
Número 191 de junio de 2020
Notas del mes
Las desigualdades de la pandemia
Por Antonio Madrid Pérez
Por Juan-Ramón Capella
Por Albert Recio Andreu
Sobre colapso, ecosocialismo y coronavirus (I)
Por Miguel Muñiz Gutiérrez
¿Armas o salud? El presupuesto de Defensa de 2020
Por Pere Ortega
Sobre metáforas y hegemonías culturales
Por Ramon Arnabat
Planet of the Humans: de la mitificación a la mistificación
Por Pablo Massachs
Por Albert Recio Andreu
Semanas con las escuelas cerradas. ¿Y ahora qué?
Por Joan M. Girona
Por La Redacción
Ensayo
Polémicas sobre las rentas básicas
Antonio Antón
Una lectura de «Capital e ideología»
Roman Ceano
El extremista discreto
El Lobo Feroz
De otras fuentes
Rafael Poch de Feliu
Tratados indignos en tiempos de pandemia
Juan Torres López
Cuatro verdades y una mentira tras dos meses de encierro
Elvira Cámara Pérez y Samuel Martín-Sosa Rodríguez
Julio Anguita, excepcionalidad y virtud
Juan Andrade
Julio Anguita y sus combates por la Historia
Agustín Moreno
CoronaRamadán o un análisis del inconsciente musulmán desde Fátima Mernissi
Karima Ziali
Radio Canal Extremadura
Entrevista a Antonio Izquierdo
En la pantalla
Historia del movimiento obrero
Stan Neumann
...Y la lírica
Las desigualdades de la pandemia
Antonio Madrid Pérez
El significado etimológico de ‘Pandemia’ es ‘la totalidad del pueblo’. Todas las personas que forman parte de una comunidad. El COVID-19, en tanto que pandemia, afecta o puede afectar a cualquier persona. La pandemia tiene un componente de igualación social: cualquiera puede padecer sus efectos, cualquiera puede morir o sufrir secuelas. Sin embargo, los impactos del COVID-19 sobre la población son desiguales.
Esta desigualdad tiene dos fuentes principales: las características biológicas del virus asociadas al estado de salud de la persona y las condiciones socioeconómicas en las que viven las personas. Desde el punto de vista biológico, este virus tiene una capacidad de contagio y de afectación a la salud de las personas que incide con mayor fuerza en personas con patologías previas, o con sistemas inmunológicos debilitados. Desde el punto de vista socio-económico, lo que vemos es que el virus causa más estragos en personas con menos recursos económicos, con menos posibilidad de mantener confinamientos, con más dificultad en acceder a sistemas sanitarios, con estados de salud previos más debilitados.
La ONU ha informado sobre la relación entre el coronavirus y las desigualdades. La OIT ha difundido material audiovisual para concienciar sobre las desiguales afectaciones e impactos de la pandemia. Son los sectores que ya estaban más precarizados antes de la pandemia los que se ven más afectados y los que verán incrementada su precarización. Oxfam ha informado sobre el mayor impacto mundial del virus entre la población pobre. Ente las muchas publicaciones ya disponibles, The Lancet Public Health publicó un texto sobre los motivos por los que la desigualdad podía contribuir a expandir el COVID19. Unos días después, The Lancet publicó un breve artículo sobre la desigual afectación del coronavirus en EE.UU.
A nivel municipal, en ciudades como Barcelona ya se dispone de datos que permiten tener una primera imagen de la desigual afectación de la pandemia. La media de afectación de casos estandarizados por cada 10.000 habitantes para la ciudad de Barcelona es de 95,5. En Pedralbes es de 54,4, en Sant Gervasi de 60,9 y en Sarrià, de 62,3. En el barrio de La Prosperitat es de 109,8 y en Nou Barris, de 112,4 (fuente: mapa interactivo de casos por área básica de salud).
El estado de pandemia muestra cuáles son algunos de los factores de protección y de desprotección de la población. Como factores de protección estamos viendo la importancia que tiene la asistencia sanitaria primaria y la atención especializada, las condiciones de estabilidad y seguridad laboral, los sistemas de apoyo familiar, vecinal y municipal, la comunicación basada en datos contrastables... Como factores de desprotección: la desatención institucional y social, que ha afectado especialmente a las personas mayores que vivían en residencias, el aislamiento social, la precariedad residencial, la falta de recursos económicos, la discriminación por razón de género, por motivo étnico o por razón de origen.
Las desigualdades se reflejan en cómo las personas podemos protegernos, cuidarnos, mantenernos ante, durante y después de la enfermedad. Sin duda que hay que apelar a la responsabilidad personal y colectiva para mantener medidas de higiene y de prevención para no contagiarse y no contagiar, pero una vez más las condiciones materiales de vida contribuyen o dificultan la protección de las personas. Hay vidas que quedan más expuestas a los efectos del virus debido a sus condiciones materiales de vida. Si el contagio del virus tiene una parte de azar, en el sentido de que no podemos asegurar el riesgo 0 de contagio, no es menos cierto que el virus juega con las cartas marcadas.
Las personas mayores en la ruleta rusa
Creo que la expresión ‘personas mayores’ es una forma de hablar altamente insatisfactoria. Es una expresión propia del bazar lingüístico. Poco más satisfactoria es la expresión ‘tercera edad’, ‘ancianos’ u otras similares.
La pandemia ha mostrado dramáticamente la desatención institucional en la que se hallaba y se halla una parte de las personas que conforme acumulan años necesitan apoyos y cuidados. Los datos disponibles para España a finales de mayo son estos: 19.175 personas habían fallecido en residencias (públicas, concertadas y privadas) con COVID-19 o con síntomas compatibles. Las Comunidades de Madrid y Cataluña son las que suman más muertes en residencias. En términos proporcionales, en Madrid el 68,7% de los fallecidos por coronavirus vivía en residencias; en Cataluña el 71,1%; en Castilla-La Mancha, el 82,8%.
Diversas entidades sociales han denunciado el maltrato que sufren las ‘personas mayores’, de forma especialmente intensa las que vivían en residencias. A nivel internacional, la Comunidad de Sant’Egidio ha promovido un manifiesto por la rehumanización de nuestras sociedades y en contra la ‘sanidad selectiva’.
A finales de 2018, el Instituto Nacional de Estadística publicó una proyección demográfica para España. En 2033, el 25,2% de la población tendrá 65 años o más. El número de defunciones supera y continuará superando al de nacimientos. El crecimiento vegetativo negativo se incrementa constantemente.
Pese a las modificaciones en la proyección que habrá que hacer por los efectos de la pandemia, el escenario futuro es de un creciente envejecimiento de la población.
El drama que hemos vivido y seguimos viviendo ha puesto ante los ojos una situación inaceptable que ha obligado a la Fiscalía a actuar. Esta actuación deberá esclarecer si las cosas se han hecho bien o si ha habido negligencias, desatenciones y desprecio por la vida de las personas. Una vez hecho esto, si no se hace mucho más, caminaremos hacia el desastre próximo. En este horizonte de 2033 en el que el 25,2 % de la población tendrá 65 años o más, una parte de esta población se encontrará alguna de estas situaciones o en varias de ellas: carecerá de recursos económicos propios para poder decidir cómo vivir, se verá sola o solo por falta de familia y/o de relaciones de amistad o vecindad, no podrá acceder a pensiones por haber trabajado en negro, por haber estado desempleado durante largas temporadas y no haber podido acumular el tiempo de cotización exigido... Una creciente parte de la población verá incrementada su precarización. El azar seguirá jugando un papel en la ruleta de la pandemia, pero si no se abordan estos elementos estructurales de protección social con suficiente tiempo y determinación, no será que las cartas estén marcadas por la desigualdad, sino que la suerte estará echada.
Prevenir la cultura de la sospecha
Los colectivos más precarizados pueden ser percibidos como un reservorio del virus. No sería la primera vez en la historia en la que quienes ocupan posiciones subsidiarias se convierten en sospechosos de transmitir enfermedades. Hasta que no se disponga de una vacuna o de tratamientos médicos eficaces, la sospecha se puede extender sobre los que ocupen peor posición en función del país o zona de origen, la falta de acceso a sistemas sanitarios competentes, las condiciones residenciales o la falta de recursos económicos personales para atender sus necesidades sanitarias. Una vez una parte de la población tome conciencia de que ha superado transitoriamente la amenaza de la pandemia, se podría extender la sospecha sobre los apestados. Especialmente preocupante sería la asociación de esta idea con el rechazo hacia los inmigrantes o los pobres.
En octubre de 2019, Luciano Canfora publicó en Laterza un texto breve que tituló Fermare l’odio. Escribe en este libro sobre el rechazo hacia los inmigrantes, sobre el odio hacia ellos que se traduce en políticas de extranjería, en políticas de ‘puertas cerradas’ y en legislaciones excluyentes. No se podía imaginar la situación de pandemia y los efectos odiosos que de ella se pueden desprender. El odio es una de las expresiones y de los reproductores de la desigualdad, y no faltarán discursos que tratan de contagiar el odio.
29/5/2020
Protofascismo
Juan-Ramón Capella
Para la mayoría de la gente el fascismo fue un movimiento con características que en grado menor se reproducen de vez en cuando en las sociedades contemporáneas, en forma minoritaria. Calificar a alguien de «fascista» ha sido para muchos un ejercicio fácil de tiro por elevación, casi un deporte que sin embargo puede acabar siendo pernicioso para las instituciones democráticas. Hay que ser serios y no mentar la bicha sin necesidad.
El fascismo, además de un movimiento (quienes lo copiaron en España nunca lograron ser un movimiento, sino bandas de lumpen auspiciadas —y controladas políticamente— por el ejército, con la dictadura militar), fue un régimen político. Un régimen que como tal tuvo años de éxito antes de ser derrotado manu militari.
Aquel régimen se caracterizó por gestionar la sociedad de masas a base de combinar chivos expiatorios en alguna parte de la sociedad —en aquel caso fueron los comunistas y socialistas— y bienestar para las masas consumistas burguesas.
No hay duda de que hoy aún no estamos en eso —y esperemos que nunca—. Pero hay indicios que apuntan por parte de la extrema derecha tanto en la dirección de un fascismo-régimen como de un fascismo-movimiento.
No estamos en eso porque el capital financiero, hoy el sector decisivo del capital, es ilocalizable e internacional, y no tiene, según algunos autores, personal político propio. Pero los capitales nacionales sí lo tienen, y (1) la extrema derecha, (2) lo que antes era la simple derecha española, y (3) el centro-derecha pueden sentir la tentación de ponerse directamente a su servicio. O, inversamente: en una situación de tensión como la crisis económica post-pandémica, el capitalismo español puede recurrir, asustado, a formas autoritarias que se sabe cómo empiezan pero nunca adónde van a parar.
En la etapa de crisis determinada por la pandemia que nos afecta, varios de los partidos (1) y (2) de la derecha, sobre todo, han dado la nota —en realidad la campanada de atención—, con varias de sus iniciativas. La negativa a votar en favor de la prolongación del estado de alarma hasta el momento en que los técnicos sanitarios sugieran que no es necesario ha sido una primera bajeza. Desmarcarse de la gestión del gobierno para poder atacarle con razón o sin ella.
Las acciones de la Comunidad y la Alcaldía de Madrid, gobernadas por la derecha, han ido en idéntico sentido, siendo clínicamente irresponsables. Ello sin contar la infinidad de vilezas que han sido puestas en circulación en las mal llamadas redes sociales, de las que no vale la pena hablar. Desinformar, mentir, injuriar gratuitamente, calumniar, bromear sobre cosas muy serias no son comportamientos de ciudadanos responsables.
Ha habido incluso una manifestación contra la política del gobierno en la pandemia realizada en automóviles y motocicletas. Hay quien cree que ir a la mani en haiga es el deseo oculto de cada contestatario. Por fortuna solo pueden realizarlo los retoños (¿he escrito retoños?) de la burguesía-burguesía.
Los rifirrafes parlamentarios iniciados por la derecha, con insultos —entre ellos el intento de usar como insulto la palabra 'comunista', esto es, connotar de modo insultante a la fuerza política que defendió hasta el final las libertades de la República o a la que más luchó por su restablecimiento, la que mayores sacrificios rindió en uno y otro caso—, convirtieron los debates sobre la pandemia en un ataque extremista al gobierno establecido como nunca antes se había visto en el Parlamento español en los últimos 45 años. No hablemos ya de Vox, cuyos portavoces se expresan habitualmente como hienas políticas; cuando abren la boca es para segregar veneno.
Por último, un rifirrafe con el ministro del Interior a propósito de ceses y nombramientos en la Guardia Civil: un cuerpo que a veces parece querer erigirse, autogobernado, en un estado dentro del estado, como lo han sido o son organizaciones extranjeras similares que no es necesario nombrar. La naturaleza militarizada de este cuerpo y la voluntad de la derecha de politizarlo internamente han de verse como un obús dirigido contra el actual régimen constitucional.
La guardia civil siempre se ha caracterizado por acatar y servir al orden establecido, y debe seguir siendo así.
Todo esto muestra además un polarización de la sociedad que no responde a problemas reales, sino a la magnificación de diferencias normales. Es cierto que la derecha secesionista catalana ha facilitado el surgimiento de un extremismo contrario —Vox y sus aledaños—; pero no es menos cierto que el secesionismo es minoritario en Cataluña, que la Constitución sigue plenamente en vigor en Cataluña como en todo el país, y que los problemas de encaje en el estado de las instituciones catalanas —como el de las vascas y si me apuran de las gallegas y andaluzas— no constituyen ningún problema irresoluble. España no explota; «se rompe» solo en la imaginativa retórica —hacer ¡bum!, como en los tebeos— del Partido Popular. Este partido no ha digerido que la ciudadanía le haya castigado por su corrupción interna. Su actual dirección está demasiado enervada y ansiosa de poder; hace un flaco favor a sus electores.
Todos, apoyemos o no al gobierno, en general o en cosas particulares, sabemos muy bien que la gestión de la crisis —que se nos echa encima como un maremoto— no va a ser fácil para nadie. No lo será para el actual gobierno ni lo sería para un gobierno del PP. Como ciudadanos celosos de nuestras libertades tenemos que ver claramente de dónde vienen las tendencias liberticidas y de dónde no. De dónde viene la fuerza para la solidaridad con quienes van a pasarlo peor con la crisis y cómo se manifiestan aquéllos que de solidarios no tienen ni las uñas porque ruedan con sus privilegios por el lado mejor de la desigualdad.
29/5/2020
La hora de las demandas
Cuaderno de augurios: 10
Albert Recio Andreu
I
Estamos entrando en la fase de las demandas generalizadas. Casi todo el mundo se siente perjudicado económicamente por los efectos de la pandemia y, por ello, se siente con derecho a reclamar una compensación. O a recordar los déficits que padecía antes de que estallara la crisis. De entrada, habría que valorar bien el grado de perjuicio ―más allá de las cuestiones de salud y bienestar anímico― de cada cual. Y detectar quién ha aprovechado la situación para forrarse; hay de todo. Hay grupos sociales cuyas rentas han quedado intactas, como ocurre con quienes cuentan con ingresos fijos: jubilados, empleados públicos y gente que ha mantenido el empleo, propietarios inmobiliarios, etc. Un grupo, como se puede ver, bastante diverso, con casuísticas diferentes. Algunos han seguido trabajando en otras condiciones, otros tienen rentas tan parcas que es justo que no se recorten, otros en cambio son gente rica a la que se puede exigir esfuerzos. Entre estos últimos están aquellas empresas que han aprovechado las circunstancias para subir precios, a los que habría que aplicar una investigación y un correctivo por parte de los reguladores. También los muy ricos, que han aprovechado la caída de la bolsa para comprar a bajo precio activos que en el futuro serán muy rentables.
Aunque descontemos a todos estos grupos, quedan muchos agraviados. Y todos se dirigen a papá Estado para que les provea de ayudas. Es uno de los espectáculos más cómicos del momento: ver cómo todos estos ultraliberales que se quejan habitualmente de un Estado “demasiado grande” están haciendo cola en la ventanilla de peticiones para ayudas públicas. Los más sofisticados hacen una loa a la colaboración público-privada. Tal y como ellos la entienden, eso significa que el gobierno ponga el dinero o genere un espacio de negocio para que ellos lo gestionen a sus anchas. Es el momento de recordarles lo bien que ha funcionado este modelo en las residencias y en los hospitales privatizados. Y también es el momento de exigirles responsabilidades. Otros son menos sutiles y más claros, como el presidente del Círculo de Empresarios, John Zulueta, en declaraciones a Expansión el 18 de mayo: “Hay que reducir ministerios, funcionarios y su paga de Navidad”. Saben que no habrá dinero para tanta demanda y que la primera batalla de la lucha de clases, tras la tregua, va a ser adónde se destina el dinero que la Administración Pública se va a gastar. Estas demandas de gasto tienen un añadido, y es que nadie propone cómo se debe pagar. Todo el mundo da por descontado que a corto plazo la solución es un aumento del endeudamiento público, lo que dentro de un tiempo se convertirá en otro motivo de ataque neoliberal a las políticas progresistas.
En la crisis anterior, la ganadora de los planes de ayuda fue la banca. Se argumentó que la gran banca era “demasiado grande para quebrar” y que había que salvarla para evitar el hundimiento total de la economía. El sistema financiero siempre ha estado en el centro de la economía capitalista. Pero en la economía actual hay otros sectores que pueden alegar lo mismo y que van a plantear la necesidad de ayudas masivas para reactivarse. La industria del automóvil lleva muchos años beneficiándose de políticas de apoyo, directas e indirectas, con este argumento. De hecho, en España una de las pocas políticas industriales que se ha desarrollado tras la crisis de 2008 ha sido la sucesión de planes Renove diseñados para favorecer la venta de automóviles (incluso el diseño de las zonas de bajas emisiones aplicado en Barcelona parece más orientado a forzar a la renovación de vehículos que a atajar la contaminación, fruto de un pacto entre Ayuntamiento y Generalitat). Esta dinámica parece que va a repetirse, más aún teniendo en cuenta el anuncio del cierre de Nissan y sus efectos sobre el empleo.
En España, a esta demanda de “salvar al soldado Ryan” ahora se suma el sector turístico, alegando su peso directo e indirecto en el PIB y en el empleo. Un sector que, efectivamente, genera mucho empleo, pero de muy mala calidad: bajos salarios, empleo estacional (y puntual). Y que, en los últimos tiempos, ha evolucionado a peor con la aparición de empresas de servicios que han favorecido la externalización de parte del personal de hoteles. Un sector donde se obtienen elevadas rentabilidades (varias de las grandes familias hoteleras figuran entre los grandes ricos del país) y donde se favorecen las rentas parasitarias: solo hay que ver que este es un sector preferente de inversión de las socimis inmobiliarias o analizar el impacto en las rentas urbanas de los apartamentos turísticos. Sin contar los impactos ambientales del turismo masivo ni la presión urbanizadora en las zonas turísticas. Este sector va a ser ahora uno de los grandes demandantes de ayudas. El caso alemán, un país con un peso menor del turismo, es ilustrativo: Lufthansa y TUI ya figuran entre las empresas que han obtenido mayores ayudas de su Gobierno. Podemos esperar lo que ocurrirá en España. La creación de empleo, como explicó M. Kalecki, es el principal argumento legitimador del capital. Y en un país con tantos problemas de empleo, tiene muchas cartas para jugar.
El anunciado plan de rescate de la Unión Europea va a ser aparentemente más generoso que la respuesta a la crisis anterior. Repetir lo de 2010, de momento, no toca. Va a alentar aún más esta corte de peticionarios. Habrá bastante dinero a repartir, y quien se va a endeudar es el Estado. Además, el plan ya prevé que una parte de los fondos se destinen al salvamento privado. La condición de introducir reformas a favor de lo digital y la transición energética no parece un problema para casi ninguna empresa. Cualquiera con recursos, asesoramiento y algo de imaginación puede maquillar su propuesta para que entre en el esquema. Sobre todo teniendo en cuenta que hay bastante manga ancha en la Unión Europea en temas ambientales, y no hay una propuesta sería, por ejemplo, de ahorro energético. Más bien, lo que hay una orientación obligada hacia otras fuentes de energía. Es bastante probable que los grandes oligopolios energéticos resulten los principales beneficiados por una crisis que les ha afectado de refilón, aunque en los últimos años los especuladores y los fondos de inversión ya están jugando a invertir en el sector. Lo más preocupante del plan europeo es que va a incluir exigencia de reformas (la palabra suena bien pero su concreción suena a desastre) y la vuelta a la disciplina bávara del control del déficit a bastante corto plazo. O se afina mucho o volveremos a la casilla de salida de 2010.
II
El debate sobre cómo salir de esta situación está abierto. En Barcelona, donde el Ayuntamiento ha propiciado la negociación de un pacto de ciudad (diferentes entidades, agentes sociales y organizaciones han planteado sus demandas) puede percibirse una nítida línea de propuestas diferentes. De un lado, la mayoría de sectores empresariales toman como eje argumental el tradicional argumento del “trickle down”: primero crear riqueza para después repartir. Y, en función de ello, lanzan propuestas que pasan no sólo por la demanda de ayudas públicas, sino también por eliminar la mayor parte de regulaciones que molestan a su actividad. El sector automovilístico y el turismo se sitúan en primera línea, con un gran apoyo de sus demandas por parte de otros sectores y de la mayoría de partidos. En el otro lado están las propuestas que hace una variada gama de entidades diferentes, incluidos los sindicatos, y que tienen entre sí muchos puntos en común: señalar los graves problemas de todo tipo que ya tenía la ciudad antes de la pandemia, y exigir medidas que cambien la orientación del modelo actual. Ello implica necesariamente el refuerzo de los servicios públicos ―sanidad, educación, cuidados a personas―, reducción de las desigualdades y de la precariedad, garantizar el acceso a la vivienda, regularización de inmigrantes, reorientación de la actividad productiva aumentando el papel de la industria y apostar por un enfoque ecológico. Es obvio que no todo el mundo pone el acento en lo mismo, pero es notable el grado de coincidencia. No me parece que el caso de Barcelona sea especial, simplemente aquí se ha generado una dinámica que lo ha puesto en evidencia. A pesar de ello, en la composición de las mesas hay un claro desequilibrio en función de los intereses empresariales. Un desequilibrio que aún será mayor en otros ámbitos, como la Mesa de Reconstrucción puesta en marcha en el Senado.
Ante esta divergencia, es difícil que haya una confluencia real entre los que piden más y los que demandan menos regulación. Entre los que proponen más sector público, y en consecuencia más impuestos, y los defensores de liberar recursos en favor de la iniciativa privada. Puede haber un acuerdo en la promoción de las energías alternativas. Porque ahí hay una fuente de negocio y los grandes grupos energéticos están orientándose hacia ese sector, seguramente porque tienen más claro el problema del petróleo, tal como indican los giros estratégicos de Repsol o Total. Puede haber un acuerdo en promover el vehículo eléctrico, a mucha gente le suena bien, los sindicatos lo verán con buenos ojos y la industria puede sacar tajada. Pero en el resto va a ser difícil que en las circunstancias actuales se pueda ir más allá de una retahíla de buenas intenciones. Las inercias, el enorme poder de influencia capilar de los intereses capitalistas hegemónicos, su control de la mayoría de élites (no sólo políticas: las universidades, como instituciones, suelen ser otro factor de apoyo), y la debilidad de todo este magma de movimientos y entidades emergentes se confabulan para que, al menos a corto plazo, el plan de reflotamiento suponga tratar de apuntalar la estructura dominante en lugar de transformarla.
Este va a ser un primer embate. En una situación muy desfavorable para todos los movimientos sociales, cuando la capacidad de acción y movilización es limitada y casi lo único que se tiene es la incidencia en redes sociales y poco más. Y pueden venir nuevos embates. Aunque el plan aprobado por la Unión Europea es, de momento, más generoso que otras veces (y de momento los austericidas tienen poca legitimación) no podemos saber hasta dónde llegará la crisis y el endeudamiento público (ni tampoco en que medidas las agendas nacionales van a planear sobre las decisiones comunitarias). Tampoco sabemos cuáles van a ser los impactos de la nueva guerra fría comercial emprendida por trumpistas y brexiters. Ni si la misma pandemia rebrotará o se generaran nuevas crisis de origen ambiental. Ni están claros todos los efectos sociales que dejará el confinamiento. Muchas incógnitas y una certidumbre: nos adentramos en un contexto económico y social convulsionado.
Ante esta perspectiva, la mejor respuesta es trabajar a largo plazo con visión estratégica y planes de contingencias. Lo mejor es que hay muchos puntos en común alternativos con enorme potencial de confluencia: menos desigualdades, más atención al bienestar colectivo, necesidad de servicios públicos potentes, diversificación de la actividad productiva y orientación ecológica, más desarrollo científico, etc. Un enfoque genérico, difuso, pero sobre el que es posible construir proyectos y alianzas (a menos que uno piense que estamos ya en la fase de preapocalipsis y que la sociedad humana está directamente abocada a la barbarie). Pero que requieren hilvanar muchos proyectos y reforzar su penetración social.
Hay que pensar también en propuestas menos ambiciosas diseñadas para eludir los efectos más devastadores de las malas políticas. Necesitamos tener propuestas parciales, para hacer frente a los diferentes puntos de tensión. Algunos de estos planes pueden incluir propuestas de avance. Por ejemplo, exigir ya controles a las empresas que reciban ayudas en materias como la laboral y ambiental. Otras deberán ser necesariamente defensivas, por ejemplo frente a políticas de ajuste u ofensivas desreguladoras. Cuanto más variada sea la gama de respuestas posibles, mayores posibilidades de éxito. A menudo, cuando tenemos que enfrentarnos a debates como el actual constatamos que los capitalistas tienen argumentos y planes más trabajados que los nuestros. Ellos tienen recursos para producirlos. Nosotros sólo el trabajo. Pero una red bien articulada es la única posibilidad de revertir la situación. No podemos permitir que ni nuestra pereza ni nuestro sectarismo impidan desarrollar iniciativas orientadas a cambiar la situación. Sobre todo cuando tanta gente percibe que necesitamos más provisión, menos desigualdades, más cooperación y democracia económica y reorganizar nuestra sociedad para evitar un desastre ambiental.
28/5/2020
Sobre colapso, ecosocialismo y coronavirus (I)
Miguel Muñiz Gutiérrez
Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes.
Karl Marx y Friederich Engels (1848)
De premoniciones y anhelos
El dilema con el que un Marx de 29 años y un Engels de 27 abren en 1848 el Manifiesto comunista: o “transformación revolucionaria” o “exterminio de ambas clases beligerantes”, se irá actualizando más allá de la aportación de los marxismos. En 1915, 67 años más tarde y en el horror de la primera gran matanza bélica industrializada, Rosa Luxemburgo lo reproducirá adecuándolo a su tiempo: “avance al socialismo o regresión a la barbarie”, frase que originó el conocido “socialismo o barbarie”. En 1979, 64 años después, Manuel Sacristán lo recogerá de nuevo, afinándolo: «para que tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados ruidosos en un estercolero químico, farmacéutico y radiactivo».
Marx, Engels, Rosa Luxemburgo, Manuel Sacristán, cuatro casos [1], entre otros muchos, de premonición [2] de exterminio, barbarie, o estercolero, sustantivos absolutos, contrapuestos al anhelo del socialismo. Afrontamos hoy el colapso presente proyectado hacia un futuro en que no queda tiempo para dilemas. Se hace necesario concretar ese absoluto.
Devastación presente y cargada de futuro
Han pasado 41 años desde que Sacristán replanteó el dilema. Hoy, comprobado el vínculo producción/destrucción, conocida la dinámica de este capitalismo enloquecido y sin control, presentes las implicaciones del principio de entropía, de la Tasa de Retorno Energético o la Paradoja de Jevons; asumidas las limitaciones del conocimiento científico, y las secuelas aleatorias y destructivas de la técnica sobre una realidad inabarcable, sabemos más que en 1848, 1915, o 1979.
Podemos detallar ese conocimiento recurriendo, por ejemplo, al capítulo 2 del libro ¿Qué hacer en caso de incendio? Manifiesto por el Green New Deal, de Héctor Tejero y Emilio Santiago Muiño. El núcleo central corresponde a la energía, la causa de fondo del calentamiento global, el cambio climático y eventos meteorológicos extremos y aleatorios (huracanes, sequías, lluvias torrenciales…); de alteraciones en la circulación oceánica y los ciclos estacionales, de los deshielos polares y la subida del nivel del mar; de la desforestación acelerada (posible origen de la dispersión del coronavirus), desertificación, pérdida de fertilidad y caída de rendimientos agrícolas; secuelas de la energía son también las nuevas plagas y la extensión de las conocidas a otras latitudes; la extinción acelerada de especies animales y vegetales, las alteraciones en la flora, fauna y ecosistemas regionales...
La energía es la causa directa de la contaminación química y radiactiva, de las industrias extractivas y el ciclo acelerado producción/destrucción; de la invasión de plásticos; está en la base de una movilidad enloquecida, de bajo coste, gracias al petróleo y derivados… Se podría seguir, pero basta recordar que son realidades presentes, con implicaciones retroalimentadas y, por tanto, susceptibles de incremento potencial según factores imposibles de prever.
Se trata de realidades materiales, no reducibles a valores monetarios, no reversibles. Se puede calcular, por ejemplo, en 100 millones de euros el valor de los materiales obtenidos de una selva arrasada (o las acciones de la compañía beneficiaria), pero no se puede disponer de una selva restaurada poniendo 100 millones de euros sobre la mesa.
Son realidades que deberían ser tenidas en cuenta cuando se discurre sobre alternativas, lo cual no ocurre. Ni la Tasa de Retorno Energético, ni la Paradoja de Jevons, ni las limitaciones del conocimiento científico, ni las secuelas aleatorias e incontroladas de la técnica sobre una base biológica inabarcable, parecen contar a la hora de producir discurso alternativo; el Green New Deal es un ejemplo. El conocimiento no significa comprensión, ni mucho menos reacción.
Consecuencias sociales
• El colapso en curso tiene una consecuencia universal: se concreta en escasez de agua potable, hambre, carencia de servicios energéticos (frío, calor, iluminación, información y movilidad) y de servicios sanitarios; creciente violencia social, intersocial, territorial y de género, desigualdades crecientes… En una palabra, miseria. Realidades presentes hoy, o amenazas de un futuro más o menos cercano, según en qué región del mundo, y en qué clase social, nos situemos. A falta de detalle sobre los cambios introducidos por la pandemia podemos adelantar una consecuencia común: las clases subalternas de todo el mundo son la gran mayoría de víctimas (directas e indirectas) del coronavirus; con diferencias, claro está; no es comparable la situación de Dharavi (Bombay) con la de Llefiá (Badalona).
• Pero el colapso en curso tiene otra consecuencia, esta parcial, que se da sólo en países ricos con mayorías sociales acomodadas, donde las cadenas de suministro se mantienen (con alguna perturbación puntual), las tiendas están abastecidas y las consecuencias (muertes aparte) para las mayorías se limitan a conflictos por el confinamiento, incomodidades, molestias diversas. Una situación que puede variar en un futuro, según se vaya concretando el impacto en la economía y grupos sociales puedan pasar de acomodados a subalternos.
En apuntes de urgencia sobre el coronavirus se diferenciaba conocimiento de percepción, y consecuencias de la pandemia para la mayoría social acomodada, que no se implica en conflictos, y las numerosas minorías (acomodadas o no) que reaccionan frente a ellos. Hoy, tras dos meses y medio de confinamiento oficial y con una normalización en curso, aún predomina el desconocimiento sobre el alcance y la naturaleza del virus, de los avances científicos sobre tratamiento del COVID-19, de cifras reales de víctimas y personas afectadas, o de posibilidades de repetición pasada esta ola y grado de virulencia [3].
También tenemos certezas; en la Guía de lectura práctica de una tesis doctoral se apuntaban cinco. Asimismo, disponemos de análisis globales críticos, exhaustivos, detallados y rigurosos. El más completo hasta ahora es La pandemia y el sistema-mundo, documento de 33 páginas de Ignacio Ramonet, y hay más [4]. Pero el problema surge cuando se pasa de análisis globales a realidades concretas y cotidianas. La pandemia ha evidenciado aún más la brecha existente entre elaboración teórica, actividad política (legislativa y ejecutiva), y decisiones tomadas por los poderes que mandan.
Mientras que las elaboraciones teóricas abundan en consideraciones económicas, políticas e incluso espirituales, de profundo calado y alto nivel (en clave la Humanidad, por ejemplo) proponiendo cambios globales sin considerar los conflictos de intereses, y sin señalar ni quiénes serán los grupos sociales que presionarán o lucharán para hacer realidad esos cambios, ni cómo proceder para llevarlos a la práctica, la actividad política hace un uso oportunista de la pandemia, buscando obtener ventajas comparativas y provocar reacciones electorales identitarias. El regreso progresivo de la clase política a los medios, tras haber sido temporalmente desplazada de su protagonismo por la dimensión de la tragedia, recupera los discursos habituales integrando el coronavirus en las estrategias de propaganda.
Por su parte, los poderes ajenos a todo control imponen la sumisión a las directrices de los que mandan (el espectáculo de la CE es de manual) y, paralelamente, aprovechan la situación, blindan sus intereses frente a un colapso cuya dimensión conocen mejor que nadie. Hoy, el eco del COVID-19 sólo resuena en la disyuntiva ‘economía o personas’ del discurso económico dominante y, aunque se escriben apuntes sobre la urgencia de priorizar estrategias o definir líneas geoestratégicas, no existen decisiones políticas que los concreten. Podemos referirnos a España pero, a tenor de la (des)información imperante, en la mayoría de países la situación es parecida o peor.
La consecuencia es que la percepción social de las mayorías acomodadas bebe de la narrativa de la recuperación de la normalidad tras el confinamiento, del baile de cifras, de una ración cotidiana de anécdotas y actividades de balcón, de apuntes breves de solidaridad vecinal, conflictos y violencia digerible, de datos contradictorios sobre consecuencias económicas y tipos de ayudas; y de bulos, medias verdades, mentiras y manipulaciones.
De otra parte, las numerosas minorías sociales (acomodadas o no) que reaccionan ante los conflictos también están en proceso de incorporar el coronavirus a sus rutinas discursivas. Dejando al margen el sector netamente social como, por ejemplo, el que denuncia las pobrezas, o los diversos feminismos y colectivos basados en identidades, y centrándonos en el ecologismo social, encontramos tres limitaciones que impiden romper esas rutinas.
• La primera, el catálogo de devastaciones es tan amplio que sólo permite el detalle en la denuncia, mientras que las propuestas de intervención global no pueden ir más allá de medidas genéricas sin entrar en causas profundas ni apuntar a responsables concretos, ni a beneficiarios genéricos, ni plantear medios para enfrentarlos. Podemos encontrar pruebas en el discurso global sobre emisión de gases de efecto invernadero, calentamiento, protección de zonas polares, desertificación, agricultura, desforestación, biodiversidad, etc.
• La segunda, la falta de rigor en la escala de las alternativas propuestas; el mecanismo más habitual consiste en informar de los éxitos o el potencial de una actividad (la agroecología y las energías renovables suelen ser las más habituales) y pasar a proponer su expansión global, sin asumir que el cambio de escala supone limitaciones y conflictos que no se dan en el marco de referencia original, y sin abordar las complejidades que todo ello implica.
• Y finalmente está la cuestión del confort, la resistencia de las numerosas minorías que reaccionan ante los conflictos a salir fuera de los círculos de convicciones compartidas, estilo de activismo y ámbito de actuación. Resistencia a interpelar a las mayorías sociales que no reaccionan, o a abordar la traducción social de las medidas ambientales.
Sobre mayorías y minorías planea el factor tiempo.
Consecuencias con el coronavirus de fondo
Para personas de regiones de África, Asia profunda, o áreas con ecosistemas frágiles, la dura lucha por la supervivencia cotidiana deja la pandemia en un segundo plano. Es en las zonas en que, hasta la pandemia, imperaba la normalidad dónde todo seguirá casi igual a medida que se avance en las diferentes etapas de desconfinamiento.
Hasta aquí hemos tratado sólo de grupos, mayoritarios o minoritarios, que recuperan su actividad habitual integrando el coronavirus como pueden; pero también están los otros, los que se centran en el colapso global. Posiciones decrecentistas, ecosocialistas, o colapsistas (de raíz marxista, o no), que abordan las consecuencias finales del dilema formulado en el primer apartado de este artículo.
Aunque éstos no han integrado aún la pandemia en sus análisis volvemos al factor tiempo, las cuestiones de fondo son determinantes: sobre ecosocialismo, decrecentismo, colapsismo global y colapsismo marxista, trataremos en una segunda parte.
Notas
[1] En https://marxismocritico.com/2014/11/14/el-origen-del-eslogan-socialismo-o-barbarie/
Karl Kautsky 1892: “debemos avanzar hacia el socialismo o caer de nuevo en la barbarie”. Rosa Luxemburg 1915. Manuel Sacristán, noviembre-diciembre de 1979, Carta a la Redacción número 1 de MT. La “noche oscura” de Sacristán apunta una mística que entronca con Cavafis, y muestra la amplitud y riqueza de su pensamiento al vincularlo a Juan de la Cruz.
http://www.unidadcivicaporlarepublica.es/CULTURA%20web%202010/recordando%20a%20sacristan.htm y
https://elpais.com/diario/2004/04/17/babelia/1082157442_850215.html
En la linea premonitoria se inscriben también obras de ficción como “El talón de hierro” (1908) de Jack London, o “El eterno Adán” (1910), de Julio Verne.
[2]. En 1915, el año en que Rosa Luxemburgo reflejaba el horror, Constantino Cavafis evocaba el mecanismo ancestral de la premonición en uno de sus poemas de madurez. Pues los dioses perciben los hechos futuros; los hombres, los ya ocurridos; los sabios, los que se aproximan. Filóstrato, Vida de Apolonio de Tiana, VIII, 7
Los hombres conocen los hechos que ocurren al presente.
Los futuros los conocen los dioses,
plenos y únicos poseedores de todas las luces.
De los hechos futuros los sabios captan
aquellos que se aproximan. Sus oídos
a veces en horas de honda meditación se
conturban. El misterioso rumor
les llega de los acontecimientos que se aproximan.
Y atienden a él piadosos. Mientras en la calle
afuera, nada escuchan los pueblos.
https://ciudadseva.com/texto/los-sabios-los-hechos-que-se-aproximan/
[3] Se puede comprobar en la serie de cinco excelentes entrevistas de Salvador López Arnal al científico investigador Alfredo Caro Maldonado sobre el COVID-19
- 25/03/2020. Entrevista 1«Necesitamos un grado de confianza mínimo en la ciencia»
https://rebelion.org/necesitamos-un-grado-de-confianza-minimo-en-la-ciencia/
- 09/04/2020 Entrevista 2 “¿Cooperación? Lo que observamos es un resurgir del imperialismo y la competencia, incluso entre países supuestamente aliados”
- 22/04/2020 Entrevista 3 «Miles de mayores han muerto prematuramente en las residencias abandonadas por el sistema» https://rebelion.org/miles-de-mayores-han-muerto-prematuramente-en-las-residencias-abandonadas-por-el-sistema/
- 12/05/2020 Entrevista 4 “Quien piense que para navidades estaremos vacunados y podremos pasar página… puede olvidarse, va a ser más lento” https://rebelion.org/quien-piense-que-para-navidades-estaremos-vacunados-y-podremos-pasar-pagina-puede-olvidarse-va-a-ser-mas-lento/
- 14/05/2020 Entrevista 5 “Es razonable pensar que en diciembre el virus ya estaría por Europa” https://rebelion.org/es-razonable-pensar-que-en-diciembre-el-virus-ya-estuviera-por-europa/
[4] Análisis rigurosos y clarificadores. La pandemia y el sistema-mundo. Ignacio Ramonet
https://www.eldiplo.org/wp-content/uploads/2020/04/Ramonet-pandemia-sistema-mundo.pdf
y sobre detalles informativos La propagación del coronavirus por Europa contra la narrativa centroeuropea derechista. Daniel Bernabé.
https://blogs.publico.es/otrasmiradas/30966/la-propagacion-del-coronavirus-por-europa-contra-la-narrativa-centroeuropea-derechista/ , y Pascual Serrano
[Miguel Muñiz Gutiérrez mantiene la web sobre energía y colapso http://www.sirenovablesnuclearno.org/]
25/5/2020
¿Armas o salud? El presupuesto de Defensa de 2020
Pere Ortega
La llegada de la pandemia del Covid-19 ha impedido que el Gobierno del Estado presentara el presupuesto de este año 2020, y ha obligado a prorrogar el de 2019, que a su vez estaba prorrogado del de 2018, un presupuesto que había sido aprobado durante el Gobierno de Mariano Rajoy. Un presupuesto que proviene pues, de la etapa de austericidio al que fue sometida la población española por parte del Gobierno del Partido Popular.
A pesar de los recortes de años anteriores, en aquel presupuesto de 2018 los créditos del Ministerio de Defensa habían tenido un aumento de un 10,5% con respecto al año anterior de 2017 hasta alcanzar los 10.199 millones. Un incremento que en dos aspectos clave eran ventajosos para Defensa: en inversiones militares e I+D militar. Las inversiones en defensa habían aumentado un 25%, alcanzado la substancial cifra de 3.696 millones; y la I+D militar para el desarrollo de nuevas armas un porcentaje aún mayor de un 47%, alcanzado los 678,7 millones. Las prórrogas del presupuesto en los años 2019 y 2020 no han representado una pérdida para las capacidades del Ministerio de Defensa, pues el presupuesto de 2018 partía de una situación muy favorable, en especial para las adquisiciones y el desarrollo de nuevos armamentos.
Un presupuesto del Ministerio de Defensa al que, además, se deben sumar —tal como aconseja la OTAN a los países miembros— todos aquellos gastos que, aun siendo militares, no se incluyen en los créditos de Defensa: las clases pasivas de los militares en servicio, en la reserva o pensionistas; la mutua militar; la Guardia Civil, un cuerpo paramilitar que se rige por la ordenanza militar; las aportaciones a organismos militares internacionales, como la OTAN; los créditos en I+D que se destinan a la producción de nuevos armamentos y que salen del Ministerio de Industria. Además, cabe añadir los intereses de la deuda pública correspondientes a Defensa, pues si el Gobierno endeuda al Estado para adquirir armas, instalaciones e infraestructuras, la parte proporcional que corresponde a Defensa también debe ser añadida; y por último, la desviación entre el presupuesto inicial aprobado y el presupuesto final liquidado al finalizar el ejercicio, que todos los años ronda los mil millones (en el último año de 2019 fue de 930 millones).
Esa desviación en la liquidación final del presupuesto de Defensa esconde, en parte, el gasto militar real de España que representan las misiones militares en el exterior. Se trata de un caso de ocultación deliberada de los gastos reales de las intervenciones militares, pues cada año se habilita un crédito inicial muy inferior al real (en años anteriores fue de 14 millones, y en 2019 se gastaron 1.176).
Entonces, sumando todas las partidas indicadas, la propuesta de gasto militar para este año 2020 alcanza los 20.014 millones de euros. Es decir, casi el doble (un 96% superior) al presupuesto del Ministerio de Defensa.
Lo más significativo del gasto militar de este año, al que debe hacer frente el Gobierno de coalición PSOE/Unidas Podemos, es que el anterior Gobierno provisional del PSOE había aprobado en Consejo de Ministros de 14/12/2018 siete nuevos Programas Especiales de Armas (PEA) por un importe de 12.991 millones, que se debían fabricar entre los años 2019 y 2032, a saber: cinco fragatas F-110 por un importe de 4.325 M€; 248 blindados 8x8 Dragón de un coste de 2.100 M€; actualización del avión de combate F-2000 con una aportación de 906 M€; 1.172 M€ para el submarino S-80, para subsanar los defectos de ingeniería que impedían que flotara; 1.381 M€ para los helicópteros militares NH-90; 819 M€, destinados a modernizar los helicópteros Chinook; y 1.397 M€ para tres satélites de comunicación militar.
Para el desarrollo tecnológico y las actividades en I+D+i en armamentos, los créditos de 2020 están repartidos en dos programas: uno de Apoyo a la innovación tecnológica en el sector de la defensa desde el Ministerio de Industria, Comercio y Turismo, con una asignación de 467 millones que en su totalidad van destinados a las empresas militares (como ayuda para desarrollar los nuevos programas de armas anteriormente indicados); y un segundo de Investigación y estudios de las Fuerzas Armadas dotado con 211 millones.
Y para las inversiones en adquisición de armas e infraestructuras en Defensa se prevé una partida de 3.059 millones, de los cuales 1.873 son para hacer frente al pago de la anualidad de los programas PEA ya existentes —de los que aún se adeudan a las empresas militares 21.400 millones—; y los restantes 1.186 millones son para la adquisición de armamentos de uso, como municiones, explosivos, torpedos, misiles, vehículos de transporte, sistemas de comunicación, además de inversiones en instalaciones e infraestructuras militares.
En conclusión, el presupuesto de Defensa de este año 2020, a pesar de estar prorrogado desde 2018, está sobradamente dotado de recursos para proseguir con el desarrollo y adquisición de nuevas armas. Unos armamentos y unas fuerzas armadas de 120.000 efectivos que sólo cumplen con la impertérrita misión de la disuasión, fundamento principal de los ejércitos. Así lo establece la Directiva de Defensa Nacional, que enumera cuáles son los peligros y amenazas que se ciernen sobre el Estado y otras cuestiones más vagas para las que no están habilitadas las FAS, donde la más importante es el terrorismo yihadista, seguido de: proliferación de armas de destrucción masiva; la delincuencia organizada; la ciberseguridad; la seguridad energética; el cambio climático; las catástrofes naturales; las crisis humanitarias; las migraciones masivas; y los conflictos armados en escenarios que afecten a la seguridad mundial. De todas éstas, sólo la última parece que necesitaría de la utilización de una fuerza armada de mediación, aunque restringida al caso de que antes hubieran fracasado todos los intentos de solucionar el conflicto por la vía del dialogo.
* * *
La llegada de la pandemia del Covid-19 ha destapado las carencias de la sanidad pública, víctima, junto a los otros servicios que sostienen el Estado de bienestar en España, de los recortes a que fue sometida tras la llegada de la crisis de 2008. Ahora, con la pandemia, aunque de signo muy diferente, aparece una nueva crisis que será también de enorme magnitud, y que hará necesarios cuantiosos recursos públicos en ayudas para que la población pueda superar la pérdida de empleo y reactivar la economía productiva. Esto viene a cuento de la necesaria denuncia del ingente gasto militar existente hoy en España, tal como se ha expresado aquí. Pues ese ingente gasto militar de más de 20.000 millones anuales destinado a proporcionar seguridad —según la entienden los gobiernos que se han alternado al frente del Estado—, bien podría destinarse a otro tipo de seguridad: la humana, es decir, aquellos ámbitos que las personas perciben como necesarios para su desarrollo, como salud, servicios sociales, empleo, vivienda y educación, lo que a buen seguro proporcionaría un mayor bienestar a la población.
17/5/2020
Sobre metáforas y hegemonías culturales
Notas sobre crisis, guerras y viajes
Ramon Arnabat
En estos días de pandemia recurrimos a menudo a las metáforas y a buscar referencias en el pasado sobre lo que nos está sucediendo y las posibles salidas a la crisis sanitaria, económica y social que padecemos. Siguen a continuación unas reflexiones desde la doble perspectiva de la historia y la política.
I
Pienso que nos equivocamos utilizando la metáfora de la “guerra”, tanto para explicar la situación en la que nos encontramos, como sus causas y sus consecuencias y, por lo tanto, alternativas. Esta es la metáfora impuesta por la cultura hegemónica de los estados y del capitalismo transnacional y debemos tener mucho cuidado al replicarla, consciente o inconsciente, porque lo único que hacemos es reforzar el poder político, económico y social y la pasividad política, social y cultural.
Esta crisis no ha sido provocada por ningún conflicto armado. No hay una patria donde agarrarnos o a defender, no hay agresor o enemigo físico contra el que luchar. No hay armas por medio, a menos que pensemos que todo forma parte de la guerra bacteriológica. Además, los conflictos armados, las guerras, destruyen capacidad de producción: viviendas, fábricas, infraestructuras..., y terminan generando un gran problema de oferta, no de demanda, que es lo que, desde la ortodoxia económica, ocurrirá ahora debido al empobrecimiento de una parta importante de la población.
La metáfora de la guerra no es inocente. Está pensada y calculada. Por un lado genera miedo e inseguridad individual y colectiva: cuanto más miedo y más inseguridad social hay, más conservadores nos volvemos y más eco tienen las proclamas de la extrema derecha que nos asegura refugio y seguridad frente a los “otros”. La metáfora de la guerra también nos lleva al ejército, a la fuerza, a la centralización, a la uniformidad, a la jerarquía,... Valores que no son los más positivos ni para afrontar la crisis actual, ni para intentar transformar la sociedad.
II
Muchos pensamos que, más allá de la chispa concreta que encendió la mecha de la crisis del coronavirus, está la crisis sanitaria, económica y social que refleja la mala relación de la especie humana y del sistema económico capitalista dominante con el medio ambiente en el que vivimos, tal y como nos han explicado en diversas ocasiones y en estas mismas páginas Enric Tello y Joaquim Sempere. Y el hecho de que impacte más negativamente en unos géneros, colectivos/clases sociales y espacios geográficos que en otros, se debe principalmente a la creciente desigualdad, al empobrecimiento de grandes capas de población y al deterioro de lo público y de lo comunitario, del bien común.
Con este planteamiento parece más acertado el uso de la metáfora del “viaje”, del viaje de género humano en el espacio y en el tiempo. Ahora estamos pasando por un lugar peligroso y debemos cuidarnos y protegernos en común. Debemos redoblar los esfuerzos para no dejar a nadie atrás, ni a la infancia, ni a la vejez. La metáfora del viaje nos plantea la necesidad de colaborar y ayudarnos unos a los otros, de cooperar desde el barrio hasta el mundo, porque es la única manera de superar esta etapa. En este momento debemos anteponer los intereses colectivos a los individuales (que debemos respetar y mantener), debemos buscar la máxima igualdad y la máxima libertad, poniendo en el centro la vida de les personas y el bien común.
La metáfora del viaje también nos sirve para entender que la idea del progreso universal y unilineal no es real, que la historia de la humanidad, como ha escrito Josep Fontana, es una sucesión de cruces y que, según las decisiones que adoptamos (resultado de múltiples intereses y confrontaciones), tomamos un camino u otro que nos lleva a un lugar u a otro. Sin embargo, el camino que tomamos en cada momento histórico no es ni el único que podríamos haber tomado, ni es seguro que sea el mejor para todos.
¿Qué es un viaje sino una serie de cruces? Los seres humanos siempre estamos viajando en el espacio y en el tiempo, a pesar de que el sistema actual se plantea como un presente largo y eterno, sin pasado ni futuro. El problema es que si no tenemos pasado, no podemos pensar en el futuro. Para hacer el viaje, aunque cada encrucijada es nueva, necesitamos el pasado (historia, memoria) para que nos ayude a entender el presente donde estamos y a orientarnos en el futuro donde queremos dirigirnos. El pasado no debe decidir qué camino tomamos, sino que nos debe ayudar a decidir, porque decidir toca al presente, a los que ahora estamos aquí.
A veces, como en la Odisea de Homero, es tan o más importante el viaje, la experiencia del viaje, que el puerto de llegada. Nos lo recordaba el poeta griego Kavafis:
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
[…]
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues —¡con qué placer y alegría!—
a puertos nunca vistos antes.
III
Estos días de pandemia también hemos oído referencias al pasado para buscar orientaciones para la salida compartida de la crisis económica y social: Nuevo plan Marshall, New Deal, Pactos de la Moncloa...
Si compartimos que la causa de la crisis sanitaria, económica y social y sus agravantes va más allá de la Covid-19 y en ella tiene mucho que ver la degradación del medio ambiente, con la manera como producimos, distribuimos y consumimos, con la creciente desigualdad social y de género..., es evidente que “la solución” no puede pasar por la vuelta a la “normalidad”, entendida como lo que “había antes” de esta crisis, porque esta normalidad es, en gran medida, causante de la crisis que estamos sufriendo y de su impacto social y territorial desigual.
No queremos volver a la normalidad de la desigualdad, del patriarcado, de la economía expoliadora de los recursos, de la injusticia... Queremos conformar una nueva normalidad basada en la cooperación, la igualdad, la justicia, el bien común... No se trata de “recuperar”, de “reactivar” o “reconstruir” la “economía normal”. Queremos una economía que administre recursos limitados equitativamente y de forma sostenible para satisfacer necesidades ilimitadas del conjunto de la población. Se trata de producir diferente y de producir cosas diferentes, de cambiar los sistemas de distribución de la renta, de establecer una Renta Básica Universal. Y de hacerlo, como nos proponía Albert Recio en un número anterior de mientras tanto, con propuestas concretas transformadoras. Y si este es el camino que decidimos escoger, no nos sirven como referentes ni el Plan Marshall ni los Pactos de la Moncloa.
Deberíamos mirar hacia el New Deal americano (1933-1938) y hacia el Plan Attlee británico, (1945-1951), siendo muy conscientes de que son respuestas a momentos concretos de la historia: la crisis mundial de los años treinta del siglo XX y la post Segunda Guerra Mundial (1945-1951). Con todo, comparten el hecho de pensar que la salida a las respectivas crisis, sin cuestionar el capitalismo, pasaba por una mayor intervención del estado en la economía (sector público y planificación/orientación estratégica), la mejora de los ingresos y de los derechos de las clases trabajadoras y campesinas, y estado del bienestar. El New Deal es conocido y se habla mucho de él estas semanas, pero la política económica y social del gobierno laborista de 1945 es menos conocida y no se habla prácticamente de ella.
IV
El espíritu compartido de 1945 en Europa era que nadie quería volver a la normalidad de antes de la guerra: desempleo, fascismo, miseria, regímenes políticos censitarios, marginalidad de las mujeres, colonialismo... La mayoría de la población quería recuperar y consolidar la democracia y mejorar la condición de la gente. En palabras de Josep Fontana: “Avanzar hacia la máxima libertad y máxima igualdad”. Y en 1945, esto sólo era posible con una fuerte participación del Estado en la actividad económica y la planificación estratégica y una mejor redistribución de la riqueza. Idea que compartían personas de diversas tendencias políticas. Karl Mannheim planteaba que era necesario dejar atrás el laissez-faire, porque “una revolución silenciosa prepara el camino para un nuevo tipo de orden planificado”. Joseph Shumpeter decía: “parece que la opinión general es que los métodos capitalistas no serán adecuados para la tarea de la reconstrucción”. Y Clement Attlee afirmaba que “la gente necesita ciudades, parques y campos de deporte, casas, escuelas, fábricas y tiendas bien planificadas y bien construidas”.
La experiencia del gobierno laborista en Inglaterra entre 1945 y 1951, con Clément Attlee como Primer Ministro (avalado por el 48% de los votos obtenidos frente al conservador Churchill, que acababa de ganar la guerra), me parece útil hoy. No se trata de copiar, porque la historia nunca se repite, o como Marx escribió en el 18 Brumario: “Hegel dice en alguna parte que todas las modas y personajes de la historia universal aparecen, como dijimos, dos veces. Pero se olvidó de añadir: una como tragedia y la otra como farsa”.
La experiencia del gobierno laborista inglés en la postguerra mundial ha sido excelentemente explicada por Ken Loach en el documental El espíritu del 45, donde también nos cuenta cómo el neoliberalismo de la revolución conservadora de Thatcher terminó con todo esto, a partir de la afirmación de que “no hay sociedad, hay individuos”. Recordemos que la revolución conservadora se inició en la segunda mitad de los setenta y ha llegado hasta hoy, bajo la hegemonía económica, social, política y, sobre todo, cultural del capital.
El gobierno laborista, no exento de tensiones en y con el partido y los sindicatos, supo recoger las demandas generalizadas de las clases populares inglesas y formular una propuesta alternativa fundamentada en cinco ejes: la nacionalización de las industrias básicas, la minería y las infraestructuras; educación para todos y a todos los niveles; Servicio Nacional de Salud; vivienda digna para todos; y trabajo o ingresos mínimos para todas les personas. De hecho, fue en Inglaterra donde se construyó el primer estado del bienestar europeo y que proporcionó una vida mejor a la mayoría de la población: comer más y mejor, tener una vida más larga y saludable, estar mejor alojados y vestidos y poner el interés común por delante.
Si quieren profundizar en todo ello lean a Geoff Eley, Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa, 1850-2000 (Barcelona, 2003), Josep Fontana, Por el bien del Imperio (Barcelona, 2011) y Tony Judt, Postguerrra. Una historia de Europa desde 1945 (Madrid, 2006).
10/5/2020
Planet of the Humans: de la mitificación a la mistificación
Pablo Massachs
'Mitificar': Rodear de extraordinaria estima determinadas teorías, personas, sucesos, etc.
'Mistificar': Falsear, falsificar, deformar.
La polémica
El documental Planet of the Humans ha llegado a nuestros salones directamente vía internet [1]. Su estreno ha estado rodeado de polémica, porque la propia distribuidora vetó su estreno tras las críticas recibidas por su falta de rigor. Así que su autor (Jeff Gibbs) finalmente ha optado por colgarlo de forma gratuita en la red. Además, el siempre polémico Michael Moore aparece nominalmente como productor ejecutivo, aunque su impronta se hace patente en otros aspectos de la cinta.
Planet of the Humans se anuncia como un elemento para hacer despertar a la sociedad sobre dónde están las verdaderas soluciones a la encrucijada climática. Acierta la cinta en denunciar que el cambio a las energías renovables, manteniendo un consumo creciente y desmedido, no basta para llevar a buen puerto a la humanidad en su lucha contra el cambio climático. Sin embargo, su aportación a un debate serio y riguroso resulta muy pobre, tanto por la falta de profundidad de sus reflexiones como por los excesivos trucos narrativos de que está plagada la película.
Del sol al barro
En los primeros minutos del documental, Gibbs se encuentra en un festival de energía solar en Vermont. Asegura este que comparte su preocupación y activismo por el medio ambiente desde hace años, y parece empezar su periplo con ilusión. Por desgracia, a las pocas horas de empezar el evento, el sol desaparece y empieza a caer la lluvia. Las placas fotovoltaicas que aportan energía al festival no son suficientes para las necesidades de este, y ahí empieza la decepción con las renovables del antiguo abrazaárboles, como él mismo se define. Y es que, al cubrirse el cielo, los organizadores se ven obligados a encender grupos electrógenos para suplir la energía solar. Mientras tanto el espectador ve como la lluvia sigue cayendo y la tierra se convierte en barro. Y es ahí, en el barro (esta vez metafórico), por donde transcurre buena parte del documental.
No en vano el fango es un terreno en el que Michael Moore se mueve con especial soltura, mezclando golpes de efecto, ridiculización de sus oponentes y algunos datos sesgados oportunamente introducidos. Por lo que Gibbs parece querer emular a su maestro Moore.
Las renovables: el mito caído
Actualmente las energías renovables gozan de muy buena prensa. Sin embargo, a estas alturas de la película (de terror) climática, y a pesar de su gran evolución en los últimos años, las emisiones de CO2 siguen aumentando. Abrir el debate sobre sus limitaciones es necesario en un momento en que por otra parte la preocupación por cambio climático es un tema candente, podríamos decir mainstream, y el público está sediento de soluciones. Es más, es justo denunciar que las energías renovables cuentan todavía con serios problemas para sustituir a los combustibles fósiles, desde la baja tasa de retorno energético a la intermitencia, y que su implantación no basta para frenar el cambio climático [2].
Algunos de estos problemas se nombran de forma reiterada en Planet of the Humans. Se trata de problemas sobre los que hay enconadas discusiones en la comunidad científica y en el mundo ecologista desde hace años. Para un público más amplio este debate puede sonar a nuevo después de ver el documental, y seguramente aquellas personas con sensibilidad social y ecológica se puedan interesar e informar sobre los límites de las energías renovables. En cambio, a otros les quedará la sensación de que mejor que el mix eléctrico se quede como está (rebosante de carbón y de otros combustibles fósiles), pues las renovables parecen no ya un remedio sino un agravamiento de la situación climática, tal como se deja entrever constantemente en el documental. Como vemos, se pueden sacar conclusiones un tanto absurdas y alejadas de una supuesta conciencia medioambiental.
No en vano, la cinta abusa de trucos narrativos que pueden generar este desconcierto. En ella se intenta elevar la anécdota a la categoría de norma, y otras veces se mezclan con falta de rigor algunos datos [3]. Estos “golpes bajos” hacia las energías renovables pasan también por insinuar unas prestaciones muy inferiores a las reales [4], por entrevistar demasiado a menudo a personas poco cualificadas como representantes de las energías renovables, o por presentar cualquier proyecto de estas tecnologías como una agresión a parajes de incalculable valor ecológico [5]. La seriedad del debate merece menos barro y más juego limpio.
El engaño del movimiento ecologista
Estados Unidos tiene una arraigada tradición de culto a los líderes, ya sean políticos, religiosos o de movimientos sociales. A lo largo del metraje se critica duramente a buena parte de los supuestos líderes del movimiento ecologista. Sin embargo, la única que recibe cierta aprobación es Vandana Shiva, activista ecofeminista hindú. Pero esto no anima a los autores del documental a buscar opiniones o referentes más allá de las fronteras estadounidenses. Y es que, para estos, el mundo de las energías renovables y el activismo climático parece circunscribirse al universo de los Estados Unidos de América (queda claro que no se habría entrevistado a Shiva si esta no hubiera estado en dicho país durante el rodaje). Un enfoque demasiado estrecho de miras para un problema global.
Planet of the Humans, además de contra los líderes, también arremete contra las asociaciones y organismos que abogan por la implantación de energías renovables. Quizá sea la parte más acertada del film. Aunque algunos de estos organismos o personas ya hayan sido “desenmascarados” hace tiempo y por otro lado no todos merezcan entrar en el mismo saco, en muchos casos su prestigio sigue intacto o en aumento de forma inmerecida [6]. Además, es una práctica demasiado habitual (a ambos lados del Atlántico) que las empresas e instituciones apliquen el greenwashing sin sonrojo, y que algunas organizaciones ambientalistas o ecologistas se presten a facilitar este lavado de imagen.
Y ahora, ¿qué?
Va avanzando el documental y la pregunta inevitable se abre paso: si esto que nos habían vendido no sirve, ¿cuáles son las claves para avanzar en la dirección correcta? Se apuntan tres aspectos “de los que nadie está hablando”: sobrepoblación, consumismo y el “suicidio del crecimiento económico”. Nada que objetar a que se amplíe la discusión hacia esos elementos, salvo que en la cinta apenas se desarrollan.
Sobre la sobrepoblación, no sabemos si el control se debería llevar a cabo à la chinoise o de otra forma menos impopular. Tampoco hay reflexión alguna sobre el hecho de que, si la población mundial consumiera como la estadounidense, el planeta habría quedado superpoblado y sobreexplotado antes de haber llegado a los dos mil millones de habitantes.
El consumismo y el “suicidio del crecimiento económico”, dos caras de la misma moneda en realidad, se cuestionan de forma genérica, pero no hay rastro de las alternativas. Quizá sea una empresa demasiado ambiciosa para este film, pero tras tanta aparente claridad de ideas a la hora de desenmascarar tecnologías, líderes y asociaciones, llama la atención que las propuestas no aparezcan, ni se apunten siquiera. De hecho, el autor parece más preocupado en entender por qué él mismo ha caído en la trampa de las energías renovables que en plantear de forma seria las alternativas.
Planet of the Humans: una oportunidad perdida
Michael Moore ya no es un niño, pero siempre ha parecido a gusto en su papel del enfant terrible. Nada que objetar a tal figura, salvo cuando se ejerce sin rigor y sin propuestas claras. En el marco de la emergencia climática, plantear al gran público la necesidad de soluciones reales, sin prejuicios tecnológicos y datos rigurosos, habría sido muy de agradecer. Sin embargo, visto el resultado de este documental, la obra no está a la altura de la seriedad del debate, ni de la aureola de “documental censurado” con que se quiere promocionar. Supone más bien una oportunidad perdida para hablar de los límites de las renovables y de la incapacidad del sistema económico para dar respuesta a la catástrofe climática.
Derribar falsos mitos es necesario en este debate en que tanto nos jugamos. Pero tan importante es seleccionar bien el objetivo, como plantear de forma rigurosa y clara qué opciones tenemos a la hora de replantear el futuro. Lo contrario nos aboca a la confusión, que es el preludio de la inacción.
Notas:
[1] El documental se pudo ver directamente en YouTube durante semanas, pero a finales del mes de mayo la plataforma de vídeos online lo retiró tras las denuncias por utilizar supuestamente imágenes sin permiso. Para más información, véase https://www.eldiario.es/cultura/cine/Youtube-documental-Michael-Moore-renovables_0_1032047923.html.
[2] Basta señalar un par de ejemplos sobre algunas problemáticas relacionadas con las energías renovables que se tratan desde hace años. Sobre la Tasa de Retorno Energético de la energía fotovoltaica, véase Pedro A. Prieto y Charles A. S. Hall, Spain’s Photovoltaic Revolution, Springer, 2013. ISBN: 978-1-4419-9437-0. Sobre las limitaciones de la energía eólica, C. Castro et al., “Global wind power potential: Physical and technological limits”, Energy Policy, octubre de 2011.
[3] Tan solo algunos ejemplos sobre este punto. Supone una falta de rigor estar hablando del sistema eléctrico, para a continuación poner estadísticas (sin indicar el año, además) de consumo energético global. Tampoco se explica por qué las instalaciones de renovables no se desconectan en general de la red eléctrica global (y las ventajas asociadas) o por qué las centrales termosolares utilizan en parte gas natural.
[4] Algunos datos que se dejan caer sobre la fotovoltaica son un rendimiento de los paneles solares del 8% o una duración de diez años. Ambos valores están muy alejados de las prestaciones de la fotovoltaica, y no se desmienten en ningún momento.
[5] En un ejemplo descarado de la falacia del hombre de paja, se presentan proyectos de energías renovables que destruyen plantas centenarias, que hacen talar árboles para ser usados como combustible, etc. Como contrapunto, sería interesante que algún día se hiciera un documental sobre proyectos de energías renovables paralizados por movimientos vecinales (NIMBY) totalmente irracionales.
[6] En su libro Esto lo cambia todo (N. Klein, Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima, Paidós Ibérica, 2015. ISBN: 9788449331022), publicado en 2014, su autora ya refleja abundantes críticas contra Richard Branson, Bloomberg o el Sierra Club. Por otro lado, las críticas contra Bill McKibben parecen desproporcionadas (350.org ha organizado numerosas campañas en la buena dirección de la lucha climática), mientras que Al Gore sigue gozando de un gran prestigio mundial por su lucha contra el cambio climático a pesar de sus incoherencias, algunas de las cuales se muestran en el documental.
28/5/2019
Daños colaterales
Albert Recio Andreu
La hegemonía política y social no se construye en el aire. No es el producto de un mero ejercicio propagandístico. Requiere que, de alguna forma, los valores hegemónicos conecten con las vivencias personales de la gente, den sentido a su marco de relaciones. Se apoyan en complejos procesos de socialización, en la familia y en las instituciones. Por ejemplo: las religiones, con sus ritos y sus actividades recurrentes han constituido uno de los grandes mecanismos de socialización y transmisión de valores. Y aún lo siguen haciendo en muchos lugares del planeta (aunque una de las cosas destacables de esta crisis sanitaria es que la religión ha estado prácticamente ausente de la esfera política; su única intervención perceptible ha sido la movilización solidaria de algunas organizaciones como Cáritas, sin duda lo más valioso de la cultura católica).
Marx intuyó que el desarrollo del capitalismo iba a desarbolar gran parte de los viejos sistemas de socialización. En esto, como en otros campos, acertó, pero sólo parcialmente. Ni los viejos sistemas desaparecieron de golpe, ni han dejado de aparecer nuevos procesos de creación hegemónica que ayudan a entender la solidez, pese a todo, de las sociedades capitalistas y las dificultades de la izquierda para ganar una hegemonía cultural fuerte. Sobre todo en todo aquello que afecta al corazón mismo del capitalismo, la organización de la producción y la distribución del producto social.
No voy a extenderme en ello, sino a apuntar algunas ideas de por dónde pienso que se ha consolidado una nueva hegemonía cultural del capitalismo. Especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo esencial para entender por qué la crisis final del capitalismo keynesiano se tradujo en un renacimiento del capitalismo competitivo en lugar de una transformación en sentido socialista. Varios factores confluyen en esta situación y propician a la vez comportamientos individualistas y sumisión al sistema. Destaco brevemente los que me parecen más importantes.
Primero, la estratificación social derivada de la propia organización capitalista, con una elevada división del trabajo, la tecnificación de unos empleos, la desprofesionalización de otros, y la creación de una masa de burócratas intermedios. La posición y la experiencia laboral de cada individuo le imprime carácter, le posiciona y le diferencia en relación a los demás. En segundo lugar, el sistema educativo como un enorme mecanismo de socialización y diferenciación social. Se presenta como un medio de selección basado en el mérito y el esfuerzo como una vía individual de mejora. No pretendo señalar que todo el esfuerzo educativo sea sólo eso, pero el olvido de este papel de la educación me sigue pareciendo una de las cuestiones más clamorosas del pensamiento de la mayoría de la izquierda. En tercer lugar, el papel de la tecnología, que está bajo el control de empresas y las élites, ya fuera del control que antaño ejercían los obreros cualificados. Una tecnología que promete soluciones y avances sin fin, confianza en el futuro. Y dependencia de la gran empresa. En cuarto lugar, el propio modelo de consumo, tecnologías como el automóvil, el televisor y ahora móviles y ordenadores han sido claves para el desarrollo de formas de vida mucho más individualistas, al mismo tiempo que aumentan el campo de las necesidades económicas de la gente. El mundo de las urbanizaciones residenciales representa la versión más evidente de este modelo de vida individualista; genera a la vez miedo al vecino, sentido de autoprotección y una voraz necesidad consumista. Por último, no podemos olvidar que toda la historia del capitalismo está marcada por la experiencia colonialista, por la vivencia en espacios de inclusión y exclusión de derechos. Lejos de una sociedad universal, las sociedades capitalistas reales son construidas y vividas como clubs privados que dan derechos exclusivos a sus socios.
La propaganda, la acción de los medios de comunicación, de la publicidad y el marketing político sin duda influyen en nuestras percepciones. Pero, precisamente, intervienen sobre un marco social que favorece o dificulta la penetración de algunas ideas. Que por ejemplo una de las respuestas de los estadounidenses, ante el anuncio de la pandemia, fuera la de incrementar sus compras de armamento tiene mucho que ver con gente con pocas relaciones sociales, viviendo en casas aisladas, competitiva y a la vez temerosa del prójimo. Era una respuesta esperable en alguien con poca confianza en los otros, con escasa empatía y aterrorizada por una situación que le superaba.
Me pregunto si la experiencia del confinamiento, verdaderamente inédita en el último siglo, puede tener efectos en algún sentido sobre las percepciones de la gente. Es obvio que en un mundo culturalmente tan fragmentado es posible que las reacciones sean diversas. Pero conviene detectar aquellas que tienen más probabilidad de prosperar.
En el lado positivo, la crisis ha puesto de manifiesto la bondad de la cooperación, A muchos niveles: de los diferentes servicios públicos, de las redes de apoyo social, de las empresas que han participado en proyectos para desarrollar productos sanitarios, de los científicos, etc. Es una experiencia a la que hay que agarrarse para generar reflexiones. Igual que el caso obvio de la importancia de los servicios públicos y el desastre de la gestión privada de residencias y centros sanitarios, y de su incapacidad para proveer de bienes esenciales para hacer frente a la epidemia.
Pero nos deja también muchas dinámicas peligrosas que tienen su nexo de conexión con el miedo generado por la pandemia y el aislamiento como forma principal de evitar la enfermedad. La industria de las comunicaciones y las farmacéuticas van a salir muy reforzadas. Especialmente los primeros. Hemos salvado el aislamiento con un recurso intensivo a móviles, pantallas, ordenadores, videoconferencias. La extensión de la compra online y del teletrabajo han alcanzado un impulso importante. Todo ello tiene un impacto potencial individualizador innegable. El miedo al contagio está generando a su vez otra recuperación del aprecio por el automóvil que en los últimos tiempos veía erosionada su hegemonía, al menos en las grandes ciudades.
No es solo una cuestión técnica. Que la recomendación de guardar las distancias se explique como mantener la distancia social puede que sólo sea un anglicismo ridículo. Pero tiene mucho de consigna subliminal: el otro es el peligro, no te fíes de quien no conoces, no intimides. El modelo de urbanismo disperso, asocial, ecológicamente catastrófico, tiene ahora una nueva oportunidad. Vivir en una urbanización en medio del campo no sólo puede ser más seguro en términos de contagio, también puede permitir contar con viviendas más amplias donde teletrabajar con comodidad. Si esta opción gana terreno, no hay duda que se va traducir en una pérdida de socialidad, en una extensión del despilfarro ambiental y en una nueva crisis de sostenibilidad del mundo urbano (la extensión de la experiencia Detroit). Habrá que trabajar mucho en políticas sociales y urbanas para impedir que esta plaga colateral coja fuerza.
Por último, está la otra gran cuestión puesta en evidencia por muchos críticos: el uso sistemático de las nuevas tecnologías para el control de la gente con la excusa de la prevención. No es un tema baladí. Es obvio que el control sobre el comportamiento humano es uno de los componentes más peligrosos de las TIC. Toda la historia del capitalismo ha sido, entre otras cosas, una sucesión de innovaciones tecnológicas y organizativas diseñadas para controlar y modelar el comportamiento de la gente trabajadora, reducir su autonomía. Y esta última oleada tecnológica significa un salto adelante, especialmente porque permite el control de actividades que se ejercen de forma descentralizada, fuera de toda posibilidad de control visual. El teletrabajo es un ejemplo, como ocurre con el control a los transportistas (si aún no la has visto, procura ver el último filme de Ken Loach, Sorry, we missed you, una nueva lección sobre condiciones laborales en la época actual). E incorpora mecanismos que pueden derivar en un control orwelliano de la población, como el que sugieren algunos de las medidas de control puestas en funcionamiento por las autoridades chinas.
No se puede bajar la guardia y estar alerta hacia cualquier deslizamiento político sobre el control social. Pero me parece que tampoco hay que obsesionarse por ellos. Por un lado, porque el control del comportamiento de la gente no deriva sólo de sus posibilidades tecnológicas. El régimen nazi alcanzó una notable capacidad de control social con medios mucho más primitivos. La capacidad y el uso del control depende de condiciones sociales sobre las que es más fácil intervenir que sobre una tecnología sofisticada y muchas veces despilfarradora. De otra, porque llevamos ya muchos años controlados por poderes privados mucho más oscuros, como nuestro banco, nuestra compañía telefónica o nuestro servidor de internet a los que damos graciosamente datos de todo tipo. Posiblemente, es inevitable, y lo que nos debería preocupar no es tanto un miedo absoluto a la aplicación de estas tecnologías como que respuestas hay que dar y como aprender a moverse para impedir el desarrollo de sus peores consecuencias.
Realmente, el virus ha mostrado una enorme capacidad de ramificarse en muchas direcciones. Nos viene mucho trabajo. También en la esfera de la cultura y las relaciones personales.
28/5/2020
Semanas con las escuelas cerradas. ¿Y ahora qué?
Aspectos emocionales en tiempos de incertidumbre
Joan M. Girona
El confinamiento se acabará y probablemente volveremos a lo que llamamos la normalidad. Una normalidad de desigualdades y que continúa destrozando el planeta. Una normalidad causante de la situación que estamos viviendo. Las semanas que hemos estado confinados han producido unas vivencias no experimentadas con anterioridad. Todo el mundo no habrá pasado el confinamiento de la misma manera, porque tenemos sensaciones y condiciones sociales muy diferentes.
Uno de los aspectos más impactantes habrá sido el hecho de tener las escuelas cerradas. Niños y adolescentes han estado muchos días sin ir. ¿Qué haremos cuando vuelvan? ¿Cómo será el próximo curso, en septiembre?
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I. Faltan pocas semanas para que se acabe formalmente el curso académico, después de un tercer trimestre atípico. Es importante que se prevea un fin de curso presencial. Niños y adolescentes y su profesorado necesitan verse frente a frente para dar por acabado el curso; necesitan unos momentos de reencuentro de los grupos clase, de los compañeros y compañeras entre ellos y con sus tutores o tutoras. Unas y otros lo necesitan. No sería bueno para nadie acabar el curso de manera telemática. Despedirnos sin vernos de cerca. Se pueden organizar los encuentros sin poner en peligro a ninguna persona; hay tiempo y espacios para hacerlo de manera escalonada. Es importante la despedida, el duelo de acabar un curso, el duelo de dejar el centro una temporada o definitivamente (sextos de primaria y cuartos de ESO, por ejemplo). Como educadores, como sus adultos de referencia, debemos evitar que acabe junio sin haber hecho ningún acto presencial. Habitualmente el fin de un curso académico ha sido un momento significativo. Por eso en los centros se organizan actos y ceremonias los últimos días. Y las familias colaboran en preparar las fiestas finales de 6º de primaria, 4º de ESO o 2º de Bachillerato. Y el profesorado acostumbra a encontrarse de manera festiva (cenas, salidas...).
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II. Segunda tarea importante: preparar el tiempo de vacaciones. Con la crisis del covid hemos aprendido que debemos enseñar (y educar) de otras maneras, nos debemos fijar en todo aquello que educa a nuestro alumnado. El ocio para niños y adolescentes es quizás el espacio y el tiempo más educativo que tenemos entre manos. Tiempo amplio para jugar, tiempo libre para compartir con compañeros y compañeras. Desde los centros escolares no le damos la importancia capital que representa. De cara a las vacaciones, debemos animarlos a que disfruten de su tiempo libre, vínculos, juegos, naturaleza, deportes...
Debemos darles ideas para aprovechar lo mejor posible estos días y semanas; y no para hacer deberes en el sentido habitual que tiene, todavía hoy, esta expresión. Del mismo modo que en las semanas de confinamiento han y hemos aprendido muchas cosas útiles para la vida y la convivencia, el final de curso, las vacaciones y el inicio del nuevo deben estar en la misma línea.
¡Alerta! También hemos aprendido que no todo el mundo tiene las mismas posibilidades ni las mismas condiciones educativas (familia, escuela, ocio, entorno...). Hay que velar para evitar que las desigualdades continúen aumentando. Y hay que ayudar, en primer lugar, a niños y adolescentes que tienen carencias en su vida diaria, que no tienen cubiertas totalmente sus necesidades básicas: comida, vivienda, cuidado amoroso. Criaturas que viven en infraviviendas, que están en centros o familias de acogida, que no tienen referentes adultos... Unos colectivos que deben tener prioridad absoluta en los turnos de colonias, albergues, campamentos, colonias de verano... que se organicen (¡se debe hacer!), utilizando todos los equipamientos existentes. Incluyendo, ¡claro!, los centros escolares de primaria y secundaria, públicos o privados.
Hay que remarcar adecuadamente la tarea de los educadores sociales. Los vínculos también se establecen más allá de los centros escolares. Inciden (¡y mucho!), las entidades, las asociaciones, los diferentes servicios sociales... las y los educadoras del tiempo libre, los educadores y educadoras que atienden desde la calle y alargan el papel de la escuela, facilitando las relaciones y la socialización en plan de igualdad.
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III. Preparar el nuevo curso. Habrá que tener en cuenta el papel de la escuela más allá de los aprendizajes. Preparar bien el nuevo curso, empiece cuando empiece y de la manera que sea, porque nos encontraremos que las semanas de cierre, la ruptura de la relación con compañeros y compañeras de escuela, pueden haber provocado trastornos mentales a niños y adolescentes. El refuerzo de los vínculos debe ir orientado en primer lugar a una correcta acogida, a una elaboración de los duelos, de los miedos y angustias sufridos durante el confinamiento; de la añoranza de compañeros y de las maestras y del espacio escolar (sobre todo si no se ha podido despedir el curso de manera presencial en junio); a una recuperación de la confianza. Si a lo largo de las vacaciones han podido estar atendidos emocionalmente en centros, casas de colonias, albergues... será menos difícil ayudarlos, por eso debemos velar, antes de acabar el curso, porque TODO EL MUNDO pueda acceder a un centro durante un par de semanas como mínimo.
Lo más importante será reforzar los vínculos: y por tanto, conocer al alumnado y a sus familias para poder hacer un acompañamiento necesario para los aprendizajes. Diría que se ha evidenciado una carencia de conocimiento por parte de algunos docentes. En mi época, en los barrios de la Mina y del campo de la Bota (los años setenta-ochenta del siglo pasado), íbamos a las casas para entregar los informes de cada curso. Eran unas visitas muy bien recibidas por las familias y por el alumnado. Hoy no se hace tal cosa, pero sí es necesario conocer cómo son y cómo viven los niños y niñas que tenemos en las aulas.
En este aspecto (y en otros) es clave la tutoría. La relación del adulto con el niño o adolescente al que se quiere ayudar a aprender. Tenemos un pequeño o gran problema: la cantidad de alumnos en cada grupo. Además de reivindicar la disminución de ratios, deberíamos considerar que corresponde a todo el claustro la acción tutorial. En primaria la presencia del tutor o tutora es prácticamente constante a lo largo del horario escolar, lo cual facilita la relación y el conocimiento de la situación de cada criatura. En secundaria la organización que todavía se lleva a cabo en muchos institutos lo dificulta. Por eso unos cuantos centros han adoptado una estrategia que implica a todos los miembros del claustro de profesores. A cada cual le corresponde, en consecuencia, un número más reducido que el grupo de clase entero. Eso permite un seguimiento más cuidadoso y una mayor facilidad de relación con las familias, que con treinta personas se hace un tanto difícil. El contacto asiduo con las familias es uno de los elementos de una buena acción tutorial. En estos centros todos los docentes son tutores: desde la directora a la última persona que se ha incorporado al claustro.
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El curso que se avecina será especial, hoy por hoy lleno de interrogantes. La escuela presencial es imprescindible. Los miedos al contagio implicarán medidas adicionales. Algunas de las anunciadas, mantener las distancias, imposibilidad de trabajar en grupo, turnos... no parecen muy adecuadas a lo que necesitan las criaturas y los adolescentes. Apostaría por controles sanitarios previos a todas las personas que han de convivir en el centro escolar y vigilancia diaria de temperaturas, por ejemplo (algo semejante a cómo van a jugar los deportistas de élite). Y así las actividades escolares podrían hacerse con mayor tranquilidad y facilitar las relaciones imprescindibles para una buena escolarización. Se deberían utilizar todos los espacios existentes en los propios centros pero también los existentes en las proximidades: bibliotecas, centros cívicos, locales deportivos… En otro orden de cosas estas necesidades están visibilizando la escasez histórica de inversiones en edificios y personas en todo el sistema escolar de nuestro país.
Temo que los miedos que se han generado debido a las contradicciones de los gobiernos, autonómicos y central, y a los protocolos establecidos, con sus lógicos errores, provocarán absentismo el próximo septiembre. Sobre todo por parte de las familias de los dos extremos de la escala social. Aquellas que disponen de tiempo o de ayuda pagada para cuidar a sus hijos e hijas y aquellas que, en situación de riesgo social, desconfían de lo que les puede ofrecer el centro escolar. Además es probable que aumenten las bajas médicas entre el personal docente y no docente que trabaja en escuelas e institutos.
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Si nos olvidamos un tanto del miedo al covid-19 podremos centrarnos en lo que debería preocuparnos de verdad. ¿Qué deberíamos hacer?
Ante todo no angustiarnos ni valorar que se ha perdido un curso o unos meses: habrán y habremos aprendido muchas cosas importantes para el futuro de todos. Y para ser consecuentes con lo que habremos vivido será necesario además de lo comentado anteriormente:
- Continuar transformando y adaptando las metodologías que utilizamos para adecuarlas a la realidad: más herramientas digitales, trabajar las materias globalmente, hacer actividades en grupo y en colaboración, tareas de aprendizaje servicio...
- Estar más convencidos de que hay que adaptarse a todos, sea cual sea su etnia, su clase ocial, su género. Todos y todas deben sentirse incluidos realmente en su centro escolar.
- No prescindir del papel de los familiares. Es importante para los aprendizajes, lo habrá sido este tiempo de confinamiento. Desde los centros habrá que contar con sus aportaciones, su complicidad y su colaboración estrecha.
- Tener muy en cuenta que se educa desde otros ámbitos además de la familia y la escuela, como también se ha hecho patente estas semanas. Deportes, centros recreativos, bibliotecas, espectáculos, juegos, asociaciones infantiles y juveniles... será importante establecer una coordinación periódica por el bien de niños y adolescentes. Los conocimientos de muchos educadores del tiempo libre pueden ayudar a los docentes en sus tareas académicas.
- Y, sobre todo, cuando vuelvan a abrir los centros escolares, estar muy atentos a las situaciones emocionales del alumnado. Llegarán con su mochila llena con los recuerdos de lo vivido: miedos, angustias, alegrías, ilusiones, duelos... tendremos que ayudar a elaborar y revivir lo que habrán pasado para ayudarles a crecer y madurar sin miedo al futuro. Ayudarles a que puedan hablar, expresar lo que sienten, abrazarse o abrazarlos si les hace falta…
- Recordar que somos iguales, que todas las personas tienen los mismos derechos y deberes; que debemos erradicar, de una vez por todas, el racismo que impera, el antigitanismo, por poner un ejemplo, que ha permitido acusar a comunidades gitanas de expandir o transmitir el coronavirus...
- Reflexionar sobre la necesidad de ser solidarios: estas semanas de cierre hemos sido testigos de muchos actos solidarios, pero también de la insolidaridad, de la competitividad o la especulación, incluso en recursos sanitarios.
- Pensar que la crisis del virus provocará un aumento del paro y de las situaciones de exclusión social, desahucios... Deberemos velar para que todas las familias tengan un plato en la mesa, una vivienda, una vida digna con salud y bienestar mental y físico.
- Debatir sobre lo que ha pasado y por qué ha pasado; del futuro que nos espera si no se toman medidas serias para frenar el calentamiento global que provoca unas condiciones climáticas favorables a la aparición y expansión de virus cada vez más mortíferos.
- Aumentar la democracia en los centros escolares, la participación efectiva de toda la comunidad escolar (familias, alumnado, profesorado, personal no docente), porque la sociedad postcoronavirus posiblemente se vuelva más autoritaria y menos democrática, y aumente la represión desde el poder.
- Luchar para revertir los recortes. Ha quedado muy evidente, desgraciadamente, en la sanidad; con una sanidad pública sin recortes, habría disminuido el número de afectados y muertos. Con una enseñanza pública sin recortes habría más recursos humanos y materiales para incluir a todos, para adaptar los aprendizajes a las necesidades y capacidades de cada uno y cada una. Se ha demostrado la necesidad de disminuir las ratios; una petición de antaño que se hace más evidente hoy. Y la insuficiencia de espacios es otra reclamación hace años exigida.
*
Epílogo: una reflexión. Que las muertes del coronavirus no nos hagan olvidar las continuas muertes, antes y después de la pandemia, de los migrantes ahogados en el mar, de los niños y adultos muertos de hambre, a causa de las diferentes guerras o por otras epidemias que afectan sólo a los países pobres... Más allá de las escuelas existe la realidad social que vivimos todos y todas, incluyendo los pequeños, que también son conscientes a su manera. Hace tiempo escribimos sobre cómo vivía el alumnado hechos graves como los atentados en París y en Barcelona. La pandemia que nos ha llegado (entre todos le hemos facilitado el camino de llegada) y que estará tiempo entre nosotros nos puede hacer revivir sensaciones y vivencias análogas a las que vivimos en agosto de 2012, después de haber sufrido el impacto de actos de terror fuera de nuestro país.
Entonces intentábamos analizar todo lo que implicaban aquellos hechos tan desgraciados. Causas y consecuencias, a nivel colectivo e individual, a nivel físico y mental, sociales, políticas, económicas y de convivencia. Deberíamos intentar hacerlo de nuevo ahora. La crisis está haciendo disminuir la calidad de vida de la mayoría de la población, está aumentando las desigualdades de todo tipo que ya teníamos (económicas, de género, por motivos de etnia, por diferentes capacidades...), está haciendo crecer ideologías autoritarias.
Decimos, y es cierto, que la educación puede cambiar y mejorar las situaciones. Pero entendiendo educación en sentido amplio: ocio, deportes, escuelas, familias, ciudades y pueblos...
[Joan M. Girona es maestro y psicopedagogo]
24/5/2020
A Julio, un adiós
La Redacción
Nada podemos decir de Julio Anguita que no se haya dicho ya. Hasta sus adversarios han reconocido el valor de la persona y del político. Al político le tocaron malos tiempos: el avasallamiento del Psoe, con la OTAN y sus bombardeos "humanitarios", su GAL, sus corrupciones y sus sucesivas reformas laborales; con Maastricht, a lo que se opuso por razones que hoy somos todos capaces de comprender; con el desmoronamiento de la Urss, una institución que procedía de la misma matriz que el Partido Comunista de España aunque éste fuera ya un verdadero partido comunista democrático.
Julio Anguita —como se suele decir: con sus aciertos y errores— fue un grandísimo dirigente de la izquierda española; un referente en tiempos de aguas turbulentas y confusión. Nunca le doblegó nadie. Hizo bandera de lo incumplido que estaba comprometido en la Constitución. El acierto es central; los errores secundarios.
Era esencial para el Partido Comunista que Anguita se quedara en Andalucía. Eso decían informes encargados por el PCE que el PCE no llegó a conocer. Un submarino los secuestró. Ello hubiera limitado al mero reformismo allí; pero Julio Anguita fue parachutado a dirigir el PCE, que, con la creación de Izquierda Unida, aspiró a la unidad de toda la izquierda verdadera en una sola entidad política. Sabido es que el proyecto solo se consumó en parte. Quizá hoy, cuando los tiempos son otros, quede claro que aquel proyecto era justo y las desavenencias cegatas.
Julio Anguita, duro como una roca política, era extremadamente cercano y sensible en el trato personal. Mientras tanto tuvo ocasión de conocerle también en este plano, y se honra en haberle acogido en sus páginas. Quienes le conocimos le queríamos. Nunca será olvidado. Ha sido un dirigente político de la izquierda sin tacha. Está en el olimpo de los revolucionarios sin fortuna que llevaron dignamente la antorcha hasta dejarla en otras manos.
la redacción de mientras tanto
20/5/2020
Ensayo
Antonio Antón
Polémicas sobre las rentas básicas
En un reciente e interesante sondeo (ver “Dos de cada tres españoles piden más impuestos a los ricos y la renta básica”, en Público, 12/05/2020), se destaca el gran apoyo ciudadano a la justicia fiscal, con mayor gasto público en sanidad y educación (86%), y a las rentas básicas (73%). En este caso, es significativa la gran diferencia entre las personas partidarias de una renta básica universal (el 10%) y una renta social como el Ingreso Mínimo Vital (63%). La proporción es de más de seis a uno, con un gran apoyo al segundo modelo que prioriza a la gente vulnerable y la acción por la igualdad, tal como vengo defendiendo. O sea, la primera, además de inadecuada por su distribución generalizada al margen de las necesidades sociales, es muy minoritaria y tiene poca legitimidad social.
Por mi parte, acabo de publicar un amplio estudio teórico sobre los tres tipos de rentas básicas, con una valoración crítica al modelo ortodoxo de Renta Básica Universal (RBU), que defiende la Red Global de Renta básica, inspirada en su presidente internacional Van Parijs, y la defensa de una renta social contra la vulnerabilidad socioeconómica, la gran prioridad del momento (ver Rentas sociales: igualdad, libertad y reciprocidad).
Ambos modelos se presentan como una superación del actual e insuficiente sistema de Rentas Mínimas de Inserción de las Comunidades Autónomas, ante lo que el Gobierno va a aprobar una propuesta de mejora con el citado IMV, complementaria con ellas, centrada en la acción contra la pobreza y cuya orientación integradora e igualitaria comparto, aunque su dimensión y su desarrollo en un plan articulado y convergente está por concretar y habrá que analizar.
En este ensayo pretendo clarificar los fundamentos teóricos y éticos de los distintos modelos de rentas básicas o sociales y las principales controversias y polémicas. Está dividido en tres partes. La primera explica los “Tres modelos de rentas básicas” y enmarca el criterio de su incondicionalidad; la segunda analiza “La reciprocidad en las rentas sociales”, y la tercera profundiza en “Los debates sobre las rentas básicas”, desde un enfoque social, relacional y contractualista.
1. Tres modelos de rentas básicas
Hay tres modelos de rentas básicas. Por una parte, los sistemas de Rentas Mínimas de Inserción, desarrollados por las Comunidades Autónomas y en la mayoría de los países europeos. Salvo en algunos casos (País Vasco y Navarra), y aunque palían parcialmente situaciones de exclusión social, tienen grandes limitaciones de cobertura, suficiencia y sistema de gestión; muchos de ellos están desarrollados desde enfoques socioliberales e, incluso, liberal conservadores.
Por otra parte, hay dos modelos diferenciados que se plantean su superación, aunque con objetivos y justificaciones diferentes que hay que aclarar. El segundo es el modelo ortodoxo de Renta Básica Universal, que define la RBU como una renta pública pagada por el Estado, individual, universal ―igual y para todos e independientemente de otras rentas― e incondicional ―sin contrapartidas ni vinculación al empleo―. Añade dos aspectos fundamentales: debe distribuirse ‘ex-ante’ ―al margen de los recursos de cada cual― y ‘sin techo’ ―acumulando sobre ella el resto de las rentas privadas y públicas―; además, considera que deben ser sustituidas algunas prestaciones sociales.
Planteadas con los valores democráticos clásicos, las características fundamentales de ese modelo están basadas en la idea de libertad ―o la no dominación―, dejando en un segundo plano subordinado los principios de igualdad y solidaridad ―o reciprocidad―. La definición pura de ese modelo mantiene una ambigüedad deliberada sobre su sentido social y comunitario, sobre a qué clases sociales beneficia y sobre el objetivo de una sociedad más solidaria y con mayor igualdad, aspectos fundamentales para concretar una distribución de la renta pública y el papel del gasto social. Solo cuando pasan al segundo peldaño, su financiación y la correspondiente reforma fiscal, aparecen las posiciones contradictorias, progresivas o regresivas, de las distintas corrientes ideológicas que avalan esa primera receta.
El tercer modelo de renta social es el que defiendo: en una sociedad segmentada, con fuerte precariedad y con una distribución desigual del empleo, la propiedad y las rentas, se debe reafirmar el derecho universal a una vida digna, el derecho ciudadano a unos bienes y unas rentas suficientes para vivir; son necesarias unas rentas sociales o básicas para todas las personas sin suficientes recursos, para evitar la exclusión, la pobreza y la vulnerabilidad social; se debe garantizar el derecho a la integración social y cultural, respetando la voluntariedad y sin la obligatoriedad de contrapartidas, siendo incondicional con respecto al empleo y a la vinculación al mercado de trabajo, pero estimulando la reciprocidad y la cultura solidaria, la participación en la vida pública y reconociendo la actividad útil para la sociedad; hay que desarrollar el empleo estable y el reparto de todo el trabajo, incluido el reproductivo y de cuidados, y fortalecer los vínculos colectivos; se trata de consolidar y ampliar los derechos sociales y la plena ciudadanía social con una perspectiva democrática e igualitaria. Mi posición está más cercana a posiciones transformadoras de la desigualdad y defensoras de una ciudadanía social plena como las de L. Ferrajoli, T. H. Marshall, V. Navarro, C. Offe, A. Sen o J. A. Stiglitz
Además, hay posiciones intermedias y mixtas y puntos comunes en todos ellos. Un plan particular es el Ingreso Mínimo Vital, que va a aprobar el Gobierno de coalición progresista, pendiente de su desarrollo y su posible convergencia en un plan articulado que habrá que evaluar. Supone una ampliación, complementariedad y renovación que pretende superar las insuficiencias del actual sistema de rentas mínimas. Pone el acento en combatir la pobreza, es decir, no es universal sino dirigido a los sectores vulnerables, objetivo que es una prioridad en el momento actual.
Ya he hecho una valoración crítica de la aplicación rígida de una renta básica para todos los individuos, independientemente de sus rentas y necesidades, tal como proponen los defensores de la RBU ―Ver Renta básica: universalidad del derecho, distribución según necesidad, Mientras Tanto nº 130, 1/12/2014―. Ahora me voy a centrar en el tema complejo de la incondicionalidad que atraviesa todos los modelos, en un sentido u otro, y que conviene precisar. El problema para tratar es el énfasis en esa incondicionalidad total frente a los valores de solidaridad y reciprocidad que deben fundamentar una renta social. El debate afecta a elementos fundamentales de la modernidad, al tipo de contrato social, al equilibrio entre derechos y deberes.
La incondicionalidad de los derechos sociales
La principal orientación de las políticas de empleo, de los discursos institucionales y europeos, va dirigida hacia la socialización del individuo en la auto responsabilización de su futuro laboral y de rentas, y en la propia interiorización de la obligación por prepararse y competir en el mercado laboral. Para el discurso dominante no hay responsabilidades de las instituciones públicas, ni para la generación, estabilidad y mejora del empleo ni para la protección social. La solución la tiene el propio individuo ―en el mercado―, en si cumple con sus obligaciones de acumular capital humano, tiene capacidad de adaptación y trabaja mucho y duro. O bien, en la solidaridad familiar con la sobrecarga para las mujeres. No aparecen los derechos, sólo los deberes.
La defensa de los derechos cívicos y sociales es clave ante esa presión hacia el sometimiento al trabajo precario y flexible y el dominio económico-empresarial. La incondicionalidad de los derechos sociales pretende hacer frente a la excesiva presión neoliberal por los deberes, a la cultura del trabajo o a la imposición de contratos de inserción. En este caso, la exigencia de contrapartidas, la condicionalidad, se utiliza también como instrumento de control social, con una burocracia excesiva y para disminuir el gasto presupuestario al restringir el número de individuos beneficiarios. De ahí, que frente a tanta condición impuesta se exijan prestaciones sin condiciones.
Contando con el contexto de la dinámica contributiva y la amplia participación en la actividad productiva o social, esa incondicionalidad ―matizada y relativa― puede utilizarse contra el exceso de condiciones o contrapartidas añadidas, y no tendría ese sentido tan absoluto. Así la he interpretado y utilizado, en ocasiones. Sin embargo, los representantes del modelo rígido de RBU la consideran en sentido fuerte, en términos absolutos, como incondicionalidad total, expresamente al margen de todo tipo de compromisos y acuerdos colectivos. Por tanto, si se plantea como fundamental y seña de identidad, es unilateral y genera nuevos problemas de hondo calado.
El hilo argumentativo de ese modelo individualista sería defender un derecho sin deber; la renta básica la defienden como ‘previa’ a la sociabilidad; sería la base sobre la que se construye la sociedad y, por tanto, son posteriores la igualdad de oportunidades, el contrato social y la reciprocidad. En el debate sobre las rentas básicas, este tema de la condicionalidad es complejo porque se deben tratar realidades diversas y tendencias contradictorias y referirse a un marco más general: al tipo de vínculos sociales, a los elementos constitutivos de la sociedad, a la necesidad de unos nuevos acuerdos sociales.
La incondicionalidad total no es un derecho de un individuo aislado
En primer lugar, una precisión. La incondicionalidad total no se puede contemplar como derecho de un individuo aislado, sino en el contexto social. Ese derecho de un individuo siempre se corresponde con un deber de alguien ―otro individuo, la familia, la sociedad en su conjunto o las generaciones anteriores o posteriores―; por lo que no es justo reclamar la ausencia de obligaciones. No se trata de una visión colectivista ―de control social― con la anulación de la libertad individual y la autonomía moral; tampoco de la imposición o coacción de las instituciones colectivas o incluso de mayorías sociales hacia individuos concretos. Todo lo contrario, se trata de fortalecer la libertad y la autonomía moral de todos y cada uno de los individuos para que puedan forjar sus proyectos vitales, en sociedad. Los recelos vienen desde una filosofía individualista radical para la que cualquier vínculo social, negociación, acuerdo, responsabilidad o colaboración con otras personas se consideran una concesión, una constricción, en detrimento de la propia autoafirmación y libertad.
Por mi parte, abordo el problema desde una posición contractualista y de equilibrio y tensión entre la necesidad de libertad, autonomía y afirmación del individuo y la necesidad de compartir socialmente, las tareas y responsabilidades individuales y colectivas. La persona tiene un doble componente: individual y social. Su existencia, su ciudadanía y su identidad no se pueden separar de ese componente de interacción humana (y con la naturaleza), de sus vínculos sociales. Es un enfoque relacional, frente a la filosofía individualista liberal.
En segundo lugar, planteo la independencia de una renta social del empleo, ya que la considero positiva y necesaria para garantizar una mayor autonomía personal ―en particular, para los sectores más precarios― frente a los condicionamientos del actual mercado laboral y la presión productivista, y en pugna contra ese discurso dominante de la ‘activación’ y del deber sin ―o con pocos― derechos. En ese sentido, un ingreso social, dirigido a los colectivos de jóvenes y mujeres vulnerables, proporcionaría una defensa frente a la precariedad y sería una garantía para facilitar su emancipación y unos niveles básicos de subsistencia.
Sin embargo, esta presión por el deber también coexiste con cierta cultura postmoderna, de la espontaneidad del individuo en la satisfacción del deseo ―de consumo―. En cierta cultura se separa deber ―trabajo, esfuerzo― y derecho ―bienes, estilo de vida―, aunque en la economía lo segundo ―acceso a rentas― se subordina a lo primero ―salarios―. Por una parte, se cultiva el deseo de vivir sin esfuerzo, ni obligaciones, frente a todo tipo de corresponsabilidad social y, por otra parte, se impone ―para la mayoría que necesita rentas― la necesidad de trabajar, con unas normas de obligado cumplimiento. Estas dinámicas están influyendo en la conformación de las identidades, especialmente, de la gente joven.
Igualmente, esa incondicionalidad tiene un significado distinto, más suave, cuando se utiliza en ámbitos donde ya se trabaja ―en el empleo formal, el doméstico o sociocultural―, o se contribuye y participa de otras formas. Se da por supuesto la existencia y el cumplimiento de compromisos, aunque no sean considerados contrapartidas directas. En esos casos, ya no se mantiene la incondicionalidad absoluta.
En tercer lugar, la defensa y formulación a secas de la incondicionalidad total, al margen del comportamiento social de las personas, coloca en mal terreno la resolución de los problemas del reequilibrio de derechos y deberes, los vínculos colectivos y la cultura solidaria y, en particular, la conformación de los valores de la equidad en la identidad colectiva de las generaciones jóvenes. Es pertinente la discusión de fondo, dejando claro mi desacuerdo con el énfasis en la incondicionalidad total de un individuo aislado. En la segunda parte profundizo sobre ello.
2. La reciprocidad en las rentas sociales
Una de las características que cruzan los distintos modelos de rentas básicas o sociales, que he analizado en la primera parte, es su incondicionalidad, tema complejo, controvertido y con muchas aristas que conviene clarificar. La polémica no se reduce a incondicionalidad sí o no; sino al papel de los valores de reciprocidad y solidaridad que, desde un enfoque relacional y contractualista, deben presidir los sistemas de protección social, incluida una renta pública.
Van Parijs, presidente internacional de la Red Global de la Renta Básica (RBU), así como sus seguidores en España, defienden el ‘derecho a disfrutar del capital, capacidad productiva y el saber científico de las generaciones anteriores’. Pero, la apropiación y distribución de esa riqueza es unilateral y arbitraria sin que, paralelamente, haya unos deberes, una participación en la reproducción de esos bienes, cuando se tiene capacidad para ello. Replantear la incondicionalidad pura nos permite un mejor enfoque para afianzar la capacidad autónoma del individuo y sus relaciones sociales, y reforzar lo público con una visión colectiva y solidaria de las políticas y los derechos sociales.
Por otro lado, hay que superar la condicionalidad individual rígida. La fórmula ‘tanto trabajas, aportas o cotizas, tantos derechos tienes’ es unilateral. Las fuertes tendencias neoliberales tienden a compensar ―insuficientemente― a cada persona según su contribución, su trabajo o su esfuerzo individual. Es la base del contrato laboral y de la fuerte monetización de la vida pública y privada actual, y es una parte sustancial de los sistemas de remuneración (rentas, salarios, pensiones y prestaciones de desempleo) y del estatus laboral y de consumo. Es la vieja justificación individualista y meritocrática, sin igualdad real de oportunidades derivada del origen, el estatus, las trayectorias o las condiciones vitales.
No obstante, ante situaciones, necesidades y oportunidades desiguales no se pueden repartir los bienes públicos de forma milimétrica, según cada aportación individual previa; incluso, no se puede generalizar la correspondencia mecánica de los derechos sociales sólo en función de un empleo que está limitado y segmentado, o sólo de las cotizaciones sociales o aportaciones contributivas realizadas. Una de las bases fundamentales del actual sistema de bienestar y de protección social ha sido la solidaridad institucional e intergeneracional. Un ejemplo es el sistema de salud, con derecho y garantía para todas las personas al margen de su estatus y contribución y, al mismo tiempo, implementado para la gente que lo necesita por enfermedad y su prevención.
Además, existen dinámicas solidarias y relaciones de reciprocidad en el ámbito institucional y a nivel intergrupal e interpersonal, que llegan hasta la ética de los cuidados, la fraternidad o sororidad y la actividad voluntaria solidaria. Por otra parte, están los compromisos colectivos para generar los bienes y servicios necesarios para la reproducción y el bienestar de la sociedad. El empleo y el trabajo son necesarios y deberían regularse de forma negociada junto con los derechos sociales y laborales.
Estamos ante problemas sociales que desbordan el ámbito individual de las decisiones de cada cual, y deben someterse a discusión y acuerdo colectivo. La actitud ante ellos forma parte de una ética colectiva, con la conformación moral de los individuos. Estoy hablando en el ámbito de los valores no en el normativo o jurídico. No defiendo una ética holista que desconsidera la autonomía moral del individuo, sino de la combinación de los dos planos, el colectivo y el individual. Desde la óptica individualista, cualquier demanda exterior es interferencia y constricción a la libertad individual, y es irresoluble el problema. Se debe defender hasta el derecho a rechazar un empleo y poder vivir dignamente.
Se confirma, por ejemplo, con la experiencia piloto finlandesa, transitoria durante dos años, de una renta pública dirigida hacia 2.000 personas desempleadas mayores de 25 años, de 560 euros, sin la obligación de aceptar un empleo indeseado. No está distribuida de forma universal, a todos los segmentos de rentas por igual, sino a individuos en paro que han visto reducir sus ingresos, es decir, por una necesidad social. Está condicionada a ese estatus laboral de desempleo y, por tanto, con disponibilidad para emplearse. Tras muchas controversias, la reciente valoración final oficial ha sido positiva ya que las personas beneficiarias obtienen una mejora económica, social y psicológica. No obstante, en sus efectos respecto de la aceptación de un empleo (allí lo hay) los resultados no son concluyentes y las diferencias respecto del grupo de control (en paro y sin esa renta pública) son pequeñas; incluso son más significativas las diferencias internas entre los individuos beneficiarios que tienen un origen inmigrante o del ámbito rural, con mayores necesidades, y los autóctonos y urbanos, que se incorporan menos al empleo. En todo caso, se demuestra que no hay una gran reducción del interés por un empleo, cuyos ingresos son compatibles durante ese tiempo. Así se palia una situación de vulnerabilidad socioeconómica. Está más cercana al tipo de renta social que propongo, no al modelo de RBU. Pero la cuestión de fondo sobre la condicionalidad, al hablar de la población en general, empieza ahí, no termina.
Condicionalidad débil y solidaridad cívica
Es legítima la conformación de una opinión, unas propuestas y una ética pública que oriente la distribución de las obligaciones laborales y familiares en un sentido más igualitario y acordado, respetando la autonomía individual para conformar sus proyectos vitales, pero resaltando los valores de la solidaridad y la reciprocidad y los mecanismos participativos y democráticos para resolver los conflictos y las tareas colectivas.
En ese sentido, son positivas las políticas de promoción y estímulo de un empleo digno respetando su acceso libre y voluntario, y que se garantice el derecho al trabajo, en particular, de jóvenes y mujeres. La participación juvenil en el empleo y la regeneración del mercado laboral tienen algunas consecuencias positivas para sus vínculos sociales y su autonomía personal, así como para las relaciones en el conjunto de la población trabajadora.
Sin embargo, las organizaciones sociales y económicas y las instituciones públicas no deben quedarse sólo en promover incentivos para que sean los individuos quienes opten al empleo más adecuado. Quedarse en eso tiene el efecto perverso de dejar en el plano individual esa responsabilidad, ante una oferta mayoritaria de empleos precarios. Requiere entrar en la regulación de las estructuras educativas, las normas del mercado laboral, el reparto del empleo y de los diferentes tipos de trabajos, los sistemas de cuidados y reproducción social; es decir, en la regulación y negociación de los mecanismos públicos y privados que tratan de los deberes cívicos y económicos y, en particular, de las políticas activas de empleo (INEM) y la formación profesional. Supone abordar los intereses, aspiraciones y necesidades de los diferentes segmentos de la sociedad, desde una óptica contractualista y con un sentido igualitario.
Por otro lado, aun manteniendo la incondicionalidad con respecto al empleo, limitado y mayoritariamente precario, es sensato dejar abierta la posibilidad de la ‘condicionalidad débil’, la participación negociada y libre en el voluntariado, en el llamado trabajo cívico y en otras actividades en el tercer sector, así como en acciones formativas con una perspectiva profesional o laboral. La revalorización social del trabajo doméstico, la actividad familiar y de cuidados, la ayuda interpersonal o la acción educativa-cultural, supondría la ampliación del reconocimiento de la labor de utilidad social de la mayoría de las personas y ayudaría a legitimar el derecho universal a la protección social.
También es imprescindible socializar y repartir el trabajo doméstico y de ayuda a las personas dependientes, disminuir la carga de trabajo para las mujeres y renegociar el uso del tiempo. Algunas relaciones interpersonales no deben ser consideradas trabajo, sino actividad sociocultural o personal. Es problemático monetizar todas las actividades y las relaciones interpersonales ―de amistad, afectivas, culturales, de apoyo solidario―, y sumergirlas en el campo de la economía y el contrato laboral, o tratarlas como contrapartida de una renta pública. Su valor, reconocimiento y motivación están en otro campo, que se debe ampliar, por razones éticas y solidarias, con la perspectiva de un desarrollo humano menos mercantil.
Ese derecho a una renta incondicional se reclama al Estado. Supone la existencia de un sujeto del deber, una realidad social e institucional, unos acuerdos o imposiciones sociales anteriores y unos impuestos y un gasto público. Habría que reconocerlo expresamente y partir de ese hecho: se pertenece a la sociedad, se nace y se tiene un vínculo colectivo y, en esa medida, se exige un derecho, su reconocimiento y su garantía. Entonces, estamos admitiendo una corresponsabilidad de unos deberes de otra contraparte de la sociedad; no hay nada previo al ser real.
Superar el individualismo abstracto
Los argumentos de ese modelo inflexible de RBU sobre la incondicionalidad pura parten del énfasis unilateral en el derecho del individuo abstracto, al margen de sus relaciones sociales, y pueden facilitar una mentalidad no solidaria.
Es conveniente considerar un marco más amplio en el ejercicio y la correspondencia entre deberes y derechos, con una trayectoria vital y colectiva más larga y diversa. Todo ello requiere, en conflicto con las tendencias dominantes, nuevos compromisos privados, públicos e intergeneracionales, otros equilibrios y acuerdos sociales, y favorecer nuevas dinámicas colectivas y una cultura solidaria, atendiendo a las necesidades comunitarias. Pero todos esos elementos son desconsiderados o combatidos por los representantes más ortodoxos de esa escuela de pensamiento.
Por último, ¿cuál es el debate teórico? Desde esa doctrina se ha justificado teóricamente la importancia de la incondicionalidad con la crítica a la reciprocidad. Expresan una doble posición: a) destacan la incondicionalidad total de la RBU y critican el valor de la reciprocidad, que consideran su adversario; b) después de distribuirla, ya no entraría en conflicto con el trabajo, sino que garantizaría, incluso mejor, la reciprocidad y la mejora y ampliación del empleo. Su lógica es: 1) La RBU incondicional es “la libertad para vivir como a uno le pueda gustar vivir” (Van Parijs), y 2) el individuo, entonces, es cuando se vuelve generoso y solidario y practica la reciprocidad.
Pero este segundo paso es idealista y nunca se atreven a verificarlo. No hay reconsideración de sus principios, sino que primero y básico es el derecho incondicional, independiente de todo, y el resto vendría por añadidura. Permanece una desconsideración hacia las responsabilidades colectivas, los compromisos cívicos y la cultura solidaria, hacia la regulación colectiva de derechos y deberes, que son componentes fundamentales de la reciprocidad y claves para desarrollar personas libres y autónomas.
La pretensión de la superioridad de ese modelo distributivo como pilar de la sociedad no se sostiene, ya que desconsidera los (des)equilibrios sociales existentes, los compromisos cívicos y los acuerdos colectivos; éticamente, puede conllevar efectos perjudiciales para la educación cultural y de valores solidarios. En el plano práctico, siempre aparece su desconsideración de los vínculos sociales, la problemática laboral y la participación comunitaria.
En definitiva, ese enfoque unilateral coloca en un mal terreno los problemas fundamentales del reequilibrio de derechos y deberes, los vínculos colectivos y, en particular, la conformación de los valores cívicos y la identidad colectiva de las generaciones jóvenes. Por tanto, frente a la presión neoliberal por los deberes no es bueno quedarse sólo en la defensa unilateral de los derechos, sino acompañarla con el fortalecimiento de los valores solidarios y de reciprocidad.
3. Debates sobre las rentas básicas
Me centro aquí en algunos fundamentos teóricos y éticos de estos dos modelos alternativos, su ideología subyacente y sus efectos culturales, aspectos que, normalmente, no aparecen en los debates públicos. Las diferencias sustanciales entre ellos son, por un lado, las características de la universalidad e incondicionalidad de la RBU y, por otro lado, la fundamentación en los valores de la igualdad social y la reciprocidad de la protección pública, que defiendo junto con otros autores como Claus Offe y Vicenç Navarro.
Universalidad e incondicionalidad frente igualdad y reciprocidad
Los partidarios de ese modelo inflexible de RBU defienden valores positivos como la libertad y la ciudadanía civil, pero dejan en un plano subordinado el objetivo de la igualdad, la cultura de la solidaridad y la consolidación de la ciudadanía social y los derechos colectivos.
El primer aspecto para destacar es su pretensión de superioridad ética y la importancia simbólica y cultural que esa escuela da a su modelo y a su divulgación, ya que conllevaría una nueva cultura alternativa, superior a cualquier otra. Oponen la ‘ética de los derechos’ frente a la ética de los deberes, situando el derecho a la libertad por encima del ‘deber de trabajar’. Planteada así la alternativa es atractiva, la inclinación individual por lo primero, por la libertad y el derecho, frente al trabajo y el deber es una opción evidente. Pero, desde una óptica colectiva y solidaria queda sin resolver el sujeto del deber y el reparto negociado, equilibrado y justo de las obligaciones económicas, sociales y cívicas.
En los últimos siglos ha sido fundamental la defensa de los derechos frente a la coacción de un sistema de apropiación privada, un régimen salarial y unas condiciones laborales de subordinación, así como frente a la opresión autoritaria en diferentes ámbitos institucionales y estructuras sociales. Sin embargo, la justificación de ese modelo se apoya en una filosofía individualista, liberal y abstracta (o también ácrata, diferente a la tradición colectivista e igualitaria libertaria). No valora que la base constitutiva de la sociedad, de sus valores, se debe fundamentar en una filosofía realista y social, contemplando una perspectiva más colectiva, común y contractualista.
A mi parecer, se debería partir de los individuos y su pertenencia social y de la negociación y equilibrio de las garantías y las responsabilidades individuales y colectivas, teniendo en cuenta el conjunto de sus necesidades y capacidades. El objetivo igualitario, no como trato sino como resultado, no es compatible sino conflictivo con la universalidad de una distribución pública igual y para todos los individuos. Estamos en un conflicto de valores en la sociedad y la defensa de la libertad ―o no dominación― es insuficiente, y se debe combinar con la de la igualdad y la solidaridad. El reconocimiento de la tensión, la complementariedad y el necesario equilibrio entre estos tres valores de nuestra tradición ilustrada republicana constituyen un buen marco de referencia.
La ambigüedad ideológica es un punto débil
El segundo aspecto problemático es su ambigüedad ideológica y justificativa que esa escuela ortodoxa considera como buena, al poderse defender su modelo distributivo por personas pertenecientes a diversas corrientes de pensamiento: neoliberalismo, liberalismo, republicanismo o marxismo. Aunque hay que aclarar que desde cada una de esas corrientes también se defienden otro tipo de enfoques y propuestas, a veces contrarios a ese sistema de distribución. En España, la mayoría de los representantes de ese modelo tienen un pensamiento y un talante progresistas; sin embargo, estos mismos autores consideran una ventaja ese eclecticismo ético y teórico, esa coincidencia en una misma alternativa transversal de personas y grupos con intereses socioeconómicos e ideologías contrapuestos.
La coexistencia de defensores del neoliberalismo y el anticapitalismo no les supone incoherencia, sino transversalidad político-ideológica. Infravaloran la incongruencia de que una misma receta distributiva sea funcional para dos dinámicas contrapuestas: consolidar el capitalismo, la dominación, el desmantelamiento del Estado de bienestar y la desigualdad o poner en primer plano a la sociedad y sus necesidades con una dinámica por la igualdad, la protección pública y la no dominación. Algo falla.
Por una parte, hay una definición común, individual, universal e incondicional, que forma el núcleo de sus principios y que constituye su identidad. Pero, por otra, esa pluralidad ideológica expresa la existencia de intereses sociales, posiciones y desarrollos concretos que pueden llegar a oponerse. A mi parecer, esa transversalidad ideológica respecto de una distribución pública en una sociedad desigual y grandes estructuras de poder no es un punto fuerte de ese modelo, sino débil, ya que refleja la ambigüedad de su doctrina, de los intereses que defiende y de su sentido social.
En consecuencia, otro componente criticable es su individualismo radical. Las tendencias sociales dominantes van hacia la individualización ―diferente a individualismo― que tiene rasgos positivos como la afirmación de la autonomía moral de los individuos, y que está diluyendo los viejos compromisos y solidaridades reaccionarios. Pero, ante esa dinámica, el componente unilateral y abstracto de ese individualismo es pernicioso para la educación en los valores igualitarios y solidarios, y ese debate es fundamental para conformar un pensamiento crítico y resaltar lo ‘común’ desde un enfoque relacional.
Un enfoque social, relacional y contractualista
Es necesario un enfoque social y contractualista frente al individualismo abstracto. Mi crítica a su primera característica fundamental ―la universalidad― es que parte del sujeto abstracto, en vez del individuo concreto y de la sociedad segmentada; con respecto a la segunda, tal como expresa el énfasis en la incondicionalidad total, critico su individualismo. El individualismo abstracto es la base filosófica en que se basa ese modelo ortodoxo, que defiende una distribución ex-ante, al margen de las condiciones, recursos y necesidades de los individuos. Contempla el sujeto abstracto, al que el Estado debe aportar una ‘base para su libertad’, desconsiderando las relaciones materiales, socioeconómicas e institucionales, que tienen ya los individuos concretos, y que histórica y socialmente han constituido sus bases de sociabilidad y de libertad.
Esa propuesta de una distribución pública universal, independientemente de las rentas y riquezas de cada cual, puede ser apoyada por ricos, capas acomodadas, intermedias y pobres, por gente neoliberal, socioliberal, republicana o marxista; es decir, es ‘neutral’ para el objetivo de la igualdad y ajena a la solidaridad colectiva. La diferenciación, las ventajas comparativas y la posición política de cada sector social y grupo de poder se definen en el segundo paso de la financiación y la fiscalidad, es decir, del resultado final distributivo que es el que concreta su orientación social, progresiva o regresiva, no de los principios iniciales que son una doctrina ambigua con justificación liberal.
La alternativa es tener un punto de partida relacional y realista para ejercer una redistribución progresista como garantía de acceso, de todos y todas, a la ciudadanía. Se trata de tener en cuenta las necesidades de los individuos concretos en una sociedad segmentada y desigual y las capacidades diferentes para un reparto equitativo de las responsabilidades. Así, según distintas encuestas de opinión, la mayoría de la población de la UE está de acuerdo con el principio de que "los recursos deberían asignarse según la necesidad de cada ciudadano, y financiarse según la capacidad y habilidad de cada uno".
Los criterios distributivos deben basarse en un enfoque relacional y social, con la interacción de los tres valores fundamentales: igualdad, libertad y solidaridad (o reciprocidad). Así, considerando que estamos ante una distribución pública que debe corregir la desigualdad del mercado, es decir, que debe ser progresiva, el sentido de la igualdad debe definirse por sus objetivos y resultados igualitarios, no por una previa distribución pública igual para todas las personas. La igualdad de trato distributivo se debe realizar en condiciones iguales; ante situaciones y necesidades desiguales el Estado debe ser compensador o redistribuidor, con un trato equitativo para conseguir la igualdad y garantizar un soporte para la emancipación y la autonomía personal y grupal.
En definitiva, el énfasis en la universalidad y la incondicionalidad totales del modelo dogmático de la RBU y su doctrina justificativa no facilitan un proyecto de reforma social progresiva y de avance hacia una sociedad de bienestar, y no recogen el sentido social de la redistribución de una renta pública y de la protección social. Sólo en la medida que ese discurso pasa a un segundo plano y se sustituye por otra orientación, más igualitaria, relacional y solidaria, puede contribuir a la educación cultural y la reforma social progresivas.
Por último, en algunos casos, aun manteniendo referencias genéricas a ese modelo, algunos autores introducen otros objetivos ―la prioridad por las necesidades sociales y la lucha contra la pobreza, la gestión fiscal progresiva…― similares a los que propongo. Incorporan criterios sociales a la universalidad y abordan el tema de la necesaria aportación a la sociedad. Se suaviza el énfasis en la doctrina del modelo oficial de RBU, quitándole relevancia al discurso teórico, renunciando a una justificación tan individualista y unilateral o a una aplicación estricta y generalizada sin suficientes correcciones fiscales, e introducen una visión más realista, social y transformadora. Por tanto, llegan a similares resultados en su concreción ―tras la gestión fiscal correspondiente― hacia las personas con bajos o nulos ingresos: combatir la vulnerabilidad socioeconómica. Es un marco favorable al entendimiento práctico y la aproximación teórica. En esa medida, llegamos a unas propuestas similares de la política social y el papel reformador progresivo de una renta pública.
[Antonio Antón es profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid; @antonioantonUAM]
27/5/2020
Roman Ceano
Una lectura de «Capital e ideología»
No hay duda que en este momento el neoliberalismo no goza de la hegemonía aplastante que solía exhibir años atrás. Sus valores y su forma de ver el mundo siguen siendo los que se difunden por defecto en las universidades y en los medios de comunicación, pero la percepción de su viabilidad a largo plazo ha cambiado. La insostenible desestructuración social (con su correlato de extremismo identitario o religioso), la catástrofe ecológica evidente y la espada de Damocles de nuevas explosiones financieras como la de 2008, han creado dudas entre las élites. Estas dudas percolan hacia abajo y si no acaban de prender en proyectos políticos es porque no existe una alternativa estructurada. El anatema thatcheriano que señaló el comienzo del reinado político del neoliberalismo (“there is no alternative”) sigue pesando como una losa. Como señala George Monbiot incansablemente, la única forma de romper la maldición es presentar una alternativa.
Thomas Piketty ya hizo mucho daño a la respetabilidad social de la ideología neoliberal con su primer best seller en que demostraba, Excel en la mano, que el sistema financiero capta muchas más rentas que las que su funcionalidad justifica y que, dejado a su propia dinámica, se hipertrofia horriblemente —y además explota en crisis periódicas que se lo llevan todo por delante, añadiríamos nosotros—. En este segundo best seller, Piketty reflexiona sobre otra de las tres patas del creciente desprestigio del neoliberalismo: la desigualdad económica y social que han creado sus cuarenta años de hegemonía. Piketty tiene claro que la desigualdad es injusta, disfuncional e intolerable, y utiliza el nivel de desigualdad en cada periodo de tiempo como el criterio para juzgar si es mejor o peor que otros. Mediante gráficos y estadísticas de precisión maníaca, Piketty muestra que algo terrible empezó en 1980, algo que debe ser revertido con urgencia. Y como es consciente del poder del anatema thatcheriano, dedica las últimas cien páginas a describir una utopía discreta y poco épica pero que cuestiona hasta la raíz la sacralidad inmanente de la propiedad privada, es decir, el tabú que ruge en el centro de la pesadilla neoliberal.
La buena voluntad que concitan las intenciones de Piketty en el lector aficionado a la literatura marxista y a los programas de la izquierda política, desaparece a medida que se avanza en la lectura del libro. Para este tipo de lector el enfoque de Piketty resulta poco menos que extraterrestre. Su autonomización del hecho ideológico es tan radical que prácticamente regresa a los tiempos de Hegel. Piketty plantea la historia de la humanidad como una lucha entre el deseo inmanente de justicia y las dificultades prácticas de conseguirla. Entre estas dificultades atisbamos a veces las que crean expresamente los que se benefician de la injusticia en cada momento histórico o las que produce el entramado institucional, pero Piketty rehúye siempre presentar su relato como un choque entre privilegiados y oprimidos. Los personajes del relato son las ideologías que se enfrentan en un limbo conceptual. Podemos medir los efectos prácticos de las ideologías y Piketty no para de hacerlo a través de incontables gráficos sobre la desigualdad en todas sus formas, pero la inversa no es aceptable: no se nos permite deducir de los datos de la realidad qué ideología será dominante.
La sensación del lector no es que Piketty sea un ingenuo sino que de manera intencionada ha querido evitar cualquier argumento que sonara a marxismo o a izquierdismo tradicional. Huyendo de lo que él considera probablemente verborrea marxista, Piketty se va tan lejos que se mete bien dentro del idealismo teleológico. Por decirlo en términos de comedor escolar, se quiere sentar lo más lejos posible de Poulantzas y acaba en la mesa de Hegel. Sorprendentemente, esto no afecta mucho al resultado. El truco de Piketty es mantener firme el axioma de que la desigualdad es mala, injusta y disfuncional. Ese es el mástil al que se agarra para no dejarse llevar por las sirenas del relativismo moral y la funcionalidad económica. En 1939 Ernst Vincent Wright escribió una novela de 250 páginas que no contenía ni una sola letra "e". Ahora Piketty ha escrito mil páginas sobre la desigualdad sin aludir ni una sola vez a las necesidades fácticas de la producción, al estado como articulación política de los grupos sociales, y a la correlación de fuerzas sobre el terreno como la último ratio de cualquier progreso social. Pero esa enorme vulneración de las convenciones del género “ensayo izquierdista” no quita mérito a Piketty. El autor ofrece la utopía de nueva sociedad de apariencia verosímil y concretada hasta el más mínimo detalle. Esta propuesta, difundida en millones de ejemplares de un libro aceptado por el mainstream, resulta mucho más dañina para el neoliberalismo que una apología del materialismo histórico o una apelación a la épica de la Bastilla o del Palacio de Invierno.
1. Antes de la Revolución francesa
Piketty empieza su largo excurso con un análisis de la desigualdad tal como existía antes de la Revolución francesa, considerada por él la frontera entre el mundo antiguo y el mundo moderno. Su principal propósito es mostrar que la desigualdad no es fruto de la fuerza bruta sino de la ideología. Al lector avezado en historia le parecerán muy simplistas sus análisis y no logrará sustraerse a la sensación de que Piketty trabaja en la dirección contraria a la inducción. Es decir, que en lugar de examinar los diferentes casos históricos buscando patrones, va comparando sus ejemplos con el patrón que trae de casa. En cada sociedad del mundo antiguo, nos dice Piketty, había tres tipos de personas, los guerreros, los sacerdotes y los que no son ni una cosa ni la otra. La ideología de cada periodo histórico contiene una justificación de la desigualdad entre estos tres tipos de personas.
La tesis de Piketty es que la desigualdad es el producto no de una apropiación violenta del excedente o del poder político por parte de un grupo social, sino de la hegemonía de una ideología que da legitimidad a esa desigualdad. En esta parte del libro es donde más llamativas resultan las tres elipsis pickettianas que hemos nombrado en la introducción. En ningún momento aparece la producción de bienes y servicios como un condicionante para la estructura social, el Estado como expresión de esa estructura, ni mucho menos aparece ninguna forma de conflicto fáctico. El mundo antiguo es para Piketty un lugar tranquilo y apacible en el que un soldado, un sacerdote y un agricultor (¿o un ciudadano?) debaten interminablemente sobre lo que es justo, cada uno con su sesgo pero manteniendo siempre la compostura. Piketty no pretende escribir una historia universal y eso le libra de analizar la relación evidente entre el modo de producción y la forma de Estado, cosa que no le habría resultado posible si hubiera tenido que explicar Mesopotamia o el Egipto faraónico.
Piketty empieza su relato en la baja Edad Media francesa, cuando los señores feudales y los monjes debatían la posición de cada uno en la sociedad. Nada se dice de la abolición por la fuerza en el siglo XI de los restos de las leyes romanas defendidas por la iglesia y su sustitución por la arbitrariedad señorial disfrazada de costumbre, con la agrupación forzada de los campesinos en torno a los castillos para ser explotados más fácilmente. Tampoco acude Piketty a la colección de anécdotas que caracterizan la historiografía clásica y en las que esa lucha aparece como un enfrentamiento personal entre el papado y la corona francesa. Es un mundo de ideologías en conflicto y los personajes no hacen más que bailar la música que suena en el periodo histórico que les ha tocado vivir. El capítulo termina con un recorrido por el mundo para constatar la universalidad del análisis ternario y como este permite decodificar la ideología de cada época.
2. Nace el propietarismo
Así llega el lector al verdadero principio del libro: el nacimiento de las sociedades que sacralizan la propiedad privada, llamadas por Piketty “propietaristas”. El autor explica con detalle el debate que tuvo lugar durante la Revolución francesa sobre el alcance práctico de la abolición de los derechos de la aristocracia. ¿Los bienes que poseía debían ser expropiados porque eran fruto de una apropiación ilegitima? ¿La igualdad política que proponía la Revolución debía tener un correlato en la igualdad social? ¿Era posible la igualdad política sin igualdad social? Aquí hace aparecer Piketty el gran argumento a favor de la sacralización de la propiedad privada: “Si empezamos a repartir no sabremos donde parar”. Tras estudiar el caso francés, Piketty extiende su análisis por Europa y vamos viendo como el proceso se repite una y otra vez, la democracia se va imponiendo gracias a que se garantiza a las clases propietarias la continuidad de sus posesiones. En algunos lugares se realiza un esfuerzo para eliminar las desigualdades económicas y volver a empezar. En lo que será el leitmotiv del resto del libro, Piketty nos adelanta que eso es inútil, que la desigualdad siempre crece y el esfuerzo por eliminarla ha de ser continuo.
Tras alcanzar la hegemonía en Europa, el propietarismo se extiende por el planeta dando lugar al esclavismo y al colonialismo. Sin abandonar su tono abstracto, Piketty dedica 250 páginas a narrar todos los desmanes del colonialismo europeo. Al lector le queda claro que el propietarismo es una ideología tramposa y cínica, que disfraza el interés particular de interés común y que siempre está preparada para hacer excepciones a la sacralización si el desposeído es negro, amarillo o de cualquier color que no sea blanco. Piketty asigna toda esa maldad a la ideología en sí en lugar de asignarla a los individuos que la enarbolan mientras arrasan sociedades enteras. Una vez más esto choca al lector, pero pensándolo bien resulta mucho más demoledor porque es la propia ideología la que queda marcada por haber sido compatible o coadyuvante en esos desmanes. Queda claro que la sacralización de la propiedad protege propiedades adquiridas ilegalmente con la misma naturalidad que protege las robadas o expoliadas por la fuerza, y por tanto no es una guía moral.
Tras el largo viaje por el saqueo colonial del planeta volvemos a Europa a contemplar un paisaje distópico. Estamos al final de la Belle Epoque y las desigualdades han crecido hasta alcanzar niveles superiores a los del antiguo régimen. Una profusión exhaustiva de gráficos convence al lector más allá de cualquier duda que, dejada a sí misma, la desigualdad nunca deja de crecer y al final alcanza niveles completamente disfuncionales. La utopía propietarista está bajo el fuego de tres ataques: las ideologías obreras, el anticolonialismo y su propia conversión en egoísmo nacional belicista que la lleva al suicidio de la Primera Guerra Mundial. El resultado de este triple ataque es un nuevo consenso sobre fiscalidad, comercio justo y cooperación entre las naciones civilizadas, que alcanza finalmente la hegemonía en 1950, con el apogeo de los impuestos progresivos, el nacimiento del estado del bienestar y la consagración de los acuerdos transnacionales como la CEE.
El nuevo Estado socialdemócrata maneja porcentajes nunca vistos del PIB, lo que le permite ejercer su acción benéfica en la sociedad. La educación universal —para el autor la mayor fuente de igualdad y justicia social— se generaliza para edades siempre crecientes. Tras milenios de desigualdad ternaria y un siglo de horror propietarista, por fin la justicia social se abre paso y la humanidad se encamina al nirvana. Como sabe el lector, todo estaba a punto de estropearse, aunque la forma de presentarlo de Piketty es sorprendente.
3. Llega la ideología neopropietarista
En la historia de Piketty no hay clases sociales como en la historiografía marxista, pero tampoco hay personajes buenos o malos como en la historiografía clásica. Las protagonistas son las ideologías que se suceden unas a otras como los signos del zodiaco, sin que nadie sepa porqué. Cuando Piketty demuestra con innumerables gráficos y estadísticas que todo empezó a ir mal otra vez a partir de 1980, no explica qué pasó y la elipsis es sorprendente incluso para sus estándares. Con su estilo detallista y exhaustivo, nos muestra como de pronto los impuestos empiezan a caer y vuelven las desigualdades hasta alcanzar cotas que no se veían desde muchas décadas atrás.
Los testigos presenciales tenemos un recuerdo muy claro de lo que pasó en la década de los setenta: la crisis del petróleo con derivación de rentas fuera de los paises, el final de Bretton Woods, la inflación destruyendo las clases medias, el paro destruyendo la clase obrera, y el estado del bienestar en quiebra por el gigantismo, la mala gestión y la reducción de ingresos por la crisis. Y de pronto el “punto de bifurcación”: el Winter of Discontent de 1979 y la victoria electoral de Thatcher en mayo de ese año. La economía de la oferta y la curva de Laffer justifican científicamente la idea de que los impuestos son un robo, creando un slogan electoral imparable. La Caída se consuma en noviembre de 1980, cuando Reagan gana sus elecciones con un programa que combina al hayekanismo thatcheriano con delirios randianos. La izquierda es expulsada no ya del gobierno, sino del mundo civilizado. Piketty no explica todo esto. La única justificación de lo que pasó la busca en la falta de renovación ideológica de la socialdemocracia y en su incapacidad de crear una utopía social-federalista que supere el estado nación. También nombra la timidez de las leyes destinadas a imponer la cogestión en las empresas —en esto coincide con George Monbiot, quien afirma que eso habría dado una base social a la socialdemocracia—. Piketty nombra más adelante muchas veces la “revolución conservadora”, pero de una forma etérea que no refleja el carácter concreto y fáctico que percibimos los contemporáneos.
Para Piketty, el culpable principal de que la ideología neopropietarista haya recuperado la hegemonía que perdió en la primera mitad del siglo XX es la implosión de los países del llamado “socialismo real”, ignorando que cuando cayó el Muro de Berlín hacia nueve años que el thatcherismo barría los países desarrollados y que en esa caída la acción de Reagan fue decisiva. Piketty lamenta la implantación del hipercapitalismo criminal ruso de los noventa, pero lo adjudica a la mala suerte de que los asesores extranjeros fueran anglosajones en lugar de suecos o daneses, sin nombrar que en ese momento cualquier experto económico era libertariano y predicaba la privatización salvaje y la destrucción del Estado.
Tras una reflexión sobre las causas del fracaso del llamado “socialismo real”, llegamos a la parte más sustanciosa del libro. El autor se embarca en una larga descripción del panorama político mundial que han dejado los cuarenta años de hegemonía neoliberal. Esta parte incluye una interesantísima reflexión sobre la percepción china de las democracias occidentales como algo ineficaz y vociferante que dificulta el debate serio e imposibilita un proceso de decisión democrático. Por lo que respecta a Europa, Piketty realiza un brillante análisis de las ideologías actualmente en liza y de la relación entre los partidos y los diversos grupos sociales en cada país. Constata con su habitual profusión de estadísticas que los partidos de la izquierda europea han dejado de representar a las rentas bajas y representan ahora a las personas con mayor titulación, en un fenómeno que él denomina “la izquierda brahmán” (en alusión a los sacerdotes hindúes cuya ideología ha descrito en detalle en la parte del libro dedicada a las sociedades ternarias). La derecha por su parte se ha escindido en dos, separándose una fracción globalista que defiende las rentas altas de otra que él denomina “nativista”, centrada en las identidades. Deja claro que a su juicio el auge de los extremismos nativistas es producto de la destrucción del estado del bienestar que ha causado la ideología neopropietrista y del abandono en la izquierda del discurso a favor de las rentas bajas.
Dedica bastantes páginas a analizar el surgimiento del nativismo en los diversos países y la dialéctica entre las cuestiones sociales y lo que él denomina la cuestión de la frontera. Esta segunda cuestión es previa, ya que hasta que no hemos determinado quién forma parte de la comunidad no podemos abordar la cuestión de la igualdad en su seno. Cita explícitamente el caso catalán como un ejemplo de nativismo egoísta, y desautoriza la teoría (más bien el truco) de “los dos ejes” según la cual a la izquierda catalana no le hace falta un modelo de estado sino que le basta con esquivar el tema hablando de cuestiones sociales para no incomodar al procesismo. Al afirmar que el tema de frontera es previo, deja claro que antes de hablar de beneficios sociales hay que dejar claro que los queremos para toda la población, incluso aquella que los nativistas de cada país quiere excluir. Piketty examina a fondo varios casos más y muy especialmente el de la India, donde el proceso ha sido inverso y partidos identitarios han ido especializándose en representar segmentos de renta altos o bajos según el caso. Como ilustración de la facilidad con la que un partido puede cambiar de base social, explica la trayectoria del partido Demócrata de EE.UU., que empezó como un partido identitario de los blancos del sur, luego pasó a representar las rentas bajas, a continuación mutó a partido de minorías y ahora se dirige hacia lo que Piketty llama la “izquierda brahmán”, es decir, una izquierda globalista e ilustrada que lucha contra el cambio climático y la barbarie trumpista. (No podemos resistirnos a introducir aquí una nota personal y de actualidad, porque mientras leíamos el libro de Piketty se produjo una polémica en twitter entre dos personas del mismo partido, una abogando por el final de la industria del automóvil y otra abogando por no perjudicar a los trabajadores de esa industria. Esta polémica ilustra las complejidades de la base electoral de la izquierda catalana y la necesidad de unificarla con debates abiertos y empáticos).
4. Una nueva esperanza
Así llegamos finalmente a la página 1.129, donde Piketty comienza la explicación de su propuesta. Considera demostrado que la creencia en la sacralidad de la propiedad privada es perniciosa y que está en la raíz del crecimiento descontrolado de la desigualdad. El instrumento que propone para luchar contra el crecimiento de la desigualdad son los impuestos progresivos, pero con tasas que al alcanzar las rentas y los patrimonios más altas resulten prácticamente confiscatorios. Piketty ofrece números concretos en una tabla completa de escalas. Afirma que tan solo los impuestos directos son justos y que en ellos debe basarse el sistema impositivo. El único impuesto indirecto que propone es el impuesto sobre el carbono, justificado doblemente porque hace falta para desincentivar el consumo y porque al ser las personas de rentas altas las que más CO2 emiten, en realidad, aun siendo indirecto, también es un impuesto progresivo. El dinero recaudado deberá ser utilizado para financiar educación para todos, la renta básica y una dotación de capital para los adultos jóvenes que él compara con una herencia universal. Para el gobierno de las empresas propone un esquema de cogestión que limite el poder de los accionistas y garantice el de los trabajadores. Por lo que respecta a los tratados internacionales, pide que solo se firmen aquellos que contengan cláusulas explícitas de respeto a los derechos sociales y de protección del medio ambiente. Además propone que cada tratado tenga asociado un cuerpo legislativo formado por diputados de los parlamentos de los países firmantes que los gestione. Y quitándose la máscara de la ingenuidad que ha llevado hasta ese momento, explica que para que todo eso sea posible hará falta reformar el sistema de financiación de los partidos políticos de manera que solo les llegue dinero desde el Estado, y que lo haga en proporción a las preferencias de los electores.
5. Conclusión
El libro de Piketty intenta ser moderado en las formas y justificar con datos cada afirmación que contiene, pero no hay que dejarse engañar, su propuesta es muy radical. Considerar que el motor de la historia no es la lucha de clases sino la lucha entre ideologías puede resultar chocante o molesto, pero no es en realidad un gran problema. Piketty no pretende refutar los libros de Poulantzas ni los de Hobsbawm, Thompson, Dobb, Hill, Benjamin, ni mucho menos los de Marx, Engels o Gramsci. Tan solo pretende construir su argumento sin contar con ellos porque considera que eso hace el argumento más fuerte. Y lo cierto, nos guste o no, es que lo hace mucho más débil científicamente pero mucho más fuerte políticamente.
No creo que sea buena idea enfadarse con Piketty por su artificio literario de ignorar los medios de producción, la política como expresión de la estructura social y la correlación de fuerzas como última ratio. Creo que es más inteligente hacer bandera de su propuesta y convertirla en radical proponiéndola de verdad. Algunos de nosotros pertenecemos a una generación que destruyó organizaciones políticas por una coma fuera de sitio o un guión molesto. En el mismo momento en que esos signos de puntación levantaban tantas pasiones, se desataba la yihad neoliberal. Los impuestos, y de manera muy especial los impuestos a las rentas más altas, llevan cuarenta años cayendo con las consecuencias que vemos a nuestro alrededor. Aunque la utopía de Piketty es modesta y aparentemente sin épica, si algún día un partido político llega al poder con ese sistema impositivo en su programa, épica no faltará.
14/5/2020
El extremista discreto
El Lobo Feroz
Ensaladilla rusa
Menos mal que había Estado. ¿Imagináis la pandemia sin Estado, qué guirigay?
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Si uno discurre junto al irracionalismo por el filo de la navaja tiene muchas posibilidades de caerse. Esto es lo que le ha pasado a Agamben; vean sus incautos admiradores lo que escribe: «[En Italia tenemos] una supuesta epidemia de coronavirus [de la que se deriva un] pánico, una de cuyas más inhumanas consecuencias [consiste en] la propia idea de contagio».
También tienen una epidemia de cerebritos. No se debe dejar que los intelectuales, como decía Prévert, jueguen con las cerillas.
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Además de su ser-para-guisar, la cacerola está mutando de medio de protesta a medio de legitimación y deslegitimación. La extrema derecha golpea cacerolas contra el confinamiento en el Madrid del lujo (out of fashion, en estos tiempos): el barrio de Salamanca. Hace como los guerreros antiguos que golpeaban sus escudos y ese fragor legitimaba a sus caudillos. Este Lobo estudió cuando lobezno que fragor y sufragio derivan del mismo fonema sánscrito. Pero son cosas distintas. Con meros fragores, hoy, no se entendería nadie. Tampoco hay que dejar que la extrema derecha juegue con las cerillas. Es más peligrosa que los intelectuales.
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La telemática te descubre muchas cosas. A este Lobo le ha revelado que hay bastantes seminarios organizados para que cierta izquierda, quizá de jubilados, se fustigue estudiando a Marx o a maestros y maestrillos de la escuela. Mejores serían tales voluntariosos seminarios, creo yo, si estudiaran a Sraffa o, mejor incluso, si estudiaran la que se nos viene encima: sería mejor anticiparse, pensar, imaginar lo nuevo, que no siempre es bonito ni barato.
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Hemos pasado bastantes semanas sin el dichoso fútbol y el mundo no se ha venido abajo. El nicho de los «periodistas deportivos», una especie particular del gremio, se ha reinventado como ha podido recurriendo a la historia y al deporte —espectáculo no había—. Pero el espectáculo, es decir, los dineros, han sido la preocupación de esas cosas llamadas federaciones y televisiones, y de las marionetas humanas que prestan su voz a los dineros: han impuesto la perversión del juego —nuevas reglas, calendarios inhumanos— para que prosiga la lluvia de oro a toda costa, con estadios vacíos para partidos televisados como soporte publicitario. El infraescrito Lobo cree que lo debido sería declarar match nulo las competiciones de este año. ¿Qué sentido tiene una competición sin continuidad? Y sobre todo: ¿qué sentido tiene si la enfermedad se lleva a un solo deportista?
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La pandemia suscita una pregunta: ¿quién es socialmente más necesario, el médico o el futbolista? ¿A quién se debe más reconocimiento? Las respuestas a estas preguntas nos muestran lo perniciosa que es la lógica de la ganancia capitalista.
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Vamos a ver: se puede, creo yo, dejar atrás la retórica tradicional de la vieja izquierda, la que creyó en la Revolución con mayúscula. Y empezar a dejar de pensar con los pies. Vamos ver: esa idea utópica de 'Revolución' fue doblemente derrotada: en Rusia a manos del nacionalismo y la autocracia stalinianos; en los países «Occidentales» (hoy meramente «Accidentales»), primero por la acomodación político-económica de las clases trabajadoras, y, después, por el neoliberalismo, desde la Thatcher. Entonces, con las primeras derrotas importantes, se empezó a perder el orgullo del trabajo y se dio pábilo a la carrera sin fin, la carrera consumista.
Desde entonces ha llovido un vendaval: la revolución industrial de la informática, la globalización, una gran crisis económica, el apogeo del neoliberalismo y ahora una pandemia que dejará una nueva gran depresión económica y social. En definitiva, ésta hará sufrir a muchísima gente, por lo que es necesario mantener prácticas sociales de solidaridad voluntaria además de exigencias de ayuda del Estado, esto es, de solidaridad obligatoria.
¡Pardiez! —si se le permite a un anticuado Lobo decir 'pardiez'—. Los chinos carecen de libertades, pero tienen un gobierno eficiente, han ido saliendo adelante, muy adelante, mientras nosotros íbamos hacia atrás: últimamente nos habían recortado mucho los derechos sociales: cada vez peor enseñanza, peor sanidad, peores pensiones. ¿Adónde íbamos a parar?
Este Lobo Feroz cree que la lucha por el socialismo, hoy, puede ser y debe ser una lucha socialdemócrata, en el mejor sentido de la palabra: conseguir detener y revertir los recortes sociales, imponer nueva fiscalidad a la ganancia de los capitales, sin pretender solucionarlo todo en un día; conseguir reformas, y, al mismo tiempo, regar y abonar periódicamente la planta de la que brotan las prácticas de solidaridad y los agrupamientos personales: no solo reformas, sino también movimiento. No asustarse por ser socialdemócrata si el objetivo es conservar los derechos políticos individuales, las instituciones de fachada (al menos) democrática, y condicionar a los capitales, sobre todo al capital financiero, a los capitales inasibles que imponiendo regulaciones se pueden hacer visibles y doblegar.
La historia no solo no se para nunca sino que además en nuestro tiempo corre muy veloz. Necesitamos conocer las experiencias nuevas e imaginativas, por pequeñas que sean, de contraposición al sistema establecido, y apoyarlas. Porque son ellas las que nos pueden llevar al primer escalón de un socialismo naciente, solidario, ecologista y pacífico, aunque el capitalismo no haya dejado aún de ser hegemónico.
La hegemonía tenemos que conquistarla nosotros paso a paso (a pas de loup), con los medios de cultura (y no de evasión), inculcando conocimiento en vez de divertimento; con la verdad; con prácticas modélicas: creando un orden diferente del convulso orden del capital.
20/5/2020
De otras fuentes
Rafael Poch de Feliu
En la boca del túnel
Otro mundo es posible, pero no seguro ni ineludiblemente mejor
Mucho se habla del “mundo después de la pandemia”. Habrá cambios, seremos otros, dicen. Parece que el virus sea un agente transformador y no un mero factor de enfermedad, desempleo y pobreza. Desde luego, “otro mundo es posible”, pero ni el cambio está garantizado, ni tiene que ser ineludiblemente un cambio a mejor.
La frase de Macron en esta pandemia quedará esculpida en piedra: “el mundo de mañana ya no será como el de ayer”. Lástima que recuerde tanto a las de otros vendedores de alfombras, como el propio Nicolas Sarkozy, mencionando la ineludible “reforma del capitalismo” tras el estallido de 2008. Recordemos a todos aquellos economistas del establishment que, en Estados Unidos y en la Unión Europea, decían entonces que la próxima vez que los bancos quebraran habría que nacionalizarlos.
“¿De verdad creen ustedes que cuando pase esta pandemia, cuando la segunda o decimosexta ola de coronavirus se haya olvidado, los medios de vigilancia no se conservarán? ¿Qué las colecciones de datos recogidas no se habrán almacenado? Sea cual sea su uso, estamos en vías de construir la arquitectura de la opresión”, advierte Edward Snowden. Es solo un aspecto de cambio a peor. ¿La salud por delante de la economía?
El sistema que ha venido elevando los niveles permitidos de utilización de sustancias dañinas, que privatizó los sistemas de salud, que engaña con las emisiones de los automóviles y los identificadores de los alimentos, y que ha venido defendiendo como inocua la energía nuclear, e incluso el almacenamiento de sus residuos, ese mismo sistema ¿tiene credibilidad cuando nos dice ahora que hará todo lo posible por defender la salud de la población?
No hay duda de que la coyuntura determina repartos de dinero, en primer lugar hacia las empresas, los bancos y sectores en crisis (el gigantesco rescate americano de la Cares Act se aprobó el 25 de marzo) y también alguna distribución de dinero social durante algunos meses, pero en cuanto pase la enfermedad, habrá un regreso inercial hacía lo suyo. Desde luego el capital no va a rendirse por un virus, no va a abdicar de las ventajosas parcelas de poder y gobierno que ha adquirido en las últimas décadas bajo la ideología de la globalización neoliberal. ¿Por qué iban a renunciar al trabajo precario, a seguir calentando el planeta, a gastar más en armas y en crear tensiones bélicas si todo eso genera beneficios? Para un nuevo orden mundial más viable y equitativo hace falta una fuerza social colosal que lo imponga. En marzo se constataba que entrábamos en aguas desconocidas. A mediados de mayo el panorama sigue lejos de estar claro, pero la sensación es la de que estamos entrando en la boca de un túnel.
Más presión contra China
En el centro del Imperio el Presidente idiota sigue alimentando una guerra fría con China. Ese podría ser su gran recurso para ganar su reelección. Trump ha hecho tantos estropicios en el gobierno de la pandemia en su país que necesita una buena cortina de humo para lograr un nuevo mandato en un país con cuarenta millones de parados (22,5% de la población activa, a apenas tres puntos del 25% de la gran depresión en 1933). En China la pandemia ha dejado 4600 muertos, mientras que en Estados Unidos van por 90.000, así que no hay más remedio que afirmar que China es culpable de haber creado el virus y de falsificar sus cifras. Bueno, pero ¿qué hacemos con Taiwán, Singapur o Corea del Sur? Es el ejemplo de toda Asia Oriental, no solo de China, lo que evidencia el mal gobierno en Estados Unidos, su ineficacia, el cinismo presidencial y su abierta prioridad por la “economía” a costa de las vidas humanas. Si después del 11-S neoyorkino se pudo dirigir el asunto contra Irak, inventándose lo de las armas de destrucción masiva de Sadam, ¿por qué no va a ser ahora posible arrastrar al público hacia la leyenda de la “culpabilidad” de China?
La patada en el tablero
El asunto viene de lejos. Las enmiendas a la globalización son claramente anteriores a la pandemia. Tienen que ver con el hecho central de que se hacía evidente que China iba ganando, adquiriendo mayor peso y potencia, jugando en un tablero americano, con normas e instituciones creadas y controladas por Estados Unidos y a la medida de sus intereses. La globalización era muchas cosas, pero entre ellas, un seudónimo del dominio mundial de Estados Unidos. Y resulta que China se crecía en ese tablero y que la próxima consecuencia de ese crecimiento es descabalgar el papel del dólar en la financiación del comercio global. Así que había que cambiar las cosas, realizar enmiendas, dar una patada al tablero para recolocar las fichas.
Al finalizar la primera década del siglo, tras el impacto de la crisis financiera que China gobernó parece que bastante bien, el presidente Obama ya movió algunas fichas de desconexión comercial con China mientras en lo militar estrenaba el “Pivot to Asia” para destacar el grueso de su poderío aeronaval alrededor del nuevo rival. Trump ha continuado eso de forma más brusca y la pandemia le ha dado un buen estímulo, para convertir las tensiones en algo cada vez más parecido a una guerra fría. Los dirigentes chinos lo vieron venir.
Ellos que siempre soñaron con llegar un acuerdo bilateral con Estados Unidos que les dejara vivir (sueño que era compartido por el Kremlin), se dieron cuenta de que si “vivir” significaba ir a más, ser soberanos e independientes, desarrollarse, mejorar y aumentar su peso en el mundo, no solo no habría acuerdo de coexistencia sino conflicto, porque EstadosUnidos no lo acepta. El único acuerdo que acepta es la sumisión. Por eso ajustaron su sistema político, con la dirección más centralizada y firme de Xi Jinping y su fortalecimiento militar en el Mar de China Meridional. Este doble refuerzo —además de su dinámico desarrollo tecnológico y su estrategia de exportación de sobrecapacidad e integración comercial mundial, la Belt & Road Initiative—, se basa en la razonable y profunda convicción de que las relaciones con Estados Unidos van a ir a peor. Ese refuerzo no está enfocado a sustituir a Estados Unidos como superpotencia global, como suele decirse, sino a proseguir el ascenso de potencia emergente y a garantizar una no victoria militar de Estados Unidos en un conflicto regional en su entorno asiático inmediato (su mar Caribe), que a poder ser disuada a los generales del Pentágono de iniciarlo. En ese tablero, la pieza de Taiwan vuelve a ganar peso.
Mas incompetencia geopolítica y desintegración en la UE
Sea como fuere, el vector de la guerra fría entre Estados Unidos y China que solíamos contemplar como posibilidad a medio y largo plazo, ya está declarado como realidad. Para la Unión Europea, que gasta en armamento 300.000 millones de dólares al año (es decir más que la suma de China y Rusia) es una nueva ocasión de reiterar su incompetencia geopolítica y su demostrada condición de vasallo impotente. En Alemania el consenso mayoritario del establishment lo ha resumido el presidente del grupo editorial Springer, Matthias Döpfner, diciendo, “cuando la crisis del coronavirus se supere, los europeos deberán decidir la cuestión de las alianzas: con América o con China”, cuestión que para él no tiene secreto. Tampoco la tiene para Oskar Lafontaine. “También yo tomo partido por América, concretamente por Sudamérica y América Central, cuya población sufre el mortífero terror de Estados Unidos”, dice este raro abogado de una política exterior europea autónoma,”que contribuya a la paz y la distensión entre potencias nucleares”.
La apuesta de la Unión Europea “por América” y contra China sigue la estela de Washington. El 27 de marzo Trump firmó una ley estrechando las relaciones entre Estados Unidos y Taiwan y abogando por la participación de la isla en las organizaciones internacionales de las que está excluida por no estar reconocida como Estado por la ONU (y no solo “por China”, como suele decirse). Inmediatamente, Francia y Alemania apoyaron una iniciativa para que Taiwan sea incluida en las actividades de la OMS y París ha enfurecido a Pekín con un provocador contrato de venta a Taiwan de sistemas de señuelos y perturbadores antimisiles. Por su parte Alemania quiere gastarse millones comprando a Estados Unidos 45 aviones de guerra F-18, lo que parece una recompensa a los obstáculos y vetos que Washington interpone en la guerra del gas que Alemania compra a Rusia, asunto ejemplarizado por el proyecto Nord Stream 2.
Mientras el director del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, David Beasley, advierte que cientos de millones de personas pueden sufrir hambre en la “peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial”, particularmente en África y Oriente Medio y en países que sufren crisis bélicas o sanciones, Estados Unidos (junto con Inglaterra, Ucrania, Canadá y Corea del Sur) ha abortado los proyectos de resolución para congelar las sanciones unilaterales contra los países en desarrollo afectados por la pandemia e incluso una simple propuesta de alto el fuego allí donde hay guerra.
La pandemia no ha unido al mundo, sino que al contrario ha incrementado gravemente el riesgo de conflictos mayores, “amplificando y acelerando” ese peligro, constata el viceministro de exteriores ruso, Sergey Ryabkov. Con el abandono de los acuerdos de desarme y el desprecio al papel de la ONU, “la fuerza militar está adquiriendo un papel cada vez más importante en las relaciones internacionales”, dice. La lógica imperial, belicista y suicida, no solo no remitirá, sino que cobra nuevo vigor.
Ante este diagnóstico la Unión Europea no tiene nada que decir, ni nada que proponer. Técnicamente paralizada —a mediados de mayo la pandemia había reducido un 70% la capacidad de trabajo de las instituciones de Bruselas— el virus profundiza la crisis desintegradora de la UE. A las brechas ya conocidas (Norte/Sur, grupo de Vysegrad, Francia/Alemania, etc.) se suma la creada entre países más o menos bien librados de la pandemia y los más afectados por ella. A las diferencias en materia de cierre de fronteras, de deudas, medidas anticrisis y de presupuesto europeo, se suma la torpe y reveladora sentencia del Tribunal Constitucional alemán del 5 de mayo cuestionando la compra de deuda por parte del BCE, lo que coloca al derecho alemán por encima del derecho europeo, algo potencialmente mas disolvente que el Brexit o que los desafíos jurídicos puntuales de países como Polonia o Hungría.
La receta mágica de los “500.000 millones” de Merkel y Macron es la última artimaña de una larga serie estrenada en 2010, cuando ninguno de los problemas de la eurocrisis se solucionó: no está nada claro si esa suma será realidad, ni cuando se empleará ni a quien beneficiará. Se habla de miles de millones para líneas aéreas o fabricantes de automóviles, por mencionar únicamente el nefasto capítulo movilidad, directamente relacionado con nuestros graves problemas planetarios. Una vez más, como es el caso de la tensión con China, la pandemia no ha creado procesos nuevos. Únicamente acelera los procesos de desintegración ya existentes y apuntala la irrelevancia de la UE en la esfera internacional.
Las condiciones y circunstancias de la “oportunidad”
Hay que ser consciente de que la oportunidad de cambio, de operar en otra lógica, no es automática. Ya se presentó tras la quiebra financiera de 2008. El BCE y la reserva federal de Estados Unidos intervinieron entonces para salvar a empresas y bancos de las consecuencias de su especulación a costa de las clases medias y bajas. Aquellos dineros (Quantitative Easing) sirvieron para alimentar una nueva ola especulativa y enriquecer a los más ricos. ¿Cómo iba a ser diferente cuando el poder financiero domina a los gobiernos y no al revés? ¿Por qué iba a ser diferente ahora?
Para organizar el decrecimiento en la utilización de los recursos naturales, para adoptar un modo de vida más modesto (como dice Fréderic Lordon el iPhone 14, el coche Google y el 7G “van en el mismo paquete” que el calentamiento global y la amenaza bélica), para dirigirse a una nueva contabilidad desmarcada de las teologías del PIB y privilegiar la satisfacción de las necesidades humanas reales, para disminuir la movilidad y potenciar la relocalización económica, la agricultura moderna (es decir ecológica y regenerativa), el proteccionismo solidario, los comercios de proximidad y una fiscalidad menos injusta, es necesario desmontar el dominio de las finanzas sobre la política.
El actual sistema de capitalismo neoliberal, a diferencia del de los años treinta, cuarenta, cincuenta o sesenta del pasado siglo, ha castrado al sistema político convirtiéndolo en su subalterno. Como dice Serge Halimi, cuando se evoca como modelo y precedente el programa económico y social del Consejo Nacional de la Resistencia en Francia, la conquista de los derechos sindicales en muchos países, o las grandes obras públicas del New Deal en Estados Unidos, se olvida el detalle de que los resistentes franceses aun tenían las armas en casa, que el establishment temía una revolución en países como Francia o Italia y que el capital estaba asustado. Lo político primaba mucho más que hoy sobre lo “económico”. Hoy el capital no tiene motivos, ni temores, para negociar nada. ¿Qué tenemos hoy después de treinta o cuarenta años de colonización capitalista de nuestras sociedades occidentales?: “poblaciones confinadas, tan miedosas como pasivas, infantilizadas por las cadenas de televisión (y las “redes sociales”), convertidas en espectadoras pasivas y neutralizadas”, dice Halimi.
No habrá ese mágico “día de la victoria” sobre el virus en el que la población saldrá entusiasmada a la calle y los gobiernos proclamarán una nueva forma de vida con lecciones para afrontar el calentamiento global y los demás retos del siglo. Solo el cambio en la correlación de fuerzas que resultara de una gran fuerza social y del miedo puro y simple del capital ante ello, posibilitará reformas significativas. La simple realidad es que hoy los gobiernos pueden cambiar por la acción del voto, pero es muy improbable que el voto cambie el sistema y la lógica fundamental.
Un 15-M multiplicado por diez, no alcanza para cambiar el sistema
Supongamos que un gobierno de izquierdas, por ejemplo en España, sale de la pandemia apoyado por un fuerte movimiento social, un 15-M multiplicado por diez que realiza la proeza de convertir en ciudadanos a una mayoría de los actuales consumidores-clientes e impulsa un programa de reformas: nueva política fiscal menos injusta, potenciación del sector público, nacionalización de los transportes, las telecomunicaciones y la banca, proteccionismo, es decir: un programa de progreso de los años sesenta más la renta básica y la fuerte protección medioambiental que se precisa hoy. Como dice Lordon, no hay duda sobre lo que se le vendría encima a un gobierno de ese tipo: El sector financiero internacional, los mercados. Le declararían la guerra. Desde Estados Unidos, desde los centros de poder e instituciones de la Unión Europea, desde los poderes fácticos del propio país y desde una oposición interna radicalizada y fuertemente respaldada desde el exterior. Los medios de comunicación, en su inmensa mayoría correas de trasmisión de ese conglomerado sistémico que domina lo político, le harían la vida imposible. La independencia de Cataluña, por ejemplo, sería bien vista por unos poderes globales enfocados a cortar por lo sano el ejemplo: mejor un país roto que un precedente transformador. Surgiría así el imperativo internacionalista, la conciencia de la enorme dificultad de acometer el cambio en un solo país y mientras tanto aparecería un Tsipras que, cediendo a la fuerza de las circunstancias, traicionaría todo lo prometido o emprendido...
Se dirá que todos los intentos de cambio se han enfrentado a ese tipo de cuadros, pero hoy, cuando lo político está atrapado por la red sistémica y su lógica fundamental, aun más. Claro, si esa hipótesis de gobierno transformador apoyado por una gran fuerza social se realizara en un país tan importante como Estados Unidos, o tan central en Europa e históricamente tan inspirador como Francia, con capacidad de irradiar impulsos fuera de sus fronteras y convertir una salida del capitalismo en asunto internacional, otro gallo cantaría. Pero ¿Dónde está esa enorme fuerza social necesaria para el cambio de la desmundialización ciudadana que soñamos?
El neoliberalismo de las últimas décadas consistió en la ruptura de los consensos sociales de posguerra. No está dispuesto a negociar al respecto y eso no tiene una solución electoral. Solo la imaginación, la audacia y el sueño permiten tantear y anticipar lo que por definición es siempre inesperado. Cuando nos adentramos en la boca del túnel es necesario reflexionar sobre todo ello sin hacerse ilusiones infantiles.
[Fuente: blog del autor]
26/5/2020
Juan Torres López
Tratados indignos en tiempos de pandemia
En los últimos años se han firmado más de 2.600 tratados bilaterales entre países destinados a proteger a los capitales, entre otros medios, creando mecanismos de arbitraje o negociación entre inversores y Estados al margen de la administración de justicia convencional.
Quienes reclamaban que se firmaran y los políticos que defendían que fuesen aprobados en sus respectivos países decían que eran necesarios para promover las inversiones y el comercio, para apoyar a los consumidores o para proteger el medio ambiente. Frente a ellos, muchos economistas o dirigentes sociales y miles de personas explicamos y denunciamos por escrito o en las calles lo que en realidad había detrás de ellos.
Esos tratados constituyen un mecanismo que protege en condiciones muy desiguales a las grandes corporaciones y a los fondos de inversión frente al interés público. Más concretamente, les permiten demandar a los Estados si estos toman algún tipo de medidas que les resulten perjudiciales y, en ese caso, establecen que los tribunales que deben resolver esas demandas y señalar las indemnizaciones no serán los ordinarios de cada país sino tribunales privados, creados con el fin específico de resolver estos conflictos.
Más concretamente, estos tratados establecen que los inversores extranjeros pueden demandar a los Estados y reclamarles indemnizaciones por daños y perjuicios si toman medidas que puedan afectar a sus ganancias, aunque esas medidas se adopten para proteger el medio ambiente, la salud pública, el acceso a bienes básicos como el agua limpia o para mejorar las condiciones de trabajo y el bienestar de la población. Tres ejemplos: Colombia prohibió la actividad minera que contaminaba el agua que bebían millones de personas y tuvo que hacer frente por ello a una demanda de 764 millones de dólares interpuesta por la empresa canadiense Eco Oro. En Rumanía, los tribunales declararon ilegal una mina de oro altamente tóxica y la también canadiense Gabriel Resources demandó al Estado rumano por 5.700 millones de dólares. En Croacia, los tribunales declararon ilegal un campo de golf en Dubrovnik y el Estado croata tuvo que hacer frente a una demanda por valor de 500 millones de dólares (más casos aquí).
Según la UNCTAD, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, hasta diciembre de 2019 se habían interpuesto unas 1.000 demandas de este tipo en todo el mundo, por un valor total de 623.000 millones de dólares, que han dado lugar a unos 80.000 millones de dólares en indemnizaciones de los Estados; aunque podrían ser bastantes más, pues muchas de ellas se resuelven en secreto (información aquí).
En estos momentos, todos los gobiernos del mundo tratan de hacer frente a la pandemia, a la saturación de sus servicios sanitarios, a la crisis económica que provoca, a la ruina de miles de empresas, al desempleo y a la pobreza... y en este caldo de cultivo los grandes despachos de abogados se preparan de nuevo para recurrir a los tratados y demandar a los Estados en nombre de sus clientes, las empresas más poderosas del mundo.
El Corporate Observatory Europe (aquí) señala algunas de las medidas que están tomando los gobiernos en estos meses y que pueden y van a dar lugar a demandas multimillonarias contra los Estados si no se denuncian esos tratados:
- Suministro gratuito de agua limpia a los hogares pobres en perjuicio de las empresas nacidas de la privatización del servicio, tal y como ya se ha advertido en El Salvador.
- Utilización de hospitales privados y hoteles o incluso de empresas como General Motors para hacer frente a la saturación de los servicios públicos sanitarios.
- Aprobación de licencias obligatorias que permiten a quienes no son propietarios de una patente el desarrollo, la producción y la distribución de algún medicamento, en este caso, contra la Covid-19, medidas que se han adoptado en países comunistas como Alemania, Israel, Canadá o Chile.
- Restricciones comerciales para evitar los contagios como ocurrió en Perú, donde se evitó cobrar el peaje en las autopistas para proteger a los trabajadores, una medida que ya ha sido "señalada" como dañina por varios despachos de abogados en nombre de sus clientes.
- Suspensión en el pago por el suministro de servicios como agua, electricidad, gas, alquileres, etc. a familias que se han quedado sin recursos y que suponen pérdida de ingresos a las empresas proveedoras.
- Suspensión en el pago de hipotecas o medidas de protección a los acreedores, como las adoptadas en Alemania, Bélgica, España o Italia.
- Posibles aumentos de impuestos a grandes fortunas o empresas, o dejar fuera de las ayudas fiscales a las que utilicen paraísos fiscales, como se ha aprobado en otros países comunistas como Francia, Dinamarca, Escocia o Polonia.
- Los inversores incluso podrían reclamar indemnizaciones a los Estados por las consecuencias sobre sus intereses de posibles disturbios sociales provocados por la crisis. Un tribunal de arbitraje de los contemplados en este tipo de tratados ya dio la razón al inversor Ampal-American cuando demandó a Egipto por no proporcionar suficiente protección policial a un oleoducto saboteado.
Ante las demandas que se presenten por este tipo de actuaciones, los Estados están prácticamente indefensos porque los tratados (al menos, lo más antiguos todavía en vigor) prácticamente no introducen ningún tipo de excepción de interés público. Así lo señala un artículo reciente publicado en un blog de arbitraje cuando afirma que los Estados tendrán dificultades para argumentar que este tipo de medidas se han adoptado por fuerza mayor (siempre hay alternativas), por necesidad (porque "parece discutible que el brote y la propagación de COVID-19 cumpla con el requisito de peligro grave e inminente") o por angustia, que son las tres circunstancias que podrían evitar que, según los tratados, cualquiera de ellas se considere ilícita por dañina para los intereses de algún inversor (artículo aquí).
En la Unión Europea todo el mundo habla de la transición energética para combatir el cambio climático, pero no nos cuentan que la Comisión y muchos países miembros han suscrito tratados de este tipo que provocarán costes millonarios por demandas cuando se vayan tomando las medidas que lógicamente perjudicarán a inversores del viejo sistema energético que es preciso superar. Y España ha firmado unos 80 tratados de este tipo y muchas de nuestras grandes empresas han conseguido indemnizaciones millonarias cuando algún gobierno ha intentado zafarse de sus privilegios o evitar el daño que provocan a sus pueblos o intereses económicos nacionales.
La movilización social puso trabas a la firma de alguno de estos tratados, pero la mayoría de ellos son desconocidos, se aprueban sin apenas debate público o incluso no pasan por los parlamentos. No conviene que la gente conozca lo que implican y sus defensores compran a los partidos políticos para que los saquen adelante y a muchos periodistas y académicos para que confundan a la población sobre su verdadera naturaleza.
Hace unos días, 23 países de la Unión Europea suscribieron un tratado que daba por acabados ciento treinta tratados bilaterales de este tipo entre los países firmantes. No debíamos estar muy equivocados quienes los criticamos en su momento, como nos decían sus defensores, y yo me alegro de que se suscriba este nuevo acuerdo. Es un buen paso, sin duda, pero muy insuficiente.
Estos tratados bilaterales para proteger a los de por sí más protegidos deben desaparecer por completo: es una injusticia que los más ricos del planeta tengan tribunales especiales para que sus intereses se defiendan más fácilmente a su favor; y es una barbaridad que el interés de unos pocos se anteponga a la defensa del bien común y de los servicios públicos necesarios para cuidar de la salud, de la educación, de la vida de millones de personas. Es imprescindible una iniciativa global para acabar con ellos.
[Fuente: Publico.es]
25/5/2020
Elvira Cámara Pérez y Samuel Martín-Sosa Rodríguez
Cuatro verdades y una mentira tras dos meses de encierro
¿Conoces el reto “cuatro verdades y una mentira” que tanto ha pegado este confinamiento? Te proponemos una versión ecosocial con vistas al futuro, para ver donde nos ha dejado la crisis sanitaria de la Covid-19.
En estas semanas de confinamiento se ha escrito —y hemos leído— multitud de reflexiones desde el análisis ecosocial y ecofeminista en torno a la crisis de la COVID-19. ¿Puede que se hayan escrito más artículos sobre el coronavirus en dos meses que sobre el cambio climático en dos años? Desde luego, pocas veces los cuidados han sido tan nombrados y comprendidos por gran parte de la sociedad como en estos días.
Hemos ido de la desorientación inicial hasta la incertidumbre, y no la que nos produce cambiar de fase, sino la que va más allá; la que arroja un futuro que, si no se hacen las cosas bien, da miedo. A nivel social, esta crisis nos ha hecho cuestionarnos algunos referentes que parecía estaban fuera de toda duda. ¿Sigue valiendo la forma en la que interpretábamos el mundo hasta ahora? ¿Podemos seguir aplicando el mismo diagnóstico sobre el estado del planeta y la sociedad? Y las recetas para una transición a otra forma de vivir, ¿siguen siendo las mismas?
Ahora que entramos en las fases de desescalada hacia lo que han llamado “nueva normalidad” se va disipando la niebla en el camino y, de alguna manera, recuperamos nitidez en la visión. Vamos poco a poco confirmando algunas certezas, aunque a veces nos cuesta distinguir entre verdad y mentira, como en uno de los retos más seguidos durante en confinamiento. Así que, os proponemos un juego: encontrad la mentira entre estas verdades. Vamos allá.
En caso de pandemia, la clase social es un factor de riesgo (y en la crisis socioeconómica que vendrá detrás, también)
Se ha repetido hasta la saciedad que este virus ni entiende de clases sociales, ni diferencia entre personas. Hay bastante verdad, pero también es cierto que hay factores que incrementan las posibilidades de contagio (y su gravedad); entre ellos, la clase social a la que pertenezcas y los recursos (públicos y privados, institucionales y comunitarios) a tu disposición. La crisis sanitaria dejó claro, desde muy pronto, que exacerba vulnerabilidades preexistentes. Se ha cebado en los barrios de menor renta, con cuatro o cinco veces más casos que en los de alto nivel socioeconómico. Está claro que no es lo mismo teletrabajar que tener que acudir cada día a un empleo en el que se pone en riesgo tu salud; o vivir en un piso pequeño donde si hay una persona contagiada es imposible el aislamiento. Las desigualdades sociales tienen un impacto directo sobre nuestra salud y nuestra vida. Son injustas y se podrían evitar.
La industria fósil aprovechará esta crisis para salvarse de la suya
Dejar los combustibles fósiles bajo tierra es la única receta para frenar las emisiones de gases de efecto invernadero. Eso lo sabe hasta el Papa de Roma, otra cosa es que a quienes están en el negocio les interese ponerlo en práctica. Son recursos que se agotan, que cada vez cuesta más trabajo (y dinero) extraer y además, están en el punto de mira: una regulación seria y decidida a cumplir los objetivos climáticos les dejaría fuera del tablero de juego. Su rentabilidad en el mercado es cada vez menor y en gran medida la industria se sostiene gracias a las ingentes cantidades de dinero público que recibe en forma de subsidios diversos. Por si fuera poco, la crisis desatada por el coronavirus ha reducido en un tercio la demanda mundial del petróleo y bajado su precio. Es el mercado, amigo. Pero la industria fósil está muy acostumbrada a que los gobiernos les paguen la fiesta, y no va a renunciar tan fácilmente a ello. No es la única: industrias como la de la aviación o el automóvil también buscan ser rescatadas y varios gobiernos ya lo están haciendo sin condiciones ambientales.
La pandemia ha puesto de manifiesto (todavía más) la vulnerabilidad del sistema
La crisis sanitaria provocada por la irrupción de la COVID-19 es el resultado de un sistema que transgrede los límites planetarios. No ha sido una casualidad, ni un ataque de un enemigo invisible. Debería tratarse como una advertencia de la debilidad de un sistema globalizado, caracterizado por una hipermovilidad e hiperespecialización, que antepone la rentabilidad económica a la vida y que, llegado el momento, ni siquiera es capaz de suministrar las mascarillas que necesitamos. Un modelo que se sostiene en la fantasía de que podemos vivir de espaldas a la naturaleza e ignora la delicada situación en la que nos encontramos. En esta crisis, hemos visto a mayor escala la debilidad de nuestros servicios públicos: el deterioro causado por años de recortes en sanidad, por la privatización de residencias geriátricas y, en general, la precarización e invisibilización de todos los trabajos (remunerados o no) asociados al cuidado de la vida.
La crisis climática y de biodiversidad sigue siendo el mayor reto de la humanidad
La COVID-19 ha desplazado a la emergencia climática de las noticias, pero la crisis climática y de biodiversidad no ha desaparecido y sigue su curso. Al mismo tiempo que una tercera parte de la población mundial estaba confinada en casa, en el mes de abril se alcanzaban las temperaturas más altas para ese mes desde que hay registros. Algunos estudios apuntan que las emisiones de gases de efecto invernadero caerán en torno al 5% por el parón económico, y sin embargo la ciencia indica que es necesario reducir a un ritmo aún superior. Y además, estas reducciones se están produciendo impuestas por las circunstancias sin ningún tipo de planificación y consideración hacia la justicia social y climática. Por su parte, la ciencia muestra como la destrucción a marchas forzadas de la biodiversidad está detrás de la multiplicación de pandemias víricas en los últimos 30 años. A pesar de ello, las amenazas se multiplican cada día, poniendo en riesgo la resiliencia de los ecosistemas y las bases materiales de la vida. La crisis del coronavirus, por increíble que parezca, se queda pequeña comparada con la magnitud de estas crisis sistémicas, por lo que sacarlas de la agenda política es como hacer la táctica del avestruz.
Esta crisis marca un punto de inflexión hacia la transición ecosocial
A priori, un vistazo histórico a lo ocurrido tras crisis pasadas no permite ser halagüeño respecto al devenir ecológico. Tras la crisis de los años 30 se disparó el consumo de petróleo y comenzó el proceso conocido como la “gran aceleración”, que multiplicó los impactos de la actividad humana en la naturaleza. La crisis económica y financiera de 2008 fue el preludio de una nueva aceleración de la emisión de gases de efecto invernadero; a pesar de que los gobiernos para entonces ya llevaban casi dos décadas golpeándose en el pecho sobre la necesidad de descarbonizar la economía. Sin embargo, esta crisis es diferente, porque la percepción social hacia los impactos sociales y ambientales de nuestro modelo económico ha cambiado. Las numerosas manifestaciones de los últimos meses en relación a la emergencia climática demuestran que este cambio ya está en marcha; y estos días en que hemos visto animales silvestres colonizando las calles de pueblos y ciudades han decantado la balanza hacia la convicción general de la sociedad de que por este camino vamos hacia el abismo. Existe hoy un clamor popular mayoritario a favor de un cambio de modelo que exige poner la vida en el centro y abandonar un sistema guiado por la avaricia que deja a cada vez más gente atrás. Un clamor que ya está de hecho forzando cambios políticos para virar el rumbo de forma drástica. En definitiva, la crisis ha sido la puntilla que está permitiendo colocar las piedras de esta nueva senda que ya estamos empezando a recorrer.
¿Has adivinado la mentira?
No hay que confundir los deseos con la realidad. La crisis del coronavirus solo será una oportunidad política si así se disputa. Y disputar los cambios sistémicos necesarios para hacer posible otro mundo, requiere de una presión social sin precedentes que hoy (aún) no existe. Requiere no de una marea sino de un tsunami en defensa de los servicios públicos. De un clamor popular en favor de una transición justa hacia otros empleos y hacia actividades económicas que tengan en cuenta los límites planetarios. Asumir de forma colectiva la justicia social y climática como marco narrativo de referencia. Es necesario un esfuerzo titánico por redimensionar dentro de esos parámetros todas las esferas de la sociedad. Ni de lejos los cambios vendrán solos. La tarea es enorme, pero ¿qué mejor proyecto colectivo que un futuro que no deje a nadie atrás?
[Fuente: El Salto]
26/5/2020
Juan Andrade
Julio Anguita, excepcionalidad y virtud
Honestidad, coherencia, fidelidad a sus principios o compromiso constante son algunas de las virtudes de Julio Anguita que han resaltado estos días tanto sus compañeros como sus adversarios políticos. Un consenso apenas contradicho que perfila la grandeza de su figura. Inteligencia, capacidad de anticipación histórica, radicalidad democrática, creatividad política y heterodoxia son virtudes que algunas mentes atentas han subrayado, fuera de los estereotipos con que lo quisieron neutralizar sus enemigos y lejos de la condescendencia que en política tienen a veces los reconocimientos únicamente morales. Quienes tuvimos la fortuna de su amistad pudimos disfrutar además de otras: su vitalidad desbordante y sentido del humor, su sensibilidad y ternura.
La suma de estas virtudes convirtió a Anguita en una personalidad excepcional de la historia de este país en al menos dos de las acepciones comunes que tiene esta palabra. Era excepcional por atípico y era excepcional por bueno. Para entender su originalidad hay que adentrarse en una trayectoria compleja, de la que traté de dar cuenta en el libro que escribimos juntos. Para reconocer su bondad, personal y política, no hace falta prescindir de una visión crítica, que Julio —tan hostil a las idolatrías— ejercitó siempre y también quería para consigo.
Julio Anguita fue excepcional porque su vida fue especial desde el principio. Nació en una familia de militares adeptos al Régimen, pero que apreciaban la cultura y tenían un sentido, aunque fuera conservador, de la justicia y la rectitud. Se educó en la escuela del nacional-catolicismo; pero con excelentes maestros, varios republicanos supervivientes a las purgas de la dictadura. Se crió en Córdoba, una ciudad de provincias entonces conservadora y opresiva, de sotanas y señoritos; pero creció en uno de sus barrios populares, fascinado por la vida más libre y sensual de los artesanos y las cantaoras, por la jerga callejera, las reyertas y las solidaridades de clase. Cuando regresó a Córdoba, después de los años en Madrid, volvió a vivir en el mismo barrio hasta el final de sus días, buscando algo de esa patria perdida que, según Rilke, es la infancia.
Su primera juventud fue intensa. En apenas unos años se hizo maestro, estudió Historia, se rompieron sus creencias religiosas y se abrió a un mundo de lecturas, cine-clubs y representaciones teatrales de la mano de su maestro Rafael Balsera. En 1972 se afilió al Partido Comunista de España para luchar contra la dictadura y por el socialismo. Antes había participado en grupos anarquistas. Tenía una pulsión libertaria, irreverente, que conjugaba con su celo por las formas y los procedimientos. En 1979, siendo un desconocido y con 37 años, se convirtió en el único alcalde comunista de una capital de provincia. Al frente del ayuntamiento de Córdoba se forjaron algunos rasgos de su concepción de la política, entendida como participación de la gente común, estudio para la solución técnica de los problemas, búsqueda de acuerdo en torno a bases programáticas, toma de partido por los de abajo y confrontación con los intereses creados. También acuñó un estilo que seducía e intimidaba: educado pero directo, tranquilo pero valiente. Con educación trató a los empresarios de la ciudad, al obispo y al rey. Con determinación y valentía los disciplinó cuando esgrimieron sus privilegios y no disimularon su soberbia. De traje y corbata, y con una pistola cargada sobre la mesa de su despacho, esperó a los golpistas el 23F.
Decidió dejar la alcaldía de Córdoba para impulsar Convocatoria por Andalucía en 1984, cosechando unos excelentes resultados, mientras la coalición nacional del PCE no lograba despegar ni hacer mella en la hegemonía del PSOE. Aceptó a regañadientes ponerse al frente de un PCE en descomposición y, al poco tiempo, de una Izquierda Unida en fase embrionaria, a la que llevó a sus mayores cotas electorales. Tuvo que dejar Córdoba y vivir en Madrid, en el Madrid de la beautiful people y de sus émulos a la izquierda. No se dejó seducir por el neón ni la moqueta. Huyó de los bastidores de la vida cortesana: de las discotecas y restaurantes donde diputados, empresarios y periodistas acólitos precocinan la política del país. Se resistía a acudir a los actos protocolarios de fundaciones e instituciones, a las liturgias que crean apego simbólico al poder y sentido de pertenencia a una élite. Cuando dejó la coordinación de Izquierda Unida, no volvió a pisarlos. Como Pasolini, sabía que la política y la vida auténticas había que hacerlas “fuera de Palacio”.
Le tocó dirigir un Partido Comunista desgastado por las crisis internas, poco antes de que se desplomara el socialismo real. Rescatar el núcleo emancipador de las ruinas de aquella experiencia en un tiempo contra-utópico. Levantar un movimiento político y social nuevo cuando el PSOE dominaba el Estado y buena parte de los entramados de la sociedad civil. Defender un proyecto distinto al de la modernización liberal cuando la mayoría de la sociedad participaba de su imaginario, disfrutaba de alguno de sus beneficios, se maniataba con hipotecas, trataba de sobrevivir al desempleo, se ahormaba a la precariedad, temía una “patada en la puerta” o sentía miedo o pereza a las alternativas. Julio Anguita reconocía esas dificultades extraordinarias, pero no las metabolizaba en resignación. Quiso hacer política a lo grande, reconociendo con humildad la entidad real de la fuerza que dirigía, pero trazando un horizonte ambicioso a recorrer día a día con tesón. Sus partidarios más ingenuos creyeron que estaba al alcance de la mano. Los notarios de la inmutabilidad lo tacharon de voluntarista. En el libro que escribimos juntos coincidimos y discrepamos sobre los posibles errores y limitaciones en el desarrollo de ese proyecto justo. Como la gente segura de sí misma, estaba abierto a ser cuestionado.
Al frente de Izquierda Unida combatió tres mantras repetidos por los gurús de entonces: el de la democracia óptima construida en los pactos de la Transición; el de la panacea europea; y el de la necesaria modernización del país según las recetas neoliberales de época, entonces disfrazadas de neutralidad técnica y sentido común. La crítica a la monarquía, la oposición al Tratado de Maastricht y la lucha contra la desindustrialización, las privatizaciones y las reformas laborales de los gobiernos de Felipe González y José María Aznar le convirtieron en blanco de críticas de toda procedencia. Entonces fue parodiado como un lunático, sobre todo, por parte de una progresía descreída e integrada. Su figura emergió con vigor tras la crisis de 2008 y el movimiento 15-M, cuando el modelo económico del país y los dictámenes de la troika agravaron los estragos sociales de la crisis mundial, y la corrupción, empezando por la corrupción de la familia real, se reveló generalizada. Entonces fue presentado como un visionario.
Julio Anguita no fue ni un lunático ni un visionario, sino un político lúcido y honesto que conjugó estudio y coraje, capacidad para identificar una verdad y arrojo a la hora de militar de acuerdo con ella en un tiempo en el que eso se pagaba caro. No lo hizo solo, sino ajustando sus verdades a las de muchas mujeres y hombres. Y lo hicieron a la intemperie, fuera de los consensos de entonces, concebidos como un redil, blindados como un espacio tentador de confort y reconocimiento.
Se quejaba socarronamente de haber sido “el amor platónico” de tantas personas, a las que seducía, pero que no le votaban. La broma remite al carácter resignado y conservador de una parte importante la sociedad española de los ochenta y noventa, tan dada a recrearse en fantasías como asustadiza a la hora de dejarse llevar por el deseo. Tras la crisis de 2008 le miraron con la nostalgia y el arrepentimiento que en tiempos grises provocan los contrafácticos: como la figura que encarnaba una oportunidad perdida, un camino descartado que podría haber conducido a un lugar mejor. Ahora no hay que engañarse. Su muerte debilita a una izquierda castigada y carente de grandes referentes vivos. Pero su memoria encierra también una potencialidad. Bajo el amplio reconocimiento de las virtudes éticas de Julio Anguita por parte de mucha gente apenas politizada parece que está latiendo una afinidad intuitiva y potencial a un ideario político emancipador. Quizá el sentimiento de melancolía que deja su muerte pueda convertirse en una “melancolía de izquierda”, donde el duelo por la pérdida se transponga en la voluntad de saldar una deuda y redimir un pasado todavía vivo, en el rescate y actualización de esa oportunidad perdida, en una línea de fuga para este tiempo oscuro.
Julio Anguita era un gran orador, un pedagogo popular que hacía comprensible lo complejo. Su gusto por la argumentación era una muestra de reconocimiento a la inteligencia del auditorio y de confianza ilustrada en la fuerza de la razón. Hilaba argumentos pausadamente, conjugaba referencias históricas con metáforas populares, y sostenía una cadencia que llevaba a momentos de intensidad cuando quería reafirmar una posición ética radical. Razonaba, cuestionaba, amonestaba, interpelaba e invocaba a la gente. En esto también era excepcional y virtuoso. Estaba lejos del tono grandilocuente y dramático de cierta retórica comunista. Más lejos lo estaba de las formas de comunicación de la política profesional: de las frases prefabricadas por los asesores, de la jerga técnica, de la gestualidad impostada, del desatino gramatical.
Era un hombre culto, con una concepción alternativa de la cultura. Para Julio Anguita la cultura era un sedimento histórico fértil donde arraigar un proyecto de producción de nuevas formas, significados y valores. La lectura y el estudio eran hábitos adquiridos desde niño, una pulsión orientada a aplacar la ansiedad que le generaba la ignorancia, un deleite sin pretensiones y una herramienta para la comprensión y transformación de la realidad. Se había hecho a sí mismo leyendo, pensando y pensándose. A diferencia de los intelectuales al uso, su relación con la cultura no estaba volcada a la exhibición, la distinción social, la adecuación a un canon o la aportación genial. Vivía la cultura al modo gramsciano, como “disciplina del yo interior y apoderamiento de la personalidad propia”, como “conquista de una consciencia superior” por la cual una persona descubre “su función en la vida”. En su relación con la cultura y el mundo del pensamiento también fue excepcional. En España abundan los políticos alérgicos a la cultura, sonrojan los que se afanan en disimularlo y en algunos momentos hemos disfrutado (o sufrido) de intelectuales metidos a políticos. Julio Anguita no encaja en ninguna de esas categorías. No era un intelectual político, sino un político intelectual. Le atrapaban las ideas y buscaba su utilidad social. Estudiaba todas las tardes textos de economía, sociología, ecología y política para informar sus proyectos y preparar sus intervenciones. Disfrutaba releyendo algunos clásicos de la literatura española y devorando todo tipo de libros de historia, una de sus pasiones. Le gustaban los libros, pero no le deslumbraba el aura de los autores. Se relacionó con ellos como con cualquiera, por afinidad personal o para trabajar codo a codo en un proyecto. No quiso que fueran su séquito ni buscó impresionarlos. Había escrito y hecho teatro. Conocía el canon cinematográfico clásico. Le encantaba la música popular, sobre todo la copla, especialmente en la voz y en la pluma de su amigo Carlos Cano. Creo que las canciones de este expresan bien los gustos y el sentido de cultura de Julio Anguita: una música de base popular andaluza, actualizada y refinada instrumentalmente, donde conviven lirismo, profundidad, sensualidad mundana, irreverencia, socarronería, crítica social y apuesta política.
Julio Anguita era comunista en, al menos, dos de los sentidos más profundos de la expresión. Creía que solo superando el capitalismo se podría acabar con las servidumbres que la humanidad se había impuesto históricamente. No entendía el comunismo ni como advenimiento ni como destino pleno y definitivo, sino como brújula en los vericuetos del día a día. Era republicano en el sentido estricto, el que va más allá de la preferencia por la forma de Estado y no se agota en la conmemoración de las experiencias pasadas. Como republicano pensaba que la sociedad necesitaba combinar leyes justas, igualdad económica y virtudes cívicas. Esa era su bandera tricolor. Había incorporado hacía mucho a la centralidad de su discurso la cuestión ecológica. Lo seguía actualizando con el enfoque ecofeminista de una mano amiga. Pensaba también desde los lugares del otro. La última vez que hablamos de pensamiento político estaba releyendo a Frantz Fanon.
Tenía respeto histórico por su partido y seguía creyendo en su utilidad, pero su concepción de las organizaciones era instrumental, hostil al fetichismo de las siglas, a la cultura de aparato, al repliegue identitario, la endogamia y los caminos trillados. Creía en la política de alianzas, en la necesidad de juntarse con personas diferentes para levantar un proyecto de cambio y desplegar una práctica política colectiva. Sabía que las identidades superpuestas no sumaban y que los acuerdos por arriba duraban lo poco que dan de sí las vanidades y miserias de los dirigentes de turno. Creía en la convergencia y la síntesis, y en que eso solo lo garantizaba un programa. Para él el programa era un espacio de encuentro, un compromiso con la gente, una alternativa que ofrecer y una guía para la acción. No creía que los eslóganes, las consignas o las apelaciones a pasados míticos compartidos sirvieran para garantizar unidad ni suscitar adhesión. Era un laico de la política. Desde esos presupuestos impulsó Convocatoria por Andalucía y trató de convertir Izquierda Unida en un movimiento político-social alternativo a los partidos clásicos y las meras coaliciones electorales. Cuando dejó la coordinación de IU no cejó en el empeño de promover iniciativas y crear plataformas ciudadanas, como Unidad Cívica por la República o el Frente Cívico Somos Mayoría. Promovió la formación de Unidas Podemos y, sin menoscabo de su visión crítica para con todo, la defendió hasta el final abiertamente, muy indignado por la agresividad que recibía. Su empeño era crear, experimentar, errar y ensayar. Fue aprendiendo que los programas y las herramientas sirven cuando conectan con el “movimiento real” de las luchas de la gente. Primero con las movilizaciones contra la OTAN, las huelgas generales, la movilización por las 35 horas en los ochenta y noventa. Luego con el 15-M, las mareas, las marchas de la dignidad, el centro ocupado Rey Heredia y, con mucho aprecio a sus amigos de esta tierra, los Campamentos Dignidad de Extremadura. Dos días antes de ser ingresado promovía un manifiesto —un llamamiento a la acción colectiva— para afrontar social y civilizatoriamente la catástrofe del coronavirus. Se incorporaba, literalmente, a “los imprescindibles” de Bertolt Brecht.
Su figura no dejará de crecer, tanto más al contraste con las trayectorias de sus homólogos, ufanos en consejos de administración y fundaciones bien subvencionadas, o rindiendo cuentas por corrupción ante los tribunales. Él optó por renunciar a su pensión de diputado y vivir por debajo de sus posibilidades en un barrio castizo de Córdoba, a pie de calle, en una casa austera. Entendía la política también como compromiso ético, y el compromiso ético como ejemplo de vida. Gozó de la autoridad que confiere la coherencia entre el decir y el hacer. Proyectaba la fuerza que cobra la política cuando esta se encarna en una vida y deja de ser mera representación. Le gustaba distinguir entre “vida pública”, “vida privada” y “vida íntima”. Decía que la vida privada —la de la disposición de bienes y el trato a las demás personas— tenía que ser transparente y coherente con la posición política, sobre todo en dirigentes y cargos públicos. Su vida privada fue una prolongación consciente de su militancia y una encarnación natural de su ética ilustrada y de izquierda. Llevaba un nivel de vida que era ético porque podría universalizarse. Estaba con Marx, y en eso también le convencía Kant. Su vida íntima —la de los afectos, los deseos, los gustos, los pensamientos profundos y los comportamientos cotidianos— estaba, sin embargo, blindada al público y entregada a su gente; y una parte, que se intuía honda, reservada solo a sí mismo. En eso también era un comunista libertario: cooperación, esfuerzo colectivo e igualdad material para que cada cual viviera como le diera la gana, para que todas las personas pudieran construir una vida propia.
La potencia de su corazón y los problemas cardiacos que padeció sugieren multitud de metáforas evidentes sobre su vida. Puso el corazón en todo lo que hacía, en sus compromisos políticos y en su vida íntima. Lo arañó alguna de las tantas miserias de la vida de partido. Lo atravesó la tragedia de la muerte de su hijo Julio. Quedó el desgarro, pero siguió latiendo fuerte por otros afectos. En política tuvo decepciones y dudó, pero nunca se desencantó, en una época donde el desencanto era a veces el barniz estético del reacomodo. Apenas se truncaba alguna de sus iniciativas, y muchas se truncaron, ponía la cabeza y el corazón a trabajar en otra. Necesitaba luchar, no desfallecía y lo hacía con estudio y pasión. Entendía y vivía la política como “una pasión razonada”, que diría Francisco Fernández Buey, uno de sus intelectuales de referencia.
Julio vivía la política, pero no vivía para la política. Como Gramsci, sabía que la vida germinaba fuera “del desierto puramente político”. Le gustaba vivir, y lo hacía fundiendo excepcionalmente sosiego e intensidad. Disfrutaba en casa solo con Agustina, e invitando a comer a sus amistades. Le encantaba pasear durante horas, especialmente por la noche, allí donde iba, y una y otra vez por Córdoba. En muchas ocasiones lo hacía solo, buscándose. En otras como anfitrión, compartiendo. Le gustaba la conversación pausada en una cafetería y el guirigay de los vinos con sus amigos del Colectivo Prometeo. Era excepcional porque deseaba ser común. Le gustaba saludarse con la gente por la calle con solo un ademán o una expresión fugaz. Si le importunaban demasiado podía ser cortante. Le gustaba vivir al mismo nivel que la gente corriente, pero a distancia, lejos de los halagos y las intromisiones. Con su gente era muy divertido, alegre, socarrón, de frase fina. Condensaba un afecto y ternura enormes en unas pocas palabras sueltas, en un gesto, en un amago.
Logró lo que en la vida pública solo consiguen los políticos excepcionales y virtuosos: admiración y respeto de propios y ajenos. Consiguió más de lo que un comunista podría esperar del tiempo que le tocó vivir: luchar hasta el final, no doblarse y arrancar alguna victoria. Fue un hombre muy querido.
Juan Andrade es profesor de Historia y autor, con Julio Anguita, de Atraco a la memoria (Madrid, Akal, 2015).
[Fuente: Ctxt]
23/5/2020
Agustín Moreno
Julio Anguita y sus combates por la Historia
Ha muerto Julio Anguita. Consternado por la noticia escribo estas notas. Julio Anguita lo ha sido todo. Alcalde de Córdoba, Secretario General del PCE, Coordinador de Izquierda Unida, diputado en Cortes... Y, no se nos olvide, sobre todo maestro, profesión a la que regresó después de dejar la política voluntariamente. Esa fue otra lección de modos que nos dio, así como la de renunciar a la pensión máxima del Congreso y cobrar sólo la de profesor. Le tenemos que agradecer muchas cosas, una de las primeras, aquella frase que nos hizo entender que estábamos en democracia: “Usted no es mi obispo, pero yo sí soy su alcalde”. Julio, te has ido, pero nos dejas tu ejemplo de dignidad y compromiso.
Julio era una máquina de pensar, analizar y proponer estrategias, alternativas, programas concretos, sin ninguna concesión a la galería. Le gustaba escribir y, sobre todo, tenía cosas que decir. Por eso, sus libros eran una especie de prontuario para los militantes de izquierdas. En ellos, abundaba con naturalidad en los principios esenciales, reivindicaba la lucidez, el conocimiento, la responsabilidad de formarse, de saber tanto como los poderosos para poder transformar el mundo en el que vivimos. Planteaba, siempre, la necesidad de la reflexión y del debate sereno y libre, el análisis de la realidad, y la apuesta por los hechos (praxis marxista) más que por las palabras. Nos enseñaba cómo vacunarnos de los halagos y sus peligros, cómo atravesar el desierto sin sufrir el desaliento.
Cada carta que escribía era una batalla política, estuvieran dirigidas al obispo de Córdoba, a Felipe González o a José María Aznar. Cada discurso era un programa, sus intervenciones parlamentarias eran brillantes y contundentes. Conocía el valor de la propuesta, y que un pensamiento, cuando la gente lo hace suyo, se convierte en una fuerza irresistible de cambio. De ahí que insistiera tanto en el “programa-programa”. Tenía una visión positiva de la política porque, como él mismo venía a decir, ni la historia se acaba ni el mundo se para, ni los disparates permanecen mucho tiempo sin que nadie los cuestione y se enfrente a ellos.
Le gustaba mucho la Historia y lo mismo citaba a Teodorico, que a la Córdoba califal, a Galileo, a la Santa Alianza del Congreso de Viena, la crisis de 98 y, por supuesto, la Segunda República. Y tenía otra visión de la Historia, entendida como la historia de la gente común, de cuanta más gente mejor que decía Gramsci, de aquellos (la clase trabajadora) que hacen que funcione el mundo porque crean todo lo bello y útil como decía Marcelino Camacho, de los que sufren y son explotados, e intentan cambiar y se organizan para ello. No creía en la historia hecha por los prohombres, sino la que recoge el ruido de las lágrimas, los sudores y anhelos del pueblo. De ahí, que parafraseando a Lucien Febvre y sus Combates por la Historia, llamó a uno de sus libros (que tuve el honor de presentar en el Ateneo de Madrid): Combates de este tiempo [1].
Julio era una especie de Casandra, por su gran capacidad de anticiparse a proyecciones del futuro político. Cuántas veces le hemos tenido que dar la razón sobre el modelo de Unión Europea diseñado en Maastricht, sobre los riesgos de fiarse de la socialdemocracia devenida en social liberalismo o la necesidad de la jornada de 35 horas para repartir el trabajo. Sorprendía el acierto y la vigencia de sus reflexiones y pensamientos. Un ejemplo, su famoso artículo “Son los nuestros”, cuando se posicionó ante el movimiento del 15-M. O la última entrevista que leí de él sobre la actualidad [2]. Cómo le vamos a echar de menos en estos tiempos.
En Julio Anguita todo estaba muy relacionado y es difícil distinguir entre el hombre, sus ideas y el mito.
1. La persona. Muchos recordarán a Julio como ese político de mirada decidida y esa voz rotunda que defendía sus ideas con argumentos sólidos. Ese era sólo el hombre político. Por dentro era una persona que amaba la vida con pasión. Es decir, que amaba la amistad, la familia, las comidas de charla larga, el sentido del humor, el arte, el baile y la literatura. Aunque su compromiso lo marcaba todo y, para él, es lo que daba sentido a una vida que no se resigna ante el desorden y la injusticia del capitalismo. Ha sido una persona de una pieza, es decir, sólida, sin dobleces, con un discurso transformador, con mucha claridad sobre dónde está uno, cuáles son sus objetivos, cuáles su amigos y compañeros y quiénes los adversarios. Y un hombre de principios, porque sabía que es lo que nos queda cuando todo se derrumba. Siempre intentó hacer bueno aquello de predicar y dar trigo, por pura repugnancia hacia la demagogia. Y defendía la ética porque tenía claro que, como decía Manuel Sacristán, la política sin ética no es más que puro politiqueo.
2. Las ideas. En Julio Anguita aparece con nitidez la apuesta por los trabajadores, por los de abajo, sin equivocarse nunca. Creía en la necesidad de la transformación social. Defendía la alternativa frente a la alternancia, y rechazaba el discurso político como espectáculo. Creía que el intelectual orgánico es el partido y en el trabajo en equipo. Pero desconfiaba de las burocracias, del apalancamiento en los cargos que conduce a que se corrompan los mejores proyectos; de ahí su valiente planteamiento de renovación radical de los órganos de dirección y la limitación de mandatos, cuando se debatía la refundación de Izquierda Unida. Hacía bandera de la austeridad, y frente a la resignación apostaba por la rebeldía.
3. El mito. Anguita, a su pesar, se convirtió en un icono para la izquierda. Porque llevó a la izquierda real (anterior a Unidas Podemos) a los mayores niveles de presencia y representación política del período democrático, después de haberse hundido en 1982. Era brillante y didáctico en la defensa de sus posiciones, ello hacía que otros rivales políticos, como Felipe González se negara a participar en ningún en cara a cara con él (campaña de 1996). Cuando hablaba de mirar de igual a igual al PSOE y de dejarse de complejos, no era una posibilidad irreal si no se hubiera organizado una de las campañas políticas y mediáticas más sucias contra un representante político: “la pinza”, “el profeta iluminado”, etc. Pero, sobre todo, fue y sigue siendo un referente de honradez personal y honestidad intelectual, en un panorama político donde no abundan estos valores éticos. Con ello, destrozaba la interesada afirmación de que todos los políticos son iguales.
Julio pagó un alto tributo. Su grandeza política y moral era insoportable para el sistema y por ello sufrió sistemáticas operaciones de desprestigio por los poderes establecidos. Ahora, cuando llega la maldita hora de los halagos, algunos tendrían que pedir perdón. Perdió a su hijo Julio en aquella demencial guerra de Irak, sufriendo el dolor más tremendo que puede sufrir un padre: enterrar a un hijo, un periodista valiente que grababa el horror; “Malditas sean las guerras y los que las alientan”, volvió a recordarnos en aquella ocasión. Su generosa entrega a los demás más allá de lo prudente y razonable —en su afán por hacer la revolución—, le pasó factura en a su salud. El rayo que actúa sobre los corazones apasionados, cayó sobre Julio y sin llegar (afortunadamente) a lo de Berlinguer, nos dejó a la izquierda huérfanos de su presencia en la travesía de un azaroso tercer milenio.
Acabo diciendo que para mí ha sido un placer conocerle de cerca, con su sencillez, su presencia, su serena determinación de poner en pie un proyecto para la emancipación de los hombres y las mujeres en este planeta que debemos defender. Siempre tuvimos una relación de cariño mutuo y coincidencia política. Tanto que, aunque no me arrepiento, me costó mucho decirle no a una propuesta que me hizo en 2008 y que no acepté por no renunciar a mis clases en el instituto [3].
Ahora, las callejuelas de la judería de Córdoba echarán de menos su sombra paseando a cualquier hora de la noche, solo y reflexivo, o acompañado por algún amigo o camarada que disfrutaba de su fuente inagotable de conocimientos y de su amable humanidad. Devolvía los saludos de gentes de todas las ideologías que le reconocían porque le querían y confiaban en él. Siempre sembrando honestidad y coherencia, siempre regalando magisterio.
Notas:
[1] Julio Anguita, Combates de estos tiempos, Editorial Paramo, 2012.
[3] https://www.diariocritico.com/noticia/105357/exclusivo/Octubre/2008/
[Fuente: Cuarto Poder]
16/5/2020
Karima Ziali
CoronaRamadán o un análisis del inconsciente musulmán desde Fátima Mernissi
La primera vez que leí a Fátima Mernissi (1940-2015) tenía 16 años. Desde entonces no he dejado de leer, revisar, subrayar sus textos y anotar reflexiones en los pies de página de sus pies de página. En definitiva, desde entonces quise escribir como ella. Durante estas semanas de confinamiento he retomado un ensayo brillante y revelador que ha sido la excusa para sentarme a escribir este artículo. El libro en cuestión es El miedo a la modernidad. Islam y democracia (Mernissi, 1992), donde analiza el conflicto entre Islam y democracia, mostrando los miedos y las contradicciones que se encuentran en la raíz de la relación entre países arabo-musulmanes y Occidente. Y todo desde el contexto de la Guerra del Golfo que, a pesar de resultar lejano, tanto el lenguaje bélico como los cambios que surgieron en las sociedades musulmanas, resultan ser de una actualidad pasmosa.
Esta crisis llamada “Coronavirus”, en la que confío pueda ser la mecha de un cambio de paradigma para este mundo enquistado en la costumbre, quizás se convierta en una puerta abierta al mayor miedo del Islam: la injerencia de una fantasía viral dentro de su gran fantasía política y moral.
***
Hace semanas que mi madre me manda vídeos sobre cómo se respira el Coronavirus en Marruecos. Son breves vídeos en los que se percibe un Estado militarizado (más si cabe), en el que el ejército y la policía patrullan por las calles al grito de “vuelvan a sus casas” o “no salgan de casa”. En las imágenes, los niños corren para confirmar lo que ya se sabía desde el pasado 20 de marzo. Con las fronteras blindadas y un parón en todas las actividades no esenciales, Marruecos deberá afrontar una realidad económica que, si bien en la última década parecía resurgir de su propio confinamiento, ahora se dibuja inestable en todos los sectores. Quien tenga un negocio de alimentación desde luego es afortunado, quien no deberá replegarse en casa y esperar que esta “plaga” sea atea o sacra, disipe su mano sobre la humanidad. Pero aparte de esta ristra de vídeos que buscan la conmiseración directa, a mi móvil también van a parar vídeos cargados de emotividad pastoral a la musulmana, pues ahora es el mejor momento para hacer marketing religioso.
El islam es un experto en la publicidad de su mensaje dogmático. Quizás ninguna otra religión haya logrado apoderarse del espacio virtual como lo ha hecho ésta en las últimas décadas. Ya en los 2000 las familias musulmanas europeas empezaron a adquirir antenas parabólicas con las que lograban reanudar lazos debilitados por la migración. La pantalla por fin miraba en otras direcciones y entre todas ellas, de nuevo a La Meca. Pocos jóvenes musulmanes, vivan en la ciudad de Medina o de Orán, en Ámsterdam o Barcelona desconocen el manejo de estas antenas. Y desde hace unas décadas debemos añadir a este manejo de las tecnologías, el de los dispositivos conectados a la red a través de internet. Por supuesto esto no pasa desaparecido a una religión que, sin disponer de un clero al estilo católico, ve en estos medios una forma de jerarquizar y organizar su discurso y, lo que es más importante, de recrear espacios de Islam. ¿Para qué el sable como arma de expansión islámica cuando internet permite conquistar el universo entero? [1].
Los imanes más prestigiosos de La Meca – ciudad de origen y de destino de todo musulmán-, se han abierto camino por la pantalla familiar con programas de consulta al Imán en horario de máxima audiencia, su presencia se ha infiltrado en la red de una forma brutal, incisiva, insistente, abrumadora… a veces rozando el espectáculo hollywoodiense, en otras sobrepasándolo con creces. Todo este arsenal publicitario que rompe con las fronteras califales [2] y establece nuevos espacios nos sitúa sobre una cuestión que está en el mismo corazón del Islam: el tiempo deja de convertirse en su conquista y es el espacio virtual su nuevo horizonte de batalla. Y en la situación actual deberíamos añadir: el Coronavirus es el impulso para que este espacio se redefina desde la laicidad, enemigo público y privado del Islam.
Quisiera explicar esta reformulación del espacio y el abandono del tiempo, en tanto que éste fue en su origen el objetivo político del Islam, con un acontecimiento muy significativo para esta religión. El día 24 de abril empezó uno de los meses más importantes del Islam. Es el mes del Ramadán, que en esta ocasión pasará por una de sus mayores pruebas de fe. Decretado como “acto individual”, el Eid al-Fitr es el mes en el que todos y cada uno de los musulmanes del planeta puede llamarse a si mismo musulmán: es el tiempo de la primera revelación del Corán al Profeta. Es crucial entender este acontecimiento dentro de unos parámetros temporales, ya que es una de las formas de recrear el propio tiempo y normativizar sobre el tiempo de los humanos desde la taxonomía del Islam (Mernissi, 1992: 220). Este acontecimiento es una forma de actualizar el ritual a través del cual se construye y asigna el Yo musulmán [3]. El Ramadán es el tiempo sagrado en el que se define el Islam y se distingue de otros tiempos paganos. Para definir este tiempo es crucial mirar al cielo, definir el estadio de la luna que dictamina el inicio y el final de este mes, el inicio del ayuno y su ruptura. No olvidemos que este ejercicio de ordenar el tiempo a partir de los astros y sus movimientos no se debe tanto a que estos determinan nuestro acontecer humano, sino más bien a la inversa: cuando el Islam mira hacia el cielo ve su propio tiempo. En otras palabras, la pretensión última del Islam es recrear un tiempo musulmán y hacer de los movimientos de los astros su magnitud. Muchos califas fueron amantes de la astronomía, algunos incluso enloquecieron de tanto mirar al cielo estrellado [4]; esta ciencia no era sino la extensión de la verdad revelada. El Ramadán, al igual que lo son las cinco llamadas a la oración diarias para los musulmanes [5], sea desde el minarete, desde el reloj electrónico Kabbeer colgado en la pared o la app Muslim Pro, son la conexión indiscutible con un tiempo sagrado que emana directamente de los cielos... eso sí, un tiempo musulmán que en esta era de la globalización ha pasado a ser medido por el espacio virtual que ahora emana de los satélites artificiales.
Es difícil afirmar que los países musulmanes siguen este tiempo acompasados por el rezo y resguardados por los astros de Alá [6]. Difícilmente podríamos decirlo teniendo en cuenta que, en casi todos estos países, aunque durante el viernes se haga una concesión para expiar las culpas de la vida haram [7], es el domingo el día rey en el que los comercios y las transacciones financieras cuelgan el cartel de cierre, es el lunes el primer día de la semana y el 31 fin de año... En definitiva, el tiempo es un quebradero de cabeza que trae continuos conflictos entre los musulmanes. Esto es especialmente significativo entre los jóvenes, que como bizcos ponen un ojo en el tiempo de Occidente, sinónimo de tecnología y futuro, y el otro en el tiempo del Islam, sinónimo de tradición y costumbre. La contradicción interna del tiempo con la que viven muchos jóvenes musulmanes es el origen del malestar de estas generaciones y quizás por eso el espacio virtual que crea internet y todo el mundo cibernético tienen un éxito apabullante en estas sociedades y entre los jóvenes especialmente. No perdamos de vista que la tensión que el Islam tiene con el tiempo está en su raíz [8] y no lo perdamos de vista porque esta tensión temporal que busca resolverse en el espacio fue el detonante de una primavera árabe ahora olvidada [9].
El tiempo tiene un lenguaje invisible, intangible, inconsciente... es una huella que se imprime de forma inquebrantable pero que pertenece a una esfera cuasi mágica. Cuando nace el Islam, y ya en época del Profeta, surge la necesidad de crear un calendario propio en el que constatar el Yo musulmán. Es una forma de delimitar una frontera invisible: soy musulmán porqué mi tiempo empieza con el tiempo del Profeta. Es por eso que no existe un censo al estilo católico, pues el tiempo se encarga de llevar a cabo esta función; ser musulmán y reconocerse como tal significa nacer dentro de este tiempo. La clave para integrar y hacer tangible el tiempo en el ethos musulmán está en la regulación del matrimonio. La única forma de que el tiempo musulmán se sostenga y perpetúe es que las mujeres sean musulmanas. Es decir, solo si los hijos nacen de un útero musulmán pertenecerán eternamente a este tiempo. Es de vital importancia mantener por lo tanto a las mujeres dentro del “nosotros musulmán”, ya que fuera de éste pierden la capacidad de recrear el tiempo musulmán, es decir de que sus hijos sean reconocidos como tales. De ahí la prohibición que sostienen todos los países musulmanes en sus Códigos de Familia [10] (a excepción de la renovada Túnez), respecto al matrimonio entre mujeres musulmanas y hombres no-musulmanes. En todo caso, la relación matrimonial islámica es la que sella esta continuidad, de tal manera que su regulación debe ser firme y sin claroscuros. De igual forma funciona la prohibición que pesa sobre ciertos alimentos, proscripciones perfectamente reguladas en las leyes de los estados musulmanes; pues las tripas deben ser musulmanas, ante todo. No comer cerdo o no tomar vino y consumir alimentos halal es la prerrogativa al reconocimiento de un Yo musulmán.
La sexualidad y la comida van de la mano para construir esta gran fantasía que es el Islam; una imaginería que podemos señalar en nuestro vientre. Este Yo musulmán se sostiene sobre la fuerza de un inconsciente cargado de imágenes que surgen y se graban en los tejidos mismos de nuestro organismo. Son imágenes que en Occidente cuesta resolver por su carga psíquica, pero que en el imaginario musulmán sostienen estados y monarquías. Sin duda, como dice Mernissi (1992), en las sociedades musulmanas es mucho más fácil condenar a alguien como Salman Rushdie (un inventor de fantasías, al fin y al cabo), que a un científico al que Alá puede haber bendecido con una sabiduría particular, pero siempre en sintonía con la Verdad revelada.
Entendiendo esta dislocación con la que la juventud musulmana vive su tiempo, el Coronavirus irrumpe en un escenario en el que transfigura desde el mismo inconsciente el Yo musulmán. El Coronavirus es la vida microbiana que circula con total libertad por todos los territorios sin entender de palabras reveladas ni suras ni aleyas… El Coronavirus es la irrupción de un tiempo que revive (y hará revivir) tensiones que parecían olvidadas. Una de las fantasías más relevantes entre los musulmanes -y recalco el masculino, ya que es una fantasía por y para los hombres- es el Paraíso que espera al buen musulmán después de su muerte. El juego entre la fantasía erótica y la muerte es una constante en el Islam, late con mucha fuerza y está inscrito en el inconsciente de las sociedades y muestra el poder que tiene la fantasía sobre ésta. Una de estas fantasías que describen esta relación entre erótica y muerte son la huríes. Según el imaginario musulmán, para cada hombre 70 huríes dispuestas y liberadas con la virginidad intacta, le esperan en el Paraíso para disfrutar de una sexualidad sin restricciones ni riesgo de embarazo, pues las huríes carecen de útero y sin las indecencias del cuerpo, pues estas mujeres del paraíso por carecer también carecen de ano [11].
El Islam se sostiene sobre una fantasía; en sí mismo podríamos decir que es una fantasía con una estructura que racionaliza la vida pública y privada. La cuestión a todo esto es ¿cómo engarza todo este mundo inconsciente que está en el principio y fundamento del Islam con el nuevo orden que instaura el Coronavirus? Esta vida microscópica irrumpe en el inconsciente musulmán de tal forma que debe rediseñar sus imaginarios y, por ende, pone de relieve la magnitud que tiene en la configuración de sus sistemas dogmáticos. Sin ir más lejos y para entender esto, la forma de abordar las muertes por Coronavirus refleja esta necesidad de redimensionar los significados de las fantasías. Dado que en el Islam no se contempla (además de prohibir tácitamente) la incineración [12], los grandes juristas del islam no han tardado en emitir una fatwa [13] para aclarar en qué términos y bajo qué formas serán enterrados los hombres y las mujeres musulmanas que mueran por Coronavirus. Declarados todos como mártires del Islam, las muertes por Coronavirus son muertes que entregan su recuerdo y su inmortalidad a la religión de Alá [14]. Al igual que Irán decretó mártires a todos los caídos durante la guerra contra Iraq de 1980, para así construir un imaginario del sacrifico, estas muertes serán también el testigo de la guerra librada contra un enemigo invisible pero que en todo caso ha de quedar integrado dentro de la esfera musulmana. La figura del “mártir” representa una forma de poner cara a la muerte violenta, solitaria y sin posibilidad alguna de dar una sepultura acorde a la ritualización del Islam.
Los cuerpos que yacen bajo la tierra sin el lavado previo, sin el rezo comunitario que le dedican los hombres en la mezquita, sin el adiós que busca el perdón último de los que siguen vivos, sin una última mirada al rostro que se va para siempre bajo la tela blanca que le recubrirá eternamente…. son cuerpos que aun partiendo de este mundo sin el cortejo con el que todo musulmán sella su paso sobre la tierra, serán acogidos en el regazo de Alá como auténticos entregados. Esta entrega solo es posible si se cumple con un principio: el mártir da su cuerpo para que el Islam permanezca en la tierra y para que su espíritu disfrute en el Paraíso de las huríes [15]. De este modo, morir de Coronavirus significa en última instancia una suerte de victoria sobre un enemigo que irrumpe en el Islam, en definitiva, sobre un “otro” que siendo ajeno al Islam trata de quebrantarlo. Los “mártires del Coronavirus” conquistan un nuevo tiempo para el Islam, a través de sus muertes el enemigo invisible es asimilado al imaginario musulmán y a su devenir.
La paradoja de este asunto es que estamos ante un enemigo global y no exclusivamente del islam, por mucho que éste cree el imaginario del “mártir”, las imágenes de ciudades replegadas sobre si mismas, devorando a sus propios ciudadanos, lo quiera o no el Islam es universalmente humana. De esta forma, estos mártires del Coronavirus musulmán ya no son mártires del Islam, son en todo caso mártires de la humanidad, mártires de un enemigo común al que todos podemos señalar aunque sea con el índice en el aire vacío. Pocas veces se ha hecho tan evidente la paradoja que encierra el imaginario musulmán como ahora. Aquí es donde creo que radica la esperanza de que el Coronavirus irrumpa desde dentro en el imaginario musulmán. El Coronavirus es una esperanza para subvertir estos imaginarios que delimitan un Yo musulmán y por ello, perpetúan un discurso sobre el tiempo único y exclusivo del ethos musulmán. Es esta ínfima vida microscópica una evidencia al rechazo de otros tiempos que no sean los propiamente musulmanes, pero que por su fuerza y su magnitud a escala mundial obligan a poner en marcha estrategias que afiancen el discurso musulmán.
Este mes del Ramadán se presenta como una ocasión única para entrever estas reformulaciones del imaginario, dado el peso que tiene lo invisible en el imaginario musulmán, la ausencia de una iconografía hace que la religiosidad tome formas que solo son tangibles si los otros musulmanes las ven y comparten. De esta forma, este Ramadán será un mes invisible, donde la práctica del ayuno solo será sentenciada por uno mismo en su fuero interno más que nunca, donde la oración recaerá sobre el criterio personal de cada buen musulmán y no sobre la comunidad reunida en la mezquita. Para regular esta situación, las fatwas no han tardado en publicarse para aclarar a todo musulmán qué hacer durante este CoronaRamadán: beber agua solo será indispensable siempre y cuando así lo corrobore el médico, comer solo en los casos en los que haya riesgo y sobre el tabaco y el sexo de momento no hay lagunas. Si bien el cierre de las mezquitas y más teniendo presente la cercanía de este tiempo sagrado ha provocado mucho descontento, para ello no se ha tardado en hacer revivir al Profeta y así recordar que entre sus múltiples hadices (dichos y hechos del Profeta), el más adecuado es aquél que dice “la vida ha de protegerse” y “ante una plaga debemos mantenernos a salvo”. Este es un tiempo rebelde para una religión que se mantiene irreformable pero siempre reinterpretable.
Esta “plaga” global ha irrumpido en la cotidianidad del islam, al igual que lo hicieron las tecnologías de la información y la comunicación. Éstas lograron algo único y sin precedentes, desplazaron el tiempo musulmán, cuestionaros desde dentro el ritmo de la Risala (Mensaje), penetraron en el inconsciente de unas sociedades donde la juventud se asfixiaba por el tradicionalismo de un tiempo encerrado en el útero materno de una religiosidad que anulaba la individualidad y postergaba la libertad en el Paraíso de las huríes. Las ventanas abiertas del espacio virtual constataron este conflicto y amenazaban de raíz con subvertir este tiempo por un mundo en el que el Yo musulmán podía ser traspasado por “otros” yos. Fue la primavera árabe más que un tiempo un espacio que dejó las tripas al aire y mostró a todo el mundo que la juventud musulmana quiere más que nunca su propio Espacio.
De igual forma que la red cibernética lograra desenmascarar las dinámicas del inconsciente musulmán, el Coronavirus circula en un espacio similar, aunque sus espacios son menos transitados y todavía más invisibles e intangibles. La expansión de este virus es la constatación de que no hay un enemigo propiamente musulmán y que si alguna vez ha tenido alguno estaba mucho más cerca de lo que se pensaba. Cuando vemos a través de nuestras pantallas que países como Estados Unidos o Irán están adoptando medidas restrictivas afines, haciendo que sus ciudadanos vibren en la misma frecuencia de miedo e inseguridad, el Coronavirus está conquistando espacios de no pertenencia, espacios que rompen la dicotomía yo musulmán-otro no-musulmán. Cuando vemos que de forma excepcional hay una cooperación gubernamental entre Israel y Palestina, el Coronavirus está cruzando de forma transversal la cuna del odio más visceral que existe entre dos fantasías religiosas. Es de esta forma que este virus se infiltra en el imaginario musulmán y lo hace con la misma tensión que se da con las tecnologías del ciberespacio que, por ser un espacio conquistable, se disputan entre quienes pretenden convertirlas a la fe del Profeta y quienes pretenden hacer de ellas un lugar laico para ser habitado. Así el Coronavirus es disputado como espacio de conquista adherible a las filas de los enemigos del islam, pero también como lugar que busca una revolución humana sin precedentes.
Notas
[1] La entrevista que Maria-Àngels Roque realiza a Fátima Mernissi en Quaderns de la Meditarrània, aborda esta cuestión de una forma clara y magistral. Ver “Mes rencontres avec Fatema Mernissi” en https://www.iemed.org/observatori/arees-danalisi/arxius adjunts/qm20/Mes%20rencontres%20avec%20Fatema%20Mernissi%20Maria-Angels%20Roque.pdf
[2] De ahí que debamos analizar en profundidad hasta qué punto es absurdo el planteamiento del Daesh respecto a recuperar territorios “históricamente musulmanes”. ¿Cómo hablar en términos territoriales si el espacio virtual ha roto con la idea de delimitaciones fronterizas claras? Para ampliar esta cuestión, ver Gonzalez-Quijano, Y. (2006). Islam in the Digital Age: E-Jihad, Online Fatwas and Cyber Environments: London, Pluto Press, coll. « Critical Studies on Islam »,2003, 237 p. & Patrick Haenni, L’islam de marché. L’autre révolution conservatrice Paris, Le Seuil, coll. « La République des idées », 2005, 108 p.. Archives de sciences sociales des religions, 134(2), 162-299. https://www.cairn.info/revue-archives-de-sciences-sociales-des-religions-2006-2-page-162.htm.
[3] Eliade, M., (1957), Lo sagrado y lo profano, Austral: Barcelona.
[4] Es el caso del califa fatimí, Husein Al-Hakim Bin-Amrillah que gobernó entre los años 386-411 de la hégira (996 y 1020 d.C.) Conocido como “Hakim, el loco” fue un déspota a la altura de Calígula o Nerón, que vinculó de forma tácita sus decisiones políticas al movimiento de los astros, hizo del tiempo una expresión de su poder y convirtió la ciudad de El Cairo en la capital de la Astronomía. Una anécdota que explica su obsesión por el tiempo y los astros fue su singular forma de recorrer dicha ciudad por la noche ya que no soportaba la luz diurna. Sus extravagancias llevaron a este musulmán chií a la locura, muriendo como todos los ebrios de poder, en un halo de misterio. Existe una novela brillante, Himmich, B.S., Machnun al-Hukm (1991), Londres, Riad el -Rais Books, traducida como El loco del Poder (1996) de Federico Arbós.
[5] La primera oración es al-fajr, el alba, la segunda es dohr, cuando el sol está en medio del cielo, la tercera, asr, cuando el sol inicia su descenso, magrib es la cuarta e indica la puesta de sol y, por último, ‘asha, anuncia la noche. Es indiscutible que el musulmán conecta a través de la oración la trayectoria del sol, movimiento universal que corrobora la auténtica fe.
[6] El Corán está atravesado por esta idea del islam en tanto que dueño del tiempo y de los astros. En la Aleya 5, azora X, Yuna(Jonás) podemos leer: “Él es Quin hizo del sol claridad y de la luna luz, Quien determinó las fases para que sepáis el número de años y el cómputo. Dios no creó esto sino con un fin. Él explica los signos a gente que sabe”. También ver, aleya, 13, azora XVII . Según traducción de Julio Cortés (1999).
[7] Haram, en árabe significa lo prohibido y lo sagrado. Ver el análisis que se lleva a cabo en La mujer en el inconsciente musulmán (1999) de Fatna Aít Sabbah.
[8] Hablo de la Yahilia, que es el nombre con el que se hace referencia a la época preislámica y que se traduce como “Época o tiempo de la ignorancia”. El problema que conlleva esta visión acerca del pasado anterior a la revelación del Profeta Muhammad es el talón de Aquiles de las sociedades musulmanas, pues de forma ulterior impide una reconciliación con ese tiempo, así como una mejor y mayor comprensión del presente. Para ello recomiendo Mernissi, F., El harén político: el Profeta y las mujeres (1987), Guadarrama, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.
[9] En la primavera árabe las redes sociales fueron imprescindibles para su desarrollo, lo cual refleja la relación que los jóvenes musulmanes tienen con estos medios además de cómo el malestar social se canaliza a través de éstos con un lenguaje y unos mecanismos propios. En gran medida fue el despliegue de lo que Marshall McLuhan formuló en su obra El Medio es el Mensaje (1967).
[10] Ruiz de Almodóvar, C. (2005), Mujeres y estatutos de familia. Análisis comparados de la legislación del matrimonio en los países árabes en El derecho privado en los países árabes: códigos de estatuto personal, Granada: Universidad de Granada y Fundación Euroárabe de altos estudios.
[11] Ver Aít Sabbah, F. (1999), La mujer en el inconsciente musulmán y Saleh, W., (2010) Amor, sexualidad y matrimonio en el Islam.
[12] La prohibición sobre la incineración hay que entenderla al igual que la prohibición sobre el matrimonio con no-musulmanes. Al igual que mantener las mujeres dentro y exclusivamente en el mercado musulmán garantiza la continuidad de la religión que se gesta en ellas, el entierro del musulmán en la tierra garantiza que esa tierra es también musulmana. De ningún modo un musulmán poder ser enterrado en un cementerio cristiano y ya no solamente por el carácter ritual, sino especialmente porque el cuerpo integra en si mismo el Yo musulmán que traspasa la tierra.
[13] Una fatwa o fetua es un pronunciamiento legal en el Islam. Se emite por el muftí, el erudito capaz de interpretar el fiqh, la jurisprudencia islámica. Generalmente estas ordenaciones se lanzan cuando no hay suficiente claridad sobre una cuestión en el fiqh, de tal forma que un individuo o un juez pide un pronunciamiento aclaratorio.
[14] https://bit.ly/2VR0bBU / https://bit.ly/2KJn1oP / https://bit.ly/3aURMBz
[15] Claro que las preguntas que quedan en el aire son: ¿qué hay de las mujeres?, ¿Disfrutan ellas de un Paraíso acorde a sus fantasías sexuales? Para estas cuestiones recomiendo las lecturas mencionadas anteriormente de Aít Sabbah, F. (1999), La mujer en el inconsciente musulmán y Saleh, W., (2010) Amor, sexualidad y matrimonio en el Islam y también, Mernissi, F., (1975) Sexo, Ideología e Islam.
[Fuente: Apocælipsis]
5/2020
Radio Canal Extremadura
Entrevista a Luigi Ferrajoli: «El coronavirus nos enseña que necesitamos instituciones globales de garantía»
El medio ambiente y las pandemias necesitan de un gobierno planetario
El filosofo y jurista italiano Luigi Ferrajoli, ha señalado en El Sol sale por el Oeste que los problemas de este tiempo necesitan que nos organicemos en instituciones capaces de dar verdaderas respuestas globables. A su juicio, la pandemia del coronavirus ha puesto de manifiesto que las organizaciones creadas en el siglo XX quedan obsoletas frente a los problemas del siglo XXI.
Para escuchar entrevista presione aquí.
[Fuente: Radio Canal Extremadura]
14/4/2019
Entrevista a Antonio Izquierdo
¿Qué factores de cambio social percibe en la situación que estamos atravesando?
Las dos dinámicas sociales que sostienen una sociedad fuerte están siendo frenadas con violencia. Por un lado, se dispara la desigualdad material, y, por el otro, se vacía la comunidad presencial. Una porción amplia de la población que vivía en una situación de integración relativa (clases medias) se precipita hacia el desempleo y la exclusión moderada o severa. También crece el volumen de los desarraigados que viven en la pobreza y en la marginación.
El otro motor de la sociedad que está siendo golpeado es la comunidad real. Herida por la imposición de la “distancia antisocial” y por el impulso de sucedáneos como la “comunidad virtual”. La suspensión de las costumbres de grupo y de la cultura de calle, de reunión, asociación y conversación de viva voz, nos aboca al individuo ensimismado, al homo clausus. En otras palabras: se sustituye la relación social por la digital.
Se acelera la extensión del teletrabajo y el abuso de las nuevas tecnologías en el plano individual y empresarial. Esa tendencia a la informatización va coexistir con una reordenación de los empleos vulnerables. Se expandirán los repartidores y transportistas de bienes de alimentación y de consumo, en detrimento de otras ocupaciones de servicios personales como camareros o dependientes. Surgen dos nuevas clases: los que pueden confinarse y los que se exponen por necesidad. La reorganización de la estructura social, sin embargo, no va a retar la legitimidad de la jerarquía del “vales cuanto posees”.
¿Qué sería, en su opinión, lo deseable en un futuro razonablemente próximo?
Si hablamos de lo que considero deseable elegiría articular dos vías necesarias para el desarrollo social, a saber: una sociedad democrática que abandona el laissez faire y planifica la justicia social sin igualación mecánica; y una regulación del mercado más equilibrada. En la sociedad capitalista tener dinero es tener libertad. El dinero es la síntesis de las limitaciones sociales. Significa un permiso para actuar. La genialidad de una sociedad cohesionada estriba en el aumento del capital relacional, fomentando la cooperación en detrimento de los incentivos viles (la codicia y el miedo) que conducen a la desintegración social. Desearía que esa planificación se funde en el valor de la redistribución para corregir las desventajas sociales no elegidas.
Un mercado que atienda la producción de bienes socialmente necesarios y, no se circunscriba a fascinar al consumidor con los artículos de la vida elegante. Más dedicado a lo que socialmente es primordial que a excitar las preferencias por el consumo insostenible. Un modo de vida menos depredador de los recursos naturales y que esté en paz con el planeta. Bienes de mérito frente a bienes fútiles y de imitación. Un mayor equilibrio entre los sectores productivos que combine el beneficio económico con el interés social. Reforzar la agricultura y la industria para ser capaces de cubrir las necesidades básicas de la población.
¿Qué riesgos advierte? ¿Tal vez incremento de actitudes autoritarias, refuerzo de fronteras e identidades, una vez más culpabilización del otro?
La deriva autoritaria y el consiguiente ataque al ejercicio práctico de la democracia es una tendencia que se viene dando desde hace cuatro décadas, aunque se haya acelerado en la última. Las clases medias tradicionales y aquellas a las que el capitalismo digital sitúa en los bordes de la exclusión empujan electoral y culturalmente hacia el autoritarismo. Los modos violentos son su receta. Se trata de una opción real ante la que no cabe la neutralidad.
Es comprobable que la primacía de la economía especulativa sobre la productiva ha exacerbado la fragmentación social. La respuesta a la inseguridad laboral ha sido el repliegue identitario. Pero la concentración del poder del capitalismo digital convierte en ilusorio este enroque. El refugio fronterizo ha sido la respuesta al fracaso de la cooperación internacional en el Covid-19. La fascinación asiática por la eficacia en el control de la pandemia abunda en el debilitamiento de una democracia militante y augura conformismo y sumisión.
[Respuesta completa a la publicada originalmente en La voz de Galicia]
3/5/2020
En la pantalla
Stan Neumann
Historia del movimiento obrero
Desde principios del siglo XVIII hasta nuestros días, Stan Neumann recorre la historia de la clase obrera europea en este documental. Dividido en cuatro partes, examina la historia del movimiento obrero en toda Europa desde sus comienzos hasta el presente.
Disponible solo hasta el 26/06
30/5/2020
...Y la lírica
Ketty Nivyabandi
Poesía Feminista: 5
Ketty Nivyabandi es una poeta y defensora de los derechos humanos burundesa, miembro fundadora del Movimiento de Mujeres y Niñas por la Paz en Burundi. Tras la grave crisis política de 2015 en su país, durante la que lideró la primera manifestación compuesta exclusivamente por mujeres en medio de un clima de violencia y una brutal represión policial, se vio forzada a exiliarse en Canadá. Este ciclo de violencia política ha provocado más de un millar de muertos y 400.000 refugiados.
El pasado 20 de mayo se celebraron elecciones presidenciales, parlamentarias y locales en Burundi, sin medidas de protección de la población frente a la COVID-19 ni la presencia de observadores internacionales —excluidos por el gobierno—, tras una campaña electoral marcada tanto por la intolerancia política como por un repunte de incidentes violentos y violaciones de derechos humanos. El día de la jornada electoral, las autoridades bloquearon las redes sociales y aplicaciones de mensajería.
Los resultados de las presidenciales han dado como claro vencedor al candidato oficialista, y su partido también se ha impuesto holgadamente en las legislativas. El principal partido de la oposición, cuyo líder ya había rechazado los primeros resultados parciales calificándolos de “fantasiosos”, ha denunciado fraude y anunciado un recurso ante el Tribunal Constitucional.
Marcha a las urnas
A veces las veo, en los sueños que vivo despierta…
Son miles, sin zapatos, telas recortadas, las que aran esta tierra roja,
Nuestra tierra común.
Son miles, las que caminan kilómetros para poner sus pulgares sucios sobre estos
símbolos oscuros,
Reflejos de vuestros egos desmesurados.
Caminan erguidas y esperan pacientemente a depositar en vuestras urnas
Su ofrenda carnosa: el sueño de un mañana mejor que el ayer.
Mejor que cinco años de miseria.
Mejor que veinte años de guerras, de hambre, de entierros.
Mejor que cincuenta años de una nación troceada.
Rehenes de un sistema de mediocridad,
Confesionarios de vuestras mentiras escandalosas,
Vertederos de vuestros cálculos maliciosos,
Refugios de vuestros orgullos gigantescos,
Los hombros cargados de vuestras promesas,
Aun así, caminan.
Ya no las ignoraréis por mucho tiempo. Porque no son tan ingenuas.
Las distingo entre la niebla, espaldas curvas en media luna,
Su sudor riega, gota a gota, esta tierra arrugada de sabiduría;
Indignada por la insolencia de vuestros discursos del día…
Hartas del terror de lo desconocido,
Inseguras de sus destinos, rumian un estribillo.
Un murmullo que se esboza, toma forma y se perfila.
Se levanta y vuela de colina en colina.
El viento lo recogió y lo posó anoche bajo mi nariz.
Tenía el aroma verde de la esperanza y el gusto agrio de la determinación:
Libertad,
Libertad,
Libertad.
La marche aux urnes (2010)
Traducción e introducción de Francisco Javier Mena Parras
[Fuente: www.lyrikline.org/es/poemas/la-marche-aux-urnes-14413]
25/5/2020