La lucha de clases, que no puede escapársele de vista a un historiador educado en Marx, es una lucha por las cosas ásperas y materiales sin las que no existan las finas y espirituales. A pesar de ello, estas últimas están presentes en la lucha de clases de otra manera a como nos representaríamos un botín que le cabe en suerte al vencedor. Están vivas en ella como confianza, como coraje, como humor, como astucia, como denuedo, y actúan retroactivamente en la lejanía de los tiempos.
Antonio Antón
El vacío teórico socialista
Manuel Cruz es uno de los pocos intelectuales políticos o políticos intelectuales. Catedrático de Filosofía y senador por el PSC, ha sido presidente del Senado en la pasada y breve legislatura. En su artículo La izquierda busca su lugar en el mundo (El País, 15/03/20) se interroga sobre el futuro de la izquierda (la socialdemocracia) partiendo de algunas ideas básicas: “el socialismo tiene dificultades para identificar el contenido de sus reivindicaciones y el debate sobre qué debe ser está abierto”; “especificar el ideario socialista implica plantearse el trabajo, la propiedad y el Estado y precisar su posición al respecto”, y (recordando al Manuel Sacristán de hace casi medio siglo) “solo estableciendo el vínculo entre el rojo, el verde y el violeta se pueden fijar las prioridades”.
Se plantea la necesidad de una “refundación teórica”, no limitada a la simple suma de esos tres componentes, justicia social, feminismo y ecologismo o por motivos electorales. Se trataría de construir una “argamasa” o denominador común que los cohesione y, a partir de ahí, que pueda fijar prioridades según momentos y circunstancias. Acierta en considerar aliados estratégicos los tres tipos de dinámicas, aunque advierte de la existencia de tendencias liberales en el feminismo y el ecologismo (curiosamente, no cita a la propia corriente socialista) susceptibles de converger con procesos políticos pactados con el neoliberalismo progresista y dejar huérfano de esos campos al propio socialismo y la transformación de izquierdas.
Comparto ese diagnóstico sobre el vacío teórico de las élites socialistas sobre esos temas clave y la necesidad de una nueva teoría (crítica) transformadora e interseccional. Igualmente, hay que señalar una relativa indefinición estratégica socialista, particularmente sobre el modelo social, aludida por el autor. Es un aspecto crucial en la identidad de las izquierdas, con una versión fuerte de los derechos humanos, cívicos y sociales, y como campo sociopolítico con el que conformar un proyecto de progreso, un bloque articulador del mismo y una nueva identificación transformadora y plural.
Antes de avanzar, veamos algunos datos de la realidad. Hay que recordar que —según datos del CIS, en mi estudio La base social de progreso (ver primera parte y segunda parte)— en materia político-ideológica la definición principal de la base electoral del Partido Socialista es la de identificarse como socialista/socialdemócrata (69,7%) y, en un segundo plano, como feminista/ecologista (19,5%). Ambas opciones no están equilibradas, como en cambio podría deducirse del artículo citado.
La diferencia es significativa respecto del electorado de Unidas Podemos (y En Comú Podem), cuya mayoría se identifica con el progresismo (39,6%) y, sobre todo, con el feminismo/ecologismo (47,4%). En el caso de UP y ECP la interacción de esos dos rasgos es casi paritaria: un progresismo feminista y ecologista; y además se autodefinen de izquierdas (90%), mientras en el caso del electorado del PSOE lo hacen dos tercios (68%), con un 20% de centristas. La conjunción de esas tres identificaciones (progresista, feminista/ecologista y de izquierdas) proporciona su propio perfil sociopolítico e ideológico-cultural. Su ideario, a veces desdibujado con discursos genéricos o fragmentarios, y contando con sus características sociodemográficas (joven y de clase trabajadora…) y la realidad plurinacional, debe integrar todo ello en un proyecto de país, una estrategia transformadora de progreso, un espacio sociopolítico alternativo y una teoría crítica que lo alumbre y lo debata públicamente.
Centrándonos en el caso del PSOE, el componente hegemónico es ser socialista/socialdemócrata, con la particularidad de la ambigüedad de su sentido. En la mayoría de sus votantes se podría interpretar con sus señas de identidad clásicas: defensa de lo público, de los derechos sociales y laborales y de la protección social, empleo decente, redistribución… Solo que la gestión de sus dirigentes, muchas veces, ha entrado en conflicto con ese ideario tradicional de las izquierdas. Y una fórmula, reforzada por sus élites para legitimar su particular gestión, es la definición (que cita y desecha Cruz) de que socialista (o izquierda) es lo que hacen y dicen los socialistas o lo que ejecuta la dirección socialista. Es decir, existe una ambigüedad calculada sin referencia a un significado sustantivo con algún proyecto de cambio progresista o de izquierdas. Esa indefinición busca la identificación de sus bases con la dirección, haga lo que haga o diga lo que diga, ante sus vaivenes estratégicos y discursivos y su ambivalencia política.
Por tanto, volviendo a esas preocupaciones iniciales comunes sobre las insuficiencias del ideario y la teoría del Partido Socialista, hay que constatar varias ausencias que limitan la búsqueda de solución consistente a esa encrucijada.
La estrategia dominante del socialismo y el nuevo espacio del cambio
En primer lugar, ya aludido, está la estrategia y el discurso dominante en el socialismo europeo y español en las últimas décadas, particularmente, en los comienzos de su gestión regresiva y prepotente de la crisis socioeconómica. No había desorientación o confusión en su dirección; sí en su electorado. En sus documentos programáticos y electorales aun había cierto reformismo progresivo. Su práctica política y su gestión gubernamental fue la aplicación de la agenda antisocial en consenso con la política liberal-conservadora en la UE y el eje dominante francoalemán. Todavía no hay una explicación clara. Es la fuente de la crisis de, prácticamente, toda la socialdemocracia europea.
Durante esta década, por tanto, ha predominado una valoración de lo social (los derechos sociales y laborales, el empleo decente, la protección pública…) de subordinación a los dictados macroeconómicos neoliberales y restrictivos emanados de la UE y los poderes económico-financieros. Su principal ejecutor en España ha sido el Gobierno de Rajoy. Pero también afecta al segundo gobierno de Zapatero-Rubalcaba, al susanismo y al primer sanchismo del gran pacto de centro y la normalización política.
Por otro lado, el actual sanchismo supone un distanciamiento con esa política: primero, con la moción de censura pactada con Unidas Podemos y su acuerdo presupuestario fallido; segundo, con el nuevo gobierno de coalición con un programa mínimo progresista. No obstante, todavía se mantiene la tensión entre dos dinámicas difíciles de conciliar: la agenda social, democratizadora y de progreso o el continuismo económico, institucional y territorial.
En resumen, la gestión política dominante de la socialdemocracia europea, en la actual crisis social, económica, climática y de inmigración, se ha acomodado a esa dinámica neoliberal, sin una firme perspectiva progresista ni una renovación consecuente de sus tradiciones de izquierdas. La guía de su acción gubernamental y sus discursos ha girado, normalmente de forma implícita, hacia esquemas socioliberales (o abiertamente neoliberales), intentando justificar sus medidas impopulares y la conservación de posiciones de poder institucional.
En segundo lugar, esa experiencia política del socialismo realmente existente no ha pasado desapercibida para una amplia corriente popular crítica, con una parte significativa de gente desafecta, que se ha consolidado en dos etapas. En el primer lustro (2010/2014), expresó un amplio descontento y una fuerte contestación social frente a esa involución social y democrática, reforzada por el gobierno de Rajoy y el desconcierto socialista. En el siguiente lustro (2015/2019), conformó un espacio político-electoral llamado “del cambio de progreso”, cuya firmeza y consistencia, a pesar del debilitamiento producido por la política derechista de acoso y aislamiento (también con la participación de dirigentes socialistas), le ha permitido ser determinante para formar un gobierno de progreso. O sea, se ha terminado el bipartidismo, las izquierdas son plurales y su acuerdo unitario es necesario.
El acierto estratégico de la dirección y la gran mayoría de las bases de Podemos, Izquierda Unida y sus convergencias de no supeditarse al proyecto centrista del acuerdo PSOE/C’s en el año 2016, a pesar del castigo político y mediático recibido por ello, les ha permitido evitar la subordinación política (vestida de cooperación impuesta), la consolidación de una solución continuista en lo económico-social, lo institucional, lo territorial (plurinacional) y las relaciones de género, el riesgo de descomposición de las fuerzas del cambio y el cierre total de las oportunidades de cambio de progreso en España. Han salvado los muebles, más si se tiene en cuenta el fracaso contundente de la estrategia unilateral de las dos fuerzas próximas (PSOE y Más País). Han conseguido un gobierno compartido de coalición con una orientación progresista y plural, avalado por la gran mayoría de sus bases sociales, y cuya experiencia y trayectoria habrá que evaluar.
En definitiva, la renovación estratégica y teórica de las izquierdas debe contar con esa pluralidad, en colaboración leal y abordando esos tres ejes (socioeconómico y laboral, feminista y ecologista), a los que cabría añadir la regulación plurinacional de este país de países. Y la única forma es la democrática, dialogada y participativa de todas las partes, con fórmulas federales (y algunas confederales). Se trata de superar los viejos nacionalismos excluyentes de distinto signo, conformar un nuevo mestizaje plural (en convivencia y con rasgos comunes o inter-identitarios), basado en una experiencia compartida, un nuevo concepto de lo hispano (o incluso, de lo ibérico) abierto, diverso e inclusivo, y una nueva configuración institucional pactada. Y ese cuarto eje, en España, es imprescindible imbricarlo con los otros tres en un proyecto igualitario-emancipador-solidario. O, dicho de otro modo, el campo progresista del conjunto de España debe incorporar el nacionalismo democrático periférico y prefigurar de forma pactada un nuevo modelo institucional y de convivencia. Y ello superando las reticencias de muchos barones socialistas, aparte de la oposición visceral de las derechas.
La dirección socialista todavía debe clarificar su estrategia política
En tercer lugar, la dirección socialista todavía debe clarificar su estrategia política, su proyecto de país. La conformación de un gobierno de coalición progresista ha sido todo un ejercicio de realismo político por parte del presidente Sánchez. Una vez fracasado su plan de gran pacto de centro (o el apoyo del PP) y de gobierno en solitario (con el escéptico apoyo de Ciudadanos y el insuficiente de Más País, y el correspondiente y deseado desplome y división de Unidas Podemos y sus convergencias), solo le cabía a Sánchez una salida para mantenerse en el poder gubernamental: el giro hacia el acuerdo con UP, afrontando con firmeza la oposición de las derechas, con un mínimo programa social, democrático y de diálogo territorial.
Pero, como todo el mundo sabe, la nueva configuración gubernamental y programática no obedecía a ningún diseño estratégico socialista definido por un proyecto de avance progresista del país. Correspondía a la valoración, de crudo realismo pragmático, de un equilibrio de fuerzas políticas, con unas derechas ultramontanas, unos nacionalismos periféricos resistentes y la persistencia de una base social y electoral representada por las fuerzas del cambio, imprescindible para su gobernabilidad y disponible para un pacto razonable de progreso.
Esto significa que las bases de unidad estratégica y a largo plazo son frágiles. El pacto se asienta en la necesidad inmediata de control del poder (ahora negociado y compartido) por parte de la élite socialista… hasta el siguiente reparto de cartas que dicte un nuevo reequilibrio representativo y de poder. Sin entrar en pronósticos, solo como hipótesis y dando por supuesto la respuesta a la crisis económico-sanitaria, la aprobación presupuestaria y el encauzamiento del conflicto catalán, puede haber nuevas elecciones generales, como mínimo pasada la mitad de legislatura (2022). Lo que une al Gobierno es la expectativa de su ampliación representativa y de poder institucional común frente a las derechas, mediante unas reformas sociales, democráticas y territoriales imprescindibles para el progreso en España.
Pero las diferencias (hoy salvadas) y, sobre todo, la conveniencia para la dirección socialista de buscar un nuevo reequilibrio de poder más hegemónico (como se deduce de su estrategia entre abril y noviembre de 2019) le puede llevar a la aventura de un reajuste gubernamental, con nuevas elecciones generales. Actualmente sigue fresco el riesgo de esa aventurada apuesta que casi termina con la mayoría progresista. No es momento de dejarse llevar por un ventajismo partidista, ni desactivar la presión de su izquierda institucional y social, ni desconsiderar una gestión plural, aunque se produzcan algunos conflictos en el marco europeo dominante o con determinados poderes establecidos. Por tanto, el gobierno de coalición tiene una base común sólida, al menos a medio plazo (y con el permiso de PNV y ERC).
Una dinámica de progreso para un futuro incierto
Siguiendo con el hilo inicial del vacío estratégico y teórico socialista, en cuarto lugar, el déficit de una apuesta estratégica clara, a medio y largo plazo, por un cambio de progreso real y sustantivo, y la consideración táctica de sus alianzas progresistas actuales, incluido el alcance del diálogo sobre Cataluña, da como resultado un futuro institucional abierto. Y, por tanto, un posible replanteamiento socialista, también ‘realista’ y posibilista (cuando no cínico), del actual marco de acuerdo gubernamental.
Para evitarlo y dar consistencia y continuidad a esta colaboración, determinada por la conveniencia de la gestión de un poder institucional progresista y reformador, y ante el vacío de esa determinación estratégica y teórica socialista a medio plazo, solo cabe una dinámica popular incuestionable de avance en las reformas sociales y democráticas que encarna este Gobierno compartido, con un refuerzo de su legitimidad y cohesión, así como el fortalecimiento de las fuerzas del cambio. Ello, con la necesaria redefinición conjunta de las prioridades socioeconómicas y presupuestarias para afrontar la actual crisis derivada de la pandemia del coronavirus.
La otra opción es la pugna latente y prolongada tras la modificación del estatus quo y la búsqueda de otro supuesto equilibrio representativo con mayor ventaja del Partido Socialista. Su sentido sería implementar su mayor autonomía para la correspondiente geometría variable en sus acuerdos de gobernabilidad, por ejemplo, pretendiendo incrementar la representación socialista a costa del electorado de Unidas Podemos y sus aliados y alimentando nuevamente el apoyo centrista y/o de fuerzas intermedias respecto de UP. Ello le permitiría concluir con este proceso unitario de progreso, proseguir con un ligero continuismo renovado, volver a la centralidad exclusiva en la gobernabilidad y aislar a las fuerzas y dinámicas de cambio de progreso.
No hagamos malos augurios. Pero hay que reconocer que esa tendencia está inscrita en una realidad asimétrica y una voluntad estratégica y teórica difusa. Las fuerzas del cambio, para acceder y garantizar una gobernabilidad de progreso, solo tienen una opción: contar con la colaboración del Partido Socialista, mediante el refuerzo de su propia legitimidad y la activación cívica, dada la necesidad imperativa de la dirección socialista de no poder gobernar en solitario, condicionada por el bloqueo de las derechas y su insuficiente representatividad.
Sin embargo, para el PSOE existe otra opción que hasta ahora ha fracasado, pero a la que no renuncia: una gestión hegemónica, pactada con restos centristas (C’s) y/o nacionalistas-regionalistas (PNV…) y/o fuerzas intermedias (hoy muy limitadas tras el fracaso de Más País)… con la particularidad de terminar con la excepción del actual modelo de gobierno de coalición progresista con Unidas Podemos y el espacio del cambio, que habría que debilitar y subordinar. No obstante, esa alternativa es la experiencia fracasada de estos cuatro años de intento de normalización política e institucional con el objetivo de cerrar la dinámica de cambio de progreso en España. Pero no por ello hay que descartarla ni caer en la ingenuidad ante la falta de consolidación del proyecto institucional y social de progreso.
En definitiva, no se trata de analizar el futuro desde una bola de cristal. Solo hay que señalar que los motivos del presente acuerdo gubernamental no derivan de compartir una estrategia (y una teoría) de progreso, sino de una conveniencia táctica mutua derivada del reequilibrio de poder tras el 10-N… que puede cambiar para la siguiente legislatura. La razón es que, especialmente, la dirección socialista no está interesada en elaborar y compartir con las fuerzas del cambio un diseño de país más ambicioso, común y duradero. Esa es la moraleja que, indirectamente, podemos sacar de la valoración de este senador del PSC, en funciones más de intelectual, sobre los déficits del ideario socialista, el cual tiene grandes repercusiones estratégicas que no aborda en su artículo.
Así, volviendo al principio, el Partido Socialista y, en otro plano, el conjunto de las fuerzas progresistas y de izquierda tienen un reto por delante: impulsar un proyecto democrático y transformador de progreso, compartido e integrador del rojo, verde y violeta (y la plurinacionalidad). En particular, partiendo de la refundación teórica que reclama Manuel Cruz, sobre todo el PSC y el sanchismo deben clarificar qué contenido sustantivo debería tener ese ideario socialista para fijar un rumbo a su estrategia a medio plazo y clarificar su acción gubernamental y de alianzas con un proyecto más nítido, social y democrático de país; y, de paso, construir una referencia renovadora de la socialdemocracia y el conjunto de las izquierdas para al menos todo el sur de Europa. El riesgo es que quede en el enésimo lavado de cara, con la consiguiente continuidad de la crisis de las izquierdas y la recomposición de las derechas. Por ello hay que tomarse en serio el diagnóstico del político-intelectual catalán, completarlo y avanzar en un plan transformador y una teoría crítica.
@antonioantonUAM
19 /
3 /
2020