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Juan-Ramón Capella

Apreciaciones subjetivas sobre el cine

Hay películas que despiertan y películas que atontan. La gran mayoría de las películas norteamericanas del siglo XXI la constituyen películas que atontan. Pueden atraparte, eso sí: a veces aguantas su visionado hasta el final. Tal vez solo querías distraerte, o sencillamente la has encontrado en la pantalla de tu televisor (luego nos ocuparemos del cine en televisión). Característica de las películas que atontan es que han sido hechas en breve tiempo; las protagonizan actores y actrices tan guapos como mediocres, aunque el director sea técnicamente competente.

Pero el buen cine está hecho de películas que despiertan, que avivan tu sensibilidad, que te obligan a reflexionar. Estas películas te atrapan siempre. Tanto que a veces, si estás muy cansado, prefieres ver otra cosa. La cinematografía, recuérdalo, es arte. Por ejemplo, Tiempos modernos de Chaplin es arte puro [1]. Y siempre será mejor contemplar una obra de arte que filmaciones mediocres.

Otra distinción que conviene tener en cuenta es la del cine predominantemente lírico y el cine prosaico. Pasolini habló alguna vez de cine de poesía y cine de prosa, pero la distinción que pretendo establecer no coincide con esa. Una película prosaica puede contener, ciertamente, momentos líricos. Un ejemplo de ello lo encontramos en la excelente Río Bravo, de Howard Hawks: la escena en la que se canta a dúo en la cárcel, y quizá no solamente esa. Pero esas películas no son práctica y enteramente líricas como La Morte Rouge, de Víctor Erice o Una historia inmortal de Orson Welles. Pasolini, en Uccellacci e uccellini nos ofreció una película larga llena de lirismo. El cine español ha dado de sí varias películas excelentes de este tipo de cine, con autores como Pere Portabella, José Luis Guerín o el ya citado V. Erice (por no hablar del Buñuel de Un perro andaluz). Si un día ves una película predominantemente lírica entonces ese es tu día afortunado: no abundan.

Una diferenciación importantísima es la que cabe establecer entre las películas que se pueden ver muchas veces y las películas que pierden si las vuelves a ver. Algunas películas incluso ganan si las ves muchas veces: descubres en ellas riquezas en las que no habías parado mientes. Potemkin, Tiempos modernos o la trilogía de El padrino parecen mejores cada vez que las ves, mientras que, salvo que seas un profesional del cine, se hace duro repetir el visionado de obras maestras de Dreyer. Con la literatura ocurre lo mismo: uno puede leer varias veces Rojo y negro, pero difícilmente repetirá con La montaña mágica. De todas maneras vale la pena examinar si realmente las películas de «ver una sola vez» pierden con un nuevo visionado. Pues es preciso tomar en consideración que no sólo cuenta la película sino también el espectador (cada uno de nosotros, con su personal e intransferible subjetividad): mientras que la película es siempre la misma, el paso del tiempo —que en nosotros es manifiesto, y puede modificar nuestra mirada— modifica también el contexto cultural del visionado de la película, independiente de nosotros. Nuestro canon estético nos hace ver como excesivamente exuberantes las mujeres pintadas por Rubens, quien sin duda es más apreciado como pintor por los especialistas que por los aficionados actuales. Lo mismo puede pasar con el cine. También hay cineastas que van de más a menos, como ocurrió con las últimas obras del pintor Renoir —en su juventud produjo varias obras maestras— que parecen meros cromos; tampoco las últimas películas sonoras de Chaplin, con la excepción de Un rey en Nueva York, están a la altura de su pasado genial.

El cine empieza ya a ser historia, a contener historia, y no tanto por las películas «históricas» cuanto por la que en él se ve: el racismo en tantas películas, las loas al tabaco, la defensa del patriarcalismo, lacras que desaparecen de las películas actuales que, sin duda, tienen también su carga histórica.

Y, claro, el cine es político. Puede ser un instrumento político explícito —no hace falta poner ejemplos— o un instrumento implícito. Mediante el cine se ha glorificado el genocidio de los norteamericanos nativos, el colonialismo europeo, a determinadas alianzas militares, a los ejércitos, a las policías «expeditivas», a los tribunales… Y se proponen modelos de vida que forman parte de las acciones del poder cultural, del consumismo del sistema capitalista: éste es su mayor poder.

Cierto que también el cine ha criticado a los poderes económicos, militares y políticos cuando ha podido, como hizo Chaplin en Tiempos modernos y Un rey en Nueva York, o Kubrick en Senderos de gloria. En todo caso, hay que descubrir el lado político de las películas, sobre todo de las que parece a primera vista que no lo tienen, y descubrir también que la fuerza o el poder del cine, puede hacernos pasar un buen rato de entretenimiento con una película perfectamente reaccionaria.

Cada uno guarda en su particular colección de recuerdos infantiles algunas películas inolvidables y queridas. Entre las mías están La perla, del Indio Fernández, y La Bella y la Bestia de Jean Cocteau, vistas a los pocos años. Pero también están las aborrecidas: en mi caso, Fantomas contra Fantomas, de R. Vernay, o El fantasma de la Ópera de A. Lubin (1943): ambas me indujeron a tomar la precaución de mirar cada noche debajo de la cama por si algún malvado se ocultaba allí. Solo podemos recomendar las aborrecidas a nuestros enemigos… y recordar que las películas de terror no son para niños. [En cambio el pequeño —capacidad para 143 espectadores valientes— cine Alexis de Barcelona montó hace muchos años unas sesiones golfas —empezaban a medianoche— de cine de terror, en que unos aficionados adultos se asustaban o se carcajeaban, casi siempre de sí mismos, coralmente. Eso era verdadera afición al cine.]

Hay películas que te sueltan las lágrimas o casi. Depende de lo llorón que sea uno. Se trata por lo general de películas que exacerban los sentimientos y especialmente las emociones; son películas que se han propuesto conmoverte. No te fíes demasiado: que te hagan llorar no significa que sean películas muy buenas. Kramer contra Kramer, de Robert Benton, es un buen ejemplo de estas peliculas lacrimógenas. Por cierto: las lágrimas pueden saltar en una película cualquiera, en algún instante inesperado (llevar un pañuelo dispuesto para una compañía llorona hace amistades inolvidables).

Para elegir películas lo mejor es guiarse por su director. Las películas de Hollywood, sin embargo, no siempre eran responsabilidad completa de sus directores, sino también del llamado entonces «productor»: el representante de los intereses financieros puestos en juego por la industria de hacer películas. John Huston filmaba tan poco como podía, y no solía repetir tomas: no quería dejar imágines sueltas que le permitieran al «productor» alterar su película. Otros tuvieron muy mala suerte: Eric von Stroheim, un gran maestro del cine, rodó películas que por «razones comerciales» o supuestas tales no se estrenaron jamás. Hace pocos años la película El sur, de V. Erice, no se pudo completar por razones de financiación. En tiempos cercanos a nosotros además de la censura financiera estaba o está la otra: el comité presidido por McCarthy hizo encoger no pocas películas (además de poner en una lista negra o mandar directamente a la cárcel a muchas personas relacionadas con el cine). El ejemplo más notable es ¡Viva Zapata!, de Kazan. Al principio de la película un periodista norteamericano, trasunto de John Reed [2], es algo así como la simpática consciencia política de Zapata; pero llegaron al rodaje, en México, noticias maccarthianas, y el periodista fue convertido en un manifiesto malvado. Kazan, como suele decirse, quería salvar su piscina. Muy recientemente el film de Scorsese Gangs de Nueva York se cierra rara y apresuradamente por causa evidente de una censura no se sabe si financiera o política.

Para elegir el visionado de una película resulta peligroso guiarse únicamente por la crítica de cine de los diarios: por cada crítico competente hay un montón de maníacos y de agentes publicitarios disfrazados de crítico. Claro que se aprende por ensayo y error. También cabe recurrir a otros aficionados que sintonicen con los gustos de uno. Hoy internet, además, puede ayudar a elegir.

La historia ha dado una serie de realizadores que raramente han dejado de crear películas estupendas o geniales. He aquí un listado: Charles Chaplin, Buster Keaton, S. M. Eisenstein, Carl Theodor Dreyer, King Vidor, F.W. Murnau, Luis Buñuel, Howard Hawks, Jean Vigo, Jean Renoir, S. Laurel y O. Hardy, John Ford, Hermanos Marx, Orson Welles, John Huston, Alfred Hitchcock, Marcel Carné, Jean Cocteau, Luchino Visconti, Vittorio De Sica, Nicholas Ray, Akira Kurosawa, Federico Fellini, Stanley Kubrick, Ingmar Bergman, François Truffaut, Louis Malle, Andrei Tarkovski, P.P. Pasolini, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Steven Spielberg, Ettore Scola, André Téchiné, Théo Angelopoulos, Robert Guédiguian, Patricia Ferreira, Michael Haneke, Víctor Erice.

¿Blanco y negro o color? Las imágenes de cualquier filmación reflejan la realidad filmada. Eso hace que las películas sean, de un modo u otro, realistas, aunque se trate de realidad dentro de un argumento o de realidad fabricada, facturada (por ejemplo, los decorados de Metrópolis o de los spaghetti western, que no dejaban de ser cosas fotografiables). Por otra parte el espectador tiende a olvidar que no se capta toda la realidad de lo filmado —por fortuna el cine no huele— y además puede escapársele toda la técnica cinematográfica. Para empezar están los «campo» y «fuera de campo», lo que no se ve pero puede interactuar con lo que se ve (por ejemplo, conversación entre personas que están unas en campo y otras fuera de campo). Los ángulos de encuadre, la fotografía, la iluminación, los tipos de plano (de muy general a primer plano), los movimientos de cámara, el montaje, etc., son algunos de los que crean la realidad cinematográfica, que evidentemente no es realidad bruta.

Las filmaciones en color buscan dotar de más características de realismo a las imágenes, y también, de alguna manera, tienden a privarlas del dramatismo genérico que con demasiada premura se asocia a la filmación en blanco y negro. El cine en blanco y negro no es en modo alguno una antigualla, como afirman espectadores cinematográficamene analfabetos. Precisamente la desaparición del color nos indica que estamos ante un arte.

En cierto modo el cine esencial es el cine mudo o el cine sin palabras, y, en la persecución de la esencialidad del cine, el blanco y negro está más cerca de esa esencia que el cine en color. Películas como Amanecer de Murnau o El Acorazado Potemkin de Eisenstein, mudas y en blanco y negro, no ganarían un ápice en color (quizá perderían bastante). El color está en cambio muy indicado en las películas espectaculares, como 2001 de Kubrick o las películas de romanos [3]; también los paisajes de las películas del oeste van mejor con el color. De modo que hay que dejar de lado el dogmatismo. Dogmatismo, en cambio, muy presente en quienes solo quieren ver películas en color.

Una característica significativa de una mala película es que la música suene de fondo en toda ella. Cuando ocurre eso lo mejor es abandonar la sala o apagar el televisor.

Cuestión previa a cualquier otra cuestión sobre el sonido en el cine es la pregunta: ¿realmente el cine necesita el sonido? ¿Y que el sonido de un film sea lenguaje humano?

Está claro que ha habido excelente cine anterior a la invención del sonoro. Aunque también es cierto que la proyección de películas mudas habitualmente se acompañaba de un pianista que interpretaba piezas durante la proyección [4], e incluso se produjeron obras musicales completas para que se incorporaran a películas sonoras pero no habladas —el mejor ejemplo lo constitye la música de Prokófiev para Alexander Nevski de Eisenstein, o la composición de Shostakovich para Acorazado Potemkin, incorporada a posteriori al film, obviamente anterior al sonoro—.

Volviendo a la cuestión antes planteada, periódicamente surgen artistas como Tati, en la estela de Chaplin [5], que prescinden de la palabra hablada, aunque no del sonido. Como si el cine desnudo no lo necesitara, como tampoco el color [6].

En relación con el cine sonoro está la vexata quaestio del doblaje. Los espectadores españoles, habituados a él, no suelen percibir que con el doblaje se mutila a las películas de una parte importante del trabajo actoral como es el recitado y el uso de la propia voz. ¿Alguien imagina a Fernando Fernán-Gómez, p.ej., doblado al inglés? Pues con el doblaje se comete ese tipo de sacrilegio por mutilación. (Una vez cometido, sin embargo, hay que decir que algunas lenguas se adaptan a ciertas temáticas mejor que otras: así, el doblaje al catalán de Río Bravo hace a la película mucho más creíble que doblada al castellano, a un castellano prosódicamente demasiado neutro. Misterios de la fonética.) Conservar las versiones originales, si acaso subtitulándolas, parece preferible a la violencia del doblaje. Ello con independencia de que el trabajo de doblaje tenga calidad, como suele ocurrir cuando se dobla a grandes actores.

Ver el cine en sala o verlo en pantalla de televisión: he aquí la cuestión que va a ocuparnos ahora.

Las viejas salas de cine tenían grandes aforos, para varios centenares de personas. Debían atraer a un gran público, de modo que en España fueron corrientes, salvo em los estrenos, los programas dobles, de dos películas (en cines llamados de reestreno). El pase de las películas era continuo, de modo que los espectadores que por llegar tarde se habían perdido el principio de la primera película solían permanecer en sus butacas hasta haber visto completo el programa entero.

Ese ver el cine, en solitario o acompañado, pero además en compañía de desconocidos, en la oscuridad, multiplicaba las emociones suscitadas por las películas y desinhibía al personal. En las de humor las risas eran corales y pegadizas; aquellas pelis en las que al final se mataba al malo podían suscitar rugidos de satisfacción colectivos (eso podía ocurrir incluso entre públicos selectos: lo he presenciado en un cine «de arte y ensayo» que proyectaba Eso se llama la aurora, de Buñuel). A veces el público se enfrentaba en bandos opuestos: en mi recuerdo, tal cosa ocurrió en la Filmoteca barcelonesa con la proyección de un film «de vanguardia» en el que todo lo que ocurría era que una criatura del Dr. Frankenstein repetía, hablando muy lenta y penosamente, «Nadie me escucha, nadie quiere escucharme» paseando por los sótanos del Louvre: la escandalera del crecientemente encrespado público impedía, justamente, escuchar a la creación de Frankenstein [7]. En conclusión: ver una película en un cine grande, en la oscuridad y acompañado por muchos desconocidos, puede alterar la recepción de la película; recuerdo haber visto así Traffic de Tati, entre innumerables carcajadas del público que se sucedían como las olas del mar en el espléndido y desaparecido cine Astoria de Barcelona, mientras que un visionado reciente de la misma película en una pantalla de televisión sólo me ha suscitado alguna sonrisa. El cine en gran pantalla, además, se puede ver al aire libre en las calurosas noches del verano.

Y es que el modo en que se ve el cine modifica su recepción individual. Una cosa es el cine en un cine, y otra experiencia muy distinta el cine en una pantalla de televisión en tu casa. En el último caso se puede elegir entre la soledad o la compañía, se puede interrumpir momentáneamente el visionado (por ejemplo, para irse a otro universo por una llamada telefónica del que habrá que regresar); se puede ver parte de una película y continuar otro día; y, lo penúltimo peor, se puede ver un film en un formato de pantalla distinto del concebido por el realizador. Lo peor de todo son las posibles interferencias comerciales que interrumpen el visionado y la superposición de logotipos o anuncios. Que los canales de televisión puedan emitir tanto bodrios como obras de arte verdaderas dándoles idéntico tratamiento es realmente blasfemo. ¿El lector puede imaginar Las Meninas o el Guernika con logotipos o anuncios pegoteados encima? Con el séptimo arte las emisoras de tv hacen de todo con absoluta impunidad.

Por eso siempre será preferible el cine en el cine, aunque la actual reducción del aforo de las salas de cine está mutilando esta experiencia de la cinematografía.

Para concluir esta reflexión, alguna información significativa. Por ejemplo, un listado de algunos de los grandes clásicos del cine:

S. M. Eisenstein

El acorazado Potemkin, 1925

Buster Keaton

El maquinista de la general, 1926

F. W. Murnau

Amanecer, 1927

Luis Buñuel

L’Age d’Or, 1930

Jean Vigo

L’Atalante, 1934

Charles Chaplin

Tiempos modernos, 1936

Jean Renoir

La gran ilusión, 1937

Orson Welles

Ciudadano Kane, 1941

Michael Curtiz

Casablanca, 1942

Marcel Carné

Les enfants du paradis,1945

Jean Cocteau

La Bella y la Bestia, 1946

Vittorio De Sica

Ladrones de bicicletas, 1948

Nicholas Ray

Johny Guitar, 1954

Akira Kurosawa

Los siete samurais, 1954

Stanley Kubrick

Senderos de gloria,1957

Billy Wilder

Con faldas y a lo loco, 1959

Luchino Visconti

Rocco y sus hermanos,1960

Stanley Kubrick

Dr. Strangelove, 1963

Luchino Visconti

El Gatopardo, 1963

John Huston

La noche de la iguana, 1964

P. P. Pasolini

Pajarracos y pajaritos, 1966

George Dunning

El submarino amarillo, 1968

Francis Ford Coppola

El padrino, 1974, 1983, 1990

Ridley Scott

Blade Runner, 1982

Terry Gilliam

Brazil, 1985

Andrei Tarkovski

Sacrificio, 1986

José Luis Cuerda

Amanece que no es poco, 1988

Otra información, que incluye la anterior, sería la de las películas del siglo XX preferidas por el autor de estas líneas. Ciertamente, es un gran atrevimiento proponerla, pero a la vista de listados de «grandes películas» aparecidos en diversos medios, en internet, e incluso en revistas dedicadas al cine, el listado siguiente parece estar dentro de los límites estrictos de lo razonable.

David W. Griffith

Intolerancia, 1916

Charles Chaplin

El emigrante, 1917

F. W. Murnau

Nosferatu, 1922

Eric von Stroheim

Avaricia, 1923

Buster Keaton

El navegante, 1924

S. M. Eisenstein

Acorazado Potemkin, 1925

Vsévold Pudovkin

La madre,1926

Buster Keaton

El maquinista de la general, 1926

F. W. Murnau

Amanecer, 1927

Carl Theodor Dreyer

La pasión de Juana de Arco, 1928

King Vidor

The crowd, 1928

Luis Buñuel

L’Age d’Or, 1930

Fritz Lang

M., el vampiro de Düsseldorf, 1931

James Whale

Frankestein, 1931

Charles Chaplin

Luces de la ciudad, 1931

Howard Hawks

Scarface, 1932

Jean Vigo

L’Atalante, 1934

Hermanos Marx

Una noche en la ópera, 1935

Charles Chaplin

Tiempos modernos, 1936

Jean Renoir

La gran ilusión, 1937

S. Laurel y O. Hardy

En el Oeste, 1937

Marcel Carné

Quai des brumes, 1938

S. Laurel y O. Hardy

Estudiante de Oxford, 1940

Ernst Lubitsch

El bazar de las sorpresas,1940

Howard Hawks

Tener y no tener, 1940

John Ford

Las uvas de la ira, 1940

Hermanos Marx

En el Oeste,1940

Orson Welles

Ciudadano Kane, 1941

John Huston

El halcón maltés, 1941

Alfred Hitchcock

Sospecha, 1941

Michael Curtiz

Casablanca, 1942

Marcel Carné

Les enfants du paradis,1945

Roberto Rossellini

Roma, ciudad abierta, 1945 [8]

Jean Cocteau

La Bella y la Bestia, 1946

Luchino Visconti

La terra trema, 1948

Vittorio De Sica

Ladrones de bicicletas, 1948

Roberto Rossellini

Alemania, año cero, 1948

Nicholas Ray

Los amantes de la noche, 1948

Max Ophuls

Carta de una desconocida, 1948

King Vidor

El manantial, 1949

Howard Hawks

Río Bravo, 1950

John Huston

La jungla de asfalto, 1950

Henri G. Clouzot

El salario del miedo, 1050

Jean-Pierre Melville

Les enfants terribles, 1950

Billy Wilder

El crepúsculo de los dioses, 1950

John Huston

La Reina de África, 1951

Alfred Hitchcock

Extraños en un tren, 1951

Elia Kazan

Un tranvía llamado deseo, 1951

René Clément

Juegos prohibidos, 1952

Luis G. Berlanga

Bienvenido Mr. Marshall, 1953

Nicholas Ray

Johny Guitar, 1954

Akira Kurosawa

Los siete samurais, 1954

William Wyler

La gran prueba, 1956

Juan Antonio Bardem

Calle Mayor, 1956

Federico Fellini

Las noches de Cabiria, 1956

Stanley Kubrick

Senderos de gloria,1957

Ingmar Bergman

Fresas salvajes, 1957

Akira Kurosawa

Trono de sangre, 1957

Luchino Visconti

Las noches blancas, 1957

Mario Monicelli

I soliti ignoti, 1958

Orson Welles

Sed de mal, 1958

John Ford

El último hurra!, 1958

Jacques Tati

Mi tío, 1958

Roberto Rosellini

El general Della Rovere, 1959

Billy Wilder

Con faldas y a lo loco, 1959

René Clément

A pleno sol, 1959

François Truffaut

Los 400 golpes, 1959

Pietro Germi

Un maldito embrollo, 1959

Bernhard Wicki

El puente, 1959

Vittorio De Sica

La ciociara, 1960

Jean-Luc Godard

A bout de soufle, 1960

Luchino Visconti

Rocco y sus hermanos,1960

Ingmar Bergman

El manantial de la doncella, 1961

Pietro Germi

Divorcio a la italiana, 1961

P. P. Pasolini

Mamma Roma, 1962

Andrei Tarkovski

La infancia de Iván, 1962

Tony Richardson

La soledad del corredor de fondo, 1962

Jean-Luc Godard

Vivre sa vie, 1962

François Truffaut

Jules et Jim, 1962

John Ford

El hombre que mató a Liberty Valance, 1962

Roman Polanski

El cuchillo en el agua, 1962

Robert Bresson

El dinero, 1963

Stanley Kubrick

Dr. Strangelove, 1963

Elia Kazan

América, América, 1963

Francesco Rosi

Manos sobre la ciudad, 1963

Luchino Visconti

El Gatopardo, 1963

Federico Fellini

Otto e mezzo, 1963

Mario Monicelli

Los compañeros, 1963

P. P. Pasolini

La ricotta, 1963 [en Ro-Go-Pag]

Luis G. Berlanga

El verdugo, 1963

John Huston

La noche de la iguana, 1964

Fernan Fernán Gómez

El extraño viaje, 1964

P. P. Pasolini

El Evangelio según san Mateo, 1964

P. P. Pasolini

Pajarracos y pajaritos, 1966

Jean Pierre Melville

Le samourai, 1967

André Delvaux

Una noche, un tren, 1968

George Dunning

El submarino amarillo, 1968 [9]

Orson Welles

Una historia inmortal, 1968

Stanley Kubrick

2001 Odisea del espacio, 1968

Andrei Tarkovski

Andrei Rublov, 1969

François Truffaut

L’enfant sauvage, 1969

Jean-Pierre Melville

Círculo rojo, 1970

Akira Kurosawa

Dodes-ka-den, 1970

Robert Bresson

Cuatro noches de un soñador, 1971

Alain Tanner

La salamandra,1971

Federico Fellini

Roma, 1972

Víctor Erice

El espíritu de la colmena, 1973

Juan Antonio Bardem

La isla misteriosa, 1973

Ingmar Bergman

Gritos y susurros, 1974

Luchino Visconti

Retrato de familia en un interior, 1974

Francis Ford Coppola

El padrino, 1974, 1983, 1990

P. P. Pasolini

Salò, 1975

J. Luis Borau

Furtivos, 1975

Bernardo Bertolucci

Novecento, 1976

Martin Scorsese

Taxi driver, 1976

Ettore Scola

Una giornata particolare, 1977

Woody Allen

Annie Hall, 1977

Iván Zulueta

Arrebato, 1979

Francesco Rosi

Cristo se detuvo en Éboli, 1979

François Truffaut

El último metro, 1980

Manuel G. Aragón

Maravillas, 1980

Francesco Rosi

Tres hermanos, 1981

Ridley Scott

Blade Runner, 1982 (compl.2007)

Axel Corti

Trilogía de Viena, 1982-1986

Steven Spielberg

ET, el extraterrestre, 1983

Pedro Almodóvar

¿Qué he hecho yo para merecer esto?, 1984

Sergio Leone

Érase una vez en América, 1984

Terry Gilliam

Brazil, 1985

Stephen Frears

Mi hermosa lavandería, 1985

Martin Scorsese

After Hours, 1985

F. Fernán Gómez

El viaje a ninguna parte, 1986

Andrei Tarkovski

Sacrificio, 1986

Robert Guédiguian

Marius et Jeanette, 1987

Louis Malle

Au revoir les enfants, 1987

José Luis Cuerda

Amanece que no es poco, 1988

Louis Malle

Milou en mai, 1989

Ettore Scola

Che ora é?, 1989

Gianni Amelio

Ladrón de niños, 1992

Fernando Trueba

Belle Époque, 1992

Ang Lee

El banquete de boda, 1993

André Téchiné

Los juncos salvajes, 1994

Agustín Díaz Yanes

Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, 1995

Theo Angelopoulos

La mirada de Ulises, 1995

Woody Allen

Todos dicen I love you, 1996

José Luis Guérin

Tren de sombras, 1997

Abbas Kiarostami

El sabor de las cerezas, 1997

Curtis Hanson

L. A. confidencial, 1997

Robert Guédiguian

Marius et Jeannette, 1997

Michael Haneke

Código desconocido, 2000

Patricia Ferreira

Sé quién eres, 2000

 

Y, ya puestos, las preferidas del siglo XXI:

 

Ken Loach

La cuadrilla, 2001

José Luis Guérin

En construcción, 2001

F. León de Aranoa

Los lunes al sol, 2002

Roman Polanski

El pianista, 2002

Patricia Ferreira

Para que no me olvides, 2005

Ang Lee

Brokeback Mountain, 2005

F. H. von Donnersmarck

La vida de los otros, 2006

André Téchiné

Los testigos, 2006

Martin Scorsese

Infiltrados, 2006

Víctor Erice

La Morte Rouge, 2009

Robert Guédiguian

Las nieves del Kilimanjaro, 2011

Michael Haneke

Amor, 2012

André Téchiné

Cuando tienes diecisiete años, 2016

 

Las preferencias expresadas no son, obviamente, objetivas. Pero podrían ser significativas de que el mejor cine se hizo en las décadas de 1950 y 1960. En ellas fueron realizadas en gran número obras verdaderamente destacables.

El cine permite el documento y el documental, y no solo la forma narrativa habitual. Además hoy hay público para el cine hecho fuera de las culturas hegemónicas, al margen del modelo narrativo euro-americano normalizado (indebidamente). Con «tempi» distintos, como ejemplifica El sabor de las cerezas de Kiarostami. Es de temer, sin embargo, que también en el cine se produzca la homologación cultural —lo que por desgracia implica aculturación—.

Las invenciones electrónicas han abaratado notablemente las filmaciones (aunque algunos realizadores suelen preferir la película analógica). Hoy se puede filmar incluso con un teléfono móvil. Eso ha dado lugar a la retransmisión de mucha porquería (y ‘porquería’ es una expresión atenuada) por las llamadas «redes sociales». A costa de esta carga de estulticia, sin embargo, cabe conseguir documentos filmados de hechos reales y la construcción de auténticos documentales. Los realizadores dependen menos de las finanzas para rodar —es un decir— con los nuevos medios, que incluyen cámaras digitales capaces de filmar-sin-película con gran calidad en un soporte con el que el celuloide no puede competir financieramente ni en términos de conservación. Las viejas películas valiosas se digitalizan y sus imágenes son restauradas. También es posible, para los pocos que disponen de espacio, montar un pequeño cine en la propia casa, mediante lectores de dvd y proyectores de gran calidad que permiten superar los límites dimensionales de las pantallas de televisión.

Quizá lo mejor esté por venir.

 

Notas:

[1] Chaplin, ciertamente, se inspiró en otro film excelente, A nous la liberté, de René Clair; de gran calidad pero no excepcional como el de Chaplin, partiendo del mismo tema.

[2] John Reed fue el autor de Diez días que conmovieron al mundo y de ¡Que viva México!, entre otras obras notables.

[3] Impagable el Julio César en b/n de Mankievicz, donde tras la figura de César (Marlon Brando) aparece un busto… de Adriano.

[4] El piano jazzístico se acomoda perfectamente a los films mudos de Chaplin. El lector puede hacer la prueba por sí mismo recurriendo a música de Fats Waller o Jerry Roll Morton.

[5] Se tiende a ver a Chaplin como un mimo genial. Lo es, pero también uno de los más grandes genios del arte cinematográfico.

[6] Eisenstein coloreó a mano, fotograma a fotograma, una bandera roja en las primeras copias del Potemkin. Pero este uso puntual del color, que busca un efecto emocional, difiere esencialmente de las habituales películas en color. Otros autores han buscado efectos parecidos, con copias en sepia de sus pelis y no en blanco y negro, como Truffaut en alguna ocasión. Ciertos autores usan color y blanco y negro en la misma película para lograr efectos diversos, como Pasolini en La ricotta.

[7] En rigor de James Wahle o de Mary Shelley…

[8] Se trata de una buena y eficaz película, aunque Luis Buñuel y yo creemos que contiene una vileza, supongo que la misma. He dudado mucho en incluirla aquí.

[9] El film El submarino amarillo es la gran obra maestra del pop-art.

5 /

2020

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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