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Fabio Ciaramelli y Sarantis Thanopulos

La gig economy*, amenaza mortal para la democracia

Fabio Ciaramelli:

Hace unas semanas el procurador de la República de Milán, Francesco Greco, ha declarado que «los rider [repartidores] no son esclavos, sino ciudadanos a los que se les ha sustraído la posibilidad de tener las tutelas debidas y las garantías para su futuro». Una afirmación de este tipo debería ser una obviedad, pero ha dejado de serlo a partir del momento en que el modelo económico que se está difundiendo, la llamada gig economy, prevé que sea posible ganarse la vida mediante trabajos ocasionales, sin contratos y por tanto sin garantías. Ya lo había denunciado el año pasado Luca Ricolfi, un sociólogo que ciertamente no es un extremista. En su libro La società signorile di massa [«La sociedad señorial de masas»] había hablado de una «vasta estructura paraesclavista, formada por muchos tipos de trabajo servil e infrapagado (desde los estacionales a los del mundo de la externalización de los servicios), sin los cuales no funcionaría el consumo de masas».

Un modelo así es simplemente inaceptable porque excluye de la ciudadanía a una parte de la población privada de sus derechos, que sin embargo desempeña un papel esencial para el mantenimiento del sistema. No por azar el procurador Greco ha recordado el film de Ken Loach Sorry we missed you, que muestra la farsa, e incluso el engaño, de un trabajo solo aparentemente ocasional y temporal, en el que cada uno puede convertirse en empresario de sí mismo. Pues se trata en cambio de un auténtico trabajo subordinado, rígidamente reglamentado y vigilado de manera estable por el ordenador que a todos controla, que penaliza a quien no está siempre disponible, y que en el momento oportuno deja fuera a quien enferma, protesta o hace huelga. Tratar a un gran número de personas, que por otra parte desempeñan actividades esenciales, como súbditos a los que imponer únicamente deberes y sujecciones, y no como ciudadanos portadores de derechos, no es solo una traición a la justicia social, sino una amenaza mortal para la democracia constitucional misma.

Sarantis Thanapulos:

La gig economy, la economía de los trabajos ocasionales, esporádicos, amenaza a la democracia porque disuelve el vínculo necesario entre sus condiciones fundamentales: la diversidad y la paridad. Sin la paridad la diversidad del uno se impone sobre la del otro, y la diversidad de entrambos se evapora. Sin la diversidad la paridad es insensata: la vida se puebla de autómatas. Más desiguales, inicuas, son las relaciones de intercambio, convirtiéndose en relaciones de fuerza, e indudablemente la «flexibilidad» en la inmensa mayoría de los casos sirve para que se vuelvan cada vez más enajenados tanto quien tiene el cuchillo por el mango cuanto quien lo sufre. La diversidad entre ricos y pobres, entre fuertes y débiles, carece de todo significado humano, y al superar ciertos límites empieza a deshumanizarnos. La gig economy no produce «empresarios de sí mismos» como no sea en la forma de plagiarios e influencers, los cuales, fidelizados ante todo a los modos de sentir, pensar, decir y hacer de un orden uniformador, fidelizan con éxito también a los demás: a la masa de ciudadanos desarraigados de sus afectos y de su capacidad para reflexionar (incluso cuando obtienen unas rentas más bien estables) de los que se está llenando nuestro mundo.

La expansión exponencial de los trabajos temporales crea un tipo de difusa e invasiva precariedad psíquica que promueve como soluciones de estabilidad el retorno permanente a la extrema disparidad social, al pasivizante derecho del más fuerte. Ideológicamente, la economía gig se basa en el supuesto mixtificador de una flexibilidad ideal que no tiene nada que ver con la realidad: el espacio imaginario (típico de la infancia y de la adolescencia) en que ahora se hace una cosa y ahora otra, en una feliz satisfacción de las propias inclinaciones múltiples, sin tener que responder a ningún límite o exigencia de definición. Concretamente, se fundamenta en un proceso de automación/digitalización salvaje que destruye el trabajo, produce esclavitud y despersonaliza las relaciones.

* Economía por encargo: bonito nombre para las relaciones laborales sin derechos [N.d.T.].

[Fuente: Il Manifesto, obtenido el 22.04.21; Trad.: J.-R. C]

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2021

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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