Impresiona ver de qué forma el capital en la nube consigue desempeñar cinco funciones que antes estaban fuera del alcance del capital tradicional. Capta nuestra atención. Fabrica nuestros deseos. Nos vende directamente sin pasar por los mercados tradicionales lo que nos ha hecho desear. Fomenta el trabajo proletario en los centros de trabajo. Y crea una ingente mano de obra gratuita (los siervos en la nube).
Moolaadé, "Protección" (2004)
Cameo,
Barcelona,
La Puri (Oficina Soviética para el Cine)
Fue una lástima. Digo que fue una lástima que este verano se muriera Ousmane Sembene (1923-2007), el primer cineasta del África negra. Hizo un total de sólo diez largos, muy buenos, a decir verdad. Con el nuevo siglo, anunció que iba a hacer una trilogía sobre el verdadero protagonista de África (sin mayores distinciones): la mujer africana. Contundente, ¿no? Di que sí. Aunque desde La noire de… (1966) hasta Guelwaar (1992), pasando por Ceddo (1977), las mujeres éramos un enclave problemático y un eje discursivo más claro que el agua. Es lo que hay: en África un cineasta hombre cede todo el protagonismo a la mujer, y aquí ni enterarnos. Bueno, Sembene se ha muerto sin acabar la trilogía, pero con la última que hizo se quedó descansado, porque tiene bemoles que Moolaadé la haya hecho un hombrecito. Porque Moolaadé trata, ni más ni menos, de la lucha contra la ablación (la salindé, como la llaman los torturadores de guante blanco). Aquí, por lo menos, te dejan el clítoris por si algún machito quiere entretenerse en que disfrutes, ¡angelitos! Allí no. Se mutila, y santas pascuas. No hay que preocuparse porque la mujer goce, porque los mayores ya se han ocupado en cercenar sus órganos. Así de clara la salvajada y así de clara también la denuncia. La película es inequívoca: en África, no hay mañana libre si no se acaba con la ablación. Es una película dirigida a las mujeres africanas —que, paradojas de la vida, por el subdesarrollo, sólo ven el cine hecho por africanos, y no como aquí, que sólo vemos el norteamericano—, pero también (solidariamente, para entendernos) a quienes contemplan con terror la situación africana, nosotras las mujeres y también los hombres que saben poner lavadoras. Los que no, difícilmente van a entender por qué esas niñas necesitan protección (a saber, la traducción del título).
11 /
2007