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Mark Curtis

Cómo Gran Bretaña ayudó a Sadam Hussein a subir al poder

Los antiguamente secretos ficheros de Gran Bretaña ahora abiertos, nos explican cómo Gran Bretanya apoyó la toma del poder por parte del partido Baas en Irak en el año 1963. Ése es el origen histórico del apoyo de Londres y Washington al régimen de Sadam y otros regímenes represores en Bagdad hasta el momento actual.

El golpe de Estado de febrero de 1963 fue orquestado por la CIA, que ofreció a los líderes del golpe una lista de cinco mil personas que fueron liquidadas. En principio, esta caza de brujas pretendía acabar con el Partido Comunista Iraquí, pero incluyó también altos oficiales del ejército, abogados, catedráticos, maestros y médicos, que en general fueron asesinados en visitas a domicilio por parte de escuadrones de la muerte.

Sadam Hussein, entonces un miembro de no muy alto nivel del partido baasista, participó estrechamente en ese golpe de Estado. Como exiliado iraquí en El Cairo, desde 1961 había tenido contactos con la CIA, organizados por la sección iraquí de los servicios de inteligencia egipcios. Durante el golpe de Estado, Sadam regresó de El Cairo y participó en las torturas a presos izquierdistas.

También Gran Bretaña había deseado durante mucho tiempo asistir a la caída del régimen de Abdul Karim Qasim, que había derrocado a su vez a la monarquía pro-británica en 1958, desarrollaba una política exterior nacionalista árabe y estaba nacionalizando los intereses petroleros británicos. Cinco meses antes del golpe de Estado de 1963 un funcionario del Foreign Office aludió al punto de vista del embajador británico, según el cual, «cuanto antes caiga Qasim, mejor, y no tenemos que ser muy melindrosos a la hora de ayudar a que eso suceda».

Los funcionarios británicos conocían muy bien las masacres que siguieron al golpe de Estado. El embajador Roger Allen estuvo controlando los informes de radio iraquíes en los dos primeros días del golpe en los que se instaba a la gente «a ayudar a liquidar a todos los comunistas, a acabar con ellos, a matarles a todos: hay que matar a todos los criminales». El embajador envió una transcripción de esos mensajes al Foreign Office el día 15 de febrero. En otros archivos se hablaba de «batidas de comunistas», «de mucho tiroteo con armas de pequeño calibre», y «de muchas bajas, es de suponer que de personal civil».

Llegado el 26 de febrero, la embajada informaba de que el nuevo régimen estaba intentando «aplastar al comunismo organizado en Iraq» y también de rumores según los cuales «todos los comunistas de la cúpula habían sido detenidos y cincuenta habían sido ejecutados discretamente». Al cabo de seis semanas un funcionario del Foreign Office hablaba de «baño de sangre» y afirmaba que «no debemos ser percibidos en público como defensores de estos métodos para suprimir el comunismo». Señalaba el funcionario que «esta actitud tan dura puede haber sido necesaria a corto plazo».

Hacia el mes de junio, el funcionario del Foreign Office Percy Cradock ­que posteriormente pasó a presidir el Comité Conjunto de los Servicios de Inteligencia­, señalaba que «el régimen iraquí prosigue su severa represión de los comunistas».

El carácter claramente ofensivo de esta operación se reconocía muy bien: se liquidaba a estas personas «en un momento en que no hay indicación alguna de amenaza comunista o de la existencia de cualquier tipo de oposición efectiva al nuevo gobierno».

Efectivamente, los funcionarios británicos apoyaron estas masacres y acogieron al régimen que las llevaba a cabo. Roger Allen dijo al Foreign Office al cabo de una semana del golpe de Estado, que «el actual gobierno está haciendo lo que puede y por lo tanto considero que debemos apoyarlo y ayudarlo a largo plazo a establecerse para que esta amenaza comunista pueda ir disminuyendo». El nuevo gobierno «probablemente encaja bien con nuestros intereses» y «por lo tanto es esencial que se consolide rápidamente». «Necesitará todo el apoyo y el dinero que se le pueda conseguir.»

Un comunicado del Foreign Office afirmaba que los nuevos gobernantes «han manifestado valor y firmeza al preparar y ejecutar su compló» y que probablemente serían «algo más amistosos con Occidente». El Foreign Office envió una nota a diversas embajadas acogiendo con beneplácito el golpe que concluía con las palabras: «Deseamos lo mejor al nuevo régimen».

Allen se reunió con el ministro de Exteriores del nuevo régimen militar al cabo de dos días del golpe de Estado. No hay ninguna nota en sus archivos que indique que hablara de los asesinatos. En lugar de eso se describe la reunión como «sumamente cordial». De hecho, en ninguno de los archivos o expedientes que he visto se expresa la menor preocupación acerca de los asesinatos.

Más bien, los funcionarios indicaban en los expedientes que «se debe examinar todo tipo de medio para aprovechar el actual clima anticomunista en Irak», «ayudar con el suministro de armas» y «ofrecer entrenamiento militar, si lo quieren los iraquíes». Esta nota se redactó el mismo día que Allen envió al Foreign Office las transcripciones de los programas de radio que instaban a los iraquíes a «matar a los criminales».

La política británica consistió en ofrecer reconocimiento diplomático al nuevo régimen y establecer «un contacto amistoso en cuanto fuera posible con los líderes baasistas y nacionalistas» y también invitar a los miembros de la Guardia Nacional (la organización que había ayudado a llevar a cabo las matanzas) a Londres. Esto había que hacerlo «a título de algún otro tipo de actividad» para mantenerlo en secreto.

El episodio le indicó a Sadam, tal que vez, que podía confiar en Occidente en un futuro a la hora de apoyar la represión en Bagdad ­el origen de las atrocidades aún peores cometidas en la década de los ochenta­. También nos muestra hoy de qué forma tan instintiva apoyan Gran Bretaña y Estados Unidos a quienes son capaces de mantener el orden en Irak, sean cuales sean las consecuencias humanas.

[Fuente: Znet, http://www.zmag.org/. Mark Curtis es autor del libro Unpeople: Britain’s Secret Human Right Abuses, http://www.markcurtis.info/. Traducción de Mary Fons. Texto suministrado por Agustí Roig.]

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2005

Mas no por ello ignoramos
que también el odio contra la vileza
desencaja al rostro,
que también la cólera contra la injusticia
enronquece la voz. Sí, nosotros,
que queríamos preparar el terreno a la amistad
no pudimos ser amistosos.

Bertolt Brecht
An die Nachgeborenen («A los por nacer»), 1939

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