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Albert Recio Andreu

La izquierda desnortada

I

Para circular por el mundo hace falta orientarse. El aprendizaje básico de cualquier excursionista incluía entender los mapas y la brújula. En tiempos de GPS este conocimiento básico tiende a esfumarse. Nos convierte en dependientes de una tecnología que no siempre funciona perfectamente y nos impide situarnos cuando carecemos de la misma. Algo parecido le ocurre al conjunto de la izquierda: ha perdido las referencias cardinales y no tiene buenos mapas que le ayuden a situar donde está, donde quiere ir y por donde transitar.

Toda la izquierda transformadora está en una situación parecida. Durante muchas décadas su centro de orientación se fundamentó en el marxismo clásico y en los textos de los grandes revolucionarios de principios del siglo XX. Muchos de ellos siguen siendo textos importantes, pero sirven poco para encontrar respuestas a una situación que ha cambiado radicalmente en muchos aspectos. Sobre todo en lo que tiene que ver con los que son más relevantes para la acción política: la estructura social, los procesos de socialización, las formas de vida y las relaciones sociales. Cambios que afectan a la acción política, pero que son especialmente punzantes para una izquierda que nunca contará con los recursos ni los apoyos de la derecha.

Cuando más visible se hace esta orientación es en situaciones críticas en las que es más necesario que nunca tener perspectivas claras acerca de cómo actuar. Y creo que es fácil estar de acuerdo en que volvemos a estar ante otra coyuntura crítica. De hecho, llevamos años sometidos a una especie de yincana en la que a cada momento se nos somete a una prueba nueva y donde nos cambian los puntos de referencia.

Ahora mismo percibo tres campos donde resulta difícil desarrollar una respuesta clara, unitaria, movilizadora: la guerra de Ucrania, la naturaleza de la crisis actual y las vías de acción.

II

Ucrania es el nuevo escenario de una tragedia ya repetida. Un nuevo episodio de enfrentamiento entre potencias militares. La posición clásica de la izquierda siempre ha consistido en oponerse a estas guerras y en llamar a la rebelión. Hay que reconocer que esta posición ha tenido poco éxito (como ya se evidenció al estallar la Primera Guerra Mundial, en la que era evidente que simplemente se dirimían los intereses de ejércitos enfrentados). Pero al menos ayudaba a generar un discurso alternativo y a hacer visible un discurso moral de largo alcance. En la mayoría de las guerras contemporáneas siempre predominó la defensa del más débil y la denuncia del agresor. Para una buena parte de la izquierda, la lucha por la paz y el antiimperialismo formaban parte de un mismo proyecto. Especialmente en mi generación donde las guerras de Vietnam y Argelia constituyeron hitos fundamentales de sensibilización política. La intermitente pero relevante movilización pacifista de las últimas décadas se ha basado en este esquema político. 

Ucrania plantea una nueva situación. El agresor inicial no es la potencia hegemónica en decadencia, sino una potencia secundaria con la que una parte de la izquierda sigue manteniendo una cierta relación afectiva. Bien porque en el pasado constituyó su referencia, o simplemente por el viejo tic de que el enemigo principal siempre está en el otro lado. Para complicar más las cosas, el país agredido no constituye ninguna experiencia social ni democrática ejemplar y en sus fuerzas están enrolados sectores muy reaccionarios. Y donde el militarismo occidental está jugando fuerte para imponer una nueva fase armamentista, para recomponer su proyecto imperial. Todo ello, sumado, genera una situación propicia a la confusión que impide desarrollar una acción clara ante la situación. Para acabar de complicarlo, la guerra estalla cuando bastantes organizaciones estaban empezando a trabajar una respuesta a la cumbre de la OTAN prevista para que se celebre en Madrid en junio.

Hacer sentir una voz crítica en plena campaña bélica es difícil. Aún más si no se tiene claro el objetivo. La visión sesgada de los que achacan todos los males de la historia al imperialismo occidental constituye en este caso un elemento de parálisis de una respuesta que debería ser a la vez implacable con todos los militarismos. Que denunciara la invasión de Ucrania sin paliativos, que promoviera soluciones de paz y que al mismo tiempo hiciera frente a la ofensiva militarista que nos está cayendo encima. Que tiene muchas variantes, no solo la del gasto militar. O sea que estuviera orientada por el objetivo estratégico del igualitarismo, la justicia y la paz universal.

III

Un segundo desencuentro se halla en la visión de la crisis actual. Aunque aquí hay una gama de opiniones, existe una polarización entre quienes consideran que la inflación actual es el resultado de las manipulaciones del capital monopolista y lo explican como un reflejo de la crisis energética que ya estaba en marcha antes de la guerra. La guerra simplemente habría aumentado algunos grados la intensidad del problema.

Las diferencias no son sólo analíticas sino de propuestas económicas, puesto que en un caso bastaría con una acción contundente contra los grandes poderes capitalistas para resolver la cuestión. Mientras que la hipótesis ecologista dura exige una rápida y radical adaptación de la actividad económica (producción, consumo) a un modelo social más sostenible e igualitario.

En una situación tan compleja y difícil lo peor es cerrarse a las explicaciones monocausales. Estamos en una encrucijada crucial donde la crisis ecológica de fondo puede decantarse hacia una u otra evolución según las políticas que se adopten, las percepciones sociales que predominen, las dinámicas que se desarrollen. Y hay dos cosas que me parecen esenciales. La primera es que la inflación actual está alimentada tanto por una crisis de suministros energéticos como por el tipo de organización económica (oligopolios, mercados financieros, etc.). La segunda es que resulta improbable que surja una respuesta social en clave ecológico-igualitaria sin mediaciones y pasos intermedios visibles. Por esto necesitamos esquemas analíticos integradores y capacidad de desarrollar propuestas realistas que permitan avances en lo social y en lo ecológico.

IV

Por último, uno de los terrenos donde predominan posiciones encontradas es el del campo de intervención. El 15-M constituyó una explosión participativa que alimentó la creación de espacios políticos como Podemos, Comuns, las diversas confluencias. Se optó por explorar la vía institucional. Esta ha propiciado algunos avances, pero ha mostrado sus límites. Empezando por la necesidad de pactar con otras fuerzas y siguiendo por el acoso desarrollado desde poderes mediáticos y judiciales (y, por supuesto, los propios errores). Hay una sensación de que el proyecto ha tocado techo a menos que se produzca un nuevo avance electoral que estimo altamente improbable. El entusiasmo de hace unos años ha dado paso a un cierto desencanto. Y al florecimiento de las voces que denuncian la entrada en las instituciones y confían más en los movimientos. No faltan los que añaden un componente de crítica moral a los políticos institucionalizados (a veces con argumentos bastante próximos a los que promueve la ultraderecha). Siendo honestos, deberíamos admitir que ambas vías, la institucional y la movimentista, tienen sus límites. Ni los que entraron en las instituciones han conseguido imponer cambios radicales ni los que hemos quedado fuera hemos sido capaces de organizar, incitar, motivar, promover una participación masiva. Seguramente unos y otros solo somos responsables de una parte de nuestro fracaso y limitaciones. Estamos obligados a actuar en un medio social y en un entramado institucional donde operan poderosas fuerzas en nuestra contra. Nuestras posibilidades de avance pasan por un camino estrecho y dificultoso, con brumas que dificultan la visibilidad. Sólo la cooperación, la reflexión colectiva y la búsqueda de respuestas unitarias nos van a abrir paso. Seguir en la pelea y la denuncia del que está en otra parte sólo sirve para confortar nuestros egos y mantenernos en un círculo vicioso.

V

He destacado tres de los espacios de desacuerdo que no agotan los campos donde en los últimos años gran parte de la izquierda social se ha enmarañado en agrias disputas. Simplemente he destacado los que mejor conozco. Unas disputas alimentadas casi siempre por individuos ávidos de protagonismo, poco habituados a escuchar y aún menos a variar su punto de vista. Existen en todos los ámbitos de la vida. Pero limitarlo a una cuestión de patologías psicológicas sería trivializar la cuestión. Si estamos en este punto es porque hace tiempo perdimos la orientación y seguimos utilizando mapas inadecuados. El mundo es más complicado de lo que creían nuestros antecesores, los que formaron las primeras oleadas de movimientos sociales de los que somos herederos.

Reconocer el problema es el primer paso para buscar la solución. De hecho, más allá de este cuadro pesimista, podemos encontrar muchas buenas ideas y experiencias que nos pueden servir para elaborar un nuevo mapa que nos sirva de orientación. Pero para ello es necesario que realicemos acciones en esta dirección. Empezando por crear espacios de diálogo y reconocimiento, por buscar propuestas incluyentes que tengan en cuenta la complejidad de los problemas, por buscar puntos de mediación entre las diferentes vías de intervención, por explotar lo máximo posible los proyectos unitarios. Vienen años muy duros y no podemos perder más tiempo en peleas rituales que no llevan a ninguna parte. Es posible que tengan razón los que dicen que ya no hay tiempo. Pero hay que agotar todas las posibilidades hasta el final.

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3 /

2022

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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