, cierta renovación en la definición y vivencia político-ideológica de amplios sectores sociales críticos, expresada por el progresismo ecofeminista de una base social alternativa; por otro lado, una continuidad en los valores igualitarios y democráticos de fondo. Su traducción práctica es la reafirmación experiencial y de polarización sociopolítica frente a las dinámicas regresivas, prepotentes y reaccionarias, así como la crítica de las élites gobernantes y el apoyo a su recomposición.
Al mismo tiempo, e interactuando con ello, existe una ruptura en el sistema político representativo del bipartidismo gobernante, con un reequilibrio entre el Partido Socialista (tras la relativa renovación del sanchismo y con posición de ventaja) y las fuerzas del cambio de progreso (Unidas Podemos y sus aliados, incluido Más País y Compromís), aun con sus debilidades y fracturas.
Lo que parece existir es un sector (al menos dos millones) de vasos comunicantes entre los dos campos progresistas principales, a veces, mediando la abstención. O sea, en las elecciones de este año, 2019, el PSOE se ha ensanchado a costa del electorado anteriormente votante de UP y sus convergencias, produciéndose su cierto debilitamiento y división, contrapesado por su papel institucional determinante.
Así, tercero, no hay una gran radicalización global de las mayorías sociales derecha / izquierda, en particular de las anteriores bases de los dos partidos gobernantes sino que, ante las frustraciones por su respectiva gestión, partes distintas de ellas buscan otros procesos y discursos legitimadores, han decidido recomponer su representación institucional y se han dividido por su derecha (Vox), su izquierda (UP) y por el centro (C’s) —regenerador y al no cumplir su proyecto, en crisis—. Se ha fragmentado y polarizado su expresión pública, con nuevos bloques políticos.
Un nuevo progresismo crítico y democrático, base popular del cambio
Por tanto, aun contando con un ligero desplazamiento hacia la izquierda, lo más significativo es que una parte relevante del electorado, sobre todo nueva y joven, se ha reafirmado y activado en sus valores de progresismo crítico y democrático. Supone un gran cambio de actitud y experiencia masiva y cívica de cierta polarización sociopolítica progresiva. Es lo que el poder establecido y sus aparatos mediáticos pretenden cerrar desde hace una década mediante una normalización institucional con un nuevo bipartidismo renovado.
Afecta, a pesar de todo tipo de dificultades puestas por los poderosos, a la persistencia de una actitud subjetiva transformadora (sí se puede) y a una disponibilidad participativa más circunscrita al campo político-electoral, aunque con algunos procesos movilizadores masivos y cívicos. Es el gran ejemplo, en estos dos años, del movimiento feminista contra la violencia machista y por la igualdad. Finalmente, se mantiene un electorado firme que apoya una nueva representación más acorde con sus propias actitudes democráticas y de progreso. Aparte quedan el independentismo catalán y el reaccionarismo de la ultraderecha, con otras implicaciones que no trato.
En definitiva, no habría necesariamente una radicalización político-ideológica hacia la izquierda, para la que se tendrían que dar otros procesos participativos más profundos, consistentes y duraderos (también en Europa) frente al poder establecido. Lo que sí existe en el campo progresista o de izquierdas es una amplia percepción de que sus anteriores élites representativas (socialistas) habían abandonado esos criterios de justicia social y democracia de la socialdemocracia clásica y que tienen grandes dificultades para su renovación y su diferenciación de los núcleos de poder.
Es el hueco de orfandad institucional que pretendió ocupar Unidas Podemos y sus convergencias, que parece tocó techo —de momento— en 2016. Mientras tanto, el sanchismo ha implementado el giro de la dirección del PSOE hacia la izquierda, la retórica ‘socialista’ y plurinacional, para distanciarse de las derechas y volver a reencontrarse en ese espacio social del progresismo de izquierdas. Supone la disputa a UP de una parte significativa de ese electorado mixto, que continúa en las nuevas condiciones unitarias, y sin que haya tenido éxito la configuración de una tercera representación intermedia.
Los desafíos estratégicos y políticos para las fuerzas del cambio, así como el reto de su propia configuración organizativa, teórica y de liderazgo, son impresionantes. Comienza un nuevo ciclo político e institucional, en el marco de la continuidad de una grave crisis social para la mayoría popular y con las imprescindibles agendas transformadoras, social y democrática. Del acierto de su gestión y sus relaciones con el Partido Socialista, así como de su capacidad de articular a una parte relevante de la sociedad, junto con la activación cívica, van a depender los equilibrios representativos de ambas fuerzas y el futuro del cambio real de progreso.
Antonio Antón es Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. Una versión inicial de este artículo se ha editado en Público (4/01).
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